Cómo el sufrimiento de Cristo nos ayuda a soportar el nuestro
Dios, ¿te entristece ver cómo está el mundo?” “¿Por qué está tan lleno de maldad y no la detienes?” “¿Por qué sufren las personas buenas y amables, mientras las personas malas parecen prosperar?” “¿Por qué permitiste que existiera y persistiera desde el principio de la humanidad?” “¿Dónde estás cuando sufrimos pruebas y tribulaciones?”
Recibimos estas preguntas y muchas otras similares de personas afligidas y perplejas, que se preguntan por qué Dios aparentemente guarda silencio ante el constante sufrimiento humano.
Nuestro Salvador, Jesucristo, también sufrió. Él, como Dios en la carne, padeció terrible maltrato y dolor antes de exhalar su último aliento. ¿Con qué propósito lo hizo? Sabemos que Jesús padeció por nosotros, ¿pero cómo se relaciona su sufrimiento con el nuestro?
¿Pudo Dios haber creado un mundo sin maldad con solo haber eliminado nuestra capacidad de hacer lo malo? ¿No hubiera sido fácil para él simplemente haber dicho: “Haré que todos ustedes sean unas marionetas y moveré los hilos para que hagan solo lo que es correcto y bueno”? ¿No habría sido eso mejor para todos que lo que sucede ahora?
El sufrimiento y la maldad nos afectan a todos en mayor o menor grado. Algunos de nosotros enfrentamos graves pruebas físicas y mentales el año pasado. ¿Acaso un Dios amoroso se vale del mal y el sufrimiento en aras de un beneficio mayor? Y, de ser así, ¿cómo? Necesitamos una explicación, una que sea razonable, pero además un abrazo reconfortante.
Para poner la experiencia humana en un contexto más completo, comencemos con el final del viaje del hombre, la culminación futura descrita por el apóstol Pablo en Romanos 8:18-24: “Considero que los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver [o conocer] después. La creación espera con gran impaciencia el momento en que se manifieste claramente que somos hijos de Dios. Porque la creación perdió su verdadera finalidad, no por su propia voluntad, sino porque Dios así lo había dispuesto; pero le quedaba siempre la esperanza de ser liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
“Sabemos que hasta ahora la creación entera se queja y sufre como una mujer con dolores de parto. Y no sólo ella sufre, sino también nosotros, que ya tenemos el Espíritu como anticipo de lo que vamos a recibir. Sufrimos profundamente, esperando el momento de ser adoptados como hijos [o en toda su plenitud] de Dios, con lo cual serán liberados nuestros cuerpos. Con esa esperanza hemos sido salvados” (Dios Habla Hoy, énfasis nuestro en todo este artículo).
Hay varias opiniones en cuanto al propósito del sufrimiento en la experiencia humana. ¿Es para fortalecer el carácter? ¿Es el resultado de la causa y efecto? ¿Es un castigo? ¿Pruebas? ¿Tiempo y ocasión? ¿Una manera de aprender compasión o solidaridad? ¿Para volverse más fuerte (“Sin dolor no hay ganancia”)? ¿Es acaso la voluntad fortuita de Dios que, por cualquier motivo o por razones desconocidas, algunos sufran intensamente y otros no tanto? ¿Será para que se arrepientan?
Veamos más allá de estas causas comunes de sufrimiento y preguntemos: ¿Dónde está Dios en todo el sufrimiento? Esta pregunta es fundamental para todas las religiones y filósofos. ¿Dónde podemos encontrar las mejores respuestas al porqué del dolor y la maldad? ¿Quién tiene la razón? ¿Cuál es la verdad?
Junto con buscar una respuesta universal para toda la humanidad, también anhelamos una respuesta personal para nuestro dolor, sufrimiento, injusticia, heridas, ira, desilusiones, adversidades y desdichas.
Remontémonos al pasado
Ya vimos el final de la historia, pero ahora volvamos al comienzo de la experiencia humana.
Las claves y respuestas acerca de la existencia de la maldad y el sufrimiento surgen en el huerto de Edén poco después de la creación del hombre. Pero, de hecho, la historia comienza mucho antes. Y Dios muestra claramente que no se ha alejado de nuestro lado, sino que ha estado muy pendiente de nosotros, pues iba a sacrificar a su propio Hijo en la consecución de su propósito. No se ha quedado callado, sino que nos ha hablado en voz alta y frecuentemente a través de su Palabra y aún lo hace, permaneciendo siempre cerca.
