¿Cómo podemos entrar en el Reino de Dios?
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¿Cómo podemos entrar en el Reino de Dios?
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“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
Un aspecto fundamental e importantísimo del evangelio es la salvación mediante la vida, muerte y resurrección de Jesús. Él murió, fue sepultado y resucitó para que nosotros pudiéramos recibir el perdón de los pecados y tener vida eterna en el Reino de Dios (Juan 3:16).
Muy pocos entienden este maravilloso aspecto del evangelio: el hecho de que podamos formar parte del Reino de Dios, lo cual es sinónimo de salvación. No podemos entender en qué consiste la salvación si no entendemos esta parte del evangelio. ¿Desea usted saber cómo puede entrar en el Reino de Dios y obtener la salvación de la que nos habla la Biblia?
¡Formar parte de la familia de Dios!
¿Qué implicará realmente la salvación —la vida eterna en el Reino de Dios— para todos aquellos que la reciban? Hemos visto que la salvación consiste en la transformación de un ser humano, frágil y mortal, en un hijo inmortal de Dios. Veamos ahora cómo esto se expresa en la Epístola a los Hebreos: “Al conducir muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos. Tanto el que santifica [Jesús] como los que son santificados son de la misma familia. Por eso no se avergüenza Jesucristo de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:10-11, Nueva Versión Internacional).
¿Se había dado usted cuenta de esto? Aquellos que entren en el Reino de Dios serán todos “hermanos”, ¡serán todos hijos de Dios! Como miembros de la familia de Dios, serán seres espirituales que vivirán eternamente (1 Corintios 15:42-44). ¡Esto es la salvación! “Por eso no se avergüenza Jesucristo de llamarlos hermanos, al decir: ‘Anunciaré tu nombre [el del Padre] a mis hermanos; en medio de la congregación te contaré alabanzas’ . . . Y añade: ‘Aquí estoy, con los hijos que Dios me ha dado’” (Hebreos 2:11-13, Nueva Versión Internacional).
El hecho de que Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos nos muestra cuán íntima es esta relación familiar. Aquellos que entren en el Reino de Dios compartirán la naturaleza de Dios (2 Pedro 1:4) por toda la eternidad.
Dios hará totalmente semejantes a Jesucristo a quienes entren en su reino. El apóstol Juan nos lo dice de una manera muy explícita: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios . . . Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:1-2).
Todos los seres humanos que entren en el Reino de Dios serán transformados en espíritu; tendrán el tremendo honor de ser semejantes a Jesucristo resucitado y glorificado: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16-17)
¡Este es el asombroso potencial de todos aquellos que recibirán la vida eterna como miembros de la familia que Dios está creando!
La herencia de los santos
Los santos recibirán la herencia, comúnmente llamada “salvación”, en el momento de la resurrección de los muertos (1 Corintios 15:50-52). Esto ocurrirá cuando suene la última trompeta y Jesucristo regrese con poder y gran gloria; en ese entonces “los reinos del mundo [vendrán] a ser de nuestro Señor y de su Cristo” (Apocalipsis 11:15). Todos aquellos que sean transformados en seres inmortales formarán parte del Reino de Dios y colaborarán en el reinado de mil años de Jesucristo (Apocalipsis 20:4-6).
En el evangelio del Reino de Dios se nos revela que Jesucristo, junto con los santos resucitados, establecerá su gobierno en la tierra para que todos los seres humanos tengan la oportunidad de recibir la vida eterna. Dios desea que todos vengan a formar parte de su reino, pero cada uno a su debido tiempo (2 Pedro 3:9; 1 Corintios 15:20-26).
El evangelio nos enseña que cuando Jesucristo venga a establecer el Reino de Dios, los santos —aquellos siervos fieles de Jesús que serán resucitados a su regreso— gobernarán con él (Apocalipsis 5:10). Como nos dicen las profecías de Isaías, Cristo comenzará su reinado ayudando a aquellas personas que estén vivas en ese tiempo, enseñándoles los caminos de Dios. El proceso de sanar las naciones, tanto física como espiritualmente, lo llevarán a cabo Jesucristo y sus santos resucitados (Isaías 30:20-21; Isaías 35:1, Isaías 35:5-6).
Los siervos fieles de Cristo serán transformados en espíritu y vivirán por siempre (1 Tesalonicenses 4:14-17; 1 Corintios 15:42-44; 1 Corintios 15:50-54). La increíble promesa que Dios les hace es ésta: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7). ¿Cuál es esa herencia? En Hebreos 2:6-8 leemos que nuestro asombroso potencial es que, como hijos glorificados de Dios, tomaremos parte en el gobierno de “todas las cosas”, es decir ¡el universo entero! Seremos reyes y sacerdotes en el Reino de Dios (Apocalipsis 1:6).
Debemos actuar
Jesús quiere que al entender el evangelio del Reino de Dios nos arrepintamos y creamos las buenas nuevas (Marcos 1:14-15).
