Nuestro hablar
Encontramos lenguaje considerado “soez” en todos los aspectos de la vida, incluso en aquellos que se esperaban que fueran “muy profesionales” para esa forma de hablar.
Me lo he encontrado frecuentemente en la escuela, trabajo y en varios lugares, donde la presión social es una herramienta poderosa que Satanás puede usar para influenciarnos a pecar. Mientras que algunas personas afirman estar “alejados” del maldecir, de las palabras soeces y del tomar el nombre de Dios en vano, todos en alguna ocasión hemos dicho algo por lo que nos hemos tenido que disculpar o quisiéramos no haber dicho.
Nuestras palabras gobernadas por la Palabra de Dios
La Biblia tiene una plétora de palabras sabias para ofrecer en el tema de nuestra forma de hablar. Dos de los diez mandamientos reglamentan específicamente lo que no deberíamos decir, mientras que otros pueden ser quebrantados por nuestras palabras también (Éxodo 20). Por ejemplo, el expresar odio hacia alguien más es transgredir el mandamiento de no matar. En el versículo 7 leemos que no se nos “dará por inocente(s)” si blasfemamos el nombre de Dios (este mandamiento también se encuentra en Levítico 19:12). Como tal, seríamos culpables de transgredir la ley de Dios y enfrentar la pena de muerte. La palabra “vano” indica falta de sentido y egoísmo, e incluso podría ser considerado una forma de idolatría, ya que al cometer este pecado nos elevamos a un nivel donde nuestra intención detrás de usar el nombre de Dios está más elevada que la santidad de Su nombre. Poniendo nuestra voluntad sobre la voluntad de Dios es ciertamente un pecado.
El libro de Apocalipsis nos enseña que la forma en que hablamos puede impedirnos de entrar al Reino de Dios. En Apocalipsis 21:8, leemos que entre las personas que serán quemadas en el lago de fuego están los “abominables”, “idólatras” y “mentirosos”. Hay consecuencias claras de no arrepentirse de este pecado, como de cualquier otro pecado.
La rendición de cuentas es necesaria
Los cristianos y eventualmente todo el mundo seremos juzgados en parte por lo que decimos. Cristo reveló que “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” y continuó diciendo que nuestras palabras pueden justificarnos o condenarnos (Mateo 12:33-37). Tenemos que rendir cuentas por lo que decimos, y obviamente es algo a lo que Dios le asigna un gran significado. En los versículos anteriormente mencionados Cristo enseña que “de la abundancia del corazón habla la boca”. Lo que hay en nuestros corazones es algo importante para Dios y el refrán “basura hacia dentro, basura hacia fuera” se mantiene cierto. Si llenamos nuestros ojos, oídos, mente y corazón con basura, ¿por qué nos debe sorprender cuando solo se nos escapa lenguaje sucio y asqueroso?
El habla es una herramienta poderosa. En uno de los salmos de David que trata sobre una historia trágica, Dios enseña que las palabras pueden traer ya sea paz o violencia (Salmos 55:9-11). David menciona que, debido a esto, su ciudad está en problemas: “Maldad hay en medio de ella, y el fraude y el engaño no se apartan de sus plazas”. Nuestras palabras tienen el poder de construir o destruir y no es sorpresa que Dios requiere responsabilidad de parte nuestra al usarlas.
Debemos respetar el nombre de Dios si deseamos ser Sus discípulos y fallar en hacerlo es un pecado. Hay consecuencias físicas y espirituales tanto de esto como de muchas otras formas de mal hablar, incluyendo decir palabras soeces, siendo ofensivo, mintiendo y alardeando.
Se nos conoce y seremos juzgados por nuestras acciones, de las cuales nuestra forma de hablar es parte. Los pensamientos y deseos internos producen este comportamiento, del cual somos completamente responsables. Nuestras palabras son una de las poderosas herramientas que Dios nos da y podemos usarlas para bien o para mal. ¡Asegurémonos pues, que nuestras palabras hagan el bien!
Fuente: UCG.org