Desde los primeros versículos de la Biblia, que describen la creación de Dios, vemos que todo lo que él hizo fue bueno en gran manera (ver Génesis 1:3-4, 10, 7-18, 31). Dios les dio a Adán y Eva derecho a todo en el huerto del Edén, incluido el árbol de la vida. Quiso que el hombre comiera de este árbol, cuyo nombre sugería que la vida se perpetuaría si se comía de su fruto.
Pero había otro árbol en el huerto que acarreaba consecuencias nefastas. Dios les dijo a Adán y Eva: “. . . mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Esta es la primera vez que la Biblia habla de la muerte.
Dios les dijo que si comían de este árbol, no serían los mismos. Tendrían una percepción incorrecta, sufrirían y finalmente morirían. ¡No lo hagan!, fue la orden de Dios. ¡Elijan la vida! Pero Dios no iba a obligarlos. Eso ni siquiera hubiera sido una posibilidad. Pero sí les advirtió sobre las consecuencias de elegir incorrectamente.
Y aquí aparece otro personaje: la serpiente que seduce a Eva para que coma del fruto prohibido junto con su compañero. Y así apareció el mal en el mundo del hombre.
Sin embargo, realmente este no fue el comienzo del mal. Entonces, ¿de dónde vino? ¿Lo creó Dios? No, el mal es todo lo contrario de Dios y su camino. No procede de Dios, sino de la elección errónea de un espíritu creado por Dios: un arcángel poderoso.
Dios relata lo sucedido en Ezequiel 28, diciéndole a este ser espiritual: “Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste . . . Tú, querubín grande, protector [un ángel apostado justo al lado del trono de Dios] . . .
“Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad . . . fuiste lleno de iniquidad, y pecaste . . . Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor” (vv. 12-17). “Por lo que yo te eché del monte de Dios”.
Isaías 14 agrega: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas [ángeles] de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:12-14).
Este ser, llamado Lucifer, fue un ángel que se llenó de amargura, sintió envidia de Dios y quiso ocupar su lugar, y en su rebelión causó tanto daño como pudo. Se convirtió en Satanás, un término hebreo que significa “Adversario”, y fue arrojado a la Tierra junto con un tercio de los ángeles que se unieron a su rebelión (Lucas 10:18; Apocalipsis 12:4). El camino de Satanás, el camino del mal, era el de la exaltación propia, en oposición al camino de Dios que desborda amor y protección.
Un mundo descarriado
Fue Satanás quien apareció en el huerto para engañar a la humanidad, y esta decidió seguirlo a él y sus caminos errados.
Dios les había dado a escoger a Adán y Eva, describiendo claramente el resultado de cada opción, y el hombre tomó la decisión equivocada. Eva fue engañada por Satanás (o la serpiente) para que deseara y comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal. Tanto Adán como Eva desobedecieron y con toda libertad decidieron comer de ese árbol prohibido. Como consecuencia de rechazar la autoridad de Dios sobre sus vidas, fueron expulsados del huerto del Edén y arrojados a un reino opuesto, el de Satanás.
Y Satanás ha sido “el gobernante de este mundo” y “dios de este siglo” (Juan 12:3; 14:30; 16:11; 2 Corintios 4:4). Este es su mundo, su entorno, que refleja su violencia y peligrosidad. Según como está la sociedad humana, este no es el mundo de Dios.
Satanás el diablo es el autor de la destrucción, el engaño y los crímenes y odia a la humanidad, a usted y a mí. ¡Le mortifica que estemos vivos! Nuestras oraciones diarias deben incluir una súplica para librarnos “del maligno” (Mateo 6:13). Y es nuestro deber como cristianos resistir al diablo y sus actitudes que impregnan el mundo que nos rodea (ver Santiago 4:7; 1 Pedro 5:9).
El apóstol Pablo explica en los siguiente términos cómo nos guía Dios para alejarnos de los caminos del mundo: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Efesios 2:1-3).
