¿Por qué existe el sufrimiento?
Un famoso escritor preguntó: “Si Dios es infinitamente bueno, y si también es infinitamente poderoso, ¿por qué existe el mal?” Esta es una pregunta cuya respuesta deseamos todos.
Dios revela el propósito que tiene al permitir el sufrimiento durante el tiempo presente, cuando debemos luchar contra nuestra naturaleza y nuestro razonamiento destructivos. Es precisamente nuestro libre albedrío —nuestra libertad para elegir— lo que nos da la clave para comprender por qué Dios permite que haya maldad y sufrimiento.
¿Qué decisión importante tuvieron que tomar nuestros primeros padres?
“Y el Eterno Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2:9).
El primer libro de la Biblia nos habla acerca de dos árboles que Dios creó. Uno representaba el camino hacia una vida abundante y llena de bendiciones; el otro representaba el camino del sufrimiento, angustia y muerte. Dios permitió que Adán y Eva eligieran entre esos dos árboles. No obstante, no dejó a nuestros primeros padres en la ignorancia; les explicó las consecuencias de la elección que hicieran y, aún más, les ordenó no elegir mal (Génesis 2:15-17; comparar con 3:3).
¿Cuál fue la decisión de vital importancia que tomaron Adán y Eva?
“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Génesis 3:6).
Aunque el Creador le advirtió al primer hombre que no comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal, no impidió que Adán y Eva tomaran una decisión equivocada. Dios los había creado a su propia imagen y les había otorgado libre albedrío. Dios es absolutamente santo y su carácter es perfectamente justo; siempre ha elegido actuar de manera sabia y buena. No existe ningún poder superior a él que le fuerce a actuar correctamente; la rectitud ha sido siempre, y por siempre será, su forma de vida. Su naturaleza es amor, la máxima expresión de su carácter perfecto (1 Juan 4:8, 16).
Debido a que Dios quiere que seamos semejantes a él, no nos hizo como autómatas. Pues si nos hubiese creado de esa manera, sería imposible que fuéramos desarrollando un carácter justo, el mismo tipo de carácter que Dios posee. No podría imprimir en nosotros su imagen espiritual. Para adquirir carácter, debemos evaluar nuestras posibles decisiones y reconocer las consecuencias de cada una. Debemos escoger entre lo bueno y lo malo, entre lo sabio y lo necio, entre la cordura y la insensatez.
¿Qué sucede cuando hacemos elecciones equivocadas?
“El que sembrare iniquidad, iniquidad segará . . .” (Proverbios 22:8).
El apóstol Pablo expone muy claramente el principio de segar lo que se ha sembrado: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7-8).
La historia bíblica muestra que Dios raramente interviene para impedir que el hombre ejerza el libre albedrío y tome sus propias decisiones. Encontramos circunstancias en la Biblia en las que Dios intervino de manera temporal para impedir la libertad de acción de algún hombre o nación, en algunos casos para proteger a sus siervos, en otros casos para hacer cumplir una profecía.
En cierta ocasión Dios hizo que el rey Saúl profetizara de manera involuntaria, a fin de proteger a su siervo David. No obstante, Saúl pronto volvió a su antiguo modo de ser (1 Samuel 19).
Dios también intervino para proteger a Sara, la esposa de Abraham, de las intenciones de un rey (Génesis 20). Dios ha intervenido de manera frecuente en los asuntos humanos para ayudar o para proteger a sus fieles siervos.
Por lo general, el propósito de Dios se cumple cuando permite que ejerzamos el libre albedrío, cuando permite que las cosas sigan su curso, aunque estas acciones equivocadas nos acarreen enormes sufrimientos. De otra manera no captaríamos la importancia de un carácter justo, ni podríamos captar plenamente las terribles consecuencias de una conducta pecaminosa.
Por ejemplo, Dios no evita que ingiramos alcohol en exceso. No nos quita nuestro libre albedrío ni evita que suframos las consecuencias de esos actos. Pero si alguien abusa del alcohol, y sinceramente busca el poder espiritual y la ayuda divina para vencer su debilidad, Dios está dispuesto a prestarle ayuda por medio de Jesucristo (Hebreos 2:16-18; 4:14-16). Dios siempre está dispuesto a escuchar las oraciones de aquellos que con humildad y sinceridad se esfuerzan por obedecer sus mandamientos (1 Pedro 3:10-12; Isaías 66:1-2).