La relación de apego en la vida cristiana
Gordon Newfeld, psicólogo y médico canadiense, en su libro “Cómo retener a nuestros hijos”, establece que no importa cuán preparados intelectualmente seamos, cuánta comprensión tengamos, o cuánto amor prodiguemos; la crianza de los hijos será efectiva en la medida en que sepamos administrar nuestra autoridad.
Para que los hijos sean receptivos a la crianza paterna, debe existir una relación padre-hijo conocida como apego, o afecto. Cualquier teoría relacionada con la buena crianza, falla si no se fundamenta en esta interacción.
El apego es un vínculo afectivo duradero que se desarrolla entre dos personas; cuyo objetivo es la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza para proporcionar seguridad, consuelo y protección.
Emocionalmente el apego surge cuando se está seguro de que la otra persona estará siempre presente; facilitando que aparezcan la empatía, la comunicación y el amor ágape.
El vínculo suele darse entre los infantes y sus progenitores o cuidadores. La importancia del apego radica en asegurar la supervivencia de la cría, proporcionar autoestima y la posibilidad de intimar; tener comunicación emocional privilegiada, así como refugiarse en situaciones de angustia o confusión.
Desafortunadamente en la sociedad actual, el apego desarrollado en la familia está siendo menoscabado en la medida en que los hijos se vinculan a un mundo donde no se le da importancia a dicha relación. La tesis planteada por el Dr. Newfeld es que la falta de afecto familiar tiene relación con la influencia ejercida por amigos y condiscípulos, quienes por razones que tienen que ver con la edad, los lleva a identificarse afectivamente con sus colegas.
¿Cómo aplicar la relación de apego a la vida cristiana?
En el Salmos 139:9-10 podemos leer: “Si tomo las alas del alba, y si habito en lo más remoto del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”.
El salmista muestra al Eterno como un ser omnipresente, todopoderoso y padre amoroso e incondicional; siempre dispuesto a la búsqueda y mantenimiento de proximidad en momentos de amenaza.
Abraham, por su relación de apego con el Eterno, fue constituido en padre de una nación grande a partir de la cual serían benditas todas las familias de la tierra.
Otro ejemplo lo encontramos en Pablo. Veamos Hechos 22:14-15: “El Dios de nuestros padres te ha designado para que conozcas su voluntad, y para que veas al Justo y oigas palabra de su boca. Porque testigo suyo serás a todos los hombres de lo que has visto y oído.”
Los personajes nombrados, incluyendo a María, Ester, Ruth, Lidia, Juan el Bautista, Daniel, José, David, Salomón; lograron sobrevivir y salir victoriosos en un mundo adverso, por la relación de apego que mantuvieron con el Eterno. Esto quiere decir que es posible para el cristiano vencer el mal a través de una relación afectuosa con el Eterno, confiando en las promesas hechas a todo aquel que siga el camino de Cristo, la única vía que nos lleva al Padre y a su plan de salvación.
¿Qué podemos decir con relación a la Iglesia?
Al respecto el apóstol Pablo en Romanos 1:12 afirma: “es decir, que para cuando esté entre vosotros nos confortemos mutuamente, cada uno por la fe del otro, tanto la vuestra como la mía”.
En el capítulo 12 verso 5 continúa: “así nosotros que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros”.
Estimados hermanos y amigos, oremos a Dios para nos permita desarrollar nuestra relación de apego cristiano, tanto individual como colectivamente, a través de nuestro hermano mayor Cristo Jesús. Que así sea.