La importancia de la alabanza

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Para el Rey David y muchos otros personajes bíblicos, alabar a Dios fue una parte central de sus vidas. ¿Pero qué es la alabanza? ¿y por qué agrada tanto a Dios?. Mensaje entregado el 5 de septiembre de 2020.

Transcripción

Hoy quisiera iniciar con una pregunta retórica, es decir, una que no necesariamente requiere que respondamos. La pregunta es ¿Quién alaba a Dios?

Creo que normalmente cuando hablamos de nuestro compromiso con Dios, solemos centrarnos en la obediencia que le debemos. Y de hecho, ese es el centro de nuestra fe. Que le creemos, y por tanto le obedecemos.

Sin embargo, nuestra relación con Dios se encuentra incompleta si nos limitamos a la obediencia, y dejamos de lado otros aspectos más “personales”, que de hecho, nutren poderosamente esa misma relación de fe con Dios.

Y quisiera que el día de hoy hablaramos sobre una de esas partes tan importantes que a veces dejamos de lado, o que al menos no se hablan tanto respecto a nuestra relación con Dios, y es la alabanza a él.

Así que el propósito de este mensaje, es que reflexionemos y comprendamos cuál es la importancia de alabar a Dios.

El título del mensaje es: La importancia de la alabanza

Y quizá no haya mejor manera de hablar de la alabanza que hablando del Rey David. Para ponernos en contexto, el Pueblo de Israel, antes de ser una nación, fue una gran cantidad de familias que salieron de Egipto, que se establecieron en la Tierra de Canaán, y que se encontraban gobernadas por Dios a través de sus sacerdotes y de un líder llamado Juez. El pueblo de Israel, esos descendientes de los hijos de Jacob, sin embargo, decidió que quería un rey, igual que el resto de las naciones del mundo. Y el Verbo, les dio un Rey, Saúl.

Como Rey, tuvo un buen inicio, puesto que fue elegido por Dios. Sin embargo, su carácter no se mantuvo a la altura de su posición. Desobedeció a Dios en múltiples ocasiones, menospreciando su palabra que llegaba a través del profeta Samuel.

Y mientras aún reinaba Saúl, Dios eligió un nuevo Rey para Israel, y ese fue David.

Quisiera que me acompañaran por favor a 1 Samuel 16:1,6-7:

1. Dijo Jehová a Samuel: ¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey.

Entonces Samuel va a Belén, con el pretexto de ofrecer un sacrificio ocultando sus intenciones para evitar ser muerto. Al evento invita a Isaí y a sus hijos, y ocurre lo siguiente:

6. Y aconteció que cuando ellos vinieron, él vio a Eliab, y dijo: De cierto delante de Jehová está su ungido.

7. Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.

Había algo muy valioso en el corazón de David que no tenían ni el entonces aún Rey Saúl, ni sus hermanos.

Y es algo que en Hechos 13:22 se nos explica con claridad. Vayamos allá por favor:

22. Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero.

David haría todo lo que el Eterno quiere.

Y como siempre, tenemos que preguntarnos. ¿Entonces qué es lo que el Eterno quiere?

Sabemos que desea que le tengamos fe, y que le obedezcamos. Pero hay algo en el Rey David que va más allá de eso. No solo intentó lo más posible ser obediente y tener fe en Dios. Y es que nunca tuvo miedo de pronunciar el nombre de El Eterno y de darle honra, y resguardar su honor, y reconocer ante quien fuera, que él es el Eterno de los Ejércitos.

Y podemos ver este corazón de David en múltiples ocasiones.

Por ejemplo, quisiera que revisaramos lo que ocurrió con su enfrentamiento con Goliat, en 1 Samuel 17:33-37

33 Dijo Saúl a David: No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud.

34 David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada,

35 salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba.

36 Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente.

37 Añadió David (es decir, ya había terminado de hablar cuando de pronto habló de nuevo): Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo.

David habló en principio de las labores que ya había hecho para su padre físico. Había matado leones y osos. No era poca cosa. Y quizá con eso podría haber convencido a Saúl de dejarlo pelear con el filisteo. Sin embargo, antes de terminar, añadió algo crucial a su discurso.

Le recordó a los presentes quién era quién realmente peleaba las batallas del pueblo de Israel.

