El mejor regalo para las madres
Esta celebración se remonta a 1870, cuando la activista Julia Ward Howe organizó una manifestación pacífica en Boston a favor de las madres víctimas de la guerra de secesión en Estados Unidos. Esto inspiró a Anna Reeves Jarvis a luchar por oficializar esta fecha desde 1908. Finalmente, el reconocimiento llegó en 1914, cuando el presidente Woodrow Wilson declaró oficialmente el Día de la Madre.
En este día la venta de flores y regalos satura el mercado para expresar agradecimiento y admiración por las madres. Los floricultores planifican cuidadosamente sus labores desde la siembra hasta la cosecha para obtener la mayor producción de flores en esa fecha. Aunque, en realidad, este no debería ser el único día para demostrar nuestro cariño por la mujer que nos dio la vida.
Dios nos instruye en su Palabra a honrar a nuestros padres dentro de sus Diez Mandamientos. “Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios” (Éxodo 20:12).
Este principio debe inculcarse desde nuestros primeros años de formación, que constituye una de las relaciones humanas fundamentales dentro de la familia. En otras áreas de las Escrituras, Dios amplía sus expectativas con respecto a la autoridad.
Un regalo de vida
En la ciudad de Viena, junto al Hospital General, se aprecia la estatua de una mujer con su hijo en brazos. En su base se lee la inscripción “El Salvador de las Madres”. Este monumento se erigió como un reconocimiento al Dr. Ignacio Phillip Semmelweis, un obstetra húngaro que, a mediados del siglo XIX, precediendo los hallazgos de Pasteur y Lister, descubrió la causa de la muerte de muchas mujeres durante o después de su alumbramiento.
En 1847, este connotado galeno propuso a sus colegas lavarse las manos con hipoclorito cálcico antes de atender a las pacientes en el hospital obstétrico, ya que las cifras de muertes de mujeres que acababan de dar a luz eran aterradoras. Descubrió que, al desinfectarse las manos, disminuían drásticamente los casos de muerte de mujeres y recién nacidos por causa de la fiebre puerperal, conocida como fiebre del parto.
Luchando contra la oposición de sus colegas que no aceptaron sus observaciones, descubrió que la infección nosocomial de pacientes por las manos contaminadas del personal sanitario era una de las formas de diseminación de los agentes infecciosos, especialmente por los estudiantes que habían estado en contacto con cadáveres.
A pesar de demostrar la eficacia de su método, sus colegas rechazaron sus ideas tachándolo de loco y charlatán. Además, no querían que les inculparan dichas muertes. Al final, el Dr. Semmelweis fue despedido del hospital y cayó en una profunda depresión. Se dio a la bebida y fue internado en un hospital psiquiátrico donde murió a causa de una septicemia a sus 47 años.
Actualmente, debido a la pandemia, se han enfatizado las medidas antisépticas como el aislamiento y el lavado frecuente de las manos. Pero estas medidas sanitarias fueron promulgadas por Dios desde hace siglos, para preservar la salud de su pueblo (Éxodo 30 y Levítico 13).
Honremos a nuestra madre
Una forma de honrar a las madres es agradeciéndoles todo lo que han hecho por nosotros. De esta manera sentirán que todos sus sacrificios valieron la pena.
Podemos expresarle nuestro afecto con un fuerte abrazo. Se ha descubierto que los abrazos tienen un efecto terapéutico. Según un estudio de la Universidad de Carolina del Norte, los abrazos reducen la presión arterial y elevan los niveles de oxitocina, la hormona que nos produce bienestar.
También podríamos llevarla a visitar ciertos lugares que tienen recuerdos gratos para ella, por ejemplo, su lugar favorito para comer, la escuela donde estudió o la iglesia donde contrajo nupcias. Otra forma es cocinar para ella, prepararle su plato y su postre favorito.
Siempre debemos estar agradecidos por su esfuerzo al criarnos y educarnos; por los valores que nos inculcaron y que ahora sustentan nuestra vida; por enseñarnos a aprender de nuestros errores y apoyarnos, tanto en los tiempos buenos como en los difíciles.
El mejor regalo que podemos dar a nuestra madre es escucharla. Permitámosles hablar para que compartan sus recuerdos con nosotros, que también son parte de nuestra historia. Recordemos el consejo del predicador: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la dirección de tu madre” (Proverbios 1:8).
Para aquellos que hemos perdido a nuestra madre en la niñez o en la juventud, nos corresponde llegar a ser hombres o mujeres de bien y vivir según sus anhelos y esperanzas.