#259 - Mateo 26 - Juan 13: "La última Pascua"

Usted está aquí

#259 - Mateo 26 - Juan 13

"La última Pascua"

Descargar
259-mt-26-jn13print (291.05 KB)

Descargar

#259 - Mateo 26 - Juan 13: "La última Pascua"

259-mt-26-jn13print (291.05 KB)
×

“Cuando hubo acabado Jesús todas estas palabras, dijo a sus discípulos: Sabéis que dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado. Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio del sumo sacerdote llamado Caifás, y tuvieron consejo para prender con engaño a Jesús, y matarle. Pero decían: No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo” (Mateo 26:1-5).

La historia judía relata que Caifás efectivamente fue el sumo sacerdote en esos tiempos. Comenta Barclay: “Antiguamente, el oficio del sumo sacerdote era de por vida y hereditario, pero cuando los romanos conquistaron a Israel (en el año 63 a.C.), ellos se arrogaron el derecho de escogerlos y deponerlos a voluntad. Durante el siglo que duró el sumo sacerdocio bajo la elección de los romanos (del año 37 a.C. a 67 d.C.) hubo unos veintiocho sumo sacerdotes. Sin embargo, Caifás logró ejercer el cargo de sumo sacerdote por 18 años (18 d.C.- 36 d.C.) sin caer en desgracia ante los romanos. Su nombre completo según Josefo era José Caifás. Fue un lapso extraordinariamente largo para un sumo sacerdote, y Caifás debió desarrollar hábilmente la cooperación con los romanos. Pero allí estaba el problema. Caifás sabía que los romanos no toleraban el alboroto civil. Si había tumultos, era seguro que sería depuesto y por eso debía evitarlos a toda costa. Durante la Pascua, llegaban miles de peregrinos a Jerusalén (Josefo calculaba que había dos millones y medio de personas), y el ambiente se volvía explosivo. Por eso Caifás no quería arrestar a Jesús durante la Pascua, sino después, en forma secreta y pacífica, pues un gran número de peregrinos venían de Galilea y muchos consideraban a Jesús como un profeta. Pero Judas Iscariote le proporcionó la forma que pudiera arrestar a Jesús en forma callada durante esa Pascua”.

Es interesante que en 1990 se encontraron evidencias que apuntan a la existencia de este José Caifás. En 1990, unos trabajadores estaban cavando un terreno para hacer un parque en Jerusalén cuando encontraron una antigua cripta con doce osarios (cajas con huesos de los difuntos). El más bello y elaborado de ellos tenía escrito en un costado: “José, hijo de Caifás”. Adentro había huesos de un hombre de alrededor de 60 años y de otros más que debían ser de sus hijos. Dos de las otras cajas también tenían escrito el nombre “Caifás”. Los arqueólogos consideran que el nombre Caifás era el apodo de la familia, que significa “cesta”. Por eso, es altamente probable que este José Caifás fuera el mismo sumo sacerdote que presidió y condenó, junto con otro sacerdote, Anás, a Jesús a la muerte.

Jesús partió a Betania donde María, la hermana de Lázaro, derramó un perfume muy caro sobre Jesús y Judas Iscariote se indignó por ello. Luego leemos: “Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle” (Mateo 26:16).

Así llegamos a la última Pascua de Jesús. “El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, vinieron los discípulos a Jesús, diciéndole: ¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua? Y él dijo: Id a la ciudad a cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa celebraré la pascua con mis discípulos. Y los discípulos hicieron como Jesús les mandó, y prepararon la pascua. Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. Y mientras comían, dijo: ...uno de vosotros me va a entregar. Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor? Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho. Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre" (Mateo 26:14-29).

Aquí está la ceremonia de la Pascua del Nuevo Testamento en forma abreviada, pero en Juan tenemos el mismo diálogo y las instrucciones completas que Jesús entregó. Es importante que repasemos esta sección que va desde Juan 13 al 17.

“Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó” (Juan 13:1-4).

Lo primero que debemos examinar es, ¿cuándo tomaron la pascua—el día antes o durante la Fiesta? Aquí, Juan menciona que fue antes, mientras que los otros tres evangelios parecen decir que fue durante la misma pascua. ¿Cuál es la explicación?

La Iglesia ha entendido que en los tiempos de Jesús hubo varios calendarios en uso. Esto se ha fortalecido últimamente con más descubrimientos de estos diferentes calendarios. El Nuevo Diccionario Bíblico menciona: “Los Rollos del Mar Muerto muestran que hubo distintos calendarios vigentes entre el judaísmo divergente, y es posible que estas distintas tradiciones estaban en boga en el tiempo de la pasión”. El Comentario Evangélico agrega: “Estudios recientes indican que las dos narrativas de la Pascua, una en Juan y la otra en los otros evangelios, en realidad concuerdan debido a los distintos calendarios que estaban vigentes en el primer siglo. De modo que las comidas ceremoniales podían ser auspiciadas en más de una noche durante esta semana festiva”. El Comentario del Conocimiento Bíblico menciona: “Una explicación de la aparente diferencia entre Juan y los otros evangelios respecto a la fecha de la Pascua es que Jesús y sus discípulos observaron una fecha, y comieron la cena de la Pascua antes de su crucifixión, mientras que la mayoría de la nación, incluyendo los fariseos, seguían otro calendario en que los corderos de la pascua eran sacrificados en el mismo día que murió Jesús”. Finalmente tenemos El Nuevo Comentario Bíblico que aclara: “El primer día de los panes sin levadura era el mismo que el día de la Pascua, y era seguido por otros siete días de los panes sin levadura. Parece que existe pocas dudas de que los evangelios sinópticos presentan a Jesús comiendo la cena pascual. Existe algo de dificultad para reconciliarlo con el relato en Juan, pero es posible que hubo dos calendarios distintos en uso. Cuando hablan de que tomaron la pascua, es muy improbable que los evangelistas no tuviesen información precisa sobre las fechas de los últimos días de la vida de Jesús”.

