¿Cómo podemos ser transformados por el Espíritu de Dios?

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¿Cómo podemos ser transformados por el Espíritu de Dios?

El cristianismo implica cambio, lo que llamamos conversión. Un verdadero cristiano es literalmente un converso, una persona que con la ayuda de Dios ha cambiado su manera de pensar y de actuar para vivir conforme a los estándares mucho más altos que enseñó Jesucristo.

El tema principal del ministerio de Cristo incluyó el acto voluntario del arrepentimiento (Marcos 1:15). En el Día de Pentecostés, cuando se dio inicio a la Iglesia cristiana, Pedro (acompañado de los otros apóstoles) predicó audazmente sobre la vida y la muerte de Jesucristo ante una multitud. Ésta les respondió diciendo: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” La respuesta de Pedro fue parecida al mensaje entregado al comienzo del ministerio de Jesucristo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

La tarea en la vida de un cristiano es esta: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento,para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2, énfasis nuestro en todo este artículo).

Además, en Efesios 4:24 se nos exhorta: “Vestíos del nuevo hombre,creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”.

¿Está usted listo para esta tarea?

Tal vez usted se sienta abrumado al darse cuenta de lo lejano de esta meta. Quizás se halle esclavizado por sus propios hábitos o por sentimientos de odio, resentimiento o codicia, o por adicciones y actitudes egoístas. Puede que, además, carezca de la fuerza de voluntad para cambiar.

Cristo conoce muy bien todo esto, pero él también promete darles poder a los cristianos para que superen sus fallas y se conviertan de verdad. Justo antes de regresar al cielo, él dijo a sus discípulos originales lo siguiente: “. . . pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo” (Hechos 1:8). Y esto sucedió tal como él predijo diez días más tarde, en el Día de Pentecostés. En aquel día se bautizaron tres mil personas, todas fervientemente deseosas por obedecer a Dios. ¡Se convirtieron en nuevas criaturas en Cristo, y estaban profundamente motivadas!

¡Jesucristo no dejó a sus seguidores con la incógnita de si podrían triunfar o de si recibirían la ayuda necesaria para cambiar! Él sabe exactamente lo que cada uno necesita, y está listo para entregárnoslo. Una de las razones que impide a la gente superar sus debilidades humanas y hacer los cambios necesarios en su vida es que la mayoría trata de hacerlo por sus propios medios, desconociendo su urgente necesidad de ayuda continua de parte de Dios y del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el poder y la esencia de Dios, no una tercera persona divina, como muchos creen. El Espíritu de Dios nunca es mencionado ni identificado como un individuo en las Escrituras, como sucede con Dios y Jesucristo.

El poder y la función del Espíritu Santo han sido menoscabados, porque muchos han malentendido lo que es y cuál es su aplicación en la vida de los cristianos.

Una de las cosas que la gente no entiende es que el Espíritu puede darle energía a uno. Al entender las características del Espíritu Santo, nos conectamos a una fuente de poder. El Espíritu Santo se convierte en el medio y la respuesta que necesitamos para hacer cambios en pensamiento y acción, y el resultado de ello es una vida transformada.

Dios desea profundamente otorgar su Espíritu a sus hijos. En Lucas 11:13 Jesús dijo: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”

Veamos cómo describe la Biblia el Espíritu Santo, su función y el uso que podemos darle. La Palabra de Dios compara el Espíritu Santo con varias cosas –viento, fuego, agua, aceite y luz– para ayudarnos a entender mejor cómo trabaja y transforma nuestras vidas.

Viento y fuego, símbolos de poder

La dádiva del Espíritu Santo a la Iglesia durante la Fiesta de Pentecostés, como mencionamos anteriormente, fue una clara manifestación de poder, según se describe en Hechos 2:1-4:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba,el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego,asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”.

Todos sabemos cuán poderoso puede ser el viento. Algunos hemos sido testigos del increíble poder de los tornados, huracanes y tifones, y de cómo el viento puede hacer girar los molinos para producir electricidad; tales manifestaciones de poder en el ámbito natural sirven para representar a un poder supremo e incomparable: el Espíritu Santo de Dios.

Al hablar con Nicodemo, un líder judío, Jesús dijo. “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).

El fuego representa otra analogía de poder, puesto que en él puede haber mucha furia y gran potencia. Pero también puede brindar calor y comodidad. Una diminuta chispa es capaz de incendiar un bosque entero; un horno de fundición puede alcanzar temperaturas de 1400 a 1600 grados Celsius (o centígrados); una reacción nuclear libera fenomenales cantidades de energía; un horno refinador puede convertir el mineral bruto en hierro, y refinar el oro eliminando sus impurezas. ¡Qué analogía más adecuada con el Espíritu Santo, que del mismo modo lleva a cabo funciones transformadoras en nuestras vidas!

