La identidad bíblica de la familia real británica
Segunda parte
Cuando el rey Carlos III sea coronado en mayo de este año, el mundo volverá a enfocar su interés en la monarquía británica, poco después de la atención mundial que acompañó la muerte de su madre, la reina Isabel II. ¿Qué hay detrás del pasado y la continua relevancia de la familia real del Reino Unido? A muchos les sorprenderá saber que la respuesta se encuentra en las páginas de la Sagrada Biblia, en sus promesas y profecías relativas a la dinastía israelita del rey David.
La primera parte de esta serie de dos artículos, publicada en la edición enero-febrero 2023 de Las Buenas Noticias, sentó las bases explicando cómo se predijo que el trono de David perduraría en el tiempo. (Se recomienda leer la primera parte antes de continuar con esta). Según vimos ahí, Dios hizo una promesa inquebrantable a David de una dinastía imperecedera, afirmando que su trono continuaría a través de todas las generaciones hasta el reinado venidero del Mesías, Jesucristo. Él debe volver a una gran monarquía todavía vigente, y Dios ha asegurado que así será.
De hecho, Dios predijo específicamente lo que sucedería: el trono sería trasplantado a otro lugar en una seguidilla de acontecimientos. Lo que sucedió a continuación es una historia extraordinaria, con elementos que se encuentran en las Escrituras y en la historia y, hasta cierto punto, en la leyenda (aunque nosotros nos enfocamos principalmente en lo que dice la Biblia). Aquí es donde encontramos la conexión con la monarquía británica.
Después de haber visto en la primera parte cómo se predijo que el trono de David se preservaría, ahora, en la segunda parte, exploraremos cómo se transfirió ese trono, dónde está actualmente y dónde estará finalmente para siempre.
La comisión de Jeremías y las hijas del rey
Retomamos la historia donde la dejamos, con la caída de Jerusalén en manos de Babilonia en el siglo vi a. C. ¿Cómo continuó la monarquía tras la caída del reino de Judá en aquella época? Porque tiene que haber continuado, considerando todo lo que Dios había prometido.
El profeta Jeremías vivió en esa época, y ya hemos visto su profecía de que la vigencia del trono de David sería tan inalterable como el ciclo del día y la noche. Esta promesa de Dios no se limitaba al glorioso Mesías, sino que además habría numerosos gobernantes del linaje de David a lo largo de los siglos (Jeremías 33:17-26).
El ministerio de Jeremías comenzó con un encargo importante y misterioso. Dios le dijo: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:10).
Podemos hacernos una idea parcial de lo que esto significa por el hecho de que Jeremías se hallaba en la tierra de Judá, predicando a la nación y a sus líderes en medio de la destrucción y las deportaciones que les sobrevinieron. Le dijo al pueblo que se sometiera a la conquista babilónica y se fuera con los invasores a establecerse en una nueva tierra, lo cual significó el desarraigo de la nación y también de la monarquía.
La obra de Jeremías comenzó en tiempos de Josías, un rey justo. Josías murió y fue sucedido brevemente por su hijo Joacaz, quien pronto fue depuesto por los egipcios y llevado a Egipto, donde murió. Para reemplazarlo, los egipcios nombraron a Eliaquim, otro hijo de Josías, al que renombraron Joacim (2 Reyes 23:34). Este malvado gobernante fue asesinado por los babilonios y sustituido momentáneamente por su hijo Joaquín, también conocido como Conías o Jeconías.
Nabucodonosor, el gobernante babilonio, depuso a Joaquín poco después y lo hizo llevar cautivo a Babilonia. Su tío, otro hijo de Josías llamado Matanías y renombrado Sedequías por Nabucodonosor (2 Reyes 24:17), lo sucedió. Sedequías, que también resultó ser un mal gobernante, fue capturado posteriormente mientras intentaba huir de la invasión babilónica, y sus hijos fueron asesinados delante de él antes de que lo cegaran y lo llevaran a Babilonia, donde murió. Este fue el fin de la monarquía judía en Judá.
Algunos depositaron sus esperanzas en la sucesión dinástica a través de Joaquín (Conías o Jeconías), que permaneció vivo durante algún tiempo en Babilonia y tuvo descendientes importantes. Pero Dios había declarado que no tendría descendientes para el trono y afirmó: “. . . ninguno de su descendencia logrará sentarse sobre el trono de David, ni reinar sobre Judá” (Jeremías 22:30).
