Las etapas del duelo
En su gran amor por nosotros, Dios nos ha revelado las respuestas a algunos de los más grandes interrogantes que tenemos: ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Qué sucede después de la muerte? Nosotros podemos ser consolados por el conocimiento del plan que Dios tiene para el hombre y el entendimiento de que la muerte es tan sólo una separación temporal. Dios promete que por medio de la resurrección seremos reunidos con nuestros seres queridos.
Este conocimiento nos ayuda a enfrentar con más tranquilidad la pérdida que sentimos cuando muere un ser querido. Sin embargo, no podemos negar el dolor que experimentamos ante la muerte. Lloramos y nos lamentamos. ¿Cómo podemos afrontar nuestro dolor? ¿Cómo podemos consolar a los que están sufriendo?
El dolor producido por la muerte de un ser querido es una experiencia profundamente personal y sumamente traumática. Para afrontarlo adecuadamente, puede ser de beneficio conocer el proceso del duelo. Los que han estudiado el tema han identificado las etapas del duelo, algunas de las cuales son: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Con el fin de ayudarlo a entender en qué consiste este proceso y cómo puede enfrentar más adecuadamente la muerte, examinaremos brevemente cada etapa. Recordemos, sin embargo, que no todos los dolientes experimentan estas etapas en la misma secuencia. Algunos pueden experimentar más intensamente ciertas emociones, en tanto que otros no, y algunos pueden experimentar simultáneamente varias de estas emociones. Además, el hecho de que uno haya pasado por ciertas etapas no quiere decir que no pueda volver a experimentar algunas de ellas. La experiencia de cada persona es distinta.
La negación
Cuando una persona está experimentando la negación, puede presentar síntomas físicos como los que experimenta cualquier víctima de un choque traumático. Estos son sudoración intensa, desmayos, náusea o taquicardia. La mente y las emociones se ven abrumadas; algunos simplemente no son capaces de enfrentar la realidad de la muerte.
Algunos se retraen del mundo que los rodea; otros piensan que están teniendo una pesadilla de la que pronto se van a despertar. Tal vez sea un mecanismo de defensa que Dios nos ha puesto para ayudarnos en esos momentos difíciles. Es en esta etapa donde empezamos a enfrentar y a lidiar con nuestros sentimientos, buscando la paz y la estabilidad.
En esta parte del proceso debemos tener en cuenta varios detalles importantes. Es conveniente que la persona pueda expresar sus pensamientos y sus emociones. Las personas afligidas están experimentando una profunda pérdida; ellas necesitan de algún alivio y requieren del cuidado de los demás. Es muy importante que puedan expresar lo que están sintiendo y viviendo. Si queremos ayudar a los dolientes, debemos permitirles hablar francamente acerca de la muerte de su ser querido y de las circunstancias que rodearon su muerte.
Permitamos que exprese por qué amaba tanto a la persona que murió, qué clase de relación tenía con ella y qué era lo que la hacía diferente de los demás. Para poder afrontar su dolor es necesario que sienta que puede expresarse libremente y que puede comunicar abiertamente los sentimientos de dolor y soledad que está viviendo.
En momentos como estos, el apoyo de los amigos y la familia es muy importante. Como se dice en el libro de los Proverbios: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”, y: “Amigo hay más unido que un hermano” (Proverbios 17:17; Proverbios 18:24). Algún día la persona afligida estará dispuesta a hacer lo mismo por nosotros. No importa cuán grande sea su dolor, hágale saber que no está sola, que hay personas dispuestas a ayudar en lo que sea necesario.
A veces en estas ocasiones las personas no son capaces de velar por sus necesidades físicas. Muchas veces lo último que les pasa por la mente es tener cuidado de sí mismas y de su salud. Es bueno que les ayudemos a recordar que sus vidas también son importantes.
Cuando estamos experimentado esta clase de dolor es muy fácil quedar emocional y físicamente exhaustos. Para poder enfrentar más adecuadamente lo que estamos viviendo, es muy importante que nos alimentemos de una manera saludable.
El ejercicio puede ser una forma muy práctica de descargar la ira y la frustración que sentimos. Nos ayuda a dormir mejor y estimula el apetito. El ejercicio puede ser algo tan sencillo como caminar durante 20 minutos varias veces a la semana.
El descanso también es importante. El dolor emocional nos deja exhaustos, de manera que no dormir lo suficiente agravará el problema.
La ira
A medida que la negación comienza a desaparecer, la tendencia natural es echarle a alguien la culpa de nuestro dolor y sufrimiento. Esto no suele ser racional. Incluso podemos sentirnos enfadados con la persona que se murió por hacernos sentir lo que estamos sintiendo con su muerte, o podemos sentir enojo por el momento en que ocurrió la muerte. Esta ira también puede manifestarse en contra de otras personas, por ejemplo el médico, el personal del hospital, los demás miembros de la familia y hasta Dios mismo. Podemos preguntarnos por qué Dios no intervino, por qué no impidió la muerte. También podemos sentirnos culpables nosotros mismos.
La ira es una emoción muy poderosa que puede destruirnos o puede ayudarnos. En Efesios 4:26 Dios nos exhorta: “Airaos, pero no pequéis . . .”. Podemos encauzar positivamente la energía generada por la ira. Por ejemplo, podemos hacer todos esos trabajos en la casa que hemos estado aplazando desde hace mucho tiempo; tal vez podamos tomar clases, interesarnos por nuevos pasatiempos, etc. Una de las mejores formas de utilizar nuestras energías de una manera positiva es interesarnos por el bienestar de los demás. Ayudarles a otros a llevar sus cargas nos ayudará enormemente en estos momentos de dolor y sufrimiento.
