La enseñanza de Jesús acerca de la ley de Dios
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La enseñanza de Jesús acerca de la ley de Dios
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“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).
Quizá una de las controversias más universalmente extendidas acerca de las enseñanzas de Jesús es la que tiene que ver con su actitud hacia las leyes de Dios registradas en el Antiguo Testamento.
La perspectiva de la mayoría de las iglesias con respecto a Jesús es que enseñó algo nuevo que difería considerablemente de las instrucciones del Antiguo Testamento. El punto de vista común es que las enseñanzas de Jesús en el Nuevo Testamento anularon y reemplazaron lo que decía el Antiguo Testamento. Pero ¿es cierto esto?
Lo que cuenta finalmente no es lo que la gente diga acerca de Jesús ni tampoco cómo interpreten lo que enseñó. Lo que realmente importa es lo que él dijo en realidad y si estamos verdaderamente dispuestos a creer y a aceptar sus palabras.
Una contundente afirmación en el Sermón del Monte
Comencemos con el Sermón del Monte. Ya que es el registro más largo de las enseñanzas de Jesús, deberíamos esperar encontrar en ello su perspectiva acerca de las leyes de Dios tal como están registradas en el Antiguo Testamento. Y así sucede, de hecho.
Debido a que las enseñanzas de Jesús eran tan diferentes de las de los fariseos y los saduceos, algunas personas creían que su intención era socavar la autoridad de las Escrituras y sustituirla con la suya. Por lo tanto, el propósito de algunas de sus afirmaciones en el Sermón del Monte era demostrar que muchas de las cosas que enseñaban los fariseos y los saduceos eran en realidad contrarias a las enseñanzas originales de la Torá (ley) de Moisés, los primeros cinco libros de la Biblia.
Jesús refutó las ideas erróneas que las personas tenían con respecto a él haciendo tres contundentes afirmaciones acerca de la ley. Analicémoslas.
“No he venido para abrogar, sino para cumplir”
Jesús explicó su perspectiva de la ley muy claramente en el Sermón del Monte: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).
Inmediatamente vemos que Jesús no tenía ninguna intención de destruir la ley. Incluso nos dice explícitamente que ni siquiera debemos pensar algo parecido. Lejos de estar en contra de las Escrituras del Antiguo Testamento, dijo que había venido a cumplirlas y procedió a confirmar la autoridad de ellas. “La ley y los profetas” era un término usado comúnmente para referirse al Antiguo Testamento (ver Mateo 7:12).
“La ley” se refiere a los cinco primeros libros de la Biblia, los libros de Moisés en los cuales las leyes de Dios estaban escritas. “Los profetas” no se refería tan sólo a los escritos de los profetas bíblicos, sino también a los libros históricos de lo que hemos llegado a conocer como el Antiguo Testamento.
¿Qué quiso decir Jesús cuando habló de cumplir la ley? Desafortunadamente, el significado de “cumplir la ley” ha sido tergiversado por aquellos que invocan el nombre de Jesús pero en realidad no entienden lo que enseñó. Ellos dicen que ya que Jesús afirmó que cumpliría la ley, ya no necesitamos guardarla más.
Otra forma de interpretar el significado de “cumplir la ley” es que Jesús “llenó” lo que le faltaba a la ley; o sea, que él la completó, en parte cancelándola y en parte añadiendo, para formar lo que a veces se denomina “la ley de Cristo” o “enseñanza del Nuevo Testamento”. La implicación de esta perspectiva es que el Nuevo Testamento trajo un cambio en los requisitos para la salvación y que las leyes dadas en el Antiguo Testamento son obsoletas. Pero ¿reflejan estas teorías realmente lo que Jesús quiso decir?
La perspectiva de Jesús acerca de cumplir la ley
La palabra griega pleroo, traducida por “cumplir” en Mateo 5:17, significa: “hacer lleno, llenar . . . llenar completamente, dejar lleno, esto es, completar” (Thayer’s Greek-English Lexicon of the New Testament [“Thayer: Diccionario griego-inglés del Nuevo Testamento”], 2002).
En otras palabras, Jesús dijo que vino para cumplir la ley y hacerla perfecta. ¿Cómo? Mostrando la intención y la aplicación espiritual de la ley de Dios. Su significado es claro al leer todo el resto del capítulo, donde Jesús mostró la intención espiritual de ciertos mandamientos específicos.
