La esencia del ‘evangelio eterno’

Usted está aquí

La esencia del ‘evangelio eterno’

El apóstol Juan nos dice que, en una visión, vio “volar por en medio del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo . . .”. Notemos la esencia de ese evangelio eterno: “Temed a Dios, y dadle gloria . . . y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apocalipsis 14:6-7).

El mensaje de Dios para la humanidad es eterno e invariable. Como nuestro Hacedor, siempre ha hecho hincapié en la importancia de que tengamos una relación con él. A Abraham le dijo: “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti” (Génesis 17:7). Años después le dijo casi lo mismo al pueblo de Israel (Deuteronomio 29:13).

La expresión Reino de Dios implica mucho más que la administración de Jesucristo de las justas leyes de Dios en todo el mundo. Se aplica también a los hijos mismos de Dios, quien ha revelado que los miembros de esa familia, la que está creando actualmente, son hijos e hijas suyos y que, junto con Jesucristo, administrarán sus leyes sobre las naciones.

Jesús prometió: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21). ¿Qué harán entonces? “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones” (Apocalipsis 2:26).

Hay una relación muy estrecha entre Jesucristo y aquellos que compartirán con él ciertas responsabilidades en el Reino de Dios. “Todas las cosas existen para Dios y por la acción de Dios, que quiere que todos sus hijos tengan parte en su gloria. Por eso, Dios, por medio del sufrimiento, tenía que hacer perfecto a Jesucristo, el Salvador de ellos. Porque todos son del mismo Padre: tanto los consagrados como el que los consagra. Por esta razón, el Hijo de Dios no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:10-11, Versión Popular).

No sólo son los hermanos de Jesucristo, sino que Dios también los considera como sus propios hijos. “Como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo . . . Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:16-18).

Jesús comparó el Reino de Dios “al grano de mostaza . . . el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mateo 13:31-32).

El evangelio es el relato de cómo Dios está creando su familia al llamar primeramente a un grupo pequeño que, cual grano de mostaza, aumentará hasta que la tierra esté llena de los hijos de Dios.

No es de sorprenderse, pues, que Jesús haya dicho: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Marcos 10:14). Los hijos de Dios, que recibirán el don de la vida eterna como seres espirituales al regreso de Jesucristo, constituirán el Reino de Dios.

El apóstol Pablo describe cómo se llevará a cabo: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:50-53).

Desde el principio Dios ha querido ofrecerle a la humanidad el don más preciado de todos: el de la vida eterna como miembros de su familia en su reino. Aunque Adán y Eva fueron expulsados del Edén debido a su pecado, Dios ya tenía planeado que la humanidad tuviera otra oportunidad de entrar en una relación de familia —amorosa, personal y eterna— con él.

Aun ahora Jesús está haciendo preparativos para el reino y para el futuro con nosotros (Juan 14:1-3). Dios nos ofrece la oportunidad de entrar en ese reino como hijos inmortales suyos. El apóstol Pablo escribió lo siguiente: “. . . sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria” (1 Tesalonicenses 2:11-12).