#198 - Ezequiel 29-32
"La profecía de la destrucción de Egipto"
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#198 - Ezequiel 29-32: "La profecía de la destrucción de Egipto"
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Acabamos de repasar las profecías sobre Tiro y su rey, que le recuerdan a Dios el orgullo y las intrigas del poder del querubín Lucero, que había intentado apoderarse del trono de Dios. Es interesante que Dios vuelve a describir este sistema como una parte de la gran Babilonia en los tiempos del fin. Actualmente, hay dos grandes sistemas comerciales en competencia en el mundo, el europeo y el norteamericano. Japón va en decadencia. Por medio de tratados, ambos están tejiendo su red comercial por el mundo y los conflictos entre ellos aumentan. Según Apocalipsis 17 y 18, será el sistema de la gran Babilonia, bajo Satanás, la bestia y el falso profeta, el que eliminará a los demás. Se impondrá la marca de la bestia que tiene que ver con lo religioso y lo comercial. Aunque no sabemos qué tan avanzados estamos en la actualidad, lo cierto es que ya existe la rivalidad entre estos dos enormes sistemas comerciales. Tendremos que observar cuidadosamente los conflictos que surgen en la carrera por las alianzas y tratados comerciales.
Tras la caída de Tiro, Dios se enfoca en otro gran poder de ese entonces: Egipto. Civilizaciones venían e iban, pero la de Egipto permanecía. Desde el Diluvio hasta ese entonces, sólo Egipto no había caído. Los imperios habían sido Sumer, que pronto cayó; luego, la primera caída de Babilonia, Asiria y su caída; luego resurge Babilonia y cae, resurge Asiria y cae, y vuelve Babilonia, ahora llamados los caldeos. Recuerden que estamos en lo que los historiadores llaman “la época axial”, mencionada por Dios en Isaías 13-34; Jeremías 25, 46-51; y ahora en Ezequiel. Son los años de 600-500 a.C., donde viene un derrumbe político masivo en las antiguas potencias: Asiria, Babilonia, Egipto, Tiro e Israel; y llegan las nuevas: Persia, Grecia y finalmente, Roma, la cuna de la civilización Occidental.
Cuando llegó “la palabra del Eterno” a Ezequiel, Egipto era una de las últimas potencias que quedaba. Por eso parecía imposible que fuera destruida. Dios le dice: “He aquí yo estoy contra ti, Faraón rey de Egipto, el gran dragón [cocodrilo] que yace en medio de sus ríos, el cual dijo: Mío es el Nilo, pues yo lo hice” (Ezequiel 29:3). Usó el cocodrilo como símbolo del Faraón Hofra (589-570 a.C.). Fue un rey orgulloso que traicionó y abandonó a Israel. Los reyes de Judá: Joaquim, Joaquín, y el último, Zedequías hicieron una alianza con este Faraón, sólo para ser dejados a la merced de los babilonios.
Egipto envió una pequeña fuerza contra los babilonios que no sirvió de nada y luego se replegaron en Egipto. Abandonaron a Judá a su atroz destino. Puesto que sus defensas eran muy seguras, Egipto no se sentía amenazado. Tenía al desierto del Sinaí para protegerlo, y el ejército hostil que atravesara ese desierto siempre era una presa fácil. Sólo existía una entrada en la zona norteña y estaba fortificada. Debido a estas formidables defensas, las ciudades en Egipto ni siquiera tenían muros.
Tal como Dios describe Tiro como una nave, ahora describe a Faraón como el “monarca” del Nilo, el cocodrilo. En el hebreo se le llama Tanín, que significa gran lagarto o dragón. Dice: “Yo, pues, pondré garfios en tus quijadas, y pegaré los peces de tus ríos a tus escamas, y te sacaré de en medio de tus ríos… Y te dejaré en el desierto… y sabrán todos los moradores de la tierra que yo soy el Eterno, por cuanto fueron báculo de caña a la casa de Israel” (Ezequiel 29:4-7).
Los egipcios estaban aterrados ante el cocodrilo, que a veces devoraba a sus hijos mientras nadaban en el Nilo. Noten lo que dice La Enciclopedia Británica: “El cocodrilo del Nilo es el reptil más grande y pesado sobre la tierra. Podía medir hasta [6] metros de largo… y vivir unos 100 años” (Tomo 5, p. 286).
A pesar del poder del Faraón, Dios dice que lo atrapará con redes, como lo hacían con un cocodrilo, y lo llevarán al desierto donde morirá.