Algunos interpretan el significado de “cumplir” como si Jesús hubiera dicho: “No he venido para abrogar la ley, sino para finalizarla por medio del cumplimiento”. Pero esto no concuerda con sus propias palabras. En el resto del capítulo él mostró que el espíritu de la ley la hacía aún más extensamente aplicable, nunca que la anulaba o la hacía innecesaria.
Cuando Jesús explicó y amplió la ley de Dios, y mostró por su ejemplo cómo obedecerla, cumplió la profecía que en Isaías 42:21 habla del Mesías: “El Eterno se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla”. Jesús mostró la santidad, la intención espiritual, el propósito y el alcance de la ley de Dios por medio de sus enseñanzas y su forma de vivir. Cumplió los requisitos de la ley obedeciéndola de una manera perfecta en pensamiento y obra, tanto en la letra como en la intención del corazón.
Todo será cumplido
La segunda gran declaración que Jesús hizo en el Sermón del Monte, en el mismo contexto, hace aún más claro que él no destruyó, rescindió, anuló ni abrogó la ley: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18).
Con estas palabras Jesús vinculó la continuidad de la ley con la permanencia del cielo y de la tierra. Estaba diciendo que las leyes de Dios son inmutables, inviolables e indestructibles. Sólo pueden ser cumplidas, nunca abrogadas.
Debemos notar que en este versículo se utiliza una palabra griega diferente para “cumplir”: ginomai, que significa “volverse, es decir, venir a existir . . . pasar, suceder” o “ser hecho, completado, terminado” (Thayer, ob. cit.).
Hasta que se cumpla totalmente el plan de Dios de glorificar a la humanidad en su reino —esto es, en tanto que todavía haya seres humanos físicos— la codificación física de la ley en la Escritura es necesaria. Esto, explicó Jesús, es tan cierto como la continuidad de la existencia del universo.
Sus siervos deben guardar la ley
La tercera declaración de Jesús, citada anteriormente en el capítulo ii, declara que nuestro destino final descansa en nuestra actitud hacia la santa ley de Dios y nuestro comportamiento respecto a ella. “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado [por los que estén] en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande [por los que estén] en el reino de los cielos” (Mateo 5:19).
En este versículo agregamos, a manera de aclaración, la frase “por los que estén” porque, como se explica en otros pasajes, aquellos que persistan en quebrantar la ley de Dios y enseñen a otros a hacerlo no van a estar en el Reino de Dios.
Jesús aclara que aquellos que lo sigan a él y aspiren a estar en su reino, tienen una obligación perpetua de obedecer y vivir de acuerdo con la ley de Dios. Está diciendo que no debemos quitarle a la ley “ni una jota ni una tilde”; el equivalente en nuestro alfabeto sería el cruce de una “t” o el punteado de una “i”.
El valor que les concede a los mandamientos de Dios no deja lugar a dudas, así como el alto respeto de la ley que requiere de aquellos que enseñan en su nombre. Él desaprueba completamente a aquellos que se atreven a desdeñar el más pequeño de los mandamientos de Dios, pero su honra estará con aquellos que los enseñan y obedecen.
Ya que Jesús obedeció los mandamientos de Dios, es lógico que sus siervos también deben guardar los mismos mandamientos y enseñar a otros a hacer lo mismo (1 Juan 2:2-6). Esta es la forma en que los verdaderos siervos de Cristo se identifican: si siguen el ejemplo que él les dio (Juan 13:15).
Debemos sobrepasar a los escribas y fariseos
Con la siguiente frase del Sermón del Monte Jesús no deja lugar a dudas de lo que quiso decir en las tres declaraciones anteriores. Afirmó claramente que sus discípulos debían obedecer la ley de Dios, y que él requería de ellos una obediencia mayor que los patrones que habían oído anteriormente. “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20).
¿Quiénes eran los escribas y fariseos? Los escribas eran los más reconocidos maestros de la ley: los intérpretes de la ley, los eruditos, los expertos.
Los fariseos, un grupo relacionado con ellos, eran considerados comúnmente como uno de los modelos más ejemplares del judaísmo. Formaron una secta del judaísmo que estableció un código moral y ritual más riguroso de lo que se desprendía de la ley de Moisés, y basaron muchas de sus prácticas en años de tradiciones. Tanto los escribas como los fariseos fueron muy estrictos y muy respetados en el judaísmo (Hechos 26:5).
