Fósiles anacrónicos
Se supone que la columna geológica, que aparece en muchos museos y en libros de texto científicos, muestra cuáles formas de vida existieron en momentos específicos en la historia de nuestro planeta. Un ejemplo son los trilobites, que se cree que vivieron durante el período cámbrico y más tarde se extinguieron.
De acuerdo con el punto de vista científico tradicional, estas criaturas no deberían encontrarse en la tierra actualmente porque la columna geológica muestra que quedaron extintos hace muchos millones de años.
Un pez sorprendente
Tal vez el caso más asombroso y famoso de un fósil viviente es el del celacanto. Fósiles de este pez tan escaso aparecieron por primera vez en el período devónico, que se calcula que ocurrió hace 350 millones de años.
Por muchos años los paleontólogos creyeron que el celacanto se había extinguido hacía cerca de 70 millones de años, dado que no encontraron huellas de estos fósiles en los depósitos que se formaron después del período cretáceo.
Al menos así lo creyeron hasta diciembre de 1938, cuando se pescó un celacanto vivo cerca de la costa oriental de Sudáfrica. Los científicos quedaron perplejos. Después de todo, semejante descubrimiento es comparable a que ¡hubieran encontrado vivo a un dinosaurio en medio de la jungla!
A partir de este inesperado descubrimiento, los pescadores y los científicos han capturado más celacantos vivos, todos cerca de las islas Comoras, próximas a Madagascar. Los investigadores quedaron estupefactos cuando se enteraron de que los habitantes de esas islas usaban el celacanto como alimento, y que deshidrataban y salaban su carne para preservarla y comerla más tarde.
El descubrimiento de los celacantos vivos fue una situación muy embarazosa para aquellos que se valen de la teoría de la evolución para interpretar el registro geológico. Lo fue especialmente para aquellos que, basados en los especímenes fosilizados, habían propuesto el celacanto como ejemplo de la clase de pez que hubiera sido el primero en salir de los mares para irse a tierra firme. Sin embargo, el descubrimiento de un pez que supuestamente se había extinguido desde hacía millones de años, y que algunos paleontólogos esperaban fuera uno de los eslabones principales en la supuesta cadena evolutiva, no ha hecho que muchos pongan en tela de juicio sus ideas y suposiciones con respecto al cronograma de la evolución.
Si los celacantos fueran las únicas criaturas encontradas vivas cuando supuestamente hacía mucho tiempo se habían extinguido, entonces tal vez podríamos aceptar que su descubrimiento fue una rareza que prueba muy poco, si es que prueba algo. Pero la lista de estos “fósiles vivientes” ha ido aumentando considerablemente en los años recientes.
Un árbol de la época de los dinosaurios
Otro de esos fósiles vivientes es un árbol que, de acuerdo con la interpretación tradicional de la columna geológica, debería haberse extinguido hace más de 100 millones de años. Pero en 1984 esto cambió debido a un descubrimiento excepcional: “David Noble salió de excursión un día feriado. Durante su caminata se salió de la ruta y de repente se encontró en la edad prehistórica. Aventurándose en un bosque aislado dentro de una reserva forestal a 200 kilómetros de Sidney, Australia, este oficial de parques y vida salvaje se encontró súbitamente en un ‘parque jurásico’ real, entre árboles inmensos que se creían extinguidos hacía cerca de 150 millones de años . . . ‘El descubrimiento es equivalente a encontrar un pequeño dinosaurio vivo en la tierra’, dijo Carrick Chambers, director de los jardines botánicos reales . . .
“El árbol más grande mide 55 metros y tiene una circunferencia de 3 metros, lo que implica que tiene por lo menos 150 años. Los árboles están cubiertos por un follaje denso, ceroso, con una corteza dispuesta irregularmente que les da una apariencia de estar cubiertos con chocolate burbujeante . . . Barbara Briggs, directora científica de los jardines botánicos, proclamó que este era uno de los descubrimientos más importantes del siglo en Australia, comparable con el fósil viviente de un secuoya que se encontró en China en 1944 y el celacanto cerca de Madagascar en 1938 . . . Los familiares más cercanos de los pinos de Wollemi murieron en el período jurásico, entre 190 y 135 millones de años atrás, y en el período cretáceo, entre 140 y 65 millones de años atrás” (diario Salt Lake City Tribune, 15 de diciembre de 1994, p. A10).
