El arrepentimiento efectivo

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El arrepentimiento efectivo

He llegado a la conclusión que, si quieres saber exactamente lo que Dios piensa de nosotros como sus hijos, debes tener los tuyos.

Cuando mis hijos eran menores de edad, recuerdo varias ocasiones cuando cometieron errores y se vieron envueltos en problemas. Los sentábamos a nuestro lado y les explicábamos por qué se habían equivocado, o por qué corrían peligro. Les mostrábamos el camino correcto, y entonces, con vocecitas tiernas murmuraban: “lo siento papi, lo siento mami”. No podía dejar de sentir ternura.

Dios nos promete que nunca nos abandonará ni desamparará. Pero debemos desear genuinamente volvernos hacia él y estar dispuestos a humillarnos y someternos a su voluntad.

…y entonces –quizá tus hijos no se comporten como los míos -pero en más de una ocasión, unas semanas después habían olvidado los errores pasados y caían en ellos nuevamente. Repetíamos el proceso para recordarles la promesa involucrada en la expresión: “lo siento papi, lo siento mami”, y todo para que eventualmente volvieran a cometer las mismas faltas en el momento menos pensado.

Estoy convencido que esta interacción está concebida para ayudarnos a conocernos tanto a nosotros mismos como a nuestra relación con Dios.

¿Cuántas veces te has encontrado en circunstancias similares? ¿le dices a Dios que lo sientes? Reconoces que has actuado en forma errónea, tal vez pasas por el proceso de arrepentimiento y solicitud de perdón, y al final tienes la certeza de encontrarte en las condiciones iniciales

¿Por qué las cosas no funcionan como es debido?

Para muchas personas -tratar de erradicar el pecado de sus vidas se convierte en frustración, desilusión y actitudes de derrota. Comienzan a pensar que son incapaces de vencer al pecado contra el cual luchan. Se desaniman y se preguntan si vale la pena seguir bregando.

Algunos se dan por vencidos.

¿Cómo detener este ciclo de pecados?

Definitivamente, el pecado es vencido a través del proceso de arrepentimiento y la sumisión de nuestras vidas al Espíritu Santo de Dios.

En el Nuevo Testamento la palabra “arrepentimiento” se tradujo del término griego metanoia, que significa “cambiar el modo de pensar”. El arrepentimiento significa que debemos cambiar interiormente los pensamientos pecaminosos y como consecuencia, ser obedientes a Dios. El arrepentimiento implica el cambio de pensamientos y asumir actitudes que motiven nuestras acciones.

¿Cómo lo lograremos? ¿Cómo practicaremos el arrepentimiento efectivo?

El arrepentimiento efectivo requiere de tres etapas específicas.

1. Tristeza genuina manifestada a Dios por nuestros pecados.

En mi trabajo con jóvenes por varios años en el campo de la educación, no puedo precisar cuántas veces escuché la expresión “Lo siento…” ;Es una respuesta automática e instantánea expresada sin pensarlo dos veces porque se cree que es lo que la gente desea escuchar.

Aunque ciertas personas muestran arrepentimiento por sus actos y lo sienten de verdad, un gran número simplemente se avergüenza por el hecho de haber sido descubiertos.

Cuando somos jóvenes aprendemos rápidamente a lamentarnos por las consecuencias de nuestras decisiones erróneas o por la desobediencia. No deploramos la acción equivocada que nos condujo a tal o cual situación, sino que nos lamentamos por las consecuencias que vamos a experimentar como resultado de nuestro comportamiento.

Se necesita un determinado grado de madurez para poder sentir el dolor genuino producto del conocimiento de cuánto hemos podido herir a otra persona.

Cuando David tomó conciencia del pecado cometido con Betsabé, escribió el Salmo 51, una oración de arrepentimiento manifestado a Dios de todo corazón. En los versos 1 a 4, suplicó a Dios que lo limpiara. David quería ser limpio y restaurado. Entendió verdaderamente que había pecado. Como resultado del conocimiento de haber transgredido el mandato de Dios, mostró una tristeza genuina. No estaba arrepentido por lo que había cosechado, sino por haber pecado contra El Eterno (Salmos 51:1-4).

Nuestras transgresiones pueden tener diversas ramificaciones y consecuencias. Pueden afectar directamente el trabajo, la familia, las relaciones interpersonales y familiares o las finanzas. Pero lo más importante es reconocer que afectan nuestra relación con nuestro Creador y que definitivamente pecamos en contra de él. Debemos adquirir conciencia de practicar el arrepentimiento efectivo.

