Cristianismo y libre mercado: ¿Son compatibles?

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Cristianismo y libre mercado

¿Son compatibles?

El pasado noviembre, después de apenas ocho meses en su cargo, el sumo pontífice de la Iglesia católica, Francisco, provocó una enorme controversia con su reciente dictamen Evangelil Gaudium, o “El Gozo del Evangelio”.

Probablemente ningún otro escrito de la historia reciente ha hecho fruncir el ceño ni ha despertado la ira de tantos por sus controversiales perspectivas sobre la economía y el equilibrio del poder económico en la sociedad. Y aun cuando los católicos no lo consideran una enseñanza imperativa del Vaticano, la exhortación del papa actual indudablemente expresa su manera de pensar y, por lo tanto, exige el respeto de todos los fieles católicos en el mundo.

En Evangelil Gaudium, Francisco comienza comparando el gozo de recibir la fe cristiana, con la actividad cristiana. Él hace un llamado a reformar la obra misionera de la Iglesia católica proponiendo, entre otras cosas, un mayor énfasis en los esfuerzos de evangelización y un compromiso renovado para ayudar a los pobres. 

Pero la exhortación no termina aquí. Francisco continúa abogando por una mayor equidad salarial, redistribución de la riqueza y cambios fundamentales al orden económico. La siguiente declaración en la sección 204 destaca su preocupación: “Ya no podemos confiar en las fuerzas ocultas y la mano invisible del mercado”. A continuación convoca a la acción “yendo más allá de los programas de bienestar del gobierno” y en vez,  “atacando las causas estructurales de la desigualdad”.

Él continúa propugnando una redistribución de la riqueza y una reforma a las estructuras económicas, que puedan asegurar mayor igualdad de ingresos y oportunidades. Dice que el rico debe compartir su riqueza y propone un nuevo mandamiento: “Hoy día también tenemos que decir ‘no’ a una economía de exclusión y desigualdad”.

Pros y contras

Economistas, políticos y expertos tanto de derecha como de izquierda han alabado o atacado la exhortación del papa. Algunos dicen que partes de ella son “puro marxismo” y han sugerido que alguien que no era el papa escribió dicho documento.

El analista político John Goodman escribió en la revista Townhall que la economía de libre mercado, lejos de ser perjudicial para la sociedad, es la causa principal de la prosperidad que millones disfrutan hoy en día.

No fue una sorpresa que quienes tienen ideas izquierdistas encomiaran el documento. Otro comentarista, John Freedland, dijo en el periódico liberal Guardian: “Francisco podría reemplazar a Obama como el  campeón de los círculos liberales e izquierdistas” (“Why Even Atheists Should Be Praying for Pope Francis” [Por qué hasta los ateos deberían estar orando por el papa Francisco], nov.15, 2013). El semanario liberal The New Republic alabó la posición del papa Francisco en asuntos económicos, pero atacó su perspectiva (y la de la Iglesia católica) en cuanto al aborto y la homosexualidad.

Hasta los católicos más prominentes han mostrado su disconformidad con las opiniones del papa, y algunos han llegado a preguntarse si se ha pasado de la raya. Robert Sirico, un sacerdote católico, cofundador del Instituto Acton (que promueve la libertad) y autor del libro Defending the Free Market [En defensa del mercado libre], dijo en una respuesta aparecida en un video de YouTube que aunque Francisco no está motivado por creencias políticas, no logra darse cuenta de que la prosperidad económica del siglo pasado se debió principalmente a la política del libre mercado.

“¿Cómo debemos responder a sus advertencias acerca de respuestas temporales a la pobreza . . . cuando vemos los beneficios que reciben los más pobres entre los pobres . . . los cuales fueron posibles gracias a la globalización de los mercados?” (Acton.org, nov 27, 2013). Él se pregunta: “¿Cómo puede el papa ignorar la realidad de los millones que ahora tienen acceso a empleos y salud, y que han escapado de la pobreza gracias a la globalización de los mercados?”

Respondiendo a la preocupación de Francisco en cuanto a los peligros de los mercados libres, Sirico pregunta: “¿Dónde se encuentran tales mercados libres?”, y destaca que los mercados en todas partes están sometidos a marcos reguladores de todo tipo.

Todo esto hace surgir preguntas muy importantes acerca del cristianismo y la economía. ¿Es la voluntad de Dios que la pobreza sea erradicada en esta era actual? Si no es así, ¿cuál es la responsabilidad cristiana hacia los pobres? ¿Propone la Biblia algún otro sistema económico?

¿Por qué Dios no ha eliminado la pobreza?

La pobreza y la desigualdad de ingresos son tan antiguas como la humanidad. Tal vez le sorprenda saber que la Biblia tiene mucho que decir acerca de la pobreza, la distribución de la riqueza y otros asuntos económicos.