Usa para este fin a su instrumento escogido: Nabucodonosor de Babilonia. Le dice al Faraón: “La tierra de Egipto será asolada y desierta, y sabrán que yo soy el Eterno; por cuanto dijo: El Nilo es mío, y yo lo hice [el Faraón se creía un dios]. Por tanto, he aquí yo estoy contra ti, y contra tus ríos; y pondré la tierra de Egipto en desolación, en la soledad del desierto, desde Migdol [en el norte] hasta Sevene [en el sur], hasta el límite de Etiopía. No pasará por ella pie de hombre ni pie de animal pasará por ella, ni será habitada, por cuarenta años… Al fin de cuarenta años recogeré a Egipto de entre los pueblos entre los cuales fueren esparcidos; y volveré a traer los cautivos de Egipto, y los llevaré a la tierra de Patros, a la tierra de su origen; y allí serán un reino despreciable. En comparación con los otros reinos será humilde; nunca más se alzará sobre las naciones, porque yo los disminuiré, para que no vuelvan a tener dominio sobre las naciones. Y no será más para la casa de Israel apoyo de confianza, que les haga recordar el pecado de mirar en pos de ellos; y sabrán que yo soy Dios… Nabucodonosor rey de Babilonia hizo a su ejército prestar un arduo servicio contra Tiro… yo doy a Nabucodonosor… la tierra de Egipto; y él tomará sus riquezas, y… habrá paga para su ejército… porque trabajaron para mí, dice el Eterno el Señor” (Ezequiel 29:9-15).
Todo esto se cumplió al pie de la letra. Diecisiete años después de la destrucción de Jerusalén y ahora de Tiro, Nabucodonosor conquista a Egipto en 568 a.C. Durante el sitio de Tiro por 13 años, los tirios habían transportado por barco la gran cantidad de sus riquezas a sus colonias. Cuando por fin entró Nabucodonosor en Tiro, casi nada de valor quedaba. Tenía que pagar a sus soldados, así que, bajo la guía de Dios, atacó a Egipto. En la conquista mueren los dos últimos faraones de estirpe egipcia: Hofra y Amose II, tal como estaba profetizado en Jeremías 44:30. Como Judá, Egipto quedó desierta. Sólo volverían los egipcios a su tierra casi al mismo tiempo que los judíos, es decir, cuando los persas conquistan a Babilonia y dejan libres a los cautivos de distintas naciones, incluyendo a los judíos y los egipcios.
Al volver los cautivos, Egipto nunca recuperó su grandeza. Como Dios profetizó, su gloria y orgullo quedarían definitivamente aplastados para siempre. Unos pocos años después, en 525 a.C., los persas conquistaron a ese país debilitado y establecen una dinastía persa de faraones: los Cambises. Dios había dicho: “No habrá más príncipe de la tierra de Egipto” (Ezequiel 30:13) y así se cumplió. Luego, en 332 a.C., los griegos bajo Alejandro Magno derrotaron a los persas en Egipto y establecieron una nueva dinastía griega de faraones, los Tolomeos. Egipto siempre estaría sometida por extranjeros. La famosa reina Cleopatra proviene de los Tolomeos y no era de estirpe egipcia, sino griega. Con la muerte de Cleopatra en el año 30 a.C. no hay más faraones y Egipto es regido por gobernadores romanos.
La destrucción de Egipto fue extensa, y muchas de las ruinas que se ven hoy día provienen de esa época. Dice Dios: “Y pondré fuego a Egipto; Sin [o Pelucio, la gran ciudad fortaleza del norte] tendrá gran dolor; y Tebas [la capital del sur] será destrozada, y Menfis [la capital religiosa] tendrá continuas angustias. Y en Tafnes se oscurecerá el día, cuando quebrante yo allí el poder de Egipto, y cesará en ella la soberbia de su poderío; tiniebla la cubrirá, y los moradores de sus aldeas irán en cautiverio” (Ezequiel 30:16-18).
De ese modo, Egipto, que había sobrevivido por cerca de dos mil años y había sido el granero de las naciones, puesto que no dependía de la lluvia como los demás países sino del Nilo, quedaría ahora desierta. Sus canales se taparían y sus tierras reducidas por el desierto. Eso es un milagro que Dios prometió llevar a cabo para castigar el orgullo de esa fértil nación. Más de dos mil años más tarde, Egipto sigue siendo un país llenó de pobreza y miseria, poblado en gran parte por los árabes en vez de la población egipcia original, que se llaman “coptos”, actualmente una minoría ínfima y sin poder.
Dios describe el destino de este Faraón orgulloso. “Hijo de hombre, de a Faraón rey de Egipto, y a su pueblo. ¿A quién te comparaste en tu grandeza? (Ezequiel 31:2). Había pocos imperios que se podían comparar en grandeza al egipcio. Uno de ellos fue el asirio, que hasta había logrado una breve conquista de Egipto unos 150 años antes.
Pero Dios le hace saber que los orgullosos asirios fueron reducidos a la nada por él. “He aquí era el asirio [un] cedro en el Líbano, de hermosas ramas, de frondoso ramaje y de grande altura, y su copa estaba entre densas ramas… Por tanto, se encumbró su altura sobre todos los árboles del campo [las demás naciones]... Por tanto, así dijo el Eterno el Señor: ya que, por ser encumbrado en altura, y haber levantado su cumbre entre densas ramas, su corazón se elevó con su altura… Del estruendo de su caída hice temblar a las naciones, cuando las hice descender al Seol con todos los que descienden a la sepultura” (Ezequiel 31:3-16). A pesar de toda su potencia, Dios derribó a esta gran nación unos 50 años antes. Ahora por un orgullo parecido, Dios hará que Egipto sufra lo mismo.