Al respecto, Pablo hizo referencia a la iglesia de Corintios. Continuando con la amonestación que dio en su primera epístola, en la segunda afirmó que se regocijaba no solo porque habían demostrado pesar sino por la sinceridad del arrepentimiento (2 Corintios 7:9-10). En el verso 10 sentencia que la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación; pero la del mundo produce muerte.

Actualmente muchas personas confunden los conceptos de tristeza y arrepentimiento, asumiendo que si sienten remordimiento por algún acto cometido es porque se han arrepentido. Sentirse mal por las transgresiones en contra de la ley de Dios no es lo mismo que estar arrepentidos. El pesar y el arrepentimiento guardan una relación estrecha, así como el verdadero cambio no puede producirse sin primero haber sido declarados culpables por los pecados, pero no son la misma cosa.

Es correcto afirmar que la tristeza que es según Dios nos conduce a cambiar de actitud y a superar los pecados. Esta tristeza crece dentro de nosotros y fomenta la emoción, la diligencia y el celo por la verdad de Dios. Como consecuencia nuestra fe se acrecienta y comenzamos a cambiar nuestros pensamientos y modo de actuar.

2. El arrepentimiento sincero requiere repudiar al pecado y tener complacencia por abandonarlo.

Debemos percibir al pecado, así como Dios lo hace.

El ejemplo de Job ilustra este aspecto. En el último capítulo del libro, Job confiesa a Dios que había comprendido que no tenía el conocimiento suficiente cuando fue sometido a prueba por primera vez (Job 42:1-6). Comenzó a entender la naturaleza de sus pecados y en el verso 6 exclama “me retracto de mis palabras”. Reconoció sus pecados contra Dios y los rechazó. Este rechazo lo impulsó a querer cambiar todo lo que fuera necesario cambiar para no continuar en pecado.

Debemos repudiar el pecado porque reconocemos su impacto negativo en nuestra relación con el Eterno, pero también porque debemos verlo con la misma perspectiva con que él lo ve. Dios detesta el pecado. En Salmos 5:4 el salmista escribe: “Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El malo no habitará junto a ti”. El pecado entre nosotros no es agradable a Dios, por lo tanto, debe ser eliminado. Debemos estar dispuestos a eliminarlo.

Sin embargo, es importante tener en cuenta que lo anterior no tiene que ver con una repulsión o motivación malsanas. Para erradicar el pecado de nuestras vidas no tenemos que auto flagelarnos o deprimirnos o asumir una actitud derrotista. Esta contienda la podemos observar en la vida de muchos cristianos a lo largo de la historia de la humanidad

El apóstol Pablo menciona esta lucha de la naturaleza humana. En Romanos 7:14-15 explica que al final termina haciendo las cosas que no desea, pero no hace las que debe. Esta es la perfecta descripción de la batalla que entablamos entre la naturaleza humana y el pecado. Conocemos la vida que se supone debemos vivir, pero nos sorprendemos viviendo a menudo en sentido contrario.

La relación de este concepto con respecto a nosotros, es que ninguno de los que mostramos interés en agradar a Dios estamos libres de pecar, pero hay una enorme diferencia entre querer cambiar y estar dispuestos a hacerlo.

Cada seis semanas mis estudiantes son evaluados, y en algunas ocasiones son calificados por debajo de lo que debían ser. Al comienzo de las próximas seis semanas, los invito a recapacitar acerca del período anterior, analizando los aspectos que deben mejorar. Muy a menudo recibo la siguiente respuesta: “voy a hacer lo mejor que pueda”, argumento que les devuelvo pidiéndoles que sean más específicos.

¿Qué debemos cambiar? ¿Cuáles son los pasos a seguir para asegurarnos que durante las próximas seis semanas no nos encontremos en la misma situación?

Todos quieren cambiar, pero no son capaces de adoptar las acciones necesarias para que el cambio sea efectivo -no están dispuesto a guardar los videojuegos, a realizar trabajo extra o a dejar de usar el teléfono.

John T. Childs, autor y conferencista, en cierta ocasión dijo: “Hay una diferencia abismal entre querer cambiar y estar dispuestos a hacerlo. Cada persona quiere dar lo mejor de sí cada día, pero muy pocos están dispuestos a seguir el camino que los conduzca a realizar este deseo”.