Fósiles vivientes de mundos que hace mucho murieron
Otro fósil viviente es el tuatara, un animal parecido a un lagarto, que se encuentra sólo en varias islas cerca de las costas de Nueva Zelanda. De acuerdo con la Encyclopædia Britannica, esta extraña criatura “tiene dos pares de miembros bien desarrollados y una cresta escamosa que se extiende por el cuello y la espalda. A diferencia de los lagartos, tiene un tercer párpado . . . una membrana responsable de la oclusión horizontal, y un ojo pineal, un órgano de dudosa función, situado entre los dos ojos normales. El tuatara también tiene un arco óseo . . . detrás de los ojos, que está formado por dos orificios grandes . . . en la región de la sien.
“Este arco óseo, que no se encuentra en los lagartos, se ha citado como prueba de que los tuataras son sobrevivientes del ya extinguido orden Rhynchocephalia y no de los lagartos. Y de hecho, los tuataras difieren muy poco de sus parientes más cercanos, los Homeosaurus, que vivieron hace 150 millones de años durante el período jurásico” (artículo “Tuatara”).
La Encyclopædia Britannica agrega que el tuatara es “un reptil que ha mostrado muy poca evolución morfológica durante casi 200.000.000 de años, a partir de los comienzos del período mesozoico” (artículo “Evolución”).
Otro ejemplo es el molusco marino conocido con el nombre científico de Monoplacoforan. “En 1952 varios monoplacoforanes fueron capturados a una profundidad de 3.750 metros, cerca de Costa Rica. Hasta ese momento se creía que se habían extinguido hacía cerca de 400.000.000 de años” (Encyclopædia Britannica, artículo “Monoplacoforan”).
Estos no son los únicos fósiles vivientes. Son unos pocos ejemplos de animales y plantas que, con base en el lugar en que se encontraron en el registro de los fósiles, los científicos habían supuesto que habían muerto hacía varios millones de años. Otras criaturas, tales como el argonauta, los braquiópodos, el cangrejo herradura (llamado también límulo o cacerola de las Molucas) y aun la ubicua cucaracha han permanecido virtualmente sin ningún cambio con respecto a los fósiles que los paleontólogos han datado de cientos de millones de años atrás.
Preguntas inquietantes para los evolucionistas
Estos descubrimientos han mostrado que los evolucionistas no pueden explicar adecuadamente el testimonio de los fósiles por medio de la teoría evolucionista. Hechos fundamentales quedan fuera de las interpretaciones que le dan al público.
Tales descubrimientos traen a colación una pregunta importante. De acuerdo con la interpretación evolucionista tradicional de los fósiles, el hombre aparece tarde (“tarde” se refiere a los estratos superiores de la columna geológica), en tanto que los trilobites y los dinosaurios, que aparecen más abajo en la columna geológica, murieron hace muchos millones de años. Sin embargo, el celacanto, que obviamente sigue vivo, no aparece en ninguna parte del registro de los fósiles en los últimos 70 millones de años.
¿Qué nos dice esto acerca del registro de los fósiles? Que obviamente no está tan claramente demarcado como se nos quiere hacer creer. Cuando llegamos a los seres humanos y a aquellas criaturas que los evolucionistas afirman que son los distantes antecesores del hombre moderno, las cosas se complican aún más.
Se han descubierto fósiles “humanos” en estratos en los que se supone que no ha existido nada cercano a los seres humanos. Otras especies que se cree que fueron los ancestros remotos de los seres humanos han sido datadas con fechas más recientes, lo que ha dejado perplejos a los científicos.
Por ejemplo, huellas del Homo erectus —supuestamente un antecesor evolutivo del hombre moderno que vivió entre 1,6 y 4 millones de años atrás— se han encontrado en Australia y han sido fechadas con sólo unos pocos cientos o pocos miles de años de antigüedad. Aunque de acuerdo con el cronograma evolutivo estas especies tuvieron que haber muerto hace varios cientos de miles de años, los vestigios de por lo menos 62 individuos han sido fechados con menos de 12.000 años de edad (Marvin Lubenow, Bones of Contention [“Manzanas de la discordia”], 1992, pp. 131-132, 153, 180).
Mientras tanto, vestigios de humanos anatómicamente “modernos” se han fechado en estratos muy anteriores y al lado de fósiles de criaturas que supuestamente fueron los ancestros evolutivos del hombre moderno (ibídem, pp. 56-58, 139-140, 170-171).
