¿Qué nos enseña la resurrección de Jesucristo?
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¿Qué nos enseña la resurrección de Jesucristo?
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“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
El apóstol Pablo nos dice que “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Corintios 15:50). Por lo tanto, la resurrección de Jesucristo a la vida eterna fue en un cuerpo glorificado (Filipenses 3:21), de la misma sustancia que la del Padre (Hebreos 1:3) Sin embargo, después de resucitado, Cristo se apareció de diferentes maneras. En los evangelios podemos ver que nadie lo reconocía hasta que él lo permitía.
La primera persona que vio a Jesús después de su resurrección fue María Magdalena. En el Evangelio de Juan leemos que ella fue al sepulcro en la mañana, cuando aún estaba oscuro, y se dio cuenta de que éste estaba vacío. Obviamente se alarmó al pensar que el cadáver de Cristo había sido robado (Juan 20:1-2).
La sorprendente experiencia de María Magdalena
María fue a avisarles a Pedro y a Juan, quienes corrieron al sepulcro. Y lo único que encontraron fue la ropa con la que habían amortajado a Jesús. Cuando Dios resucitó a su Hijo a la vida espiritual, Jesucristo aparentemente pasó a través de la mortaja como si ésta no existiera.
Retomemos el relato en el versículo 14: María “se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús”. Ella no lo reconoció a pesar de que lo conocía muy bien; pensó que era el hortelano. Lo que ocurrió enseguida fue verdaderamente asombroso. “Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro)” (v. 16). ¡El sueño imposible se había hecho realidad; lo increíble había sucedido!
Quizá en toda la historia no ha habido otro momento de reconocimiento tan especial como éste. Una pobre mujer llorosa y desconsolada que pensaba que todo se había perdido, de pronto se dio cuenta de que ¡su Salvador estaba vivo y que estaba delante de ella! La emoción que invadió todo su cuerpo debió haber sido indescriptible. Jesús sencillamente se había dirigido a ella en la forma en que tantas veces lo había hecho cuando era humano.
Muchos hemos tenido la experiencia de ver a alguien que conocemos pero que no hemos visto desde hace mucho tiempo. La emoción que sentimos es difícil de explicar.
Pero el caso de esta mujer, de quien Jesús había sacado siete demonios, fue algo mucho más importante. Ella fue el primer ser humano que vio personalmente al Cristo resucitado y lo reconoció. ¡Qué gran honor!
Pero ¿por qué ella? Quizá porque confiaba en Jesús y le fue dedicada de una manera en que muy pocas personas lo han sido. Ella siempre mostraba también el gran agradecimiento que sentía por las cosas que Cristo había hecho. Antes de su increíble curación, su vida seguramente había sido un continuo sufrimiento.
El cuerpo del Cristo resucitado
Después de haber resucitado, Jesús podía atravesar gruesas paredes y también podía aparecer o desaparecer a voluntad (Lucas 24:31; Marcos 16:12). Hay quienes dicen que el cuerpo resucitado de Jesucristo era el mismo cuerpo físico que había muerto, equiparando estos poderes con su milagrosa habilidad de andar sobre el agua cuando era humano. Pero en la Biblia se nos asegura que Jesús había vuelto a ser espíritu, tal como lo había sido antes en el cielo con el Padre (Juan 17:5), sin sujeción alguna a las leyes físicas que nos restringen a los seres humanos.
El apóstol Pablo dice explícitamente que “fue hecho el primer hombre Adán alma viviente . . . de la tierra, terrenal” (1 Corintios 15:45, 1 Corintios 15:47); no obstante, “. . . el postrer Adán [Jesús], [fue hecho] espíritu vivificante” (v. 45).
De hecho, Jesús había vuelto a ser “el Alto y Sublime, el que habita la eternidad” junto con el Padre (Isaías 57:15). ¿Cómo se explican, pues, las diferentes apariciones en semejanza de ser humano registradas en las Escrituras? Leamos y analicemos algunos pasajes.
