El alcance mundial de la profecía

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Los críticos que acusan a Dios de favorecer a los descendientes de Israel en perjuicio de otras naciones, con frecuencia ignoran el alcance del plan maestro de Dios. Si bien es cierto que el pueblo de Israel desempeña un papel esencial en el cumplimiento del plan divino, ese papel no es simplemente para su propio beneficio.

Dios le prometió a Abraham: “. . . Serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3). Para lograrlo, Dios también le prometió: “Haré de ti [por medio del pueblo de Israel] una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré . . .” (vv. 2-3).

Cuando examinamos cuidadosamente la profecía bíblica, descubrimos que Dios permanece fiel a su promesa. Los individuos y las naciones que se oponen al papel que Dios le ha asignado al pueblo de Israel —por sus promesas a Abraham— están destinados al fracaso. Esto no es porque los descendientes israelitas de Abraham sean mejores que otras gentes, sino porque tales críticos se ponen a sí mismos en contra de la voluntad divina.

El plan de Dios abarca todas las naciones

Dios es justo. Él castigó severamente a los antiguos pueblos de Israel y Judá cuando se rebelaron y violaron su pacto. Él bendice a todos los que obedecen su ley y castiga a quienes no lo hacen. En fin de cuentas, es imparcial en su trato tanto con los israelitas como con los que no lo son (Deuteronomio 10:17-19).

En el texto mismo de los Diez Mandamientos él explica que sus leyes se aplican a todos: “. . . Yo soy el Eterno tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:5-6).

Dios nos juzga de acuerdo con nuestra forma de responder a sus preceptos. Él específicamente le dijo al antiguo pueblo de Israel que amara al extranjero porque ellos mismos habían sido una vez extranjeros en Egipto (Levítico 19:34). Le explicó a Abraham que de acuerdo con su plan maestro él se propone bendecir a “todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3).

Según el plan divino, los descendientes de Abraham, por medio de Jacob, desempeñarían un papel prominente y especial. Por supuesto, en ese plan Jesucristo es el principal descendiente de Abraham (Mateo 1:1; Gálatas 3:29); nadie puede recibir la salvación sino por medio de él (Hechos 4:10-12).

Pero los descendientes físicos de Israel también desempeñan un papel vital en el plan de Dios. Es importante que comprendamos las implicaciones internacionales de la profecía bíblica para no interpretar mal el papel que Dios le asignó al antiguo Israel. Dios no está interesado únicamente en Israel; su propósito atañe a todas las naciones, a todos los pueblos.

Isaías comienza su profecía con estas palabras: “Oíd, cielos, y escucha tú, tierra . . .” y agrega: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones” (Isaías 1:2; Isaías 2:2). En el último capítulo del mismo libro, Dios nos dice: “. . . Tiempo vendrá para juntar a todas las naciones y lenguas; y vendrán, y verán mi gloria” (Isaías 66:18).

La profecía trasciende las fronteras nacionales. Aunque en la Biblia se habla más acerca de los descendientes de Abraham, el plan de Dios abarca toda la humanidad (Hechos 10:34-35). Él bendice a todos los que lo obedecen y castiga a todos los que obstinadamente se oponen a su voluntad, israelitas y gentiles por igual.

El propósito de Dios a largo plazo es cambiar la conducta de toda la humanidad, porque él “no [quiere] que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Él promete: “. . . mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56:7). La profecía explica cómo se logrará esto.

Dios ama al mundo entero

Aunque Dios escogió a Israel como su “especial tesoro sobre todos los pueblos” (Éxodo 19:5), su propósito va mucho más allá de los israelitas. Moisés explicó esto cuando Dios acababa de establecer a Israel como una nación: “Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como el Eterno mi Dios me mandó . . . Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta” (Deuteronomio 4:5-6).

A pesar de las protestas del profeta Jonás, Dios lo envió con su mensaje profético a Nínive, una ciudad gentil. Los ciudadanos de Nínive le creyeron a Dios y se arrepintieron, y él los libró del castigo. Dios se preocupa por todos los pueblos.

Dios le dio a Israel la gran responsabilidad de seguir sus caminos y servir así como un modelo para beneficio de las demás naciones. En ese tiempo, los israelitas no tenían un corazón sumiso y obediente (Deuteronomio 5:29; Jeremías 7:23-24), así que su éxito como nación modelo fue de corta duración. Con el correr del tiempo, su conducta se degeneró y vino a ser igual a la de las naciones a su derredor.

