Los Estados Divididos de América: Sus peligrosas consecuencias para el mundo

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Los Estados Divididos de América

Sus peligrosas consecuencias para el mundo

Mi querida madre nació y creció en el sur de los Estados Unidos. Hace décadas, cuando visitaba  Alabama para ver a sus parientes, siempre nos deteníamos en el lugar de la batalla de Shiloh, uno de los conflictos más sangrientos de la Guerra Civil estadounidense. Ella se lamentaba: “Esos pobres muchachos, desangrándose en ese estanque”. Culpaba a “esos yanquis” por estar donde no debían. Recordaba los tiempos en que el cisma cultural dividía a la nación en dos bandos en conflicto. Quería que yo lo entendiera y nunca lo olvidara.

Hoy, cuando escucho afirmaciones de que Estados Unidos está una vez más profundamente dividido en aspectos que podrían llevar a otra guerra civil, me acuerdo de sus historias. De hecho, algunos creen que ya estamos librando esa guerra en los frentes político, cultural y social y que, si esto no cambia, con el tiempo podríamos ver perfectamente una nueva división y la salida de los estados de la unión.

Las encuestas indican que más de dos tercios de los estadounidenses perciben fuertes amenazas a la continuidad de la democracia de su nación tal y como la conocemos actualmente. Consideran que podría estallar una guerra civil y que solo un líder fuerte podría evitar o sacar al país de la crisis.

¿A dónde pueden conducir las “diferencias irreconciliables”?

La política partidista pone de manifiesto esta división. Una encuesta del Centro de Investigaciones Pew realizada en 2022 reveló que la mayoría de ambos partidos considera a los miembros del otro partido “más inmorales, deshonestos, perezosos, poco inteligentes y cerrados de mente que el resto de los estadounidenses”. Curiosamente, el 40 % de los demócratas y el 43 % de los republicanos pertenecen a su partido porque “se oponen a los valores del otro partido” y no porque defiendan lo que su partido representa.

Los politólogos se refieren a este nivel de polarización como “partidismo negativo”, en el que las facciones políticas se unen más por el odio al otro bando que por un sentido de propósito común. Este partidismo negativo revela algo más que la división política de la nación en la actualidad.

Un proceso político funcional debiera conducir a la resolución de ideas conflictivas. Cuando los tiempos son mejores, hay más posibilidades de lograrlo. Y cuando digo “tiempos mejores”, me refiero a un periodo de 60 o más años atrás. La política partidista en Estados Unidos siempre ha sido escandalosa, pero al final de las votaciones las distintas facciones trataban de unirse al bando contrario para llegar a cierto acuerdo y trazar un camino claro en bien del país.

Sin embargo, era una época en la que había valores claramente compartidos y el compromiso de formar una comunidad común. También en aquella época existía un apego a los ideales de Estados Unidos tal como se estipula en los documentos constitutivos de la nación.

Pero eso ha cambiado. Las elecciones presidenciales del año 2000 parecen haber marcado la aparición de diferencias irreconciliables en el cuerpo político, dando pie al bajón que ha llevado a la nación hasta su lugar actual. Aquella elección tuvo que ser decidida por el Tribunal Supremo, y terminó con la victoria de George W. Bush. Pareciera que a partir de esa rencorosa elección el país entró en una era de amargura política que ha ayudado a empeorar y provocar la crisis actual.

Los datos de las encuestas del Instituto de Política de la Universidad de Chicago muestran resultados que dan que pensar: “Alrededor de tres cuartas partes (73 %) de los votantes que se identifican como republicanos están de acuerdo en que ‘los demócratas en general son matones que quieren imponer sus creencias políticas a los que no están de acuerdo con ellos’. Un porcentaje casi idéntico de demócratas (74 %) expresa esa misma opinión sobre los republicanos”. Una mayoría igualmente amplia de cada partido sostiene que los miembros del otro bando “suelen faltar a la verdad y promover la desinformación”.

