Mucho más que un hombre
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Mucho más que un hombre
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“¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16:13).
Hoy en día no es políticamente correcto declarar en forma dogmática que Jesús era más que una persona extraordinariamente dotada, una persona de gran moralidad, un filósofo sabio, un judío docto o un reformador político. Tampoco es aceptable decir que sus enseñanzas son el único camino a la vida más allá del sepulcro y a una paz perdurable para el mundo.
Después de todo, vivimos en un mundo que detesta tales afirmaciones absolutas. Y algunos detestan aún más la autoridad que pueda tener en sus vidas aquel que proclamó ser Dios. Así, a lo largo de la historia han surgido toda clase de percepciones acerca de Jesús de Nazaret.
¿Por qué hay tanta polémica acerca de un solo hombre? Acerca de este maestro judío de Galilea se han escrito más libros y se han hecho más estudios académicos que sobre cualquier otro hombre que haya existido.
La respuesta sencilla es que él dijo que era Dios, y, por lo que hemos leído en los relatos bíblicos, lo demostró. Es más, nos asegura que lo demostrará a todo el mundo cuando retorne a la tierra, en toda su gloria, majestad y poder divinos, lo que dejará atónita a la gente en todo este globo terráqueo.
Dios viene a la tierra
La pregunta permanece: ¿Cómo era Jesús Dios? Si Jesús era Dios, entonces ¿quién era el Padre del que tanto habló? ¿Cómo podían Jesús y el Padre ser Dios al mismo tiempo?
¿De dónde vino Jesús? ¿Fue creado en algún momento? ¿Vino a existir cuando nació de María? ¿Era un ángel? ¿Era alguna esencia espiritual o “pensamiento” en la mente del Padre antes de su existencia humana?
El relato de la forma en que nació Jesús nos muestra que no se trataba de un ser humano común. Claramente se nos dice que no tuvo un padre humano, sino que su Padre era Dios mismo. “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo” (Mateo 1:18).
“Desposada” en esa cultura significaba que el acuerdo entre ellos de casarse era ya algo oficial, aunque el matrimonio en sí no se había efectuado aún. Tanto José como María sabían que aún no habían estado juntos físicamente, y María sabía con certeza que era virgen. Pero José lógicamente se preguntaba por qué María estaba embarazada, y le preocupaba tal situación.
“José su [desposado] marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (vv. 19-21).
José necesitaba la confirmación de que María había dicho la verdad con respecto a su embarazo, y la forma más efectiva de convencerlo era que un ángel le hablara directamente. María había recibido un mensaje similar, como se lee en Lucas 1:26-38. El ángel Gabriel se le apareció y le anunció que ella concebiría un hijo a quien debía nombrar Jesús. Ella aseguró que nunca había estado con un hombre, que era virgen.
Luego el ángel Gabriel le explicó cómo se realizaría el hecho. “Le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (v. 35).
En los términos teológicos tradicionales, esto es algo enigmático. Jesús reconoció que Dios era su Padre, pero en la Biblia leemos que María concibió por obra del Espíritu Santo. La mayoría de las personas creen que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad. Pero debido a que el Espíritu Santo engendró a Jesús en el vientre de María, ¿cómo podía Dios el Padre ser el padre de Jesús?
La respuesta sencillamente es que el Espíritu Santo no es una persona, como se enseña tradicionalmente en la doctrina de la Trinidad. En ninguna parte de la Biblia se enseña que el Espíritu Santo sea una persona. Pero sí se refiere al Espíritu Santo como el poder de Dios, como se indica precisamente en este pasaje. (Para un análisis detallado de esta verdad bíblica, no deje de solicitar o descargar de nuestro portal en Internet el folleto gratuito ¿Quién es Dios?)
Dios, a quien Jesús se refería como su Padre, utilizó su propio poder, mencionado como el “Espíritu Santo”, para engendrar a Jesús en el vientre de María. Por tanto, Jesús es el Hijo de Dios por nacimiento.
Mateo, escribiendo bajo inspiración divina, explicó el significado del mensaje del ángel a José, señalando que eso cumplía la profecía de Isaías acerca del nacimiento virginal de “Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (Mateo 1:23).
Cuando Jesús nació, era Dios en la carne: “Dios con nosotros”. Esto es lo que el ángel estaba diciendo y lo que Dios había profetizado mucho tiempo atrás.
¿Quién era Jesús antes de nacer como humano?
La más clara y precisa enunciación acerca de Jesús antes de su nacimiento humano se encuentra en los primeros versículos del Evangelio de Juan. Este apóstol, el más allegado a Jesús, muy cuidadosamente explicó que ese Jesús no era un hombre común.
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). ¿Quién era ese “Verbo”? “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (v. 14). Juan explica además que el Verbo que “fue hecho carne, y habitó entre nosotros” era Jesús de Nazaret. También hace declaraciones explícitas y concluyentes con importantes pormenores acerca de Jesús antes de su nacimiento humano.
El “Verbo” es Jesús y estaba con Dios y era Dios. Esta aseveración es inconfundible y puede significar sólo una cosa: había dosseres, Dios y el Verbo.
El Verbo “era en el principio con Dios” (v. 2). El principio ¿de qué?