Al final, Dios les retiró temporalmente sus bendiciones a los descendientes de Abraham, y fueron llevados en cautiverio. Entonces Dios le ofreció a Nabucodonosor, rey de Babilonia, la oportunidad de servirle. El profeta Daniel, que tuvo un alto puesto administrativo en el gobierno de Nabucodonosor, escribió la historia de cómo Dios le ofreció a este monarca gentil la oportunidad de arrepentirse de sus pecados y poner por obra las leyes de Dios en su imperio.

Las naciones y los pueblos en el extenso Imperio Babilónico se habrían beneficiado inmensamente si Nabucodonosor hubiera aceptado la oportunidad que Dios le dio. Entonces, este conocimiento y comprensión de los caminos de Dios habría pasado a las generaciones futuras.

Dios le permitió a Nabucodonosor gobernar un imperio cuya cultura e influencia perdurarían y se extenderían a los imperios y culturas que le sucedieran. Pero debido a que Nabucodonosor no se sometió a Dios, la influencia de Babilonia fue mucho más mala que buena. La Escritura muestra que esta malvada influencia continuará hasta la segunda venida de Jesucristo (Apocalipsis 17:5; Apocalipsis 18:2).

Se le revela el futuro a un rey gentil

Para llamar la atención de Nabucodonosor, Dios le reveló en un sueño una visión del futuro. Daniel le explicó al monarca que “hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días” (Daniel 2:28).

Daniel continuó diciendo: “. . . el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad . . . Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro . . . Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido . . . pero él permanecerá para siempre” (vv. 37-44).

Debido a los pecados de Israel, Dios les concedió el dominio de esa región a los gobernantes gentiles, situación que continuará hasta que él mismo instaure un reino final —el Reino de Dios— al regreso de Cristo. Dios le reveló a Nabucodonosor en esta profecía fundamental un bosquejo de las potencias que dominarían esa región en el futuro.

Aproximadamente al mismo tiempo, Dios envió a Daniel a decirle al monarca: “Yo le ruego a Su Majestad aceptar el consejo que le voy a dar: Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia . . .” (Daniel 4:27, Nueva Versión Internacional). Aunque en algún momento Nabucodonosor había reconocido la grandeza de Dios, realmente no prestó atención a la súplica y al consejo de Daniel.

Dios humilló al rey haciendo que perdiera la cordura por siete años. Durante ese tiempo estuvo incapacitado para administrar el gobierno de Babilonia. Daniel le había advertido: “Te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes . . . hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere” (v. 25). Dios se aseguró de que Nabucodonosor no pudiera justificar su desobediencia en ninguna manera.

Cuando todo hubo terminado, el monarca reconoció su craso error e hizo pregonar el siguiente decreto: “Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo. ¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino sempiterno, y su señorío de generación en generación” (vv. 1-3; ver también los vv. 34-37).

El rey de Babilonia pudo reconocer el poder y la autoridad de Dios sobre la tierra. Pero no encontramos ningún indicio de que él haya abandonado de manera permanente sus caminos idólatras y haya empezado a servir únicamente al Dios verdadero. No obstante, llegó a entender que el Dios de Daniel era más grande que todos los dioses que él adoraba.

Una lección de la historia

Lo que Dios ha mostrado, y la historia ha confirmado repetidamente, es que ni los dirigentes nacionales ni sus pueblos pueden obedecer a Dios con sus propias fuerzas. El apóstol Pablo lo sintetiza con las siguientes palabras: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros [los judíos] mejores que ellos [los gentiles]? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:9-12).

La justicia no podrá llenar la tierra hasta que Jesucristo vuelva y establezca el Reino de Dios, y Dios derrame de su Espíritu sobre “toda carne” (Joel 2:28; Hechos 2:17,  Hechos 2:38), sobre aquellos que se arrepientan voluntariamente. Dios le reveló esta misma verdad a Nabucodonosor: “. . . El Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).

Esta verdad es el núcleo mismo de la profecía bíblica. La profecía muestra cómo el Dios creador intervendrá en los asuntos de la humanidad y establecerá su reino, el cual traerá la paz, la justicia y la salvación a toda la humanidad.

La profecía bíblica tiene que ver con todas las naciones. Se centra en el único gobernante —Jesucristo, el Hijo de Dios— que puede establecer la utopía sobre la tierra.

Ahora veamos cómo se cumplirá la promesa de la utopía venidera.