En tanto que los escribas eran expertos, los fariseos profesaban la más pura práctica de la justicia. Así que cuando Jesús afirmó que la justicia nuestra debe ser mayor que la de los escribas y los fariseos, ¡era una declaración monumental!
Los fariseos eran considerados como los que habían alcanzado el pináculo de la rectitud personal, y la gente común y corriente pensaba que eran tales pilares de espiritualidad que nunca podrían estar a su altura. Pero Jesús aseguró que la justicia de los escribas y los fariseos no era suficiente para asegurarles la entrada en el reino del cual estaba hablando. Entonces, ¿qué esperanza tenían los demás?
Jesús condenó la hipocresía religiosa
En realidad existía un problema con la justicia de los escribas y los fariseos. El meollo del asunto era que su justicia tenía el defecto de que sólo era externa. Para aquellos que los observaban, parecían obedecer la ley de Dios, pero la quebrantaban internamente, donde los demás no lo podían ver.
Veamos la dura denuncia que Jesús les hizo por hacer de la religión un asunto de apariencias: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia . . . porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:25-28).
Esos maestros religiosos autonombrados hacían énfasis en aspectos mínimos de la ley, pero que descuidaban cosas mucho más importantes. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (v. 23).
A Jesús le desagradaba que ellos se preocuparan tanto por obedecer las cosas más mínimas y al mismo tiempo descuidaran los asuntos más importantes: los aspectos fundamentales de la ley.
En tanto que eran escrupulosos con las tradiciones ceremoniales, al mismo tiempo se daban muchas libertades para desobedecer ciertos mandamientos específicos de Dios. En algunos casos llegaban a poner sus tradiciones por encima de los claros mandatos de Dios (Mateo 15:1-9).
Detrás de sus acciones estaban los motivos despreciables del egoísmo y las pretensiones. Hacían públicamente lo que debía ser una devoción privada hacia Dios —oración, ayuno y dar diezmos— todo de tal forma que podían ser vistos y considerados por otros como justos (Mateo 6:1-6; Mateo 23:5-7).
Los dirigentes religiosos no guardaban el espíritu de la ley
Inmediatamente después de afirmar que no tenía ninguna intención de anular la ley de Dios, Jesús procedió a dar ejemplos de las tradiciones y enseñanzas de los dirigentes religiosos judíos que pasaban totalmente por alto o aun iban en contra de la intención espiritual de las leyes de Dios.
El primer ejemplo que dio fue con el sexto mandamiento: “No matarás”. Lo único que entendían los fariseos era que el acto de matar estaba prohibido. Jesús enseñó lo que debía haber sido obvio, que la intención del sexto mandamiento no era tan sólo prohibir el acto literal de matar, sino toda actitud mala y perversa en el corazón y en la mente que condujera al asesinato, incluidas la ira injusta y las palabras contenciosas (Mateo 5:21-26).
Luego hizo algo similar con su perspectiva estrecha del séptimo mandamiento: “No cometerás adulterio”. Los fariseos de la época entendían que el acto físico de tener relaciones sexuales con una mujer fuera del matrimonio era pecado. Pero también deberían haber sabido que, al igual que sucedía con el sexto mandamiento, codiciar a una mujer era pecado porque al desearla ya se había quebrantado el mandamiento en el corazón.
Estos son ejemplos de “la justicia de los escribas y los fariseos” que Jesús describió como limpiar lo de fuera del vaso, en tanto que el interior estaba lleno “de robo y de desenfreno” (Mateo 23:25, NVI).
Jesús instruyó a sus discípulos que, de hecho, la ley de Dios debe ser obedecida de una forma externa, pero también debe ser obedecida en el espíritu y la intención del corazón. Cuando Jesús enseñó semejante obediencia interna a las leyes de Dios, fue fiel a lo que el Antiguo Testamento enseñó: “El Eterno no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Eterno mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
El profeta Jeremías anhelaba la época en la que Dios establecería un nuevo pacto en el cual había prometido: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33). La intención original que Dios tenía con su ley era que las personas la guardaran desde lo más profundo de su corazón (Deuteronomio 5:29). El hecho de que no obedecieron la ley de Dios desde “lo íntimo” (Salmos 51:6), inevitablemente las condujo a una desobediencia externa.
Jesús no cambió la ley
Jesús introdujo su contraste entre la estrecha interpretación de la ley que tenían los escribas y los fariseos, y su verdadera intención espiritual, utilizando las palabras: “Oísteis que fue dicho . . . Pero yo os digo . . .” (Mateo 5:21-22, Mateo 5:27-28).