Moisés fue inspirado a escribir: “Porque no faltarán menesterosos en medio de la tierra” (Deuteronomio 15:11). Jesucristo mismo pareció reiterar dicha realidad cuando surgió el tema de su entierro, poco antes de su juicio y consiguiente muerte. Ante la pregunta de sus discípulos de por qué aprobaba el uso de aceites caros para su ungimiento, en vez de haberlo vendido y haber utilizado el dinero en ayudar a los pobres, Cristo probablemente sorprendió a los discípulos con su respuesta: “Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, mas a mí no siempre me tendréis” (Juan 12:8).

Sabemos que un Dios poderoso y amoroso podría erradicar la pobreza en cualquier momento; sin embargo, hasta ahora él ha optado por no hacerlo. ¿Hay alguna razón para ello? La sorprendente respuesta es que hay un tiempo en el futuro cuando Dios sí eliminará la pobreza, pero hablaremos de ello más adelante. El hecho es que nuestro Creador ha decidido no hacerlo en este mundo actual.

No obstante, la Biblia está repleta de instrucciones sobre cómo tratar apropiadamente a los menos privilegiados. Los estudiantes de la Biblia saben que más de 3.000 años atrás Dios comenzó a trabajar con una nación, la antigua Israel. Aquella nación de 12 tribus que descendió de Abraham era una sociedad agrícola, y había recibido como obsequio una de las áreas más fértiles del Oriente Medio como resultado de las promesas que Dios le había dado a Abraham (Génesis 12:7; 13:14-15).

Quienes tenían mayores terrenos tendían a ser más prósperos, mientras que muchos pequeños granjeros ganaban modestos ingresos. Los que no tenían tierras ni habilidades comerciables a menudo se encontraban en un estado de pobreza. Pero Dios no se olvidó de los pobres de la nación, y en sus leyes tomó precauciones para protegerlos.

Por ejemplo, Dios proveyó provisiones alimenticias para que los pobres pudieran recogerlas, diciéndoles a los propietarios de terrenos: “Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás” (Levítico 19:9-10). Es necesario destacar que los pobres tenían que hacer el esfuerzo de recoger el alimento por sí mismos. No podían simplemente ir a una bodega y pedirlo o hacer que se los entregaran a domicilio.

Además, todos entendían muy bien que los miembros de una familia debían encargarse de sus familiares, y si una mujer perdía a su esposo, sus hijos eran responsables de acogerla y cuidarla.

Las enseñanzas y el ejemplo de Jesús

Jesucristo vivió y enseñó en una región que se hallaba bajo la aplastante opresión romana. Durante su ministerio, él enseñó y mostró con su ejemplo personal la actitud correcta hacia quienes tenían menos.

El evangelio de Mateo registra una ocasión durante el inicio del ministerio de Cristo en la cual más de 5.000 hombres, más otros cuantos miles de mujeres y niños, se congregaron para escucharlo hablar sobre el Reino de Dios. Muchos acudieron desde lugares muy apartados, y al final del día, en lugar de despedirlos con sus estómagos vacíos, Jesús milagrosamente los alimentó con cinco panes pequeños y dos peces. (Usted puede leer el relato en Mateo 14:13-21). Poco después Jesús repitió este milagro, esta vez con un grupo levemente menor de 4.000 hombres, más las mujeres y los niños.

Cada uno de los evangelios relata decenas de sanidades milagrosas que Cristo realizó, mayormente con personas pobres. Tan solo el libro de Mateo describe muchos de estos actos de compasión. Jesús limpió leprosos (Mateo 8:1-4), sanó a un hombre paralítico (9:1-6), le devolvió a la vista a dos ciegos (9:27-31), y hasta arrojó fuera demonios que poseían a la hija de una mujer cananea (15:21-28).

Cristo indudablemente mostró compasión por los pobres, una compasión que enseñó a sus discípulos y por extensión a nosotros, tanto en palabra como en ejemplo. Justo antes de su traición y muerte, él resumió lo que debe ser nuestra actitud hacia quienes sufren enfermedades, soledad y pobreza: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” (Mateo 25:40, Nueva Versión Internacional).

Los discípulos de Cristo no olvidaron aquellos ejemplos y continuaron su legado de misericordia y compasión. Note Hechos 3:2-9. El apóstol Pedro no tenía oro ni plata para darle al hombre cojo que le pidió limosna, pero pudo darle algo de mucho más valor, diciéndole: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (v. 6).

La enseñanza del Nuevo Testamento es clara: hoy en día Dios no está llevando a cabo milagros tan espectaculares ante el público mediante sus siervos (aunque él todavía sana milagrosamente, y debemos pedirle que lo haga), pero cuando vemos necesidades y está a nuestro alcance poder ayudar a los demás, tenemos el deber de responder. Eso es lo que nuestro Salvador nos ordenó.

