¿Somos obstinados en nuestro actuar?
Todos tenemos nuestra forma de actuar. Crecemos haciendo ciertas cosas en nuestra familia, en nuestra comunidad e incluso, con nuestros compañeros. Generalmente esto define quiénes somos y cómo vivimos. A menudo vemos a alguien llenando de nuevo la lavadora de platos, porque no le gustó como lo hicieron. En ocasiones algún huésped nos dice que nuestra cocina no está arreglada apropiadamente. La forma en que hacemos las cosas está muy arraigada en nosotros y no queremos cambiar.
Recuerdo a una amiga que me ayudaba a doblar toallas. Ella estaba doblando una toalla cuando le interrumpí y le mostré cómo quería que lo hiciera. Ella me hizo broma por tener mi particular forma de doblarlas. Entonces, le expliqué mis razones. Pero, aun así, pensó que era una anticuada. Pensé que ella debería respetar la forma en que yo hacía las cosas. Estaba tan cerrada en mis pensamientos que no podía ni siquiera mirarla.
Todos los seres humanos tenemos dificultades para erradicar nuestros malos hábitos. Esto siempre ha sido un problema entre Dios y su pueblo. Él nos ha llamado para ser sus hijos y caminar en sus sendas (1 Reyes 3:1-4; Ezequiel 20:18-20) pero no lo queremos hacer. No disgusta cambiar la manera en que hacemos las cosas, tanto que a veces nos empecinamos y no admitimos que estamos equivocados.
Jonás actuó así. Rehusó hacer lo que Dios le ordenó. (Jonás 1:1-3). Jonás no solo trató de huir de Dios, sino que cuando Dios le dijo lo que Él quería que hiciera, él se enojó (Jonás 4:1). A Jonás no le importaba si la gente de Nínive iba a ser castigada. Él no se sentía bien cuando las cosas no sucedían como él las había concebido. Estaba obstinado en su forma de pensar, lo cual lo hizo reaccionar en una forma inapropiada.
¿Permitimos nosotros que este tipo de cosas se interpongan en nuestra relación con Dios? Cuando Dios nos llama, ¿nos viene a la mente que no lo haremos así? Quizá pensemos que no es importante ir a la Iglesia cada semana, o que el diezmo toma mucho de nuestro dinero. Puede ser que no nos guste la manera en que Dios hace las cosas, porque pensamos que somos maduros y “sabemos lo que hacemos”. Los diez mandamientos no son sugerencias, aunque algunos lo toman así. Uno de estos mandamientos es la observancia del Sábado, que debemos santificar (Éxodo 20:8).
Tengo un amigo que acostumbraba a ir a pescar los sábados. Cuando empezó a venir a la Iglesia, todavía seguía yendo. Pensaba que era una forma de relajarse y razonaba que el Sábado es precisamente para eso. El problema era que él estaba anteponiendo lo que le gustaba por lo que Dios quería que hiciera. Eventualmente dejó de ir a pescar. Esto es solamente un ejemplo de “nuestra manera” de andar en los caminos de Dios. Otros trabajan o hacen citas no emergentes el Sábado. Ellos tienden a exponer sus razones diciendo que eso está bien. Dicen cosas como “Dios entenderá” o “Dios conoce mis necesidades”. Pero Dios no ve las cosas de esa forma. Él dice: “Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia…” (Isaías 58:13).
Quizá estábamos viviendo al límite de nuestro presupuesto financiero cuando aprendimos sobre el diezmo. Entonces encontramos excusas para diezmar parcialmente o no del todo. Puede que nos digamos a nosotros mismos que necesitamos un café de $ 7.00 cada mañana para enfrentar el día; que llevar almuerzo al trabajo supone demasiado esfuerzo. O quizá pensemos que nos merecemos aquel carro nuevo que estamos pensando comprar. Nos gusta la comodidad, aunque sabemos que si no diezmamos le estamos robando a Dios (Malaquías 3:8).
Estas son solo algunas maneras de anteponer nuestro criterio al de Dios. Si nos detenemos a pensar, existen muchas más, porque hasta nuestros pensamientos pueden ser un hábito. Podemos caer en el hábito de pensar en forma negativa acerca de personas o situaciones. La escritura nos dice que traigamos cada pensamiento a la captividad para obedecer a Cristo. (2 Corintios 10:5). Dios sabe que la mente carnal lucha por hacer lo que es correcto pero que, sin su Espíritu Santo, fallamos. (Romanos 8:7). Esta es la razón por la que debemos orar y hacer las cosas como Dios lo requiere de nosotros.