“Estoy listo para cuando vengan”

La misma encuesta reveló que “más de uno de cada cuatro estadounidenses se siente tan alejado del Gobierno” que creen que “pronto será necesario tomar las armas contra él”. Cuando una cifra  enorme y creciente de estadounidenses siente que su Gobierno es corrupto y está concertado contra ellos, es difícil ver un camino de vuelta del abismo. Hay un creciente sentimiento de incompatibilidad, y en algunas regiones del país se habla de que la única respuesta puede ser la secesión.

La indignación provocada por las políticas públicas ha cuadruplicado la cifra de personas que consideran que la fuerza armada está justificada para promover intereses políticos. Este sentimiento lo comparten republicanos y demócratas en porcentajes casi iguales, aproximadamente un tercio de cada uno.

La venta de armas y municiones se ha disparado en los últimos años, un aumento alarmante si se tiene en cuenta que en Estados Unidos ya había más armas que personas. Frente a las noticias de disturbios en las ciudades, barrios enteros tomados por los radicales e incluso comisarías abandonadas por las fuerzas del orden, la gente teme que no haya nadie que responda a su llamada de auxilio cuando, no en caso de que, los alborotadores se dejen caer en sus barrios.

Cuando uno ve los relatos televisados de este tipo de sucesos, como el de una pareja de los suburbios de San Luis (Misuri) que en 2020 tuvo que defender su casa de una turba de manifestantes invasores, empieza a tener la sensación de que la nación se está convirtiendo en un campo armado. Mientras cenaba en casa de un pariente cercano, él me mostró su plan de autodefensa. Este incluía una barricada de ladrillos y piedras en el borde de la piscina de su patio, angulada perfectamente para permitirle defender el camino de poco menos de un kilómetro que conduce a su casa rural. “Estoy preparado para cuando vengan”, me dijo.

El aborto, un gran polarizador

Podría decirse que el tema más polarizador del último medio siglo ha sido el aborto. Desde la decisión del Tribunal Supremo en 1973 que legalizó el aborto en los 50 estados, hemos sido testigos de cómo decenas de millones de bebés han sido arrancados del vientre de sus madres. Pero mientras la frecuencia de los abortos aumentaba, también lo hacía una creciente oposición liderada por las iglesias y los ciudadanos con conciencia.

La postura de una persona sobre el aborto determinaba si podía ser elegida para un cargo político o nombrada para el Tribunal Supremo. En junio de 2022, el Tribunal Supremo, al fallar en un nuevo caso, anunció su decisión de anular el veredicto de Roe v. Wade y dejar la cuestión en manos de los estados. Fue un acontecimiento muy apreciado por quienes valoran la santidad de la vida humana, pero la división no hizo más que aumentar.

El impacto de la revocación aún se desconoce. El aborto no va a desaparecer, pero ahora les corresponde a los estados legislarlo y regularlo. Algunos han aprobado y aprobarán leyes antiabortistas, mientras que otros han aprobado y aprobarán leyes proabortistas.

Ahora, las empresas y corporaciones ubicadas en los estados con límites más estrictos respecto al aborto incluirán como parte de los planes de salud de los empleados recursos para viajar a un estado proaborto a fin de interrumpir su embarazo, como “beneficio de salud”. Algunas empresas han puesto fin a las licencias y prestaciones por causa de maternidad, sustituyéndolas por abortos pagados. Está claro cuáles son los verdaderos intereses de estas corporaciones.

Con esta decisión hemos entrado en un territorio desconocido. Si uno le suma todos los demás trastornos culturales, pareciera que hemos entrado en una época oscura. El orden mundial que hemos conocido está mostrando su podredumbre; pronto podría hacerse añicos, y la condición de Estados Unidos determinará la geopolítica mundial.

¿Veremos un conflicto armado?

