Una receta de vida
La palabra japonesa Ikigai no tiene una traducción directa al español, proviene de Ikiro que significa vivir y Gai caparazón. Pero podría definirse en forma concisa como “una razón por la cual vivir.” Es decir, encontrar el propósito por el cual nos levantamos cada mañana.
Este pensamiento se ha venido expandiendo cada vez más en el mundo occidental. Gordon Matthews, un profesor de antropología de la Universidad de Hong Kong, explica que no se trata solamente de un estilo de vida, sino de un modo práctico para disfrutar al máximo y alcanzar nuestras metas.
El ikigai comprende cuatro áreas: nuestras habilidades, lo que nos gusta hacer, qué podemos ofrecer al mundo y lo que puede representar un ingreso económico.
En otras partes del mundo este principio define aspectos que, según su posición geográfica, nos producen una gran satisfacción. En Dinamarca, por ejemplo, el hygge puede ser sencillamente sentarse en el sofá una noche fría de invierno al calor de una chimenea y disfrutar una bebida caliente. Para los holandeses y los alemanes, la palabra gezelligheid define aquellos momentos acogedores que nos levantan el ánimo.
Los ingredientes
Como en toda receta, necesitamos algunos ingredientes y un procedimiento. Lo primero que necesitamos es paciencia —esperar hasta que el esfuerzo produzca su fruto. Otros componentes importantes son: disciplina, esfuerzo, confianza, fe y una porción de compromiso personal. Además, no debemos olvidar agregar una dosis de confianza, visión y, sobre todo, orar pidiéndole a Dios que nuestros planes prosperen.
La Biblia dice que, cuando el espíritu gobierna nuestra vida, se producen los llamados dones del espíritu. Los primeros tres se refieren a nuestra actitud hacia Dios, la segunda triada tiene que ver con nuestras relaciones sociales y la fe sustenta nuestra conducta cristiana. Gálatas 5:22 dice: “Más el fruto del espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe”.
Las emociones positivas alimentan nuestra mente y nuestro cuerpo reduciendo la cantidad de hormonas que producen estrés, ayudando a sobreponernos a la ansiedad y la depresión, reforzando nuestro sistema inmunológico. Es importante que hagamos aquellas actividades que generen estas emociones positivas. El simple acto de dar un paseo al aire libre o jugar con un niño o con una mascota producen este tipo de emociones.
Nuestras fortalezas e intereses son las cosas que hacemos bien y que nos gusta hacer. Pueden ser por ejemplo, la música, el arte, la ciencia, los idiomas, construir cosas, cocinar y leer, entre otras. Nuestro nivel de felicidad se incrementa en la medida en que descubrimos estas fortalezas y las vivimos.
Relaciones y actividades
Las personas que nos rodean y forman parte importante de nuestra vida. Tener buenas relaciones es una de las mejores maneras de incrementar nuestra felicidad, nuestra salud y nuestro bienestar. Por otro lado, desarrollar aptitudes emocionales nos ayuda a fortalecer y mantener nuestros vínculos afectivos. Cuando ayudamos a otras personas y ellas nos apoyan a nosotros, somos más fuertes, capaces y exitosos.
Por supuesto que nuestras vidas están colmadas de actividades y responsabilidades, pero al darnos más tiempo y prestar atención en lo que hacemos y por qué lo estamos haciendo, puede ayudarnos a ser más felices.
Fomentemos valores importantes; apartemos un tiempo para meditar en ellos, por ejemplo, ayudar a otros por medio de actividades voluntarias o involucrarnos en programas de diversa índole que beneficien a nuestra comunidad o a nuestro entorno.
Establecer y alcanzar metas nos permite orientar nuestra energía y generar un impacto positivo. Prioricemos lo más importante, pongamos todo nuestro esfuerzo en lo que queremos alcanzar, sin que tenga que ser perfecto. Si algo no sale bien, seamos optimistas e intentémoslo de nuevo. Depositemos nuestra confianza en Dios y nunca abandonemos nuestros sueños.
El rey Salomón buscaba encontrar la felicidad y para ello realizó un experimento. En su afán por adquirir de todo, edificó casas, plantó viñas y árboles frutales. Compró siervos y siervas, tuvo rebaños de vacas y ovejas. Amontonó oro, plata y tesoros preciados. Como disponía de recursos, no negó a sus ojos ninguna cosa que deseara y su corazón se gozó del fruto de su trabajo.
Pero al final llegó a una conclusión: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” Eclesiastés 2:11.