En 1 Juan 2:15 se nos dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo”, es decir, sus deseos y caminos egoístas (1 Juan 2:16; compare con Santiago 4:4). El mundo, de hecho, no ama a los que siguen a Dios (Juan 15:18-19). Sin duda “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).
Esta triste condición se remonta al pecado de Adán y Eva. Dios estaba consciente del gran error de ellos al seguir a Satanás, pero su plan no había fracasado. Tanto es así que Dios había determinado mucho antes de la creación del hombre redimirlo del pecado y sus consecuencias: “. . . con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero . . . ya destinado desde antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1:19-20). Esto se planeó desde el principio.
Pero, ¿por qué permitiría Dios todo esto?
La necesidad del libre albedrío
Una de las principales objeciones a la fe cristiana es: ¿Cómo puede haber un Dios amoroso que permita tanto dolor, sufrimiento y maldad en el mundo?
Mucha gente cree que el hecho de que Dios sea todopoderoso significa que puede hacer lo que quiera, pero la Biblia es muy clara respecto a algunas cosas que Dios no puede hacer ni hará.
Por ejemplo, es imposible que Dios mienta o rompa una promesa (Tito 1:2; Hebreos 6:18; Salmos 89:34). Esto es esencial en su naturaleza. De hecho, Dios es amor (1 Juan 4:8, 1 Juan 4:16) y esta cualidad de amabilidad desbordante define su identidad. Dios no puede ser malvado ni sentir odio.
Pero los seres humanos tienen la capacidad de pensar y actuar bien o mal. Con la libertad moral que se nos ha dado, es posible que hagamos mucho bien, pero también existe la posibilidad de que nos comportemos muy mal, particularmente bajo la influencia de un poderoso espíritu maligno, como ha sucedido desde el huerto del Edén.
Al haber creado seres humanos con el poder del libre albedrío Dios puede discernir lo que van a hacer, pero no puede obligar a las personas a hacer lo que en última instancia decidan. Si ese fuera el caso, no tendrían una libertad real. El mal entró en el mundo cuando la gente decidió con plena libertad no hacer lo correcto y, en cambio, hacer lo incorrecto.
Dios quería que a quienes hizo a su imagen eligieran libremente amarlo tanto a él como a los demás. No podemos amar a alguien si no existe la opción de no amarlo. El amor es una elección, un resultado del libre albedrío.
El tipo de amor que las personas pueden sentir por Dios y por los demás depende de que puedan hacerlo libremente desde el fondo de sus corazones, sin ser obligados. Si de alguna forma es coaccionado, no es amor.
Así, pues, aquí vemos algo más que Dios no puede hacer: crear instantáneamente seres amorosos, con libre albedrío, que puedan amar y hacer el bien de forma permanente. El amor genuino y el carácter justo solo se pueden desarrollar con el tiempo, y únicamente cuando la posibilidad de elección es constante.
Por supuesto, consecuentemente eso acarrea que se tomen malas decisiones y que exista todo el mal que vemos. Pero esto, según el propósito de Dios, valía la pena. Es bueno que Dios haya creado a los seres humanos con libre albedrío porque así es posible que las personas expresen su amor sincero no solo a Dios, sino también a otros mediante relaciones humanas más estrechas.
El contraste de las utopías de ciencia ficción
La ciencia ficción ha creado historias de sociedades utópicas futuristas que han erradicado el sufrimiento a través de la tecnología, curando enfermedades, poniendo fin a la guerra y la pobreza, controlando accidentes, a veces incluso derrotando la muerte mediante la inmortalidad artificial. Pero las sociedades en estas historias resultan ser una gran falacia; aparentemente son felices, pero ciertamente son un profundo fracaso; aparentemente son humanas, pero en realidad son despiadadas. Al eliminar el sufrimiento, en realidad se está eliminando la esencia humana. Estas sociedades utópicas se vuelven distópicas, evidencia de un estado o sociedad imaginarios donde hay gran sufrimiento e injusticia.
(No me malinterpreten: vendrá una sociedad verdaderamente perfecta, pero no será de hechura humana, sino que Dios finalmente establecerá su reino sobre todas las naciones para traer por fin la verdadera paz y el gozo al mundo. Será diferente a cualquier fantasía de ciencia ficción).
