El fruto del Espíritu

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El fruto del Espíritu

¿Podemos mezclar habitualmente la justicia con la injusticia y complacer a Dios?

“Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego” (Mateo 7:19).

“En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: Todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Juan 3:10).

Las Escrituras nos revelan que en ocasiones los hijos de Dios cometemos pecados después del bautismo (1 Juan 1:8). Pero si deseamos continuar gozando de la gracia de Dios, no sólo debemos confesárselos, sino también pedirle “limpiarnos de toda maldad” (v. 9). No podemos complacer a Dios si deliberadamente practicamos el pecado.

Sin embargo, es posible que algunos hábitos estén tan fuertemente arraigados desde nuestra niñez, que no podemos vencerlos solos. Las víctimas de un abuso continuo durante la adolescencia son un ejemplo de esto. Los efectos de estos pecados tienden a causar una gran debilidad en las víctimas, y se puede requerir un largo período de ardua lucha antes de poder vencerlos. Pablo describe nuestra tarea de esta forma: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros . . .” (Colosenses 3:5). Podemos lograrlo sólo con el poder del Espíritu de Dios.

Santiago plantea los requisitos de Dios de esta manera: “¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce. ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3:11-16).

¿Cómo se distinguen los verdaderos siervos de Dios de los que todavía son parte de este mundo?

“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos” (Mateo 7:16-17; comparar con Filipenses 1:9-11).

¿Qué fruto debe producir en nosotros el Espíritu de Dios?

“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza . . .” (Gálatas 5:22-23).

Cada aspecto del “fruto” que aparece en esta lista es simplemente un reflejo del carácter de Dios que se reproduce en nosotros por medio de su Espíritu.

¿Qué tan importante es el amor, como un aspecto del fruto del Espíritu, para nuestro crecimiento espiritual?

“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

“. . . El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).

Dios es amor (1 Juan 4:8). El amor es el fundamento de su carácter. Pablo describe la forma en que el amor de Dios transforma nuestro carácter: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser . . .” (1 Corintios 13:4-8). Todos los demás aspectos del fruto del Espíritu son simplemente expresiones específicas del amor divino.

Para complacer a Dios, ¿es suficiente amar a los que nos aman?

“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:43-45).

Al explicar que no sólo deberíamos amar a nuestros amigos y familiares, sino incluso a aquellos que no nos aman, Jesús nuevamente hizo énfasis en nuestra necesidad de la ayuda especial del Espíritu de Dios. Por naturaleza tendemos a que no nos gusten las personas que no nos quieren, y queremos a los que nos quieren. Pero esto simplemente es devolver mal por mal. En lugar de ello se nos dice: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21).

Las Escrituras nos enseñan que el amor es una deuda que siempre tendremos: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Romanos 13:8-9). El amor es la base de todos los mandamientos de Dios (Mateo 22:35-40). (Para una explicación más detallada de cómo la ley de Dios es una ley de amor, no vacile en solicitar nuestro folleto gratuito Los Diez Mandamientos; o si lo prefiere, puede descargarlo de nuestro portal en Internet.)

¿Cuáles son algunas de las formas más importantes en que debemos expresar el fruto del gozo?

“Pero alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque tú los defiendes; en ti se regocijen los que aman tu nombre. Porque tú, oh Eterno, bendecirás al justo; como con un escudo lo rodearás de tu favor” (Salmos 5:11-12).

“Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo” (1 Tesalonicenses 2:19-20).

“Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros” (Filipenses 1:3-4).

Podemos regocijarnos especialmente al saber que Dios siempre está allí para ayudarnos individualmente, y que también ayudará a nuestros hermanos espirituales en todo el mundo.

Pedro nos anima a regocijarnos de tal forma que honremos a Dios dando un buen ejemplo aun cuando nos maltraten, porque lo estamos sirviendo a él. “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pedro 4:12-13).

Buscar la paz con otros, ¿es un fruto importante del Espíritu de Dios?

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9).

“Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:17-18; ver también Romanos 10:15).


¿Por qué la paciencia es parte del fruto del Espíritu?

“Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación . . .” (2 Pedro 3:13-15).

Dios no ha revelado cuándo va a ocurrir el fin de esta era y el regreso de Jesucristo (Hechos 1:6-7). Pero en las Escrituras nos exhorta: “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca” (Santiago 5:7-8).

Dios tiene una excelente razón para esperar que tengamos paciencia. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). En su plan maestro de salvación Dios quiere ofrecer una oportunidad para que todo aquel que haya vivido pueda entender su palabra y se arrepienta.

Por lo tanto, quiere que esperemos con paciencia hasta que él actúe de acuerdo con su propio plan. “Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1:11-12).

En cuanto a nuestras relaciones interpersonales, también se nos exhorta: “Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:2-3).

Santiago expresa el mismo pensamiento: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Santiago 1:2-3).


¿Debe ser la benignidad parte de nuestro carácter?

“Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Romanos 12:10).

“. . . Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia . . .” (Nehemías 9:17; comparar con Joel 2:13).

