Debemos aceptar nuestra responsibilidad personal

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Debemos aceptar nuestra responsibilidad personal

En términos de moralidad cristiana, ¿cuáles son algunas de nuestras responsabilidades fundamentales?

“Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5:3-5; comparar con Colosenses 3:5-10).

“Pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido” (1 Corintios 7:2).

“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Hebreos 13:4).

Dios llama a su pueblo de todas partes y formas de vida. Sin importar la naturaleza y gravedad de nuestros pecados pasados, Dios nos perdona cuando nos arrepentimos y dejamos de cometerlos. Para agradar a Dios, sin embargo, debemos poner atención y seguir sus instrucciones en cuanto a lo que él considera una conducta aceptable.

Debemos estar en guardia para no regresar a las prácticas abominables que él condena, a los pecados que el sacrificio de Cristo ha cubierto.


¿Qué debemos hacer para eludir la inmoralidad del mundo a nuestro alrededor?

“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13).

“. . . Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:1-2; comparar con 1 Pedro 4:3-5).

Nuestras mejores defensas contra la tentación de pecar son: (1) mantenernos alejados de aquellas circunstancias que son especialmente tentadoras para nosotros y (2) mantenernos en estrecho contacto con Dios por medio de la oración.

Pablo dijo: “Huidde la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18). Para saber y reconocer cómo podemos evitar el pecado, necesitamos la guía de Dios por medio del Espíritu Santo. Para recibir esa ayuda debemos poner en práctica el consejo de Cristo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41). Además dijo: “Orad que no entréis en tentación” (Lucas 22:40).

La actitud que tengamos frente a si vamos a permitir que el pecado sea atractivo para nosotros, es importante. Como dice el refrán, las acciones hablan más fuerte que las palabras. Nuestras actitudes, decisiones y comportamiento dicen mucho acerca de lo que somos y lo que creemos. Ponen en evidencia si somos sinceros y genuinos, o si somos engañadores y charlatanes.


¿Debemos alejarnos de los incrédulos para poder evitar el pecado?

“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal . . . Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:15, 18).

Jesús nunca les dijo a los miembros de su iglesia que debían apartarse completamente de aquellos que no se habían arrepentido todavía de sus pecados. Pablo lo explicó muy claramente: “Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1 Corintios 5:9-11).

Debemos escoger cuidadosamente nuestros amigos y compañeros cercanos, de tal forma que su influencia no nos lleve al pecado, porque: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33, NVI). Pero esto, sin embargo, no debe impedirnos tener buenas relaciones con muchas personas que todavía no han sido llamadas por Dios.

Jesús mismo se asoció abiertamente con algunos que él sabía eran pecadores. Nunca participó en sus pecados, pero nunca los evitó ni los consideró inferiores e indignos de asociarse con ellos. “Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido. Y los escribas y los fariseos, viéndole comer con los publicanos y con los pecadores, dijeron a los discípulos: ¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2:15-17).

Es necesario recordar que la palabra de Dios nos exhorta: “Honrad a todos” (1 Pedro 2:17). Debemos evitar las situaciones que nos puedan llevar a participar en los pecados de los demás, pero sin que esto implique rechazarlos como amigos. Siempre debemos evitar ser distantes, despreocupados y descorteses con nuestro vecinos, parientes y compañeros de trabajo que creen de una forma diferente de nosotros. Si quieren acercarse socialmente a nosotros no debemos desanimarlos, en tanto que esto no implique transgredir las leyes de Dios.

Como resultado de nuestra amabilidad y respeto para con ellos, es posible que nuestro ejemplo pueda causar un impacto en sus perspectivas y conducta (1 Corintios 7:12-16; 1 Pedro 3:1).


¿Debemos presionar a otros para que adopten nuestras creencias?

“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Colosenses 4:6).

“. . . Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pedro 3:15-16).

Debemos ser muy cuidadosos de respetar los sentimientos y las convicciones de otros, aunque discrepemos totalmente de ellos. No debemos tratar de forzarlos a adoptar nuestras creencias ni presionarlos para que escuchen o acepten información que no han solicitado ni quieren recibir. La exhortación de Pedro es que debemos responderles de una forma clara, transparente y honesta, si es que nos preguntan acerca de nuestras creencias. Debemos aprender la mejor forma de responder a cada persona que conozcamos (Colosenses 4:6).

Debemos respetar sus sentimientos y tratarlos con amabilidad. Debemos mostrarles la misma cortesía que nos gustaría recibir en el caso de que nosotros les preguntáramos acerca de sus creencias. Es necesario recordar, como lo hemos explicado en lecciones anteriores, que sólo Dios puede llamar a las personas y darles el entendimiento requerido para que se arrepientan.

Si nuestro ejemplo y buena conducta hacen que ellos pregunten acerca de nuestras creencias y forma de vida, debemos responder apropiadamente. Pero nunca debemos ser bruscos ni presionarlos para que escuchen más de lo que quieran oír. Hay un sabio refrán que dice que un hombre que es “convencido” en contra de su voluntad realmente no cambia de opinión. Esto es cierto en la mayoría de los casos. Necesitamos ser un ejemplo de los caminos y el carácter de Dios. Si las personas respetan nuestro ejemplo, tal vez pregunten por qué vivimos como lo hacemos. Entonces podemos responderles de acuerdo con el interés que manifiesten.