Agua, que nos impregna de poder y vida

En un mensaje que entregó durante una de las fiestas santas, Jesucristo hizo una interesante declaración en cuanto al Espíritu de Dios: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Juan 7:37-39).

El agua es un potente conductor de poder. La energía que viaja a cientos de kilómetros por hora puede provocar mareas capaces de ocasionar enorme destrucción. El agua puede ser proyectada a gran presión y lograr magníficos resultados, y puede desmenuzar  rocas y esculpir cañones a lo largo del tiempo. Además, el agua que fluye dentro de las turbinas al fondo de una represa puede producir extraordinarias cantidades de electricidad.De la misma forma, el Espíritu fluye, produce poder, impregna y limpia.

El agua es la esencia de la vida, la cual existe en nuestro planeta gracias a este vital elemento. El agua se encuentra en cada célula viva, y está presente en toda la naturaleza. Igual es el Espíritu de Dios, que se encuentra dondequiera, y así lo entendió David. Él escribió: “¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu?¿A dónde podría huir de tu presencia?Si subiera al cielo,allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo,también estás allí.Si me elevara sobre las alas del alba,o me estableciera en los extremos del mar,aun allí tu mano me guiaría,¡me sostendría tu mano derecha!” (Salmos 139:7-10, Nueva Versión Internacional).

El Espíritu Santo debe impregnar cada célula, pensamiento, recoveco y rendija de nuestras vidas: nuestro matrimonio, nuestro trabajo, nuestras relaciones, todo — igual que lo hace el agua en la naturaleza. El agua refresca, renueva y apaga la sed; la llovizna hace crecer las cosechas, y después de una sequía, el agua permite que todo vuelva a la vida.

Aceite, símbolo de combustible y energía

Lucas 4:18 compara el Espíritu de Dios con el aceite: “El Espíritu del Señor está sobre mí,por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;a pregonar libertad a los cautivos,y vista a los ciegos”.

Jesucristo fue ungido con el poder del Espíritu Santo, simbolizado por el aceite que se usa para llevar a cabo el ungimiento a los seres humanos (vea Hechos 10:38).

El tipo de aceite mencionado en la Biblia es el de oliva. Este aceite es a la vez un combustible y una fuente de energía; elimina la fricción y proporciona paz, energía y luz. Mateo 25:1-10 es una parábola que describe cómo el pueblo de Dios necesita una buena cantidad de aceite para mantener sus lámparas encendidas, lo cual nos lleva a la próxima analogía.

Luz, símbolo de la resplandeciente grandeza de Dios y del fin de la oscuridad

El Espíritu Santo ilumina con su luz la grandeza y el poder de Dios. Este Espíritu es “el glorioso Espíritu de Dios” (1 Pedro 4:14), o “el maravilloso Espíritu de Dios” (Traducción en Lenguaje Actual).

Y gracias al Espíritu Santo somos iluminados, “para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza,la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Efesios 1:17-20).

Una luz puede ser una llamita titilante, un faro en el mar o un ardiente sol o galaxia. La luz vence a las tinieblas y deja al descubierto la verdad y la realidad. Asimismo, el Espíritu Santo enciende una luz de entendimiento en la mente de las personas.

Otras analogías que nos enseñan más sobre el Espíritu de Dios

Existen otras analogías en las cuales el Espíritu de Dios es comparado con el aliento de vida. El Espíritu de Dios es vida en sí mismo: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4).

Notemos este otro pasaje: “La mano del Eterno vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu del Eterno, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” (Ezequiel 37:1-3).

La respuesta es : “Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies, un ejército grande en extremo” (v. 10). Dios entonces le dice a toda esta gente resucitada: “Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo el Eterno hablé, y lo hice, dice el Eterno” (v. 14). Así, vemos que estas personas no solo recibirían vida física, sino también espiritual.

Y el Espíritu sirve como depósito inicial, como un pago adelantado, por así decirlo, para que podamos recibir la vida eterna: “En él también . . . fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido.Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14, NVI).

El Espíritu Santo además es comparado con lamente: “Más el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:27).

La noche antes de su muerte, Cristo prometió darles a sus discípulos lo que él llamó “el Consolador”, es decir, el Espíritu Santo, para que los ayudara a recordar las cosas que les había enseñado: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26).

Así, vemos que las abundantes características del Espíritu Santo están ampliamente ilustradas. Todas están conectadas para permitir que la naturaleza de Dios more en nosotros. Dios desea que usted sea transformado en una nueva criatura en Cristo. El Espíritu Santo lo limpiará, purificará e iluminará, y le infundirá vida eterna.

Como afirma 2 Corintios 3:17-18, “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.