¿Será posible que en estos momentos estalle una insurrección armada en Estados Unidos? Un análisis a los titulares y acontecimientos de los últimos años haría que cualquier observador respondiera que sí, que es posible que estalle algún tipo de guerra civil. El acalorado ambiente político podría tornarse violento con mucha facilidad, especialmente porque algunos están  intentando deliberadamente agravar la situación. La aparente militarización de los organismos gubernamentales contra los opositores políticos exacerba los temores y el deseo de resistirse a lo que se considera cada vez más una fuerza ilegítima.

Si añadimos el aumento de la delincuencia en general, los tiroteos masivos, los asesinatos, los robos de automóviles, los disturbios civiles en las principales ciudades y la disminución de la protección policial, lo que salta a la vista es la imagen de una nación en grave peligro, en la cual muchos creen que deben tomar en sus propias manos la protección de sí mismos y de los demás. Estados Unidos parece estar situado en una falla volcánica a la espera de que algo explote.

Pero la pregunta es esta: ¿Veremos una conflagración de la magnitud de la gran Guerra Civil del siglo xix, en la que una secesión de los estados del sur condujo a un conflicto armado y a la muerte de más de 600  000 estadounidenses? No lo creo, al menos no de esa manera. Pero es probable que la crisis se manifieste de forma diferente. Consideremos lo que ya ha sucedido, porque puede darnos pistas sobre el futuro.

¿Nuevos mandatos que pueden conducir al caos?

Ya he escrito en estas páginas que lo que hemos visto en los últimos tres años han sido ensayos generales de acontecimientos más relevantes que están por venir. Me pregunto si hemos considerado cómo sería una ruptura del orden en Estados Unidos. El pasado puede ser solo un preludio del futuro.

En primer lugar, vimos un cierre sin precedentes de la sociedad estadounidense a partir de marzo de 2020. Los aeropuertos se cerraron una vez que terminaron los vuelos de pasajeros. También se clausuraron escuelas, negocios y los grandes recintos del deporte profesional, mientras importantes centros de entretenimiento como Times Square en la ciudad de Nueva York apagaban sus luces.

Esto sucedió en todo el mundo en respuesta a la pandemia de Covid. Pero, más allá del cierre, fue notable el hecho de que la gente aceptara tan rápidamente los mandatos, sin discusión ni debate, suponiendo que era por el bien público. Sin embargo, los análisis en retrospectiva han puesto en duda las medidas radicales adoptadas por los Gobiernos.

¿Qué pasaría si una futura crisis, otra pandemia o conflicto civil, condujera a un cierre? ¿Se sometería la gente de todo Estados Unidos nuevamente a esto? ¿Y si algunas regiones (como los “estados azules”, o demócratas) aceptaran un mandato del gobierno federal mientras otras regiones (los llamados “estados rojos” o republicanos) se negaran?

Esto pondría de manifiesto una fuerte división dentro de la nación. ¿Cómo reaccionaría el gobierno central? ¿Se llamaría a las tropas federales para que hagan cumplir sus mandatos? Algunas regiones no verían con buenos ojos la presencia de soldados armados imponiendo normas a las que se opone la mayoría de la población. La respuesta sería la resistencia, tanto pasiva como probablemente armada, y podría haber gran derramamiento de sangre.

Las elecciones presidenciales estadounidenses de los últimos años han tenido márgenes de victoria muy estrechos. ¿Qué pasaría si un líder debidamente elegido fuera atacado o asesinado por alguien alineado con la facción contraria? ¿Cómo reaccionarían los partidarios de ese líder? ¿Podría algo así incitar a una sublevacion civil masiva o incluso a asesinatos en represalia?

Imagínese el efecto escalofriante que ello tendría en el público en general. El miedo y la desconfianza se apoderarían de la población. Puede que no veamos una insurrección armada, sino que surjan focos de resistencia. Algunas ciudades o regiones en zonas rurales podrían convertirse en campamentos armados o podrían declararse “secesionistas de la unión”.

