La guerra para acabar con todas las guerras

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La guerra para acabar con todas las guerras

El Dr. John McCrae, teniente coronel y médico canadiense, tenía 42 años cuando participó en la segunda batalla de Ypres (1915) en la región de Flandes, Bélgica, durante la Primera Guerra Mundial.

Luego de doce días de batalla y después de oficiar el funeral de un amigo fallecido por los disparos de la artillería alemana, escribió un poema que hasta hoy es considerado uno de los más famosos que se hayan escrito durante una guerra.

El poema se titula “En los campos de Flandes”, y comienza así:

“En los campos de Flandes se mecen las amapolas / Entre las cruces, que fila tras fila / Señalan nuestras tumbas; y en el cielo / Aún vuela y canta la valiente alondra, / Escasamente oída por el ruido de los cañones. / Somos los Muertos. Hace solo unos cuantos días / Vivíamos, sentíamos la aurora y veíamos la puesta del sol rojizo, / Amábamos y éramos amados,  y ahora yacemos / En los campos de Flandes . . .”

Este poema adquirió gran popularidad durante la guerra, e incluso en Canadá todavía se usa en las ceremonias anuales del Día de Conmemoración para honrar a los caídos en el campo de batalla. Esta celebración, que tiene lugar el 11 de noviembre, también se conoce como “el Día de las Amapolas”, ya que estas flores de color rojo intenso constituyen un emotivo símbolo que evoca tanto el poema como la sangre derramada por tantos jóvenes durante aquel conflicto.

En la actualidad, en los campos que rodean Ypres se respira un ambiente mucho más pacífico. En la región hay más de 100 cementerios, que han brindado un lugar de descanso a los miles de soldados ingleses, de la mancomunidad británica, franceses, alemanes, estadounidenses y belgas que allí perecieron.

Contrastando con los verdes y bien cuidados prados se aprecian interminables hileras de cruces blancas, que señalan las tumbas de los caídos que no pudieron ser identificados y nunca lograron retornar a casa. En la mayoría de estas cruces se lee este triste epitafio: “Aquí yace un soldado de la Gran Guerra, conocido solo por Dios”. Durante esta guerra, únicamente en la zona de Ypres murieron o fueron heridos más de 1.7 millones de hombres.

El horror y la masacre ocasionados por este conflicto hicieron que fuera conocido como “la guerra para acabar con todas las guerras”. Esta frase reflejaba la esperanza de que las naciones tomaran conciencia y acabaran con la guerra antes de que ésta acabara con ellas. Pero desgraciadamente no fue así: después de que ambos bandos sufrieran aproximadamente 37 millones de bajas militares y civiles, muchas de las mismas naciones se alinearon una generación más tarde para enfrentarse nuevamente en un segundo conflicto mundial, que esta vez dejaría entre 60 y 85 millones de muertos y muchos millones más de mutilados.

¿Podemos decir que hemos aprendido algo al haber conmemorado en agosto de este año el inicio de la Primera Guerra Mundial?

El filósofo alemán Friedrich Hegel expresó sabiamente la respuesta a esta pregunta cuando dijo: “Lo único que nos enseña la historia es que de ella no aprendemos nada”. Lamentablemente, tenía toda la razón. Hemos fracasado rotundamente, porque a pesar de todo el tiempo transcurrido no hemos logrado superar ni desaprender el flagelo de la guerra. En la actualidad se desarrollan al menos 11 guerras (denominadas conflictos,porque en ellas mueren anualmente más de 1 000 personas) en tres continentes.

Pero a pesar de las maldiciones que nos hemos acarreado por nuestra propia voluntad y acciones, hay esperanza para la humanidad. La Biblia la llama “evangelio”, o buenas nuevas, y es la fuente de inspiración para el nombre de esta revista. Lo que ella promete no será el fruto del esfuerzo humano, sino de una intervención divina que nos salvará de nosotros mismos.

“La guerra para acabar con todas las guerras” no logró su cometido, pero falta poco para que el Príncipe de Paz traiga la verdadera tranquilidad que nuestro convulsionado mundo necesita. Por esta razón, él nos insta a orar diariamente: “Venga tu Reino”.