No debe sorprendernos que estos descubrimientos sean tan raramente informados. Por supuesto, estos fósiles son puestos en duda por los evolucionistas, quienes en su mayoría no les hacen caso. Sin embargo, estos hallazgos inesperados nos muestran que el registro de los fósiles, en lugar de respaldar el punto de vista tradicional de la evolución darviniana, de hecho pone en claro varias faltas de lógica y contradicciones de dicha perspectiva.
Además, aunque los evolucionistas no quisieran tener que reconocerlo, los métodos de datación que se están utilizando para respaldar los supuestos eones de la progresión evolutiva son en sí mismos muy discutibles. Para ilustrar la gravedad de la situación, “en 1984 la revista Science informó que las conchas de caracoles vivos en las fuentes de pozos artesianos en [el estado de] Nevada [EE.UU.], según las pruebas de carbono, tenían 27.000 años de edad” (James Perloff, Tornado in a Junkyard [“Un tornado en un depósito de chatarra”], 1999, p. 141).
Otros métodos de datación tienen sus defectos también. Usando el método del potasio-argón, una lava hawaiana proveniente de una erupción hace dos siglos, databa de entre 160 millones y 3 mil millones de antigüedad. En Nueva Zelanda, una lava volcánica que había sido datada de 465.000 años de edad por un método, contenía madera cuya edad se calculaba como de menos de 1.000 años. James Perloff anota que la cúpula de lava del monte Santa Elena, que hizo erupción en 1980, “había sido datada por radiometría como de 2,8 millones de años” (ibídem, p. 146).
¿Ciencia verdadera o pensamiento iluso?
Sir Solly Zuckerman, anatomista de la Universidad de Birmingham, Inglaterra, dijo lo siguiente acerca del estudio científico de la supuesta historia evolutiva del hombre tal como parece estar representada por fósiles:
“. . . Ningún científico podría discutir lógicamente la propuesta de que el hombre, sin que hubiera ningún acto de creación divina, evolucionó a partir de una criatura parecida al simio en un período muy corto —hablando en términos geológicos— sin dejar ningún vestigio entre los fósiles que indicara las etapas de esa transformación. Como ya hemos dado a entender, los estudiantes de los fósiles de los primates no se han destacado por su prudencia al encarar las restricciones lógicas de este tema. La situación es tan asombrosa que es legítimo preguntarse cuánta ciencia podemos encontrar en este campo, si es que podemos encontrar alguna. La historia del fraude del hombre de Piltdown nos da una respuesta bastante clara” (Beyond the Ivory Tower: The Frontiers of Public and Private Science [“Más allá de la torre de marfil: Las fronteras de la ciencia pública y la privada”], 1970, p. 64).
El fraude al que se refería tiene que ver con algunas partes de un esqueleto humano y una mandíbula de orangután que fueron sometidas a un tratamiento químico para que tuvieran la apariencia de ser más antiguas. El engaño no fue detectado por espacio de 44 años, entre 1912 y 1956. Durante ese tiempo muchos de los antropólogos más destacados del mundo aceptaron ese fósil fraudulento como si fuera un ancestro genuino del hombre.
“Según los antropólogos, estos restos tenían cerca de 500.000 años de antigüedad . . . Se escribieron más de 500 disertaciones científicas acerca del hombre de Pilt-down . . . [hasta que] una investigación crítica reveló que la mandíbula pertenecía a un simio que había muerto tan sólo 50 años antes. Los dientes habían sido limados y tanto los dientes como los huesos habían sido teñidos con bicromato de potasio para ocultar su verdadera identidad. Y así, el hombre de Piltdown fue un fraude que engañó completamente a todos los ‘expertos’, quienes lo promocionaron con absoluta confianza” (Scott Huse, The Collapse of Evolution [“El derrumbamiento de la evolución”], 1997, p. 137).
Aunque los evolucionistas quisieran que así fuera, el testimonio de los fósiles no está y no puede estar de acuerdo con el darvinismo. La pregunta es: ¿está de acuerdo con los relatos que encontramos en la Biblia? Esta pregunta también necesita una respuesta. Para ver si el testimonio de los fósiles respalda la creación o la evolución, no deje de leer el recuadro “El verdadero testimonio de los fósiles.