Mentirse a sí mismo

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Mentirse a sí mismo

El mandamiento de no mentir puede parecer uno de los más inocentes, incluso de los más fáciles de obedecer.

Quizá sea porque asumimos que se refiere de algo completamente voluntario, que podemos dejar con toda sencillez. Sin embargo, creo que pensamos de ese modo porque casi siempre consideramos la mentira que extendemos a otras personas y muy pocas veces nos detenemos a reflexionar en las ocasiones en que nos mentimos a nosotros mismos.

¿Cómo podríamos mentirnos o engañarnos?

Es una pregunta difícil de responder porque la idea de ocultarnos algo a nosotros mismos, o de falsear información que conocemos, parece sencillamente absurda. Pero no lo es. Como comenté en algún blog anterior, frecuentemente andamos por la vida con la seguridad de que hacemos siempre lo correcto, sin detenernos siquiera un poco a escudriñarnos (y a nuestro alrededor) acerca de las potentes consecuencias de nuestras acciones. Esa ceguera auto-inducida, el hecho de creernos nuestra idea de perfección y autojusticia, es mentirnos a nosotros mismos y es llamar a Dios mentiroso, como dice 1a Juan 1:18.

Dios espera hijos consistentes, conscientes de sí mismos. Conocerse a sí mismo es una parte indispensable de nuestra conversión cristiana: reconocer nuestras debilidades, nuestros errores, nuestras fortalezas y talentos es algo que nos abre puertas para desarrollar todo nuestro potencial. En esencia es primordial conocerse a uno mismo para no mentirse o engañarse.

Una forma de iniciar este proceso de autoconocimiento es la meditación de la que ya somos; midiéndonos con la única regla justa: La ley y los mandatos de Dios. Pero otra muy potente, de idéntica importancia, es irnos construyendo conscientemente. Actuar con conocimiento de causa, dominando nuestros impulsos y actuando con la mira fija en la obediencia a Dios. No es solo reconocer nuestras fallas, sino corregirlas para que no ocurran más.

Por eso es indispensable conocer con profundidad lo que Dios espera de nosotros, y cuál es su plan para nuestra especie. Él nos lo revela en su palabra claramente, a través de sus mandamientos, de sus leyes y sobre todo, con los ejemplos de vida de infinidad de personajes (tanto positivos como negativos). Escudriñar las escrituras no es aprenderse de memoria versículos o frases, es mantenernos receptivos al mensaje de Dios para nosotros: a sus amonestaciones, advertencias, promesas e inspiración.

El Eterno nos ha bendecido con el don del libre albedrío y con ello, el de la individualidad. Tenemos la capacidad de luchar y vencer a nuestras debilidades con su ayuda y misericordia y nuestro esfuerzo y entrega. Nuestra primer batalla, como menciona Pablo en su epístola a los Romanos, es con nuestra propia carne y naturaleza, con aquella idea de que no pecamos y estamos bien.

La carrera es larga. Sin embargo, la fuerza que habremos de necesitar se encuentra en la gran esperanza de un futuro honroso al lado de nuestro Señor, como miembros una gran familia unida en el mismo espíritu de paz, piedad y amor. No dejemos que el orgullo de nuestra carne y corazón nos aparte de esta promesa tan maravillosa; aceptemos con humildad y decoro que nuestra condición sigue siendo la de aspirantes a formar parte del Reino de Dios.