“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).


¿Es la bondad otra característica de Dios que debemos emular?

“Bueno y recto es el Eterno; por tanto, él enseñará a los pecadores el camino” (Salmos 25:8).

“¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres!” (Salmos 31:19).

“Bueno eres tú, y bienhechor; enséñame tus estatutos” (Salmos 119:68).

“. . . El fruto del Espíritu es en toda bondad . . .” (Efesios 5:9).

¿Por qué la fe y la fidelidad son frutos esenciales del Espíritu de Dios?

“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro?” (Lucas 16:10-12).

“Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades” (Lucas 19:17).

Las Escrituras nos revelan que después del regreso de Cristo, cuando establezca su reino, los que van a estar con él serán “llamados y elegidos y fieles” (Apocalipsis 17:14). Para participar en su futuro reino, debemos pedirle a Dios que nos fortalezca con el poder de su Espíritu, para que podamos ser fieles y cumplir con las obligaciones de ser justos tanto con Dios como con nuestro prójimo.

Otro aspecto importante de la fidelidad es simplemente tener fe en Dios: confiar en él implícitamente. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). También se nos dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8). (Si desea profundizar más acerca de la fe que se menciona en la Biblia, no vacile en solicitar nuestro folleto gratuito Usted puede tener una fe viva; o si lo prefiere, puede descargarlo de nuestro portal en Internet.)

¿Es la mansedumbre parte del fruto del Espíritu?

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón . . .” (Mateo 11:29).

“Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres” (Tito 3:2).

Tanto Jesús como Pablo hicieron énfasis en que debemos tener una actitud correcta hacia los demás y que la tendremos cuando tengamos una actitud mansa y amable. Pablo les recordó a los tesalonicenses: “Antes fuimos tiernos [mansos] entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos” (1 Tesalonicenses 2:7-8). Dios no quiere que tratemos a los demás de una forma brusca o severa. Su carácter no es así. La naturaleza de Dios es misericordiosa, amable, tierna.

Pedro anima a las mujeres a no fijarse demasiado en su vestimenta, su atavío externo, sino a cultivar “el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:4). Santiago nos dice que “la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos” (Santiago 3:17). Debemos aprender a expresar amor genuino por los demás de una forma amable y considerada.

¿Qué tan importante es el dominio propio como fruto del Espíritu de Dios?

“Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, llamó a Pablo, y le oyó acerca de la fe en Jesucristo. Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré” (Hechos 24:24-25).

Pablo mencionó el dominio propio, el atributo final de la lista del “fruto del Espíritu” en Gálatas 5:22-23, como una de las tres principales características de su “fe en Jesucristo”, tal como la explicó al gobernador romano en Judea. Lo consideraba tan importante como la justicia y el juicio que vendrá. ¿Por qué es tan importante esta característica?

Una de las razones por las que necesitamos el Espíritu Santo es para ayudarnos a controlar nuestra naturaleza humana. Además de transformar nuestro pensamiento y perspectiva, el Espíritu de Dios nos fortalece para que podamos tener dominio propio y vivir de acuerdo con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras.

¿Por qué necesitamos algo más que sólo conocimiento para someter y controlar nuestra naturaleza humana?

“Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:3-4).

“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí” (Romanos 7:14-17).

Pablo nos dice que entender lo que es el pecado, el cual debe ser definido por la ley de Dios, no es suficiente para sobreponerse y controlar los deseos y el engaño de nuestra naturaleza humana. Conocer simplemente la ley de Dios no resuelve nuestro problema. La ley de Dios nos da el “conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Tal conocimiento es fundamental para nuestro crecimiento espiritual. Como Pablo lo confirma —contrario a la creencia que tan popularmente se le atribuye a él— debemos practicar “la justicia de la ley” (Romanos 8:4).

Pero ese no es el tema principal de estos versículos. Más bien, debido a la debilidad de nuestra carne Pablo hace énfasis en que no podemos alcanzar la verdadera justicia por nosotros mismos, por nuestros propios esfuerzos. Sólo cambiando nuestra naturaleza pecaminosa por la naturaleza de Dios podemos sobreponernos al pecado. Necesitamos que nuestro Redentor —Jesús, el Mesías y nuestro Salvador— viva en nosotros (Gálatas 2:20) para que nos libere de nosotros mismos y nos haga justos. Sólo así podemos producir el fruto del Espíritu en forma abundante.

El fruto del Espíritu refleja la bondad, la fidelidad y el dominio propio inherentes a la naturaleza de Dios. Si su Espíritu está en nosotros, estas características que son parte del fruto del Espíritu deben también ser parte fundamental de nuestra naturaleza, esto es, en tanto permanezcamos “en Cristo” y continuemos sirviendo a Dios con todo nuestro corazón.

¿Cómo resume Pedro estos elementos espirituales esenciales?

“Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:5-11).

Aquí Pedro resalta la importancia de nuestro crecimiento espiritual para poder mantener una relación obediente a Cristo ahora y en el futuro, cuando heredemos la vida eterna.