¿Qué sucede con nuestra vida espiritual? ¿Queremos cambiar? ¿Muestran nuestros actos que estamos siguiendo el camino adecuado?

En Hechos 26:20, Pablo afirma que, si nos arrepentimos sinceramente, nuestro trabajo se verá reflejado en “obras dignas de arrepentimiento”. ¿Estamos mostrando con nuestro comportamiento diario que estamos espiritualmente arrepentidos? ¿Estamos cambiando como es debido? Todo cristiano necesita producir frutos dignos de arrepentimiento (Mateo 3:8). Lo anterior significa que las acciones de nuestras vidas son el producto de nuestro cambio espiritual.

Estar dispuestos a ejecutar una acción es mejor que desear realizarla.

3. El arrepentimiento incluye el sometimiento humilde a la voluntad y al servicio de Dios

El primer paso es reconocer que hemos pecado contra Dios. A continuación, debemos identificar la falta, mirándola con la perspectiva con la que el Eterno la ve y no volver a caer en la misma tentación. Finalmente viene el sometimiento con humildad a la voluntad y al servicio de Dios.

El Creador desea que todos sus hijos cambien la actitud de autosuficiencia por comportamientos de mansedumbre. Se supone que debemos transformarnos en criaturas nuevas a través del poder restaurador del Espíritu de Dios (Efesios 4:17-24)

Saulo de Tarso, quien más tarde se convirtiera en el apóstol Pablo, en determinado momento de su vida fue un incrédulo perseguidor de los hermanos, respirando amenazas de asesinato, persiguiendo y arrestando a los seguidores de Jesucristo. Después de su increíble conversión en el camino a Damasco se operó un cambio drástico en su comportamiento (Hechos 9:6). Preguntó: Señor, ¿qué quieres que haga?”. Esta actitud es la que el Señor desea que asumamos. Él desea que estemos dispuestos a transformarnos haciendo su voluntad, sometiéndonos a su servicio.

¿Qué quieres que haga? Es una magnífica pregunta – es la voluntad de un fiel servidor queriendo ejecutar la voluntad de Dios. Significa que estamos prestos a escucharle, obedecerle y servirle.

Las personas convertidas el día de Pentecostés hicieron la misma pregunta después de descubrir que Jesucristo, el mismo que habían tenido el placer de ver muerto en la cruz, era el Mesías. Conmovidos de todo corazón, preguntaron: “Varones y hermanos, ¿qué debemos hacer?”

Esta serie de interrogantes nos deja como enseñanza una línea de comportamiento mental que nos conduce, no solo a desear aprender sino a hacer todo lo que sea necesario para estar a paz con Dios. La parte esencial es la humildad para servir. Esta actitud refleja el espíritu de arrepentimiento, un cambio con relación a lo que antes éramos. Donde anteriormente reinaban nuestros propios deseos y autosuficiencia, ahora nos concentramos en los designios del Eterno.

Si estamos batallando por superar ciertos pecados que surgen reiteradamente en nuestras vidas, debemos preguntarnos: ¿Realmente entiendo el significado del arrepentimiento efectivo? ¿Deseo ponerlo en práctica? ¿Deseo vehementemente cambiar?

Puede haber ocasiones donde tenemos la sensación de haber ido demasiado lejos de modo que la relación sea muy difícil de mejorar. Dios promete no abandonarnos ni desampararnos nunca jamás, pero debemos desear genuinamente acercarnos nuevamente a su presencia, y ser diligentes para buscar la forma de humillarnos y someternos a su voluntad.

2 Crónicas 15:3-4 es un pasaje increíble donde tenemos la sensación de que todo está perdido:

“Muchos días ha estado Israel sin verdadero Dios y sin sacerdote, y sin enseñador y sin ley: Mas cuando en su tribulación se convirtieron á Jehová Dios de Israel, y le buscaron, él fue hallado de ellos”.

Nunca debemos olvidar que cuando nos acercamos verdaderamente a Dios con arrepentimiento, no importa cuáles sean las circunstancias, Él siempre estará presente.

Esta es una promesa en la cual debemos confiar. Cuando mostramos pesar genuino con Dios porque reconocemos que hemos pecado directamente en su contra, y cuando repudiamos el pecado cometido y lo erradicamos de nuestra mente, cuando nos humillamos y sometemos a la voluntad de Dios y le servimos, él nos hallará y garantizará el arrepentimiento que nos conducirá a un cambio verdadero y perdurable.

Fuente: ucg.org