De hecho, José, el padre adoptivo de Jesús, era descendiente de Jeconías (Mateo 1:11, 16). Por tanto, Jesús tenía herencia legal en este linaje, pero si hubiera sido hijo biológico de José, se hubiera descalificado para reinar en el trono de David. Gracias a un milagro divino, Jesús era hijo biológico de María, quien descendía de David por un linaje diferente (como comúnmente se entiende lo que describe la genealogía de Lucas 3:23-31).
¿Significa esto acaso que la muerte de los hijos de Sedequías marcó el fin de la dinastía davídica? Pudo haber parecido así, incluso a Nabucodonosor, que procuraba acabar con las insurrecciones nacionales entre el pueblo judío. Sin embargo, tal vez sin que él lo supiera, evidentemente había otra forma de que el linaje real continuara. Se nos dice en Jeremías 41:10 que un remanente de Judá en la tierra incluía a “las hijas del rey”. Ellas deben haber sido aún muy jóvenes, posiblemente adolescentes, ya que Sedequías, su padre, tenía solo 32 años cuando murió (ver 2 Crónicas 36:11), y esto sucedió unos pocos años después de su deceso.
En Jeremías 42 y 43 se nos dice además que un grupo del remanente nacional decidió abandonar el país para refugiarse en Egipto, desobedeciendo lo que Dios les había ordenado por medio de Jeremías. Se llevaron con ellos a las hijas del rey, así como a Jeremías y a su escriba Baruc, en contra de su voluntad (Jeremías 43:4-9).
Se dirigieron a “la casa de Faraón en Tafnes”, o Dafne en griego, una fortaleza palaciega emplazada en un brazo oriental del río Nilo, donde según la historia el faraón Hofra tenía mercenarios griegos y carios [de la antigua región de Caria en Asia Menor] procedentes del suroeste de Turquía. Al parecer, Hofra iba a proporcionar asilo a las hijas reales de su difunto aliado Sedequías como parte de su oposición a Nabucodonosor.
Pero ¿para qué? ¿Podían las hijas heredar la monarquía? Evidentemente, sí. En Números 27:1-11 se nos habla de las hijas de Zelofehad, que acudieron a Moisés alegando que la herencia de su difunto padre debía pasar a ellas, ya que este no había tenido hijos varones, y Dios les dio la razón. Y la herencia pasaría entonces a los hijos de ellas. Al parecer esto también se aplicaría al trono y de hecho así debe ser ya que, como se mencionó anteriormente, en Lucas 3 se muestra a Cristo como heredero del linaje davídico a través de María, su madre.
Todo esto adquiere mucho significado si consideramos que Dios puso a Jeremías sobre naciones y reinos y le ordenó
desarraigar y replantar en otros lugares. ¿Habrá sido mera coincidencia que Jeremías, que tenía esta comisión especial, fuera sacado del país con las hijas del rey que se salvaron de la matanza de la familia de Sedequías, justo en el momento de la destrucción de Judá y su monarquía? No, esto fue extraordinariamente importante, especialmente a la luz de otras profecías y factores históricos.
La profecía de Ezequiel sobre el trasplante del trono de Judá a Israel
Dios aporta más detalles al respecto por medio del profeta Ezequiel, contemporáneo de Jeremías. Ezequiel no vivía en Jerusalén cuando esta cayó, sino entre los judíos que habían sido llevados cautivos a Babilonia una década antes. Él profetizó específicamente la transferencia del trono de Judá.
Esto lo encontramos en Ezequiel 17:2, donde Dios, por medio del profeta, propuso un acertijo y relató una parábola a la casa de Israel (no a Judá), que luego explicó. El pueblo del reino norteño de Israel había sido llevado cautivo un siglo y medio antes que Judá, pero los acontecimientos predichos eran importantes para su futuro.
Obsérvese el simbolismo del versículo 3: “Una gran
águila . . . vino al Líbano, y tomó el cogollo del cedro”. Líbano se refería a toda la zona de Tierra Santa, llamada “este Líbano” en Josué 1:4 (Reina-Valera Antigua, entre otras versiones), y no solo al país que actualmente tiene ese nombre. Designaba especialmente a los altos cedros del Líbano mencionados aquí, que se utilizaban en los edificios de la realeza en Jerusalén. Así pues, el Líbano y el cedro representan aquí a la tierra de Judá y sus dirigentes en Jerusalén. Veamos la interpretación dada en el versículo 12: “He aquí que el rey de Babilonia fue a Jerusalén, y tomó a tu rey y a tus príncipes.”
El versículo 4 dice: “Y arrancó el retoño más alto” (Nueva Versión Internacional). ¿Qué significa esto? “Luego tomó uno de la familia real” (v. 13). El versículo 4 muestra cómo la semilla de la tierra, el pueblo de Judá, es plantada en otro lugar para que prospere.
