Cerebro de hormiga

Usted está aquí

Cerebro de hormiga

En uno de los eventuales momentos de tranquilidad que tuvimos hace unos días con mi esposa, mientras la más pequeña dormitaba y su hermana mayor jugaba en su mundo, logramos ver unos minutos de un documental sobre la vida animal.

Hace muchos años en mi país era muy común que los domingos por la mañana, mientras nuestras esforzadas madres limpiaban, hacían la comida y ordenaba la casa, los niños se entretenían mirando la televisión abierta (hablamos de otra época sin Internet, ni televisión por cable) observando los documentales sobre ciertas criaturas del reino animal. Y aunque la característica voz del conductor español por momentos quedaba de fondo ahogada por el sonido de una enceradora eléctrica, de todas maneras algo se aprendía.

No recuerdo cuándo fue la última vez que vi un documental así y lo que más me sorprendió fue el increíble avance de la tecnología para mostrarnos mundos que jamás nos hubiéramos imaginado. En muchas de las tomas que me impactaron, no imaginé al camarógrafo con una pesada cámara al hombro, sino robots controlados a distancia por seres humanos muy apasionados y pacientes.

El diminuto y complejo mundo de unas hormigas podadoras de pasto logramos conocer muy de cerca. Toda la comunidad está siempre trabajando con un sólo propósito: alimentarse. Pero no comen pasto.

Están divididas en cuatro grupos funcionales y no quiere decir que unas sean más o menos importantes, sino que conforman una comunidad que funciona en orden. Las más pequeñas cuidan el cultivo, le siguen las que trabajan como primera línea de defensa frente a anomalías o ataques invasores, patrullando constantemente las líneas de recolección de las medianas, quienes son las que podan y recolectan el pasto. Finalmente tenemos a las más vigorosas que se posicionan en las entradas de las guaridas para defender el hormiguero de intrusos. Hasta aquí ya vemos un sistema complejo muy bien diseñado. Pero hay más.

Todo el pasto recolectado lo llevan a sus guaridas para alimentar a otro ser: un hongo. Lo cuidan, limpian, cultivan y alimentan prolijamente puesto que este hambriento inquilino produce a su vez la comida que ellas necesitan. Además, como el hongo produce una alta cantidad de dióxido de carbono dentro del hormiguero, las trabajadoras hormigas levantan sus nidos subterráneos y crean ventanas al exterior para eliminar el gas y evitar morir. Su guarida puede llegar a ser de treinta a seiscientos metros cuadrados albergando a ocho millones de activas hormigas. 

Este mutualismo es realmente sorprendente. Hasta tienen un sistema de recolección de basura en manos de las más experimentadas. Los desechos incluyen hojas sin nutrientes y también hormigas muertas.

No se contaminan, son limpias, organizadas, respetuosas, unidas y trabajadoras, y su cerebro pesa algo así como 0,3 miligramos. Todas estas virtudes resultan más bien como un insulto para el ser humano y su desarrollo. 

Ninguna hormiga sobrevive fuera de la colonia. A pesar de ser ciegas, sus pequeños cerebros están conectados maravillosamente entre sí con las funciones ya descritas convirtiendo al hormiguero en un supercerebro, tal como lo hacen las neuronas de nuestros abultados cerebros. 

Quizás en la antigüedad no habían cámaras robotizadas con lentes tan sensibles para poder captar estos mundos que funcionan silenciosamente a nuestros pies. Sin embargo, prescindiendo de esto, e inspirado por el Creador, el salmista resumió todo esto en pocas palabras: “Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio” (Proverbios 6:6).

Podemos compararnos con las hormigas, y en muchos casos saldremos mal. No tienen quien las dirija, pero saben muy bien cómo hacer para alimentarse (vv 7-8). ¿Cómo podemos nosotros alcanzar el alimento? 

“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9). Si queremos hallar estos pastos debemos escuchar primeramente al Pastor, Cristo. Por favor lea todo el capítulo 10. 

Levantémonos de nuestro sueño y busquemos el alimento como un solo cuerpo. “No sólo de pan vive el hombre, sino de…” Aquí está nuestro alimento, la Palabra de Dios. 

Tenga presente estas líneas cuando decimos de manera despectiva que alguien tiene el cerebro de una hormiga, porque ¡cómo quisiéramos tener las cualidades de ellas para trabajar en comunión buscando alimento