El Dios que se volvió un ser humano

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“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14).

¿Cómo pudo hacerse humano un ser espiritual que hubiera vivido eternamente? ¿Fue Jesús un ser humano como nosotros? Y cuando fue humano, ¿siguió siendo Dios?

En Mateo 1:23 leemos que había sido profetizado que Jesús sería “Dios con nosotros”. Jesús era un ser humano y también era Dios. Nunca dejó de ser lo que siempre había sido. Su identidad no cambió. Cuando estaba en el vientre de María, era Dios. Cuando era un bebé acostado en un pesebre, era Dios. Cuando era un joven que crecía en Nazaret, era Dios. Y cuando estaba muriendo, era Dios.

Como un ser espiritual, antes de su nacimiento humano, su conocimiento, poder y presencia eran infinitos. Como Dios, podía saber todo y tener poder ilimitado para obrar en cualquier objeto, dondequiera que fuera. Pero si fuera humano no podría hacer todo. Estaría limitado a las facultades propias de cualquier ser humano normal. No podría ser infinito y finito al mismo tiempo.

Un cuerpo físico con restricciones físicas

Cuando Jesucristo se hizo carne, siguió siendo Dios con respecto a su identidad, pero a pesar de eso fue un ser humano en todo el sentido de la palabra.

Jesús tenía un cuerpo físico. Su discípulo más allegado corroboró que era una persona física: “Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida. Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella . . .” (1 Juan 1:1-2, NVI). Al decir que ellos lo oyeron, lo vieron y lo tocaron, Juan confirma la humanidad de Jesús.

Jesús tenía un cuerpo enteramente humano. Nació, creció y se desarrolló como cualquier otro niño. Estaba sometido a las mismas restricciones físicas de cualquier ser humano, porque tenía la misma clase de cuerpo. Sentía hambre cuando ayunaba (Mateo 4:2); también sentía sed (Juan 19:28). Se cansaba después de una larga caminata (Juan 4:6).

Jesús sufrió físicamente y murió. En Hebreos 2:10 se nos dice que convenía que se “perfeccionara por medio del sufrimiento” (NVI). Fisiológicamente, era un ser humano, como lo somos nosotros, sujeto a la muerte. “Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte—es decir, al diablo” (v. 14, NVI). Fue hecho carne y sangre “para que . . . gustase la muerte por todos” (v. 9).

Jesús sufrió terriblemente cuando murió, como lo prueban los relatos de la crucifixión. Cuando su costado fue atravesado con una lanza, derramó agua y sangre. Su cuerpo era igual que el nuestro. No puede haber duda de que, así como nosotros sentimos el dolor físico, así lo sintió él cuando fue golpeado y azotado, cuando le incrustaron la corona de espinas en la cabeza y cuando los clavos le atravesaron las muñecas y los pies.

Jesús tuvo emociones humanas

Jesús también experimentó muchos de los mismos atributos emocionales e intelectuales que tenemos nosotros. Pensó, razonó y sintió toda la gama de emociones humanas. Sentía gran apego por la gente (Juan 11:5; Juan 13:23; Juan 19:26). Sentía ternura y compasión por los que tenían hambre o estaban afligidos física o espiritualmente (Mateo 9:36; Mateo 14:14; Mateo 15:32; Mateo 20:34).

Podía sentir angustia y preocupación, como les fue evidente a sus discípulos cuando pensaba en el sufrimiento y muerte que le esperaban (Lucas 12:50; Juan 12:27). Le afectó mucho saber que uno de sus discípulos lo traicionaría (Juan 13:21). Se entristeció mucho y lloró al ver cómo sufrían los familiares y amigos de Lázaro por la muerte de éste (Juan 11:33-35).

Poco antes de ser arrestado Jesús se entristeció y se angustió “en gran manera”, y no quería estar solo cuando luchaba con sus pensamientos y sentimientos (Mateo 26:37-40). Es obvio que poseía la misma capacidad humana de sentir dolor y angustia tan intensamente como en ocasiones lo hacemos nosotros.

También experimentó el gozo (Juan 15:11; Juan 17:13). Podía enojarse y entristecerse por la actitud de algunas personas (Marcos 3:5) y contrariarse con sus propios discípulos (Marcos 10:14).

Las facultades intelectuales de Jesús

Pero los evangelios revelan claramente que Jesús tenía un conocimiento del pasado, presente y futuro de una manera que sobrepasaba lo que pudiera alcanzar cualquier hombre natural. No obstante, estas extraordinarias aptitudes no eran algo inherentes en él. Le eran dadas por el Padre. El propio Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30); es decir, él solo no podía hacer nada sobrenatural. Más adelante analizaremos este concepto cuando hablemos acerca de las obras de Jesús.

¿Cómo se manifestaba ese conocimiento que Jesús tenía más allá de las capacidades normales humanas? La primera vez que vemos esto es cuando, a la edad de 12 años, manifestó un entendimiento muy superior al de su edad en su diálogo con los maestros en el templo (Lucas 2:46-47).

