#271 - Hechos 8-9
"El origen de la iglesia falsa; Felipe y el eunuco; el Apóstol Pablo"
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#271 - Hechos 8-9: "El origen de la iglesia falsa; Felipe y el eunuco; el Apóstol Pablo"
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Luego de la persecución cruenta de Nerón en el año 64 en Roma, muchos de los verdaderos cristianos perecieron, mientras que en la periferia estaban esperando su turno los otros “seudo-cristianos” para infiltrar y tomar el mando de la Iglesia. Ellos se caracterizaban por seguir los preceptos de Cristo, pero estaban dispuestos a acomodar sus creencias con el paganismo cuando fuera necesario.
Ralph Woodrow es muy claro sobre el origen del sistema cristiano-babilónico: “En la vida real, Satanás no aparece como un monstruo con cuernos, una larga cola y una horquilla. ¡No! Para engañar al pueblo, él aparece como un ángel de luz (2 Corintios 11:14). Igualmente, cuando quería continuar el viejo paganismo, Satanás sabía que para engañar al mundo tendría que seguir haciéndolo oculto tras un disfraz, de modo que poco a poco los hombres mezclaran el paganismo babilónico con el cristianismo. Esto lo hizo suavemente, a lo largo de muchos años hasta que el paganismo se estableció en lo que terminó llamándose la iglesia [rival], ataviada ahora con otras vestiduras que aparentaban ser ‘cristianas’. Jesús mismo nos previno de ‘falsos profetas… con vestidos de ovejas… mas por dentro son lobos rapaces’” (Mateo 7:15). De esta forma los lobos paganos se pusieron vestiduras cristianas y esta ingeniosa mezcla ha engañado a millones. Pero es como si tratáramos de sacarle a una botella de veneno la etiqueta con la calavera y huesos cruzados y en vez ponerle una etiqueta que dice “dulces” o “chocolate”. Esto no cambia el contenido. El veneno sigue siendo tan peligroso como antes. Así de peligroso es también el paganismo, no importa como luzca por fuera. Debido a lo ingenioso que fue mezclado el paganismo con la cristiandad, su verdadero origen babilónico fue ocultado y llegó a ser un misterio llamado, “Misterio, Babilonia la Grande” (Apocalipsis 17:5)” (Babilonia, Misterio Religioso, p. 255).
El apóstol Judas, alrededor del año 66 d.C. habla de ellos: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente [en la Iglesia], los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios...” (Judas 3-4).
Según los pocos escritores del segundo siglo, Justín Mártir e Ireneo, eso era precisamente lo que estaba haciendo Simón Mago. En La Historia de la Iglesia, Philip Schaff comenta de Simón Mago: “De acuerdo al testimonio unánime de la historia antigua, Simón Mago fue el autor o el primer representante de un paganismo “bautizado” [o cristiano], que sin duda adulteró el cristianismo con ideas y prácticas paganas, y Simón se presentó como la emanación misma de Dios” (Sección: El Cristianismo Apostólico, Tomo 2, p. 566).
Unos cien años más tarde de la muerte de Simón Mago, Ireneo escribió: “Al ser rechazado por Pedro, Simón Mago no tomó más en cuenta a Dios y se dedicó en vez a luchar ardientemente contra los apóstoles para que pudiera ser visto él como un ser deslumbrante [otro apóstol mayor que ellos]. Se dedicó con gran celo al estudio de todo relacionado con la magia para poder impresionar y ganar seguidores entre las multitudes. Así procedió en el reinado de Claudio César [45 d.C.], que dicen quedó tan impresionado con sus poderes mágicos que le dedicó una estatua con su nombre. Este hombre fue glorificado por muchos como si fuera un dios y enseñó que él mismo era quien se manifestó entre los judíos como el Hijo [en vez de Jesús], pero que le apareció a los samaritanos como el Padre y a las demás naciones como el Espíritu Santo. En otras palabras, se presentó como si fuera el ser más alto con toda autoridad, es decir, que era el Padre de todos, y permitió que lo llamaran por cualquier título que los hombres desearan [¿incluyendo apóstol?]... Dijo que vino con el propósito de traer la salvación a los hombres… y los que confiaban en él ya no tenían que obedecer lo que dijeron los profetas [o la ley del Antiguo Testamento], sino que ahora sus adeptos quedaban librados de esto, y podían vivir como quisieran, pues decía que los hombres eran salvos por la gracia y no por las obras justas. Predicó que el mundo un día sería destruido, pero que sus seguidores se salvarían. Por lo tanto, sus sacerdotes místicos que seguían esta secta vivían vidas licenciosas [no se preocupaban de obedecer la ley de Dios] y usaban magia, encantos, pociones y hasta contaban con la ayuda de espíritus que podían molestar en sus sueños a quienes ellos escogían. Sus seguidores le hicieron a Simón y a Elena estatuas con las formas de Júpiter y Minerva” (Los Padres Ante Nicenos, Tomo 1, p.347-348).