En 2020 vimos cómo una sección urbana definida de Seattle [Washington] fue acordonada durante varias semanas, ya que un grupo la declaró zona separada de la ciudad y no permitió la entrada de la policía, los bomberos ni el personal de emergencia. Las fuerzas del orden, maniatadas por un gobierno municipal progresista, no tuvieron la capacidad de intervenir. ¿Qué pasaría si esto ocurriera a mayor escala en todo el país en respuesta a un desacuerdo político?

Como en los días de Noé

Una catástrofe natural masiva, como un huracán o un terremoto, podría desencadenar disturbios junto con la imposición de mandatos de emergencia, creando efectos en cascada. En 2006, el huracán Katrina azotó el sur de Luisiana provocando una destrucción masiva en Nueva Orleans y las regiones circundantes.

Por sí mismo, el huracán causó una enorme devastación. Pero la reacción del gobierno a nivel municipal, estatal y federal agravó el problema. La recuperación tardó años en producirse. Y aunque de muchos sectores surgieron gritos acusatorios de incompetencia, negligencia e incluso racismo, finalmente la paz y la estabilidad se restablecieron y la gente se unió para reconstruir. Pero era una época diferente. ¿Sería lo mismo hoy?

¿Qué pasaría si se produjera otra catástrofe natural de este tipo y, dada la fragilidad de la nación en la actualidad, se desgarrara el tejido social de una región? ¿Qué pasaría en otras ciudades? ¿Habría reacciones desencadenadas por el odio y el malestar latente? Pienso en la muerte de George Floyd en mayo de 2020 en Mineápolis y en lo que ese incidente provocó en todo el país. En estos casos suele producirse un efecto dominó, como ocurrió en 1968 tras el asesinato de Martin Luther King, cuando estallaron disturbios en toda la nación. Como dije, aprendiendo  del pasado podemos proyectarnos hacia el futuro.

La mayoría de la gente intentaría llevar una vida normal. Nótese que he dicho “intentaría”. Esa es nuestra situación actual. La mayoría de los estadounidenses intentan llevar una vida normal, y eso es legítimo. El problema es que las normas están cambiando, quizá de manera irrevocable.

Hace poco escuché una cita que alude a esto: “Cada norma de la vida actual está siendo atacada”. Esto es cierto; la mayoría lo ve, y muchos están desconcertados. Estamos en una época de disturbios civiles pero seguimos adelante, tratando de vivir una vida normal.

Jesús dijo que esto sería así: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no lo entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37-39).

Como en la época de Noé, las normas han cambiado, la gente está dividida y el juicio se acerca.

Cómo se deshonra el orden natural de la vida

La abolición de la licencia de Roe v. Wade para asesinar a bebés no nacidos fue una decisión bienvenida y necesaria del Tribunal Supremo, pero la podredumbre permanece y el aborto sigue siendo legal en la mayoría de los estados. La sociedad estadounidense sufrió una transformación tras  un holocausto cultural que ya lleva medio siglo. Y si bien muchos juristas alaban al Tribunal Supremo por devolver a los estados y al pueblo la prerrogativa de elaborar leyes que regulen la estructura social a través de sus representantes elegidos, el horror de la legalización del infanticidio durante 49 años ha trastocado la brújula moral del pueblo.

El fallo emitido por el Tribunal Supremo en en el caso Obergefell v. Hodges, que legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo el país, se apoyó en el deterioro y la división moral, creando unos Estados Unidos en los que quienes siguen creyendo en la definición bíblica del matrimonio y la vida humana son considerados parias. Roe legisló sobre la santidad de la vida humana, y Obergefell hizo trizas la base moral de la sociedad.

Y aunque estos fallos carecen de fundamento legal, son la lanza que se clava con un efecto devastador en el corazón de una sociedad sana, estable y natural. Las civilizaciones saludables no tratan la definición bíblica del matrimonio y la familia como una “elección”. Los matrimonios estables le confieren equilibrio a una cultura, honran a Dios y proporcionan un entorno propicio para criar a la siguiente generación de niños. Los matrimonios del mismo sexo deshonran el orden natural de la vida y violan la ley espiritual y eterna de Dios. Son una sentencia de muerte para la humanidad, otra manifestación del suicidio cultural.