La negociación
En esta etapa algunos quieren “negociar” con Dios. Se imaginan que si le prometen hacer esto o aquello, Dios hará que las cosas vuelvan a ser como fueron al principio. Muchos tratan de entender la muerte del ser querido; esto es una parte normal del proceso del duelo. Sin embargo, llega un momento en el que entienden que no es posible negociar la muerte. Para que podamos tener esperanza y dar pasos positivos, es necesario que aceptemos la realidad de los hechos.
Aquellos que están sufriendo y tratando de entender la pérdida de un ser querido no deben dejar de lado la verdadera fuente de información que contiene todas las respuestas al respecto: la Palabra de Dios, la Biblia.
Como hemos explicado a lo largo de este folleto, Dios está llevando a cabo un magnífico plan. Cada uno de nosotros y de nuestros seres queridos ocupa un lugar muy importante dentro de este plan, y Dios no quiere que el dolor y el sufrimiento nos dejen sin ninguna esperanza. Con esto en mente, recordemos lo que dijo el apóstol Pedro: que debemos echar toda nuestra ansiedad sobre Dios, porque él tiene cuidado de nosotros (1 Pedro 5:7).
La depresión
Tarde o temprano, la realidad se impone y nos vemos obligados a reconocer que es necesario que continuemos en la vida sin nuestro ser querido. Es muy común que comencemos a atormentarnos con pensamientos tales como: ¿Por qué no hice esto o aquello? ¿Qué hubiera pasado si . . . ?
Para muchos, esta puede ser la parte más difícil. Los síntomas de esta etapa son: melancolía, falta de interés por el mundo que nos rodea, inapetencia, insomnio, sentimientos de culpabilidad, desolación, desesperanza e inferioridad.
En estos momentos puede ser de gran beneficio que recordemos todo lo positivo que hicimos y compartimos con nuestro ser querido. Los recuerdos positivos son de mucho valor. Podemos conservar siempre el recuerdo de estos momentos porque son parte de nosotros, un tesoro que nada ni nadie puede quitarnos.
A pesar de nuestro dolor no tenemos por qué caminar solos. Dios siempre está con nosotros, aun en tiempos de duelo. “Él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador, no temeré . . .” (Hebreos 13:5-6).
En tales ocasiones es muy necesario mantener activa nuestra comunicación con Dios. Él puede ayudarnos a superar nuestro dolor. Pidámosle valor y fuerzas para seguir adelante: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreo 4:16). Dios es quien “nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 1:3-4).
La aceptación
A medida que experimentamos el dolor, nos vamos dando cuenta de que es necesario comenzar una nueva etapa de nuestra vida. En otras palabras, llegamos a aceptar la realidad. Tenemos que adaptarnos a las nuevas circunstancias de esta nueva realidad. Somos fortalecidos emocionalmente por medio de la prueba que acabamos de pasar. Poco a poco, la estabilidad emocional regresa y nuestras heridas se van curando.
Cada persona necesitará un tiempo diferente para completar este proceso. Algunos seguiremos sintiendo ira, depresión o culpabilidad. Esto no es necesariamente negativo. Lo que significa es que el ser querido dejó una huella muy profunda en nuestra vida y todavía lo extrañamos. Estos sentimientos son normales; no debemos sorprendernos por ellos.
Por supuesto, nadie puede ocupar el lugar del ser querido que perdimos. Pero llegamos al punto de reconocer que la vida continúa y es necesario que afrontemos los nuevos retos que ésta nos presenta.
El patriarca Moisés fue muy amado en la nación de Israel; sin embargo, llegó el momento en que Dios permitió que muriera. La nación tenía que proseguir su marcha aunque estuviera dolida por la muerte de su dirigente. “Aconteció después de la muerte de Moisés siervo del Eterno, que el Eterno habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo: Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Josué 1:1-2).
La vida continuó para Israel a pesar de la muerte de uno de sus más grandes héroes. “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente . . .” (vers. 5-6).
Dios nos ha hecho la misma promesa en la actualidad. Necesitamos confiar en él. Si nos acercamos a Dios, él estará tan cerca de nosotros como lo estuvo de Moisés y Josué. Él estará con nosotros para ayudarnos a hacer frente a los desafíos de esta nueva etapa de nuestra vida. Si le somos fieles, Dios nos dará la misma fuerza y el apoyo que les dio a sus siervos Moisés y Josué. El apóstol Pablo escribió: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).
Esto también pasará
El tiempo es un gran sanador de las heridas emocionales. Esto es especialmente cierto ante la pérdida de un ser querido.
En un discurso pronunciado en 1859, el presidente norteamericano Abraham Lincoln mencionó: “Se dice que un monarca oriental les encargó a sus sabios que inventaran una frase que siempre pudiera aplicarse, y que fuera verdad y apropiada en todas las situaciones. Ellos le obsequiaron con estas palabras: ‘Y esto también pasará’. Cuánto expresa esta frase. Cuán humillante en la hora de la soberbia. Cuán consoladora en la aflicción profunda”.
A pesar de lo dolorosa que nos pueda parecer la vida después de la muerte de un ser amado, debemos recordar que esto también pasará. Podremos volver a gozar de la vida. Con la ayuda de Dios, con el entendimiento de su gran propósito para la vida humana, y con la esperanza que tenemos del futuro, podremos encontrar la fortaleza para sobreponernos al dolor.
Salomón escribió: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir . . . tiempo de curar . . . tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar y tiempo de bailar . . .” (Eclesiastés 3:1-4). La sanidad emocional vendrá; el tiempo de cantar, de reír y de bailar volverá.