Según Hipólito, un historiador a fines del segundo siglo, Simón Mago murió al intentar imitar a Jesús al enterrarse por tres días y luego resucitar. Pero cuando los discípulos lo desenterraron, estaba muerto.
Lo importante del relato es que, alrededor del año 45 d.C., Simón Mago estableció en Roma una secta cristiana que era en realidad una mezcla de cristianismo y paganismo. Cuando murieron tantos verdaderos cristianos en Roma por la persecución de Nerón, los seguidores de Simón lograron infiltrar la Iglesia. De allí, hubo una lucha, y por fin, la Iglesia falsa se impuso y los verdaderos cristianos tuvieron que salir como una pequeña manada o un remanente fiel para formar otra Iglesia más pequeña. En la iglesia más grande y conocida en Roma pronto empezaron los cambios doctrinales que deseaba Simón Mago y sus seguidores de paganizar a la iglesia, al cambiar el sábado por el domingo, al bautizar infantes, al repudiar las Fiestas Santas y cambiarlas por sus propias fiestas y comer cerdo y otros animales prohibidos en la Biblia. Por eso dice el historiador Jesse Hurlbut: “Después de la muerte de Pedro y Pablo, y por espacio de cincuenta o sesenta años, la historia de la iglesia está en blanco. Lo que hicieron tales hombres como Timoteo, Tito y Apolos, no lo sabemos; pero, una generación más tarde, aparecen nuevos nombres como obispos [y sacerdotes] con autoridad sobre sus diferentes diócesis” (La Historia de la Iglesia Cristiana, p. 55).
Desde luego que no se pueden leer las cartas de los sucesores de los apóstoles porque no les daría la razón a la nueva secta romana. Timoteo, Tito y Apolos seguían guardando el sábado, las Fiestas Santas y sólo comían alimentos bíblicos. Por eso el gran historiador Edward Gibbon llama los escritos que aparecen en esa época como “pocos y sospechosos, que no nos permiten despejar la nube oscura que pende sobre la primera época de la Iglesia” (La Decadencia y Caída del Imperio Romano, p. 260).
El historiador Steuart McBirnie añade: “El gran problema de la llamada historia de la iglesia es que la mayor parte de ella fue escrita mucho tiempo después de la era apostólica, y las costumbres que se habían ya introducido en la iglesia, pongamos por caso en el tercer o cuarto siglo, fueron interpretadas en las descripciones de las iglesias de la era del Nuevo Testamento. Gran parte del ritualismo practicado en el siglo cuarto por los cristianos, quizá, se supuso que había estado presente en la era del Nuevo Testamento, pero era desconocido en realidad por las congregaciones del primer siglo” (El Retorno a la Iglesia Primitiva, p. 23).
Recuerden que fue Simón Mago quien intentó comprar el apostolado para tener esos mismos poderes. Luego se convirtió en el apóstol rival de ellos al establecer una religión cristiana-babilónica, en la cual fue el Pater, o Padre religioso. Por eso Cristo le dice a su Iglesia en esa era de Éfeso: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos” (Apocalipsis 2:2).