“¿A quién te has comparado así en gloria y en grandeza entre los árboles del Edén [las naciones más espléndidas]? Pues derribado serás con los árboles del Edén [otras grandes y bellas naciones]; entre los incircuncisos yacerás, con los muertos a espada. Ese es Faraón y todo su pueblo, dice el Eterno el Señor” (Ezequiel 31:18). Estos líderes mundiales, como también los actuales creen que, por su poderío, Dios no puede hacer nada contra ellos. Es bueno recordar lo que dice Isaías 40:22: “Él está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas… Él convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana”.
Cuando se tengan que cumplir las profecías de los tiempos del fin, nada las detendrá, y no importa cuán poderosas serán esas naciones. Esto es lo que estamos aprendiendo en esta sección. Las naciones más grandes caerán fácilmente cuando Dios lo disponga. Lo que le sucedió a Egipto tiene un paralelo con los tiempos del fin, cuando vendrá la última “época axial”. Dice en Daniel 2:44: “Y en los días de estos reyes (en Europa) el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”. Todas serán reemplazadas por el Reino de Dios.
“Hijo de hombre, levanta endechas (lamentos de luto) sobre Faraón rey de Egipto, y dile: A leoncillo de naciones eres semejante, y eres como el dragón en los mares, pues secabas tus ríos, y enturbiabas las aguas con tus pies, y hollabas sus riberas… Yo extenderé sobre ti mi red con reunión de muchos pueblos, y te hará subir con mi red. Y te dejaré en tierra, y te echaré sobre la faz del campo, y haré posar sobre ti todas las aves del cielo, y saciaré de ti a las fieras de toda la tierra. Pondré tus carnes sobre los montes, y llenaré los valles de tus cadáveres… Y cuando te haya extinguido, cubriré los cielos, y haré entenebrecer sus estrellas; el sol cubriré con nublado, y la luna no hará resplandecer su luz [alusión al día del Señor en los tiempos del fin]” (Ezequiel 32:2-7).
Así, Dios se remonta a los tiempos del fin donde Egipto caerá bajo un nuevo “babilonio”, la bestia o el rey del norte. En Daniel 11:40 - 12:1 dice: “Pero al cabo del tiempo el rey del sur contenderá con él, y el rey del norte se levantará contra él como una tempestad… Extenderá su mano contra las tierras, y no escapará el país de Egipto. Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas las cosas preciosas de Egipto [hoy día es petróleo] y los de Libia y de Etiopía le seguirán. Pero noticias del oriente y del norte [Rusia y Asia] lo atemorizarán, y saldrá con gran ira para destruir y matar a muchos… mas llegará a su fin, y no tendrá quien le ayude. En aquel tiempo se levantará Miguel… y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro”. De modo que hay que tomar todo lo que estamos estudiando como profecías de esas dos “épocas axiales”, o el derrumbe de las grandes naciones, la de Ezequiel y la del tiempo del fin.
Una vez muerto el Faraón, Dios revela que no descenderá como pensaban los egipcios a un maravilloso mundo de plenitud. Los egipcios creían en la vida más allá, y por eso construían las grandes pirámides para sus faraones y las enormes tumbas estaban equipadas con todas los lujos y las necesidades para la vida más allá. Los egipcios edificaban sus ciudades en los dos lados del Nilo. En el lado derecho estaban las ciudades de los vivos y en el lado izquierdo, la de los muertos. Para ellos, la muerte sólo significaba cruzar de un lado del Nilo al otro, pero todo esto no era así.
Dios les dice que no habrá gloria y plenitud de los grandes después de la muerte. Todos morirán y dejarán sus riquezas y grandeza atrás. Dios revela: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol [la tumba] a donde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría” (Eclesiastés 9:10). De nada sirve lo que tenían.
Le dice al Faraón que irá al mismo lugar que el resto de los grandes reyes e imperios. “La espada del rey de Babilonia vendrá sobre ti. Con espadas de fuertes haré caer tu pueblo… Entre los muertos a espada caerá; traedlo a él y a todos sus pueblos… Allí está Asiria con toda su multitud; en derredor de él están sus sepulcros; todos ellos cayeron muertos a espada. Allí Elam y toda su multitud por los alrededores… A estos verá el Faraón y se consolará sobre toda su multitud; Faraón muerto a espada, y todo su ejército, dice el Eterno. Porque puse mi terror en la tierra de los vivientes, también Faraón y toda su multitud yacerán entre los incircuncisos con los muertos a espada” (Ezequiel 32:12, Ezequiel 32:20-32). Un autor comenta: “Puesto que el lenguaje es muy poético, el propósito de Ezequiel no era entregar una descripción precisa del más allá” (Comentario de Jerónimo).
En la muerte, todos son iguales. Dice la Biblia: “Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es… una misma respiración tienen todos… Todo va al mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo” (Eclesiastés 3:19-20). Sabemos que los muertos no piensan o hablan. Dice Salmos 146:3-4: “No confíes en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos”. Aquí, Dios tiene en mente mostrar la humillación del Faraón al morir. Estará en la misma condición que los demás muertos. Ni más ni menos.