Más tarde, en su conversación con María Magdalena, “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre . . .” (Juan 20:17). Esto nos da a entender que María habría podido tocar a Jesucristo como si fuera un hombre común y corriente. Por lo que resulta obvio que Jesús se le apareció con forma y figura humanas.
Esa noche Jesús se les apareció a varios de sus primeros apóstoles que estaban reunidos y “les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (Juan 20:20). En esa ocasión Tomás no estaba con ellos y no creyó lo que le dijeron.
Ocho días después Jesús se les apareció nuevamente (Juan 20:26), y esta vez sí estaba Tomás, a quien le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. ¿Cuál fue la reacción de Tomás? Éste, atónito, le dijo: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:27-28). Ahora Tomás ya no tenía ninguna duda de que ¡Jesucristo era Dios!
Probablemente estos increíbles sucesos (y otros semejantes) fueron los que hicieron que el apóstol Juan empezara su primera epístola con estas palabras: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (1 Juan 1:1).
Tengamos presente que el Verbo vino a ser Jesucristo (Juan 1:14). Quizá, en el versículo que acabamos de citar, Juan estaba pensando más bien en Jesús como el Cristo resucitado y no como humano.
Apariciones en forma física
Más adelante Cristo se les apareció nuevamente. “Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera” (Juan 21:1). En esa ocasión les preparó desayuno (Juan 21:9), y después tres veces le dijo a Pedro que cuidara de sus ovejas (Juan 21:15-17).
En este relato no se menciona si Jesús comió algo con ellos, pero en otros pasajes podemos ver que él comió después de su resurrección. En Lucas 24:42-43 leemos que unos de sus discípulos “le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos”. Más tarde Pedro mencionó que Jesús se había manifestado a los apóstoles, quienes “comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos” (Hechos 10:41). Y cuando regrese, después de la resurrección de los fieles él aún habrá de comer y beber con su familia recién nacida en la gran fiesta de bodas (Mateo 26:29).
Tales pasajes hacen pensar a mucha gente que Cristo aún debe tener su cuerpo físico. Pero debemos tener en cuenta que aun en el Antiguo Testamento, mucho antes de que el Verbo viniera en la carne como Jesús, él, “el Eterno”, se le apareció a Abraham en forma física y comió con él (Génesis 18). De estos relatos resulta obvio que Dios se puede revelar de manera física y tangible. También es claro que puede comer por motivo de celebración o sencillamente por placer, aunque no necesita comer o beber para sustentar su vida espiritual eterna (Juan 5:26).
En Lucas 24:37 leemos que cuando el resucitado Jesús se les apareció a los discípulos y comió con ellos, se asustaron porque “creyeron que veían a un espíritu”. Entonces les dijo: “Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies” (Lucas 24:39-40, NVI).
No obstante todo esto, como ya dijimos antes, muchos alegan que esto prueba que el cuerpo resucitado de Cristo era físico. Pero, como también ya leímos en 1 Corintios 15:45, él era y sigue siendo espíritu. La aparente contradicción se aclara fácilmente cuando tenemos en cuenta por qué fue que los discípulos estaban tan asustados. Quizá fue porque pensaron que era un espíritu malo, o demonio. Pero por medio de su apariencia y forma físicas, Jesús les demostró que no era un demonio.
Los apóstoles debían ser testigos de la resurrección de Jesús a fin de que pudieran tener prueba de que efectivamente era el Mesías. Jesús se aseguró de que no sólo pudieran saber que había sido resucitado a la vida eterna, sino que también era la misma persona con la que habían estado durante esos últimos tres años y medio.
No debemos pasar por alto el profundo significado que estos pasajes tienen con respecto a la naturaleza de Dios. Quizá no podamos entenderlos completamente, pero esos sucesos fueron reales (Juan 20:30-31; Juan 21:24). No debemos tener la osadía de limitar a Dios o lo que puede hacer. Una vez más, es por medio de las Escrituras que podemos conocerlo y entender su naturaleza, no por medio de antiguos conceptos filosóficos.