Conocía los pensamientos tanto de sus amigos (Lucas 9:47) como de sus enemigos (Mateo 9:4). Sabía que la mujer samaritana había tenido cinco maridos, y que no estaba casada con el hombre con quien vivía ahora (Juan 4:18). Aunque tanto él como sus discípulos se encontraban a varios kilómetros de distancia, supo que Lázaro había muerto a causa de su enfermedad (Juan 11:1, Juan 11:11-14).

Sabía qué discípulo iba a traicionarlo mucho antes de que Judas hubiera decidido entregarlo a quienes querían matarlo (Juan 6:70-71). La noche que fue entregado le dijo a Pedro que lo negaría tres veces y que cantaría un gallo después de la tercera negación (Lucas 22:34).

Al mismo tiempo, no tenía conocimiento de todo. Había cosas que no sabía y por lo tanto preguntaba para enterarse. Al padre del muchacho que tenía un espíritu mudo, le preguntó: “¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?” (Marcos 9:21). Cuando Jesús dio las asombrosas profecías acerca del tiempo del fin y su retorno, dijo que no sabía el tiempo exacto en que regresaría. “Pero de aquel día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Marcos 13:32).

Aquí Jesús depende del Padre para saber cuándo es el momento de su regreso. Esto nos ayuda a comprender que el Padre también le dio el entendimiento del corazón de los hombres, de los acontecimientos proféticos y de otras cosas que no le habían dicho.

Jesús dependía constantemente de la guía de Dios el Padre acerca de qué hacer, qué decir y cómo contestar, para tener discernimiento del corazón de los hombres y para cualquier otra cosa que el Padre quisiera que hiciera. Confiaba en la ayuda de Dios el Padre para obedecer, para tener poder sobre los demonios y para tener fuerza de resistir y vencer las tentaciones.

En ocasiones oraba por largos períodos (Lucas 5:16; Marcos 1:35). Antes de escoger a los 12 apóstoles oró toda la noche (Lucas 6:12-16). La noche antes de su crucifixión oró varias veces en el huerto de Getsemaní y el Padre le envió un ángel para que lo fortaleciera durante esa terrible experiencia (Lucas 22:41-44).

En Hebreos 5:7 se nos dice que “en los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión” (NVI). Como ser humano, Jesús confiaba absolutamente en el Padre para tener la fortaleza que necesitaba para triunfar sobre las fuerzas que tan violentamente lo atacaban.

¿Pudo haber pecado Jesús?

Esto es motivo de otra pregunta con respecto a la humanidad de Jesús. ¿Era posible que Jesús pecara? En la Biblia claramente se nos dice que él no pecó. Pablo dijo que Cristo “no conoció pecado” (2 Corintios 5:21). Juan, por su parte, dijo: “No hay pecado en él” (1 Juan 3:5). Ninguno de sus enemigos pudo acusar a Jesús de pecado (Juan 8:46).

Pero ¿pudohaber pecado? En Hebreos 4:15 se nos dice que “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Si no era posible que Jesús pecara, ¿fue entonces genuina su tentación?

Es más apropiado decir que aunque Jesús podía haber pecado, seguramente no lo hubiera hecho. Tuvo luchas y tentaciones reales, pero siempre se resistió a ceder ante ellas.

Cuando fue tentado por el diablo por 40 días y 40 noches (Lucas 4:1-2), ¿fue esta una verdadera tentación o simplemente un ejercicio sin sentido? Difícilmente podríamos decir que sus “ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte” no fueron el resultado de soportar una inmensa tentación.

Una de estas ocasiones se presentó cuando, unas horas antes de ser arrestado, “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). Luego, Jesús apremió a sus discípulos: “Levantaos, y orad para que no entréis en tentación” (v. 46).

A fin de que Jesús pudiera entender completamente cómo las personas tienen que luchar con el pecado, “era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17-18, NVI).

¿Cómo podría ser nuestro ejemplo si no hubiera sido humano y, por tanto, no hubiera sido tentado exactamente como lo somos nosotros? Es por eso que tenía que ser tentado en todas las formas en que somos tentados nosotros. Pero él hizo aún más. Si una persona cede a determinada tentación, no ha experimentado todo el poder de ésta, sino que se ha dado por vencido cuando pudo haber resistido más. Sólo el que prevalece exitosamente contra una tentación y sigue sin pecar conoce toda la fuerza de esa tentación.

¿Era Jesús realmente Dios?

Ya hemos explicado que Jesús era Dios, como claramente se estipula en la Biblia (Juan 1:1). ¿Cuál era entonces la diferencia entre la forma en que era Dios antes de su nacimiento y cuando era un ser humano?

En Filipenses 2 Pablo se refirió precisamente a este asunto. Nos dice lo que dejó atrás y lo que tomó para sí cuando “siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse”, sino que más bien “se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos” (Filipenses 2:6-7, NVI).