Después de explicar los diversos símbolos, Dios entrega esta clara parábola por medio del profeta en los versículos 22-24: “Tomaré yo [esta vez Dios, no Nabucodonosor] el cogollo [Sedequías y los príncipes] de aquel alto cedro [Judá], y lo plantaré; del principal de sus renuevos [los hijos de Sedequías] cortaré un tallo [las hijas de Sedequías, las únicas sobrevivientes, pues sus hermanos habían muerto], y lo plantaré sobre el monte alto y sublime [un gran reino o nación, que es lo que a menudo simbolizan las montañas en la profecía].
“En el monte alto [la cúspide del reino, el trono] de Israel [¡no de Judá!] lo plantaré, y alzará ramas, y dará fruto, y se hará magnífico cedro; y habitarán debajo de él todas las aves de toda especie [toda clase de pueblos] . . . Y sabrán todos los árboles del campo [las naciones de la Tierra] que yo el Eterno abatí el árbol sublime [Judá], levanté el árbol bajo [Israel] . . . Yo el Eterno lo he dicho, y lo haré”.
Nabucodonosor estaba trasplantando al pueblo de Judá a Babilonia, pero Dios estaba trasplantando a Israel lo que quedaba de la familia real de Judá. Y la nación de Israel aquí ya no estaba en Tierra Santa, sino que su pueblo se había esparcido por tierras lejanas.
Junto con esto, debemos volver a leer algo que Jeremías dijo anteriormente. Él predijo en Jeremías 33:17 lo que sucedería a partir de ese momento: “No faltará a David varón [una persona] que se siente sobre el trono de la casa de Israel”. Nuevamente menciona la casa de Israel, no la casa de Judá. Desde la división del reino bajo Roboam (el hijo de Salomón) los reyes davídicos habían estado gobernando sobre la casa de Judá. Pero ahora se declara que reinarán perpetuamente sobre la casa de Israel. Esto calza perfectamente con la profecía del trono trasplantado a la montaña o nación de Israel en Ezequiel 17, lo cual es una doble confirmación.
Traslado histórico: leyendas en perspectiva
Si aunamos estas profecías a la comisión que se le dio a Jeremías de derribar y volver a plantar y reconstruir, y le agregamos el hecho de que lo último que sabemos de él es que estaba fuera del país con las hijas del rey, podemos ver lo que estaba ocurriendo, aunque no sepamos exactamente cómo: Jeremías estaba dirigiendo la transferencia de la monarquía davídica de Judá a Israel, tal como Dios había declarado que sucedería.
Pero ¿dónde estaban los israelitas dispersos en ese momento? Como se explica en nuestra guía de estudio gratuita Estados Unidos y Gran Bretaña en la profecía bíblica, las tribus del norte que fueron llevadas en cautiverio por los asirios se encontraban en ese momento en el proceso de emigrar de Oriente Medio y desplazarse hacia el oeste a través de Europa. Además, algunas migraciones anteriores por barco ya habían llevado a muchos israelitas al Mediterráneo occidental y alrededor de las islas británicas. En nuestra próxima sección mostraremos por qué Irlanda debe ser el lugar al que se trasplantó la dinastía davídica en la época de Jeremías.
Además, pareciera que la transferencia del trono implicó el matrimonio mixto entre una de las hijas del rey de la línea davídica y un gobernante de las tribus del norte. Pero dado que el cetro debía permanecer con Judá y no podía pertenecer predominantemente a otra tribu, tiene sentido que la persona de la realeza entre los israelitas dispersos con la que se casaría la hija del rey fuera también judía, aunque no necesariamente del linaje de David.
Analicemos de nuevo el incidente del hilo escarlata en la mano del hijo de Judá, Zara. Él sacó primero su mano, y sin embargo Fares, su gemelo, nació primero. Los descendientes de Zara apenas se mencionan en la Biblia, y los judíos de Tierra Santa descendían mayormente de Fares. Los zaritas evidentemente emigraron a otros lugares. Hay evidencia de gente de Judá entre los primeros cretenses, griegos y troyanos, y también de miembros de la tribu de Dan, que navegaban en barcos junto con la gente de Javán o Grecia (ver Jueces 5:17; Ezequiel 27:19).
Antiguas historias irlandesas mencionan a los Tuatha Dé Danaan (la tribu de Dan) como los primeros pobladores. Y más tarde, un grupo de gente (conocido como milesios) que había atravesado España, se apoderó de Irlanda. El origen de los milesios puede rastrearse hasta la ciudad-Estado greco-caria de Mileto. (Estas eran las mismas personas que estaban en Dafne, Egipto, cuidando a las hijas del rey judío por encargo del faraón). Si los milesios se remontan a Mileto, su entrada en Irlanda debe haber ocurrido alrededor de 500 a. C., cuando esta ciudad-Estado era históricamente una potencia colonizadora.