Cuando Policarpo, el sucesor del apóstol Juan, llegó a Roma en 150 d.C., encontró la apostasía en pleno desarrollo. Eusebio escribió: “En este tiempo, cuando Aniceto estaba a cargo de la iglesia en Roma, Policarpo vino para tratar el tema del día de la Pascua [Roma ya estaba celebrando otro día]... Policarpo siempre enseñó sólo lo que había recibido de los apóstoles… lo que era la verdadera doctrina. Llegando a Roma, volvió a muchos herejes de sus errores a la Iglesia de Dios al proclamar la única verdadera fe que había recibido de los apóstoles” (Historia Eclesiástica, p. 141). En otra parte, Eusebio añade: “Cuando Policarpo llegó a Roma, tuvo una disputa con Aniceto acerca de la Pascua. Al final, Aniceto no pudo persuadir a Policarpo de dejar de observar la Pascua, pues Policarpo decía que siempre la había guardado con Juan el discípulo de Jesús y con los demás apóstoles, que él conoció. Pero Policarpo tampoco pudo persuadir a Aniceto a observar la Pascua, pues Aniceto dijo que estaba obligado a guardar la otra fecha [el Domingo de Resurrección] como sus antecesores” (p. 211). En otro lugar, Eusebio relata: “De acuerdo a su costumbre, al escuchar los errores propagados, Policarpo exclamaba: “Oh buen Dios, ¡en qué tiempos me has traído, que tenga que soportar estas cosas!” (p. 205). Bien podemos decir lo mismo en nuestra era de la Iglesia con las apostasías que vemos derredor — y todavía falta mucho más por acontecer.
Retomemos ahora lo que sucedió luego del encuentro entre Simón Pedro y Simón Mago. La escena cambia a la obra de Felipe, el que había sido diácono y fue nombrado como evangelista. Dios quiso llamar a un eunuco etíope a la Iglesia, pues vio la sinceridad y el corazón recto que tenía. “Un ángel del Señor habló a Felipe diciendo: Levántate y vé hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto… Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar” (Hechos 8:26-27).
Este etíope era negro, y un prosélito de la fe judía. Etiopía tenía una larga historia de relaciones comerciales con Israel desde los tiempos del rey Salomón. El término Candace no es un nombre personal sino el título de las reinas madres en Etiopía que gobernaban los asuntos diarios, pues su hijo rey era adorado como el dios sol y no participaba en cosas rutinarias. El título es semejante al de César o el Faraón. Felipe escucha al etíope que estaba leyendo Isaías 53, y le pregunta: “Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo la boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe le dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso por el camino. Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea” (Hechos 8:34-40). La distancia que fue transportado Felipe por el aire es aproximadamente de 30 km. He aquí un ejemplo de cómo los miembros pueden ser “arrebatados” y llevados al lugar de refugio por medio aéreo, mencionado en Apocalipsis 12:14 o bien puede ser por transporte mecánico aéreo (por avión); no se sabe cuál de los dos medios será el que Dios usa.
Llegamos así al capítulo 9 y la historia de la conversión de Saulo, el fanático fariseo y oficial judío que por obra de Cristo se convirtió en el manso apóstol Pablo. “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén” (Hechos 9:1-2). Saulo, emprendido la persecución por todo Judá, no estaba contento con dejar las cosas así. En Damasco había una comunidad grande de judíos, y Saulo había escuchado que algunos cristianos habían huido allá. Rápidamente consiguió la autorización del Sanhedrín para buscar a los cristianos en Damasco y traerlos como prisioneros para ser juzgados en Jerusalén. Sin embargo, la situación pronto terminaría siendo al revés, al convertirse Pablo en el perseguido en vez del perseguidor al aceptar el cristianismo.
“Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hch 9:3-5). Robertson comenta sobre el dar coces contra el aguijón, “La expresión se refiere al buey que es aguijoneado con una vara puntiaguda y el buey patea de vuelta y como resultado es lastimado aun más”. Jesús lo estaba llamando, pero Pablo se resistía y se hacía más daño espiritual. Desde que vio la valiente muerte de Esteban y el comportamiento ejemplar de los cristianos, la consciencia le molestaba, pero igual seguía adelante.
“El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie, así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió. Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí, Señor. Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista. Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de ese hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. El Señor le dijo: Vé, porque instrumento escogido me es ése, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel, porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre”. En el próximo estudio seguiremos con la conversión del apóstol Pablo.