¿Libres para elegir o libres del sufrimiento?
Si comprendemos claramente por qué Dios permite el sufrimiento, debemos encarar otra importante pregunta. ¿Cómo es posible que tengamos libre albedrío y al mismo tiempo estemos libres del sufrimiento? Desesperadamente deseamos tener las dos cosas, pero ¿podemos tenerlas simultáneamente?
Si existe un ideal que prácticamente sea venerado en la cultura occidental, es la libertad. La libertad es el fundamento de nuestro sistema social. Muchas personas están dispuestas incluso a dar su vida por la libertad y la autodeterminación.
Dios mismo nos ha otorgado el libre albedrío como parte de su gran propósito. El Creador no nos presiona para que sigamos un camino en particular, sino que nos permite elegir el camino que vamos a seguir. En cuanto a la libertad de elección, Dios dijo lo siguiente al antiguo Israel: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida . . .” (Deuteronomio 30:19).
El escritor ruso Fiódor Dostoievski expresó apasionadamente lo que bien puede ser el concepto que ahora prevalece sobre el libre albedrío. En 1864, en sus Memorias del subsuelo, escribió sobre nuestra necesidad de autodeterminación: “El hombre necesita únicamente su libre albedrío, sin importar cuánto le cueste y a dónde lo lleve”.
Pero ¿cuáles pueden ser las ventajas y las desventajas de nuestro libre albedrío? Debemos tener en cuenta que la libertad de elección permite que haya buenos resultados y que también haya malos resultados. El costo puede ser enorme, ya que nuestra elección puede tener consecuencias desastrosas.
A principios del siglo xx (así como ahora), las personas tenían plena libertad para tomar decisiones, y los dirigentes de varias naciones tomaron decisiones fatídicas. El orgullo, la terquedad, el miedo, el oportunismo estratégico, los enredos en alianzas políticas y militares, contribuyeron al inicio de la primera guerra mundial. Cuando las condiciones lo propiciaron, las naciones enemigas se encontraron atrapadas en un callejón sin salida, en una matanza interminable de sus jóvenes soldados. Lo mismo ha ocurrido a lo largo de la historia.
Pero dentro de todo este caos, la pregunta crucial no es si Dios está vivo y si escucha a los participantes, sino si ellos lo escuchan a él.
El apóstol Pablo resumió la condición de la humanidad: “Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:15-18). Lamentablemente, la destrucción, miseria, agonía y sufrimiento no recaen exclusivamente sobre aquellos que toman decisiones equivocadas. Muchas de las consecuencias de nuestras decisiones caen de una manera indiscriminada sobre seres inocentes. Personas que no tienen ninguna culpa pueden resultar lastimadas, y así sucede muy a menudo. No es raro que aquellos que nada tuvieron que ver con la toma de decisiones erróneas, sean los que más consecuencias nefastas sufran.
Moisés confirmó este principio: “El Eterno [es] tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos” (Números 14:18). Las consecuencias de algunos pecados se hacen sentir durante varias generaciones.
Las decisiones equivocadas del hombre son la causa de la mayor parte del sufrimiento que observamos en el mundo.