La familia contra el enemigo

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La familia contra el enemigo

Por distintas razones me tocó estar fuera de casa por algunos años. Esto me ayudó a apreciar mejor lo privilegiado que fui de disfrutar la crianza en una familia que, aunque con defectos, siempre me amó. En ese tiempo lejos de casa fui un espectador lejano de cómo mis seres queridos iban cambiando, creciendo o envejeciendo. Es normal, así como ellos fueron espectadores lejanos de cómo yo iba cambiando, creciendo y envejeciendo.

He vivido muchas cosas, visto tantas otras y aprendido algunas pocas. Una vez conocí a un inmigrante africano. Me contó de cómo tuvo que dejar a su familia en África para buscarles sustento en Europa. Me contó de su trabajo y de las experiencias duras que ha tenido que vivir. Cuando le pregunté hacía cuánto no veía a su esposa y sus dos hijas, agachó la cabeza, se le aguaron los ojos y me dijo con la voz quebrantada: "Hace muchos años". Me di cuenta que así como les sucede a muchos inmigrantes latinoamericanos, una triste y similar realidad se vive en otras partes del mundo.

Estas y muchas otras anécdotas más me han hecho reflexionar sobre lo afortunados que somos mi familia y yo. Esta fortuna no la merecemos, sino que es por gracia del Eterno (2 Timoteo 1:9). Y por esa misma gracia hemos sido llamados a buscar su Reino por sobre todas las cosas, y a amarle a él y a amarnos los unos a los otros. Este llamado supremo y sublime nos hace enemigos de una potestad que está en contra de todo lo que es bueno, en contra del amor. A diario estamos bajo el asedio de un enemigo que está siempre al acecho, tramando planes para atacarnos (Efesios 6:12).