Y no solo se los recordó como algo aprendido de oídas. Pienso, y esto es algo personal, que muy posiblemente David no tenía la clara intención de decir esto. Pienso que fue algo que salió del corazón. Como cuando decimos un “gracias” sin pensarlo mucho.

David no se conformó con hablar. Se preparó para enfrentar a Goliat. Y estando frente a él, dijo algo aún más poderoso que lo anterior.

Si las palabras para el Rey Saúl fueron de una humildad sincera, porque no se daba el crédito de sus hazañas defendiendo al rebaño de su padre; las palabras para Goliat fueron junto con humildes, llenas de alabanza a Dios. 1 Samuel 17:45-47

45 Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. (No un Dios pequeño, no un Dios débil y sometido. David sabía quién era Dios, cuánto poder, cuánta gloria, cuánta fuerza ostentaba).

46 Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. 

47 Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos.

No era solamente que quisiera asustar a Goliat. Había alabanza a Dios en cada uno de sus dichos sobre él.

Y no se guardaba su alabanza para sí mismo. Hacía a todos partícipes de ella. No solo él sabría quién es Dios, sino también los soldados filisteos y los soldados de Israel.

Y todos serían testigos. Y todos deberían de reconocer que eso habría sido obra de Dios. No de David.

¿Se da cuenta de eso? David le daba todo el crédito a Dios. Y exaltaba siempre que podía al Eterno. Y no solo para quedar bien, o para inspirar valor. Sino que buscaba que todos reconocieran quién es.

La palabra alabanza significa literalmente manifestar el aprecio o la admiración por algo o por alguien, poniendo de relieve sus cualidades o méritos. Es un regalo, una especie de ofrenda que se da a alguien, en este caso particular, a Dios.

Y tenemos que esta práctica de mostrar admiración y respeto por Dios fue una parte muy importante de la vida de David. El más grande ejemplo son los Salmos. En cada uno de ellos hay un halago a Dios, o una petición de ayuda al ÚNICO que puede ayudarnos realmente. 

David reconocía quién era Dios. De qué era capaz. Y fue algo que lo distinguió.

A pesar de que su hijo Salomón fue el más sabio hombre sobre la tierra, quien es reconocido como el mejor y más grande Rey de Israel, fue David. Y eso fue porque procuraba hacer la voluntad de Dios. 

Tratar de hacer la voluntad de Dios y además ser lo suficientemente humilde para no tomar para sí mismo el reconocimiento de sus logros, sino darle el crédito a Dios, fueron algo único del Rey David. Quizá, y muy posiblemente, la causa de su prosperidad, y sobre todo, la causa de que tuviera una relación tan especial con Dios. Una con tanta cercanía y con tanta intimidad.

Hace algunas semanas, durante el campamento de jóvenes, se habló sobre los 5 lenguajes del amor, que son formas mediante las que los humanos expresamos y recibimos afecto. Uno de ellos son las palabras de afirmación. Es decir, los cumplidos, los agradecimientos, las palabras de ánimo, y los reconocimientos y halagos por las habilidades del otro. 

En ese sentido, creo que a todos nos gusta, en mayor o menor medida, que agradezcan un trabajo bien hecho. O que nos digan que aprecian nuestra compañía o que les gusta algo de nosotros. Es algo que, humanamente hablando, resulta natural. Hay algo casi biológico en esa complacencia que sentimos al ser reconocidos. 

Nuestro espíritu humano, eso que nos da un carácter y un estado de ánimo, una memoria tan potente, sentimientos y razonamientos, no es obra de la evolución. Es algo creado por Dios mismo. Y esa necesidad por sentirnos reconocidos es algo que está ahí por una razón.

Dar y recibir palabras de afecto y de reconocimiento ayuda a formar lazos con otras personas. 

Nos permiten sentir confianza, cercanía y seguridad. Las palabras que decimos nos abren o nos cierran puertas. Y decir un gracias, o un qué hábil eres, son formas maravillosas de hacer sentir bien a nuestros semejantes. Y también son una forma de presentarnos como amigos, como alguien dispuesto a una cierta relación.

Entre nosotros, humanos, es importante reconocernos las cosas buenas que hacemos. Las cosas buenas que tenemos. Lo agradables que somos entre nosotros. 