Otro punto que tomar en cuenta son los términos “seder” y “pesah”. David Stern, en su Comentario Judío del Nuevo Testamento explica: “Yo considero que la cena de Juan 13:1 era el seder, o la cena pascual, pero el pesah mencionado en Juan 18:28 era el chagigah (el sacrificio de la Fiesta), que era consumida con gran gozo y celebración en la tarde que seguía el seder de la Pascua. Esta era la cena del pesah que los judíos que se reunieron en frente del palacio de Pilato no hubieran podido comer si entraban al recinto, debido a que su impureza hubiese durado hasta el atardecer”.

Sea como sea, en la Iglesia celebramos la Pascua, como dijo Pablo, “en la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí” (1 Corintios 11:23-24). La Iglesia menciona: “Debido a que los símbolos en el Nuevo Testamento del pan y el vino representan el sufrimiento de Jesucristo, igual que su muerte, es apropiado que la ceremonia de la Pascua para su Iglesia sea llevada a cabo al comienzo del 14 de Abib (Nisán), cuando compartió su última cena con ellos”.

La primera parte de esta ceremonia está descrita en Juan. “Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:4-17).

Respecto al lavamiento de pies, Barclay menciona: “Recuerden que lo que hizo Jesús estaba relacionado con la disputa que sus discípulos recién habían tenido: ‘Cuando era la hora, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!... Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve… Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve. Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel’ (Lucas 22:14-15; Lucas 22:24-30). Aún a poco tiempo antes de su crucifixión, los discípulos estaban disputando entre ellos quién iba a ser el más grande en el reino. Por eso, Jesús instituyó una nueva celebración. Los caminos en Israel no estaban pavimentados, y en la época seca, estaban cubiertas de muchos centímetros de tierra. Cuando llovía, se convertían en lodo líquido. El calzado usado eran sandalias, unas suelas sostenidas a los pies por unos cordones. Daban poca protección contra el polvo o el barro de los caminos. Por esa razón, en las casas siempre había unas vasijas con agua al lado de la puerta. Al sirviente de menor categoría le tocaba la desagradable tarea de lavar los pies de las personas que entraban. El pequeño grupo de Jesús no tenía sirvientes”. Por eso, Jesús les entregó un bello ejemplo de servicio a ellos y les mandó que hicieran lo mismo una vez al año, durante la Pascua, para recordar este ejemplo de servicio.

Luego de lavar los pies de todos sus discípulos, incluyendo al que lo iba a entregar, Jesús se conmovió: “Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar… Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba [Juan], estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. Él entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del bocado, Satanás entró en él [Judas permitió que Satanás lo posesionara]. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto. Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; era ya de noche” (Juan 13:21-30).

Ilustración de un Triclinio romano, con un acomodo semejante al acostumbrado en las pascuas de la época de Jesucristo

Para entender la escena, escuchemos lo que dice Barclay: “Los judíos no se sentaban a la mesa, se reclinaban sobre colchones. La mesa era un bloque sólido de madera o de piedra bastante baja en forma de una “U”. El anfitrión se sentaba al medio, y todos se reclinaban en sus costados izquierdo, descansando sobre su codo izquierdo y dejando libre su mano derecha para tomar la comida. Al reclinarse de esta manera, la cabeza de la persona estaba literalmente al lado del pecho de la persona a la izquierda. El discípulo que Jesús amaba, Juan, debía estar a su derecha, pues según se reclinaba en su codo izquierdo, su cabeza estaba al lado del pecho de Jesús. Pero el lugar donde estaba Judas es de interés. Parece que estaba al otro lado de Jesús, en el lugar de mayor honor, pues no le fue difícil pasarle el pan mojado. El pasarle el pan mojado era una señal de amistad. Cuando Boaz quiso mostrar cuánto apreciaba a Rut, le dijo: “Ven aquí, y come del pan, y moja tu bocado en el vinagre” (Rut 2:14).

El relato sigue: “Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él… Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir. Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:31-35). Como explica El Comentario del Conocimiento Bíblico: “El mandamiento es nuevo en que es un amor especial hacia los otros creyentes basado en el amor que se sacrifica como el de Cristo”. El término “amor” aquí es ágape, que no es un amor sentimental, sino uno que se expresa por los hechos, al entregarse en forma desinteresada para servir al otro —hasta entregar su vida. No elimina los 10 Mandamientos, todo lo contrario, sino que los infunde con la actitud correcta. Juan aclaró: “Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y este es el amor [ágape], que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio” (2 Juan 4:6).

Lo que es nuevo aquí es la intensidad con que se debe amar, al usar el ejemplo de Jesús como guía. Nos elevó el nivel de lo que estamos dispuestos a sacrificar por los hermanos y por la verdad de Dios.

Pedro pensaba que tenía ese tipo de amor, aún sin tener el Espíritu Santo en esos momentos. Le dijo: “Mi vida pondré por ti. Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces” (Juan 13:37-38). Pedro todavía tenía mucho que aprender de sí mismo. Sin ese Espíritu Santo en uno, el verdadero amor de Dios no se puede desarrollar. Cristo dijo: “Separados de mí, nada podéis hacer” (Juan 15:5).

En el siguiente estudio seguiremos repasando estas palabras tan importantes de Jesús que dio en esta última Pascua a sus discípulos y a la Iglesia para todos los tiempos. Son verdaderas palabras de vida.