¿Significa esto que literalmente debemos vender todo lo que tenemos y distribuirlo entre los pobres que nos rodean? Muchos se valen del encuentro de Cristo con un joven rico para probar que la redistribución del ingreso es un deber de todos los cristianos, pero estudiemos detenidamente Mateo 19:16-23. Aquí, Cristo le dice al joven rico: “vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (v. 21).

Cuando el joven se alejó entristecido “porque tenía muchas posesiones”, Cristo usó este incidente para ilustrar su afirmación de que con frecuencia es muy difícil que un hombre rico entre al Reino de Dios. Él no quería que sus discípulos proclamaran un evangelio de igualdad de ingresos, sino que entendieran que la devoción a la riqueza material puede ser un gran impedimento para el crecimiento espiritual.

Efectivamente, este joven le daba más importancia a su riqueza que a Dios, y por esa precisa razón Jesús le dijo que la donara a los pobres. Esta regla no es aplicable a todas las personas, ya que algunas poseen grandes bienes, pero al mismo tiempo mantienen una perspectiva correcta y viven amando a Dios y a su prójimo.

La Iglesia primitiva se caracterizaba por un amplio rango de ingresos. Algunos cristianos eran ricos y poderosos, como en el caso de Filemón, a quien el apóstol Pablo le escribió. Otros, como Onésimo, esclavo de Filemón, eran mucho más pobres; sin embargo, Pablo nunca condenó la riqueza. Su mayor preocupación era la riqueza espiritual, no material, de la gente.

¿Revela la Biblia cuál es la economía correcta?

La Biblia revela que Dios tiene mucho que decir acerca del dinero y la riqueza. Claramente, muchos de los personajes más famosos de la Biblia eran muy ricos. Génesis 13:1 nos dice que Abraham “era riquísimo en ganado, en plata y en oro”. Su hijo Isaac heredó mucha de la riqueza de su padre e incluso la multiplicó. Génesis 30 relata cómo Jacob, hijo de Isaac, fue bendecido con múltiples rebaños de ganado, ovejas y camellos. Éstos eran tan numerosos, que tuvo que diseñar un método para distinguirlos de los de Labán, su tío.

Siglos más tarde, el rey David adquirió muchas riquezas durante el periodo de paz que logró establecer en Israel, pero su hijo Salomón fue quien se convirtió en uno de los hombres más ricos de todos los tiempos. En 1 Reyes 4 encontramos un relato muy detallado de su riqueza y poder.

Cuando Dios le dio a Israel la Tierra Prometida, dijo que debían dividirla de manera que cada familia recibiera una propiedad de acuerdo a su tamaño (Números 26:54; 33:50-54). Y en el caso de que el terreno cambiara de manos debido a problemas económicos o de otro tipo, su título de propiedad era devuelto a la familia original cada 50 años (Levítico 25:10; 13-17). Esta medida permitía un sistema económicamente equitativo e impedía que algunos acumularan constantemente gran número de terrenos a costa de los demás.

Es evidente que Dios no condena la riqueza ni la adquisición de ésta. Sin embargo, el hecho de que exista riqueza conlleva a una desigualdad de ingresos y muchos en la actualidad aceptan esta realidad, pero condenan los métodos utilizados para obtenerla. A lo largo de la historia, mucha riqueza ha sido adquirida mediante el comercio, negocios e inversiones. ¿Hay algo reprobable en este tipo de actividades? Veamos lo que Jesucristo mismo enseñó acerca del valor de incrementar la riqueza por medio de inversiones adecuadas.

Poco antes de morir, Cristo entregó a sus discípulos algunas enseñanzas finales. En la parábola de los talentos, en Mateo 25:14-30, él habla de un hombre que viaja a un país lejano, pero antes de partir divide sus bienes entre tres de sus siervos con la condición de que se esfuercen por multiplicarlos.

Quienes recibieron cinco y dos talentos (un talento correspondía a 6.000 denarios, probablemente el equivalente a diez años de salario en aquel tiempo) pusieron manos a la obra y mediante varios tratos comerciales lograron duplicar su dinero. Pero un tercer siervo, quien había recibido solo un talento, cavó un hoyo en la tierra y allí lo escondió.

¿Qué hizo el hombre rico al regresar? Él elogió la diligencia de los dos siervos que habían duplicado su dinero, pero su reacción ante el siervo que no había producido nada fue muy diferente: “Siervo malo y negligente . . . debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses” (Mateo 25:26-27).