Jesús existía antes del principio
Debido a que el Evangelio de Juan empieza con las palabras “En el principio”, tal parece que se está refiriendo a Génesis 1:1. Pero aunque Génesis 1:1 continúa con “creó Dios . . .”, Juan empieza su evangelio con: “En el principio era el Verbo . . .”. Nos dice que el Verbo ya existía “en el principio”.
En Génesis, la creación del universo y del tiempo mismo marca “el principio”; en Juan, la existencia del Verbo antecede ese principio.
Es obvio que el Creador del universo existía antes del universo, porque él fue la causa que lo hizo llegar a existir.
Juan dice explícitamente que fue el Verbo —Jesucristo— por medio de quien todas las cosas fueron creadas (Juan 1:3). Pablo coincide totalmente con Juan, con palabras que son inconfundibles, diciendo que Jesús “es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16-17). (Ver el recuadro de la página 8: “Los discípulos de Jesucristo comprendieron que él era el Creador”.)
Pablo dice lógicamente que si por medio de Cristo fueron creadas todas las cosas, entonces él tenía que haber existido antes de la creación. Jesús también hizo referencia a su existencia antes de la creación cuando, al orar al Padre, habló de “la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera” (Juan 17:5, NVI).
Jesús habló de la relación entre él y el Padre “desde antes de la fundación del mundo” (v. 24), una frase que Pablo repitió en Efesios 1:4.
El Verbo
El preexistente Cristo es caracterizado por el nombre o título de “el Verbo”. Quizá una de las razones por las que se usó el vocablo griego logos, traducido como “Verbo”, es que éste describe mejor uno de los principales papeles de Cristo: sería quien revelara al Padre. Logos “incluye los pensamientos así como lo que se expresa” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, “Verbo”, 4:231).
En el Nuevo Testamento se usa logos como un dicho o declaración de Dios, la palabra de Dios, la voluntad revelada de Dios y la revelación directa dada por Jesucristo, y que podía ser hablada y entregada (ibídem). Juan aplicó este vocablo como título personal de aquel que “fue hecho carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).
Lo que Juan dijo es que un ser personal, a quien llama el logos o “Verbo”, encarnó —se convirtió en un ser humano de carne y hueso— en la persona de Jesucristo. El hecho de que el Verbo se transformara en una persona de carne y hueso implica que el Verbo era un ser individual específico antes de venir a ser un niño nacido de María.
Juan también escribió que, personalmente, el Verbo es distinto del Padre, aunque al mismo tiempo es uno con el Padre. Ambos son iguales, eternos, y son de la misma naturaleza y esencia. El Verbo es Dios tan ciertamente como lo es aquel con quien existe en la más estrecha unión de existencia y vida. Como dijo Jesús mismo: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).
La unidad entre el Padre y el Verbo tiene que ver con la armonía y acuerdo totales con que ambos obran juntos, no que formen un solo ser, como erróneamente se enseña en la teoría de la Trinidad.
¿Qué y quién es Dios?
Las claras y sencillas declaraciones de Juan nos proporcionan un entendimiento de Dios que fue hecho claro por la manifestación de Jesucristo. El lenguaje utilizado nos asevera que hay dos seres coexistentes y llamados Dios: Dios y el Verbo, quien también es Dios.
Si ellos existieran en alguna otra forma que no fuera la de dos seres auto-existentes, tanto en griego como en español es posible describir algo completamente diferente. Pero el texto bíblico no lo hace. Claramente se habla de dos, juntos, ambos siendo Dios. Si sólo hubiera uno, entonces Juan no habría dicho: “el Verbo era con Dios”.
La pregunta surge: Si Jesús era el Verbo, y por tanto Dios, ¿cómo pudo Dios, quien es infinito, venir a ser finito? ¿Qué le sucedió al Verbo en el momento en que se convirtió en un óvulo engendrado con la vida del Padre en el vientre de María?
No sabemos exactamente cómo hizo Dios ese milagro, pero por la Escritura se hace evidente que Dios pudo convertirse en un ser humano y por consiguiente estar sujeto a una existencia física y finita, limitado al tiempo y al espacio, sujeto al dolor, sufrimiento y muerte, y a ser tentado.
Y así lo hizo Jesús. Como Pablo lo resumió: “quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:6-8, NVI).
Jesús podría morir. Jesús podría experimentar las emociones humanas. Jesús podría tener hambre y sentir dolor. Podría angustiarse ante la perspectiva del sufrimiento y la muerte. Sí, Dios podría morir, pero sólo si se volvía un ser humano físico. Así lo hizo. Y ¿quién era él? Era la misma persona que siempre había sido; incluso recordaba su pasada eternidad con el Padre.
Notemos la oración de Jesús en Juan 17:5: “Y ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera” (NVI). Aquí habla abiertamente de sus experiencias pasadas y recuerdos con el Padre, revalidando todo lo que Juan escribió en los primeros versículos de su evangelio.
Sí, el sacrificio de Jesús fue de una magnitud casi inconcebible.Y saber quién era él y a lo que voluntariamente renunció debería tener tremenda importancia para usted y para mí al analizar la grandeza de su sacrificio.