Cabe destacar además que los milesios que llegaron a Irlanda llevaban un emblema conocido más tarde como “la Mano Roja del Ulster”, que en algunas imágenes estaba rodeada de un cordón rojo. Esto parece estar muy relacionado con el hilo escarlata de Zara. Y esta podría haber sido una manera de sanar la brecha entre Farez y Zara: un matrimonio mixto entre las dinastías de ambos.
También existen muchas otras leyendas sobre diversas personas en el traspaso de la monarquía. Los irlandeses cuentan que un antiguo profeta o rey llegó desde el este con un escriba y una hija real llamada Tamar o Tea Tephi, trayendo además la Lia Fail o Piedra del Destino (en la que habían sido coronados los reyes escoceses).
Los escoceses, procedentes de Irlanda, afirman que su realeza se remonta a la hija de un faraón llamado Scota (que quizá no sea un nombre real, sino un epónimo, es decir, el supuesto fundador de un pueblo al que se le adjudica el nombre de este). Quizá parezca confuso el hecho de que la hija de un gobernante oriental bajo la protección de un faraón sea llamada hija de faraón.
Consideremos la siguiente cita de un profesor de antropología en la revista Archaeology: “Uno de los aspectos más atractivos del trabajo arqueológico en Irlanda es que los manuscritos medievales conservan muchas historias en torno a estos yacimientos. Algunas historias son claramente mitológicas, otras son seudohistorias (invenciones medievales), y no siempre es fácil distinguirlas . . .
“El estudio de la mitología irlandesa y los manuscritos antiguos se ha visto limitado por una serie de circunstancias, empezando por la prohibición de poseer manuscritos irlandeses antiguos durante la Reforma, a principios del siglo xvii. Las quemas de libros eran frecuentes, y casi todo el material irlandés antiguo se perdió. No se realizaron estudios hasta la década de 1830, cuando empezaron a salir a la luz algunos manuscritos que no habían sido destruidos.
“A lo largo de los años, solo unos pocos investigadores podían leer en irlandés antiguo, y aún en la actualidad son relativamente pocos los que pueden hacerlo. Además, los eruditos y escribas que escribieron los manuscritos a menudo utilizaban una forma aún más antigua de la lengua irlandesa, por lo que las traducciones pueden diferir. No obstante, los manuscritos son cruciales para comprender los yacimientos precristianos de Irlanda” (Ronald Hicks, “The Sacred Landscape of Ancient Ireland” [El paisaje sagrado de la antigua Irlanda], mayo-junio de 2011, pp. 40-41).
Y podríamos añadir que cuando se trata de esta historia de transferencias, es fundamental tener una perspectiva adecuada sobre la escasa fiabilidad de este tipo de fuentes.
Lo más importante es que no necesitamos todo esto para ver que el traslado se produjo tal y como nos dice la Biblia. Sin embargo, el hecho de que dicha información pueda destacar una variedad de formas en que los detalles pudieran haber encajado apoya la conclusión general.
Lo que en realidad se necesita para comprender esta conclusión es conocer estas profecías sobre la transferencia del trono de Judá a Israel, así como las profecías sobre dónde estaría Israel, la identidad de las naciones israelitas más destacadas en el tiempo del fin y, mediante la observación del escenario mundial, deducir quiénes son estas naciones hoy en día. Cualquiera de ellas que tenga una monarquía prominente, la más prominente de todas, y que haya sido transferida de otra parte, es la que tiene la monarquía de David.
Y podemos verlo muy claramente. Como lo establece nuestra guía de estudio Los Estados Unidos y Gran Bretaña en la profecía bíblica, los pueblos británico y estadounidense han heredado las bendiciones de la primogenitura (que culminarían con una gran prosperidad nacional en el tiempo del fin) que fueron prometidas a Efraín y Manasés. Si ellos no han heredado estas promesas, ¿quién lo ha hecho?
Gran Bretaña tiene una monarquía antigua y duradera que durante siglos ha sido la más prominente del mundo. La reina Victoria gobernó sobre una cuarta parte de la Tierra, ¡y el Imperio británico fue el más grandioso que el mundo haya visto jamás!
¿Y qué hay de esta monarquía que se transfiere en el futuro?