Los que se identifican como cristianos deben admitir su contribución al deterioro del matrimonio y la familia bíblicos. Las tasas de divorcio entre los que se declaran cristianos han sido altas durante muchas décadas, y la cohabitación sin el compromiso del matrimonio también ha sido alta entre este grupo. Mucho antes de que se legalizara el matrimonio entre personas del mismo sexo, la institución del matrimonio ya había sido minada por aquellos que debieran haber sido ejemplos incondicionales.

El aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, y ahora la creciente influencia del movimiento LGBTQ+, han debilitado el eje moral de Estados Unidos y otras naciones occidentales.

La polarización política se ha profundizado en las últimas décadas. El exceso de gastos del Gobierno ha empeorado la economía, haciendo que vuelvan a producirse tasas de inflación que no se veían desde hace 40 años. La confianza en el gobierno federal ha alcanzado bajas históricas.

Todos estos y muchos otros factores han conducido a la gran división que vemos hoy en Estados Unidos. En el fondo, se trata de una división acerca de la base cultural y la dirección de la nación. Algunos se aferran a los principios y valores sobre los que se fundó el país, mientras otros niegan y desafían esos mismos principios y valores.

La división de Estados Unidos ha suscitado dudas entre las naciones sobre si se puede confiar en él como aliado para garantizar la estabilidad global. El resultado es el envalentonamiento de otras naciones como China y Rusia para imponer su agenda nacional. Rusia ha invadido Ucrania y el mundo contiene la respiración, ya que en cualquier momento China puede apoderarse de Taiwán y cumplir su viejo deseo de reunificar este Estado insular con el continente.

Mientras tanto, el mundo se pregunta: ¿Se puede confiar en un Estados Unidos dividido? Esto es lo que está en juego con los actuales problemas internos que aquejan a la nación.

¿Se está suicidando Estados Unidos?

Algunos dicen que el único país lo suficientemente poderoso como para destruir a los Estados Unidos es el propio Estados Unidos. Abraham Lincoln pensaba lo mismo. En un discurso que dio en 1838, dijo: “¿En qué momento debemos esperar la llegada del peligro? ¿Con qué medios nos vamos a proteger de él? ¿Debemos esperar que algún gigante transatlántico cruce el océano y nos masacre de un golpe? ¡Jamás! . . .
¿En qué momento, entonces, debemos esperar la llegada del peligro? Respondo: Si alguna vez nos alcanza, tendrá que surgir de entre nosotros mismos . . .
Si la destrucción es nuestra suerte, nosotros mismos debemos ser su autor y consumador. Como nación de hombres libres, debemos vivir para siempre o morir por suicidio” (Discurso en el Liceo de Hombres de Springfield, Illinois, 1838, énfasis nuestro en todo este artículo).

Sin embargo, por muy dividido que se encuentre, Estados Unidos sigue siendo la nación más fuerte del mundo desde cualquier punto de vista. Tal y como están las cosas, el país podría seguir desempeñando este papel durante un buen tiempo más. El Imperio romano duró cientos de años a pesar de hallarse desgarrado por la división interna. Sin embargo, eso era el mundo antiguo, y hoy en día muchos factores son diferentes. Como sabemos, Lincoln guio a la nación durante la Guerra Civil y la república sobrevivió, pasando a convertirse en la nación más próspera de toda la historia. Los estadounidenses de hoy son los herederos de toda esa historia.

Pero hay una diferencia entre Roma y el Estados Unidos moderno, y entre el Estados Unidos de la época de Lincoln y el de hoy. La diferencia está en el papel que Dios le ha asignado a Estados Unidos en esta era para el propósito espiritual superior que él está llevando a cabo entre las naciones. Los Estados Unidos mantendrán ese papel solo mientras Dios lo permita. (Para más información sobre el propósito divino de Estados Unidos, solicite o descargue nuestra guía de estudio gratuita Los Estados Unidos y Gran Bretaña en la profecía bíblica).