El Reino de Dios es algo en el cual debemos entrar (Marcos 10:23-25), y el primer paso es arrepentirnos y creer en el evangelio. Por medio de Jesucristo podemos buscar el perdón y la reconciliación con Dios, para empezar a vivir de acuerdo con las leyes de su reino tal como Jesús las enseñó. Todos aquellos que se rehúsen a vivir de acuerdo con los caminos de Dios no podrán entrar en su reino ni recibirán la vida eterna (1 Corintios 6:9-10; Gálatas 5:19-21; Efesios 5:5).
En Mateo 5:20; Mateo 19:23-25; Marcos 9:47 y Lucas 18:17 Jesús nos advierte acerca de los obstáculos que nos pueden impedir la entrada en el Reino de Dios. Si queremos entrar en él, es necesario que nos arrepintamos sinceramente, seamos bautizados y recibamos el Espíritu de Dios. Es necesario también que nuestra actitud sea correcta: la actitud humilde y dócil de un niño (Mateo 18:3; Hechos 2:38).
(Si desea mayor información acerca del arrepentimiento, el bautismo y otros temas relacionados con la conversión cristiana, nos permitimos ofrecerle el folleto gratuito Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana. Es una publicación que le explicará, con base en las Escrituras, los pasos necesarios para que usted pueda entrar en el Reino de Dios.)
Sin importar las dificultades y los obstáculos que se nos puedan presentar, lo más importante para nosotros debe ser buscar el Reino de Dios. Como lo expresó el apóstol Pablo: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22). Si nos esforzamos por mantener el Reino de Dios como nuestra meta principal, podremos vencer todas estas dificultades (Mateo 6:33). Jesús nos exhorta a que oremos por que venga pronto ese reino (v. 10).
Si nuestra vida está dedicada a buscar el Reino de Dios, nuestra actitud será semejante a la de los patriarcas mencionados en Hebreos 11. Notemos especialmente las inspiradoras palabras acerca del sentido de propósito que los sostenía: “Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra . . . por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” (vv. 13, 16). Los patriarcas anhelaban y buscaban el Reino de Dios, y por eso se consideraban “extranjeros y peregrinos” en este mundo. Su vida estaba dedicada a ese reino, no a la vida material y física.
El mapa que nos conduce al reino
Cuando entendemos el significado de las siete fiestas de Dios, podemos tener una mayor comprensión de su reino venidero. Muchas personas consideran estas observancias como simples tradiciones judías, pero en Levítico 23:2, 4 se nos dice que son “las fiestas solemnes del Eterno”. Él las estableció con el propósito de ayudarnos a comprender el papel que Cristo desempeña en nuestra salvación y de enseñarnos cómo el Reino de Dios será establecido sobre la tierra.
El apóstol Pablo se refirió a estos festivales como “sombra de lo que ha de venir” (Colosenses 2:16-17). Él y la iglesia primitiva los celebraban porque así se mantenían conscientes del plan de Dios, que culminará en el establecimiento de su reino. Aunque muchos los criticaron por la manera de guardar las fiestas de Dios, Pablo y los cristianos de Colosas entendieron muy bien la relación que existía entre el significado de estas fiestas y el mensaje del evangelio.
Si entendemos el significado de estas santas convocaciones, podremos entender el maravilloso mensaje que Jesús proclamó: el plan que Dios tiene para que los seres humanos entren en su reino y tengan vida eterna. (Si a usted le interesa saber más acerca de estas fiestas, por favor solicite dos folletos gratuitos Nuestro asombroso potencial humano y Las fiestas santas de Dios.)
Dios está revelando esta maravillosa verdad a todos aquellos que está llamando ahora (Juan 6:44). Jesús dijo que este mensaje sería predicado en todo el mundo antes de su segunda venida: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14). La Iglesia de Dios Unida está dedicada a la proclamación de este mensaje; y a todos aquellos que tienen la oportunidad de recibirlo, los exhorta para que crean el evangelio y empiecen a vivir en conformidad con él.
(Con el deseo de ayudar a quienes están buscando realmente el Reino de Dios, les ofrecemos —completamente gratis— la revista Las Buenas Noticias. Como su nombre lo indica, Las Buenas Noticias está dedicada al mensaje que Jesús proclamó. Cada número de la revista contiene artículos que explican las enseñanzas de Jesús acerca del Reino de Dios y de la forma en que nosotros podemos entrar en él. Para obtener una suscripción gratuita, sólo tiene que solicitarla a cualquiera de las direcciones que aparecen al final de este folleto.)
Muy acertadamente, al mensaje que Jesús trajo del Padre se le llama las buenas noticias —el evangelio— del Reino de Dios. De hecho, son las mejores noticias que la humanidad puede recibir. Jesús nos exhorta a que creamos esas buenas noticias y a que busquemos primeramente el reino de su Padre (Mateo 6:33). Si así lo hacemos, Dios se complacerá en darnos el reino (Lucas 12:32).