La profecía de Ezequiel de tres vuelcos y uno final
¿Acaso la monarquía británica fue transferida desde otro lugar? Sí, desde Escocia. El rey Jacobo VI de Escocia se convirtió en Jacobo I de Inglaterra, el primero en proclamarse rey de Gran Bretaña. Y la monarquía de Escocia se transfirió antes desde Irlanda por medio del reino anexo galés de Dal Riada, que se extendía desde el noreste de Irlanda hasta el suroeste de Escocia. Además, las historias irlandesas muestran que la alta realeza de Irlanda fue transferida por los milesios, como se mencionó anteriormente, evidentemente en la época de Jeremías.
Esto encaja bien con otra profecía de Ezequiel, que habla del fin de la monarquía en Judá bajo Sedequías. En Ezequiel 21:26-27, versión Reina-Valera Antigua, Dios dice que se declare al rey lo siguiente:
“Depón la tiara, quita la corona; ésta no será más ésta [estaba ocurriendo un cambio o transferencia]; al bajo alzaré [el gobernante en Israel, tal vez del linaje judío de Zara], y al alto abatiré [Sedequías, del linaje de Fares a través de David, de acuerdo con la inversión de los linajes de Zara y Fares que vimos anteriormente en Ezequiel 17:24]. Del revés, del revés, del revés la tornaré [la corona, es decir, el trono], y no será ésta más [será destruida], hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y se la entregaré [a Cristo]”.
Suponiendo que la expresión “del revés la tornaré” que aparece tres veces en Ezequiel 21:27 se refiere a tres traslados, encajaría con lo que sabemos de las reubicaciones del trono. Si contamos hacia atrás en el tiempo, el tercer traslado fue desde Escocia a Inglaterra, donde aún permanece. El segundo traslado fue desde Irlanda a Escocia. El primero, entonces, necesariamente tiene que haber sido desde Judá a Irlanda. Sin embargo, esto probablemente no fue instantáneo. La brecha dinástica aquí podría haber sido de muchos años, siempre y cuando el trono se restableciera dentro de una generación.
Ezequiel 21:27 parece indicar que el trono ya no sería transferido hasta que viniera Aquel a quien le pertenece. Esto encaja con el regreso de Cristo y su toma del mando, de acuerdo con la promesa del cetro.
Hasta este punto no se mencionan más traslados. Pero habrá un último y cuarto traslado desde Inglaterra de vuelta a Jerusalén. Y eso bien puede incluir una brecha en la monarquía debido (por triste que sea decirlo) al poder de la bestia del tiempo del fin: un Imperio romano resucitado que surgirá, conquistará Gran Bretaña y derrocará su gobierno.
Pero si la monarquía se derrumba en ese momento, será restaurada poco tiempo después, cuando Cristo regrese para gobernar.
El regreso de Cristo para reinar y compartir el gobierno con sus seguidores
El heredero legítimo del trono regresará entonces para reclamarlo: Aquel que tuvo derecho al trono desde el principio, vendrá como Hijo de David e Hijo de Dios para reinar sobre Jacob y sobre todo el mundo. Este es el asombroso futuro del trono de Gran Bretaña, ya que es en realidad este es el trono israelita de David.
Sin embargo, Jesús no reinará solo en ese trono porque, como él promete a sus seguidores de esta era, “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21). A él le fue dada esa corregencia con el Padre, pero él la compartirá con nosotros.
Se nos dice específicamente que el mismo rey David resucitará para reinar sobre los israelitas (Jeremías 30:8-9; Ezequiel
37:24-28). Y Jesús reveló además que sus doce apóstoles “también [se sentarán] en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”
(Mateo 19:28).
Así que reinarán bajo David, quien a su vez reinará bajo Cristo. Apocalipsis 20:4 se refiere a múltiples tronos para los santos, sin embargo todos estos son como partes o extensiones del trono de Cristo en Jerusalén. “En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: Trono del Eterno, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre del Eterno en Jerusalén” (Jeremías 3:17).
El pueblo judío ha estado sin rey durante todo este tiempo, pero verá regresar al Mesías y por fin lo aceptará y se arrepentirá de corazón. El Espíritu de Dios se derramará entonces sobre los restantes descendientes físicos de la casa de David, la familia real, para que así se conviertan (Zacarías 12:7-13:1). Hoy vemos muchos problemas en la casa de David. Pero más allá de las pruebas de esta época, Dios traerá redención y restauración, conduciéndonos a todos al futuro que ha planeado para nosotros.
Sorprendentemente, todos los que seguimos a Jesucristo estamos destinados a ser reyes y a reinar con él en el Reino de Dios como la familia inmortal de Dios, la familia de Israel glorificada, en el trono de David, ¡para siempre! BN