En el versículo 8 leemos que, “al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” Fue ejecutado como un criminal.

Al tomar la forma de un ser humano, Jesús renunció al libre ejercicio de los atributos inherentes que tenía cuando estaba con el Padre. Esto no quiere decir que los perdió, sino que, para ser verdaderamente humano, era necesario que voluntariamente renunciara a la facultad propia de ejercerlos. Y habiendo renunciado a esos atributos, ya no los poseía en forma inherente mientras fuera hombre. Ciertamente, como ya hemos citado antes, Jesús dijo que por su propia cuenta no podía hacer nada sobrenatural: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30). Podía ejecutar los atributos de la divinidad sólo por su sometimiento a la voluntad del Padre.

Jesús realizó muchos milagros, pero claramente les dijo a sus discípulos: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10). Una y otra vez Jesús insistió en que las obras que hacía eran del Padre, no de él, y señaló tales obras como prueba de que el Padre lo había enviado (Juan 10:32, Juan 10:37-38).

Aunque en el pasado Jesús había tenido la autoridad de hablar como el YHVHdel Antiguo Testamento, ahora hablaba y obraba bajo la autoridad de Dios y dependiendo completamente de él. “De cierto, de cierto os digo, no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19).

Aquel que existía con el Padre desde antes del principio del universo, siendo ahora un ser humano, explicó esta relación: “Nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo” (Juan 8:28).

La salvación de Jesús

Jesús puso todo su futuro directamente en las manos del Padre. Ahora, el que existía por sí mismo ya no tendría vida a menos que fuera por medio del Padre (Juan 6:57). Si habría de tener nuevamente vida eterna, tendría que obtenerla como un ser humano, en la misma forma que usted y yo podemos tener la salvación: por medio del sometimiento al Padre y la resurrección de entre los muertos.

En Hebreos 5:9 se nos dice que Jesús “vino a ser autor de eterna salvación” al pasar por el proceso de la salvación como un ser humano, con una excepción. Jesús no tuvo que arrepentirse del pecado, pero tenía que mantenerse sin pecado. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (v. 8).

Siempre fue obediente. Pero su obediencia y su carácter fueron probados y fortalecidos por medio de sufrimientos y pruebas. “Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (v. 9). Ya era perfecto antes de nacer como humano. Ahora fue perfeccionado como ser humano. “Fue declarado Hijo de Dios . . . por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4). Sin embargo, ya era el Hijo de Dios en virtud de quién era (v. 3).

Resulta obvio que Jesús “debía ser en todo semejante a sus hermanos”(Hebreos 2:17).

Cuando tenemos en cuenta la situación en que Jesús voluntariamente se colocó, nos resulta difícil comprender la magnitud del sacrificio a que se sometió. Su existencia misma estaba en juego. Si Jesús hubiera pecado, ¿quién entonces se habría sacrificado por él? Con una sola vez que hubiera pecado, habría incurrido en la pena de muerte, la muerte eterna. Así lo habría requerido la propia ley que él mismo, como Dios, dio en el monte Sinaí.

¿Podía morir Dios?

Cuando se toca el tema, hay gente a la que no le gusta pensar en la posibilidad de que Dios podía morir. ¿Cómo podía dejar de existir Dios? Como un ser espiritual, infinito e inmortal, no podía dejar de existir. Pero si de su propia voluntad se hacía humano con todas las características de la naturaleza humana y la existencia física, entonces sí podía morir. Y ciertamente murió, y cuando murió, estuvo realmente muerto. Si no hubiera muerto en realidad, en la misma forma que cualquiera de nosotros moriría si alguien nos matara, entonces no podía haber sido verdaderamente un auténtico substituto, dando su vida por la nuestra.

Habría sido sólo una fantasía, algo ilusorio. Jesús no sólo murió, sino que también pudo haber sufrido la muerte de la cual no hay resurrección, la muerte de un pecador sin redención.

La salvación de Jesús fue por medio del Padre en quien tenía absoluta confianza. Esa relación sólo podría describirse como una de completa, absoluta e ilimitada confianza y seguridad en su Padre (Juan 8:29). Jesús sometió su voluntad al Padre (Juan 6:38). No pidió ninguna glorificación como humano (Juan 17:5). Fue obediente hasta la muerte (Filipenses 2:8).

La salvación de Jesús tenía el mismo fundamento que la nuestra. Así que contamos con un precursor, un ejemplo, un autor de la salvación, un defensor de la salvación. Todo su futuro estaba en juego durante sus pocos años en la tierra (Filipenses 2:8-11).

¿Hubo alguna vez duda acerca del resultado? No la hubo; no porque Jesús no pudiera fallar, sino porque él y el Padre sabían lo que cada uno podía hacer y lo que haría. La fortaleza de Dios es la más grande que existe, y la fe de Jesús era absoluta. Es la misma fe por medio de la cual nosotros somos salvos (Gálatas 2:20).