Mucho se ha escrito de cómo Estados Unidos fue fundado por hombres que creían en la providencia divina y en el Dios de la Biblia. Los peregrinos llegaron a sus costas en busca de libertad religiosa, y muchos de ellos consideraron la tierra que tenían ante sí como un homólogo de la Tierra Prometida a la que Dios llevó a la antigua nación de Israel bajo el liderazgo de Moisés y Josué. Las raíces judeocristianas de la nación están bien documentadas.

Esta parte de la historia de Estados Unidos es cierta, pero debe entenderse dentro del propósito de Dios y las bendiciones que pueden ser derramadas sobre un pueblo que cree y sigue aunque sea una fracción de la verdadera Palabra de Dios. Estados Unidos nunca ha sido completamente “una nación bajo Dios” en el pleno sentido de la expresión. Sin embargo, a pesar de sus defectos y debilidades, ha sido una bendición para todas las naciones de muchas maneras. El mundo ha sido un lugar mejor porque Estados Unidos y sus naciones hermanas de habla inglesa han existido (de nuevo, vea nuestra guía de estudio gratuita que acabamos de señalar).

Lo que Dios dijo al antiguo Israel tiene aplicación hoy: “Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está el Eterno nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros? Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu
vida . . .” (Deuteronomio 4:7-9).

¿Qué le espera a Estados Unidos?

Estados Unidos se ha negado cada vez más a prestar atención a este sabio consejo de su Hacedor. Sus graves pecados nacionales son una vergüenza y un bochorno. Los que defienden a Dios y los valores bíblicos son cada vez más ridiculizados y, con creciente frecuencia, literalmente perseguidos y silenciados.

Nadie acudirá a salvar a Estados Unidos. Dios no rescatará a la nación en este momento de la calamidad que se avecina, pues ha desafiado sus leyes y ha permanecido demasiado tiempo en los altares de la idolatría. Como el antiguo Israel, la decadencia y la podredumbre se han extendido por todo su cuerpo nacional.

Las palabras de Isaías lo resumen: “¡Oh, gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de víboras, hijos depravados! Dejaron al Eterno, provocaron a ira al santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué queréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Isaías 1:4-6).

La profecía bíblica revela que Estados Unidos caerá víctima de sus propios pecados, rebelión y divisiones. Esta será una de las primeras etapas del tiempo de conflictos sin parangón que afectarán al mundo en los años previos al regreso de Jesucristo. Él describió este tiempo como uno de “gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mateo 24:21).

Pero este no es el final de la historia. Jesús intervendrá entonces personalmente, cuando la humanidad esté al borde de la extinción (versículo 22), para salvarnos de nosotros mismos. Establecerá el Reino de Dios en la Tierra, trayendo mil años de paz al mundo (véase el número de septiembre-octubre de 2022 y nuestra guía de estudio gratuita El Evangelio del Reino).

¿Qué nos espera?

Este es el momento para saber lo que debemos hacer. Es el momento de buscar al Dios de la verdad y adorarle en espíritu y en verdad con todo nuestro ser. Confiar en la visión tradicional de Dios y de lo que dice la Biblia no nos salvará de lo que viene.

Marque la diferencia en su comunidad con las personas sobre las que tiene influencia. Hay tendencias y problemas que uno no puede revertir ni resolver. Usted puede hacer una diferencia en su ámbito, pero debe entender el propósito supremo que Dios está llevando a cabo. Dios pone en manos de cada individuo la responsabilidad de tomar partido por la justicia. Empiece por cambiar usted mismo. Póngase a salvo de los crecientes pecados que devoran a la nación. Por supuesto, no puede hacerlo solo: necesita mirar hacia arriba. Mantenga su lealtad principal por encima de las divisiones de este mundo viviendo “el primer y gran mandamiento” (Mateo 22:37-38): “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. ¡Los que hacen caso son los que Dios bendecirá y recompensará eternamente!  BN