Algunos piensan, erróneamente, que el propósito de Jesús era establecer un contraste entre su propia enseñanza y la de Moisés a fin de declararse como la única autoridad verdadera. Suponen que Jesús o se oponía a la ley mosaica o la estaba modificando de alguna forma.
Pero es difícil imaginar cómo Jesús, después de proclamar de una forma tan enfática y contundente que la ley de Dios era algo permanente, y de expresar su gran estima y respeto por ella, rebajaría ahora la autoridad de esta ley con declaraciones contrarias. Jesús no se contradecía, sino que honraba y respaldaba la ley en todas sus enseñanzas.
En este pasaje no está hablando en contra de la ley mosaica ni está diciendo que él sea superior espiritualmente. Lo que estaba haciendo era refutar las interpretaciones erróneas perpetuadas por los escribas y los fariseos.
Por esto es que declaró que la justicia de uno debe exceder la de los escribas y los fariseos. Jesús estaba restaurando, en las mentes de sus oyentes, los preceptos mosaicos a su lugar, pureza y poder originales. (Si desea estudiar más a fondo estas leyes y su aplicación en el siglo xxi, le recomendamos el folleto gratuito Los Diez Mandamientos.)
También debiera ser obvio que debido a que el mismo Dios es el autor tanto del antiguo pacto como del nuevo, no debe existir un conflicto sustancial entre ambos, y que las leyes fundamentales de moralidad presentes en ambos están completamente de acuerdo. Dios nos dice en Malaquías 3:6: “Yo el Eterno no cambio . . .”.
Jesús y el sábado
Entre aquellos que afirman seguir a Jesús, no existe un precepto bíblico que suscite tanta controversia como el que dice: “Acuérdate del sábado, para consagrarlo . . .” (Éxodo 20:8-11, NVI). Aquí en especial encontramos que las interpretaciones que se dan acerca de las enseñanzas de Jesús varían completamente.
Algunos argumentan que Jesús anuló todos los Diez Mandamientos, pero que hay nueve que han sido restituidos en el Nuevo Testamento: todos excepto el del sábado. Algunos creen que Jesús reemplazó el sábado consigo mismo, y que él es ahora nuestro “descanso”. Algunos creen que no hay ningún día de reposo que se necesite ahora, que podemos descansar o adorar en cualquier día o en cualquier momento que queramos.
Sin importar cuál argumento esgrima uno, la arrolladora mayoría de la cristiandad tradicional cree que el domingo, el primer día de la semana, ha reemplazado el sábado, el séptimo día de la semana, como día de adoración.
¿Podemos encontrar respaldo para estos puntos de vista en las enseñanzas o en las vivencias de Jesús? Si tomamos en cuenta sus claras enseñanzas acerca de la vigencia de las leyes de Dios, ¿qué encontramos cuando analizamos su actitud hacia el sábado?
Al estudiar los cuatro evangelios, una de las primeras cosas que vemos es que Jesús iba a la sinagoga los sábados para adorar a Dios (Lucas 4:16). Esta era su costumbre. Incluso en una de estas ocasiones anunció su misión como Mesías, para todos aquellos que asistían a la sinagoga en ese día.
Es interesante notar que más tarde el apóstol Pablo también tenía la misma costumbre de ir a adorar y a enseñar en la sinagoga los sábados (Hechos 17:2-3). ¡Ni él ni Jesús les dieron el menor indicio a sus oyentes que ellos no necesitaban estar allí o que debían adorar en un día diferente!
Contiendas sobre cómo —no si se debía— guardar el sábado
Muchas personas sacan conclusiones erróneas acerca de Jesús y el sábado al leer acerca de sus confrontaciones con los escribas y los fariseos. Sin embargo, esas confrontaciones nunca fueron acerca de la vigencia del sábado, sino solamente sobre cómo debía guardarse. ¡Hay una diferencia crucial entre los dos!
Por ejemplo, Jesús confrontó a los judíos con respecto a su interpretación de la observancia del sábado al realizar milagros de sanidad en ese día (Marcos 3:1-6; Lucas 13:10-17; Lucas 14:1-6). Según los fariseos, prestarle atención médica a alguien, a menos que fuera cuestión de vida o muerte, era prohibido en sábado. Y ya que ninguno de esos casos de sanidad era una situación de vida o muerte, ellos pensaron que Jesús estaba quebrantando el sábado.