Y alguién que no se equivoca, que es todo amor, que es todo misericordia y justicia, que es generoso y bondadoso, merece sin dudas que le alaben. Que le ofrenden con palabras. Y ese ser tan perfecto es la familia que conforman Dios el Padre y Dios el Hijo. 

Sin embargo, hay un matiz importante para distinguir la alabanza sincera y honesta, productiva y sana, de algo muy nocivo. Incluso, el Hijo rechazó alguna vez un halago, reconociendo la completa bondad de Dios, y fue justamente porque se trataba de un halago con una doble intención: Por favor acompáñenme a Marcos 10:18

Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios.

Y esto es muy importante. 

Nuestras alabanzas no deben ser dirigidas sino a Dios el Padre. Y además deben ser eso, alabanzas, NO lisonjas.

Una lisonja es una alabanza exagerada que se hace con el fin de obtener un beneficio. Y lo que ocurría es que el joven que halaga a Jesucristo en este pasaje, buscaba que Jesús validara su comportamiento como justicia. Es decir, quería ser reconocido por algo que ya hacía y quería sobresalir por ese comportamiento. En sí misma, la alabanza fue una forma de pedir la alabanza de vuelta. Y esa fue una mala intención.

Y en las escrituras encontramos serias amonestaciones en contra de esto, o más bien advertencias de las duras consecuencias que enfrentan quienes alaban exageradamente buscando un beneficio, como en el caso del joven rico. 

Proverbios 26:23-28

23 Como escoria de plata echada sobre el tiesto Son los labios lisonjeros y el corazón malo.

Un tiesto es algo semejante a una maceta, es una vasija con tierra, donde se planta algo. En sí la imagen que se quiere ilustrar es una maceta de barro cubierta con plata de muy mala calidad, es decir, algo engañosamente bueno que con suficiente atención revela su verdadera calidad.

24 El que odia disimula con sus labios; Mas en su interior maquina engaño.

25 Cuando hablare amigablemente, no le creas; Porque siete abominaciones hay en su corazón.

Estas siete abominaciones las vemos en Proverbios 6:16-19, por si quieren anotarlo.

26 Aunque su odio se cubra con disimulo, Su maldad será descubierta en la congregación.

27 El que cava foso caerá en él; Y al que revuelve la piedra, sobre él le volverá.

28 La lengua falsa atormenta al que ha lastimado, Y la boca lisonjera hace resbalar.

Es decir que la alabanza sin sentido o que busca un beneficio, es contraproducente, porque alimenta un carácter malicioso.

También tenemos un ejemplo más directo de las consecuencias de alabar a Dios falsamente o peor aún de adorar a un dios falso. Sin obedecer al Eterno, sin querer hacer su voluntad, buscando un beneficio:

Acompáñenme por favor a Mateo 7:21-23. Es una escritura muy conocida. Y nos habla sobre la obediencia, pero también sobre la lengua que no es sincera.

A penas unos versículos atrás Jesucristo nos advirtió que nos cuidaramos de los falsos profetas que tienen intenciones malignas pese a que ofrecen una apariencia piadosa. Justo después leemos: 

21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?

23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

No podemos engañar a Dios con palabras. Él conoce nuestras motivaciones e intenciones más profundas. Sin embargo, si nosotros lo conocemos a él, si nos esforzamos por obedecerlo y hacer su voluntad, será algo natural que sintamos la necesidad de alabarlo.

Del mismo modo que lo hizo el rey David.

Como conclusión

Alabar a Dios es importante porque es una forma de manifestar nuestro aprecio por él y sus obras, y también es una forma de ir conociendo gradualmente su carácter, y su forma de ser. Alimenta nuestra confianza en él, nos acerca a su presencia, y nos da seguridad.

En momentos de fuerte necesidad o de tribulación, reconocer la soberanía de Dios, es decir, su dominio sobre nuestras vidas, es indispensable, Porque si no reconocemos que él tiene todo el poder sobre nuestra existencia, entonces difícilmente tendremos suficiente fe para pedirle eficazmente que intervenga en nuestra necesidad.

Entonces, ¿cómo alabar a Dios?

1- Oraciones: 

Quizá el medio más inmediato y sencillo para todos, sean nuestras oraciones. Durante las oraciones de clausura y de apertura de cada servicio, escuchamos a alguien que nos representa, y siempre se exaltan las cualidades de Dios.