Es difícil probar el argumento de que Jesús condenó la riqueza o la adquisición legal de ella; sin embargo, en varias ocasiones él enseñó que la riqueza y el afán por obtenerla pueden ser una trampa distractora en la búsqueda de la justicia.

Pero la Biblia sí tiene argumentos en defensa de una economía basada en la libertad, o lo que hoy en día llamaríamos “propiedad privada” y “libre mercado”.

¿Cómo debemos interpretar, entonces, la costumbre de una economía comunal practicada por la Iglesia primitiva del Nuevo Testamento? Note lo que dice Hechos 2:44-45: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno”.

¿Significa esto acaso que los cristianos deben practicar un estilo de vida basado en la economía comunal? Primero que nada, debemos entender que este compartimiento de recursos era absolutamente voluntario (vea Hechos 4:32-5:4) y que no debe confundirse con un sistema comunista en el cual se obliga a compartir la propiedad privada, que es lo mismo que robarla.

En segundo lugar, esta circunstancia fue temporal y forzosa, en un tiempo de persecución en el que había miles de nuevos conversos en Jerusalén, muchos de los cuales acudían desde otras naciones para quedarse por un periodo limitado y aprender de los apóstoles. Esta práctica de compartir todo solucionó una necesidad inmediata. El relato en Hechos muestra que estos discípulos pronto se esparcieron por otras regiones (Hechos 8:1, 4), y los últimos escritos no nos dan ninguna indicación de que esta experiencia temporal de vida comunitaria haya durado mucho.

Prosperidad universal en el futuro

Durante siglos, la humanidad ha probado varios sistemas para que todos prosperen y se logre eliminar la pobreza: monarquía, socialismo, marxismo, fascismo, etc., pero todos han fracasado. Y a pesar de los beneficios que produce el mercado libre, el así llamado “capitalismo” ha afectado a millones, ya que es un sistema de sobrerregulación gubernamental y favoritismo en el cual el estado a veces se colude con el sistema financiero.

Lo que nunca se ha intentado es la verdadera libertad económica mediante el gobierno de Dios y el sistema económico de Dios.Mientras Cristo estuvo en la Tierra, su misión consistió en predicar el evangelio (las buenas nuevas) del Reino de Dios. Este evangelio predijo un tiempo en el cual Cristo regresaría a la Tierra para establecer su Reino. Quienes han leído Las Buenas Noticias por largo tiempo saben que éste ha sido el tema principal de esta revista.

Las buenas noticias son que la prosperidad universal, la mayor igualdad de ingresos y un sistema de vida libre de necesidades, los mismos problemas que preocupan al papa Francisco, se harán realidad en un futuro. Pero su advenimiento no se deberá a los partidos políticos del hombre, a las encíclicas papales, a las iglesias del mundo actual ni a ninguna organización humana. Tampoco se harán realidad mediante movimientos políticos que abogan por la redistribución de la riqueza, por “aumentar los impuestos a los ricos” o por un incremento de los sueldos mínimos.

La Biblia contiene cientos de referencias a esa era venidera de paz y prosperidad, sin precedentes en la historia de la humanidad. La profecía bíblica predice un tiempo en el cual Cristo mismo regresará a la Tierra para gobernarla.

La Palabra de Dios nos proporciona algunos indicios acerca de la economía en este futuro Reino. Será una economía que valorará y preservará los derechos a la propiedad privada, la cual es el símbolo de un sistema de libre mercado: “Cada uno se sentará bajo su parra y bajo su higuera, y no habrá quien los atemorice, porque la boca del Señor de los ejércitos ha hablado” (Miqueas 4:4, La Biblia de las Américas).

Estas granjas en manos privadas producirán abundantes cosechas: “Ya está cerca el día en que tendrán abundantes cosechas. No habrán terminado de cosechar el trigo cuando tendrán que volver a sembrar; no habrán acabado de preparar el vino cuando tendrán que plantar más viñas. ¡En los cerros y en las colinas correrá el vino como un río!” (Amós 9:13, Traducción en Lenguaje Actual).

Este orden económico permitirá que quienes trabajen puedan sacar ganancias y disfrutar el fruto de su labor, y además asegurará un escenario de equidad económica que dará a todos los seres humanos una oportunidad justa para prosperar.

En ese entonces, Dios derramará su Espíritu sobre las naciones y los habitantes de la Tierra adquirirán su carácter amoroso, lo que quiere decir que el sistema de este mundo se enfocará en ayudar a los que padezcan necesidad. Esto no se llevará a cabo mediante tácticas gubernamentales basadas en quitarle a algunos para darle a otros, sino  mediante un cambio interno en el corazón de la gente, para motivarla a la generosidad y mostrar verdadera preocupación por sus semejantes. ¡Y lo mejor de todo es que Dios lo está invitando a usted a ser parte de este magnífico futuro!