Pero como el Salvador, él entendía el propósito del sábado, que era un día perfectamente apropiado para traer su mensaje de sanidad, esperanza y redención a la humanidad, y para vivir ese mensaje por medio de sus acciones.
Para aclarar este punto, Jesús les preguntó a los fariseos: “¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla?” (Marcos 3:4). Él puso de manifiesto su hipocresía porque ellos no veían nada malo en rescatar en sábado un animal que hubiera caído en un hoyo, o darles agua a sus animales. Sin embargo, a él lo condenaban por ayudar a un ser humano —que vale mucho más que cualquier animal— en ese mismo día (Lucas 13:15-17; Mateo 12:10-14).
Él estaba justamente indignado por su incapacidad de reconocer que habían puesto sus propias tradiciones e interpretaciones por encima del verdadero propósito de guardar el sábado (Marcos 3:5). Mas ellos estaban tan ciegos espiritualmente que querían matarlo porque exponía su tergiversación de los mandamientos de Dios (v. 6).
En cierta ocasión los discípulos de Jesús tomaron espigas a medida que caminaban por los sembrados, porque querían algo de comer. No estaban segando el campo; solamente estaban tomando un bocado rápido para mitigar su hambre. Pero los fariseos insistían en que eso no era legítimo. Jesús utilizó un ejemplo de la Escritura para mostrar que el espíritu y la intención de la ley no habían sido violados y que en la ley de Dios había lugar para la misericordia (Marcos 2:23-26).
En este contexto Jesús les habló acerca del verdadero propósito del sábado. “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (v. 27, NVI). Los fariseos habían invertido las prioridades de la ley de Dios. Habían agregado tantas regulaciones y tradiciones meticulosas al mandamiento del sábado, que al tratar de obedecerlo se había convertido en una carga en lugar de ser una bendición, como Dios quería que fuera (ver Isaías 58:13-14).
Jesús afirmó tener autoridad para decir cómo debía guardarse el sábado: “Así que el Hijo del hombre es Señor incluso del sábado” (v. 28, NVI).
El judaísmo olvidó a Moisés, el cristianismo olvidó a Cristo
Cuando hablamos de Jesús y la ley, tenemos que concluir que la religión “cristiana” nos ha decepcionado al no mantener las enseñanzas originales de Cristo, quien a su vez siempre se ciñó a las enseñanzas originales de las Escrituras del Antiguo Testamento. Así como los dirigentes religiosos judíos corrompieron las enseñanzas de Moisés, de igual forma los maestros de Cristo —esto es, los falsos maestros que afirman representarlo a él— corrompen sus enseñanzas. En realidad, Jesús y Moisés estaban de acuerdo.
Aquí es importante preguntarnos algo. Si Jesús viviera en esta época, ¿qué día guardaría como día de reposo? Sería el día ordenado en los Diez Mandamientos: el séptimo día.
Jesús guardó la ley de Dios y esperaba que sus discípulos hicieran lo mismo. Dejó muy clara su actitud acerca de quienes le quitaran una jota o una tilde de la ley. Cualquiera que no la guarde sólo está invocando el buen nombre de Cristo, pero no está haciendo lo que dijo. Él nos advierte: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).
¿Hacia dónde nos conduce todo esto? Nos lleva a concluir que no todas las iglesias que afirman representar a Cristo lo representan fielmente. Al igual que muchos de los antiguos fariseos, han acumulado tradiciones que los hacen errar.
Jesús con frecuencia señaló que su enseñanza estaba basada en las Escrituras del Antiguo Testamento. Cuando otros lo desafiaban con respecto a sus enseñanzas, respondía: “¿No habéis leído . . . ?” antes de dirigir a sus oponentes a los pasajes que respaldaban lo que había dicho (Mateo 12:3, Mateo 12:5; Mateo 19:4; Mateo 22:31).
Aquellos que dicen que Jesús se apartó de la autoridad de las Escrituras del Antiguo Testamento están sencillamente equivocados. En este capítulo hemos demostrado que los dirigentes religiosos judíos de su propia época malinterpretaron las enseñanzas de Jesús, y la mayoría de los que profesan ser cristianos en la actualidad cometen el mismo error. Él enseñó fielmente la palabra escrita del Antiguo Testamento. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). ¡Él no ha cambiado su perspectiva de la ley de Dios!