En nuestras oraciones diarias procuremos resaltar las cualidades de Dios. Agradecerle de corazón por los alimentos, por el techo, el vestido, la salud, la familia, la iglesia, su palabra. Todas esas cosas que provienen de él y de su misericordia y que no todos tienen.

Un grave error que cometemos a veces es dar por sentadas las cosas. Dar por sentado el cariño de alguien, el calzado, el vestido, el trabajo. Pero son cosas que requieren de nuestro esfuerzo, y sobre todo de que Dios bendiga ese esfuerzo y lo vuelva fructífero. 

Alabar a Dios es indispensable en nuestras oraciones, y tenemos la oración modelo de Mateo 6 como referencia.

2- Cantando himnos:

Algunas veces olvidamos el propósito de los himnos, o lo menospreciamos un poco durante el servicio. Quizá por la costumbre, pero no somos conscientes de lo que cantamos. O incluso, algunas veces no cantamos.

Por ejemplo, en años pasados, durante la Fiesta de Tabernáculos, me tocó ver algunas personas que durante los himnos revisaban su celular, o simplemente charlaban entre sí. Como si fuera una parte menor del servicio, cuando en realidad es una parte crucial del mismo.

Es la parte en donde todo el pueblo se une literalmente a una voz para alabar a Dios. 

Y una alabanza, como decía antes, debe ser consciente y sincera. Y para eso es necesario que estemos atentos a lo que estemos cantando. 

Cantar himnos no tiene porqué limitarse a un momento del servicio. Podemos cantar un himno al despertar, o antes de ir a dormir, o incluso “cantarlo” mentalmente mientras vamos o venimos del trabajo. 

También podemos, si es que se nos da, crear un propio himno para Dios. Tengamos por cierto que sería un regalo maravilloso para él.

O, en otro caso, participando de los coros o presentando una música especial. Recuerdo con mucho cariño algunas palabras que escuché en una fiesta de tabernáculos, y es que Dios no tiene oídos como los nuestros. Dios escucha los corazones. Así que tal vez lo más importante no sea como suenen nuestras voces, sino como suene nuestro corazón al cantarle a Dios.

3- Dedicar cosas a Dios. 

Algo que no siempre se comenta, es que hubieron personas en la antigüedad que, en alabanza y gratitud a Dios, ofrecieron algo especial como ofrenda. En ocasiones fue el nombre de sus hijos, en otras más extremas, como el caso de Ana, la madre de Samuel, a él mismo. 

Y no es que debamos consagrar un hijo a Dios. Sino más bien, dedicarnos a nosotros mismos como una ofrenda, pero también como una alabanza.

Y me explico. El quinto mandamiento, el de honrar a nuestro padre y madre, consiste, básicamente y dicho quizá de muy mala manera, en que nuestra vida sea algo que no avergüence a nuestros padres. 

Que seamos productivos, sanos, generosos, bondadosos y pacíficos es una buena forma de alabar a nuestros padres, porque quienes nos vean, hablarán bien de ellos.

Podemos ser una ofrenda encendida a ellos, al ser buenos hijos, pero podemos serles alabanza si a través de nosotros hablan bien de ellos. 

El Rey David fue una alabanza a su padre Isaí, así como a nuestro Padre Dios. A través de la vida de David podemos conocer algo de sus padres: Que le dieron una buena crianza, llena de corrección y de amor.

Otra forma de alabar al Padre, es que dediquemos algunas líneas a Dios, sin necesidad de que sean publicadas en ningún lugar. Una especie de carta o de correspondencia física con él.

O bien, dedicarle, personal e íntimamente, algún logro personal del que nos sintamos orgullosos. Porque a final de cuentas, todo lo que logramos, proviene de su bendición.

Así que, queridos hermanos, espero que comprendamos lo importante que es alabar a nuestro Padre, no solo por alabarle, sino para formar una relación viva, sana y duradera con él. 

La invitación es que procuremos darle toda la honra posible, porque si hay alguien que merece todos nuestros halagos y agradecimientos es nuestro Dios, que nos sustenta, que nos protege y que sobre todas las cosas, nos ofrece el regalo invaluable de una vida Eterna a su servicio. 

Feliz sábado a todos.