Una nueva creación en Cristo
¿Cómo describe Pablo a los que, después del bautismo, son transformados por el Espíritu Santo?
“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:9-10).
“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:26-27).
“A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Cuando nuestras mentes y corazones son transformados por el Espíritu Santo, “nos revestimos” de Cristo. Pablo describió este dramático cambio en nuestras mentes y corazones como Jesucristo viviendo en nosotros. Como hijos de Dios, realmente nos convertimos en una nueva creación “en Cristo”. Dios nos hace parte de su verdadera familia, sus hijos e hijas (2 Corintios 6:18).
¿Qué responsabilidades tienen aquellos que están siendo transformados?
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24).
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la misma manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:12-14).
Dios puede y está decidido a crear en nosotros su propia naturaleza divina (2 Pedro 1:4). “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Los dos primeros capítulos del Génesis explican brevemente cómo creó Dios el universo físico y al primer hombre y a la primera mujer. Pero ahora está trabajando en una obra más importante: la creación del carácter justo en sus hijos e hijas. Por esto es que para empezar este proceso en nosotros es tan importante nuestro arrepentimiento genuino y de todo corazón. Tenemos que querer, con todo nuestro corazón, que haga de nosotros una nueva persona.
¿Por qué es tan importante nuestra participación?
La creación del carácter justo es un proceso que requiere nuestra participación. Dios nos da el conocimiento y todo el poder que necesitamos, pero nosotros somos los que debemos tomar la decisión de vivir de una manera recta y justa. Sin nuestra decisión, hecha libremente, seríamos tan sólo autómatas, funcionando como unos robots programados con anticipación. Dios no desea esto.
Dios quiere que seamos sus propios hijos y que compartamos sus principios y valores. Quiere que apliquemos sus principios para tomar las mismas decisiones que él tomaría. ¿Por qué? Porque quiere que heredemos “todas las cosas”, que compartamos toda su creación con él. Como leemos en Apocalipsis 21:7: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”.
Veamos la vehemencia con que Pablo describe la herencia que Dios tiene para nosotros: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:16-18).
Para Dios nada es tan importante como nuestro desarrollo espiritual. Este desarrollo es esencial para que podamos recibir la increíble herencia que Dios tiene guardada para nosotros como sus hijos: “Pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra . . .” (Hebreos 2:6-9).
¿Fue Jesús como Dios quiere que seamos nosotros los seres humanos?
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:28-29).
Dios predeterminó, en su plan maestro, que su Hijo fuera el modelo para nuestro desarrollo. O, como Pablo lo dijo, Dios “nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Timoteo 1:9).
Si estamos “en Cristo”, nos estamos conformando a su “imagen”, así como “él es la imagendel Dios invisible, el primogénitode toda creación” (Colosenses 1:15). Nuestro crecimiento espiritual debe continuar “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Por lo tanto, “así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:49).
¿Podemos finalmente llegar a ser como el Cristo glorificado?
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él . . .” (1 Juan 3:2).
¿Cómo debe motivarnos el conocimiento de nuestro asombroso potencial?
“Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).
Conocer el plan eterno de Dios para nosotros debe inspirarnos a purificar nuestros corazones y motivaciones. Jesús dijo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8), y Santiago explicó: “Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17).
¿Qué corazón y pensamientos debemos emular?
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5).
Pablo acababa de describir varias características fundamentales de la mente de Cristo, su actitud hacia los demás. Enfatizó primero que si “en Cristo” hay “alguna comunión del Espíritu”, esto debe motivarnos a compartir “el mismo amor” los unos por los otros. “Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (vv. 1-2).
Luego explicó la motivación correcta de todas nuestras relaciones interpersonales: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (vv. 3-4). Necesitamos pensar con el mismo amor y humildad que había en la mente de Jesús.