Una de las utopías de ciencia ficción más famosas es la del libro Brave New World (Un mundo feliz, 1931) de Aldous Huxley, que ocupa el quinto lugar en una lista de las cien mejores novelas en inglés del siglo xx.
La historia se desarrolla en Londres, en el año 2540. El editor describe este mundo como “un Edén simplificado y sin alma” donde no hay sufrimiento. En apariencia, todo el mundo es feliz gracias a infinitas combinaciones de juegos sin sentido, la maravillosa droga soma y el sexo libre. Las relaciones humanas fundamentales como las familias y la maternidad son reliquias del pasado. Se han eliminado todas las fuentes de sufrimiento.
Los personajes del libro son felices porque, en efecto, no son humanos. El único personaje en la historia que es de verdad humano mantiene su condición de tal solo mediante el sufrimiento, pero como el sufrimiento ya no existe en esta nueva sociedad en la que se encuentra sin querer, termina suicidándose.
Lo que falta en estas sociedades imaginarias no es solo el sufrimiento sino la libertad personal de elegir, lo que podría conducir al sufrimiento o, por el contrario, a resultados verdaderamente positivos. El libre albedrío es tanto la fuente del sufrimiento humano como su solución.
Dios se hizo hombre para sufrir y morir y llevar a muchos a su gloria
Por otra parte, debemos darnos cuenta de que todo el sufrimiento que Dios ha permitido en su plan conducirá a un buen resultado para aquellos que finalmente escojan seguirlo (ver Romanos 8:28).
Y la prueba contundente de que Dios usa el sufrimiento y el mal para lo bueno se manifiesta en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
El suceso más extraordinario de toda la historia ocurrió cuando el inmortal y eterno Verbo de vida dejó el reino espiritual para convertirse en un ser humano. Vino al mundo en el que fueron exiliados Adán y Eva, el reino de Satanás, para llevar a cabo su misión.
Juan 1 habla sobre esto en uno de los pasajes más elocuentes de las Escrituras: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios . . . Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres . . . Y aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, la gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (vv. 1-14).
Aquel que había sido Dios junto al Padre, el “YO SOY” que habló en el Antiguo Testamento (Juan 8:58; Éxodo 3:14), vino a la Tierra como hombre para morir (Filipenses 2:5-8).
Para los judíos de su época, e incluso para sus propios discípulos, fue difícil entender esto. Aun el diablo debió haberse preguntado por qué Jesús querría hacerse vulnerable como humano y venir al mundo de su dominio, el mundo de la muerte.
Cristo sufrió la mayor ignominia romana, la muerte por crucifixión. Inventada unos siglos antes de Jesús, era tan horrible que no se permitía que los ciudadanos romanos fueran crucificados.
Lo peor que ha ocurrido en la historia fue el sufrimiento y la muerte de Dios. ¿Pudo Dios el Padre haberlo impedido? Por supuesto; pero permitió que el diablo influyera en Judas Iscariote, Caifás, Herodes Antipas, Poncio Pilato y otros para provocar el peor acontecimiento en la historia del mundo. De hecho, este fue el plan de Dios desde el principio.
Jesucristo soportó una gran agonía emocional y espiritual al experimentar las consecuencias de la realidad del pecado en el mundo y sufrir traición, injusticia, soledad y tormento inimaginables.
Pero la horrible tortura que padeció Jesús fue pagada por un Dios infinitamente amoroso, omnisciente y omnipotente, que sirvió para el mayor beneficio imaginable: ¡la reconciliación y justificación que conducen a la salvación de la humanidad!
El sufrimiento y la muerte de Jesús no era el final. Él se levantaría de la tumba, venciendo la muerte para regresar al Padre y luego vivir en nosotros haciendo de cada persona una nueva creación, para que finalmente alcanzáramos también la resurrección a la vida eterna. Jesús pasó por todo esto “para llevar muchos hijos a la gloria” (Hebreos 2:10). ¡Por eso es que tenemos esperanza!
Entonces, Jesús nos ha mostrado el camino. Y así nos acercamos más a la respuesta de las inquietudes iniciales sobre por qué debemos sufrir y dónde encontrar la paz y el alivio.
Dios entiende perfectamente
Pero obviamente queremos más que una explicación intelectual, mecánica y distante. Queremos consuelo. Y el “Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3) nos ofrece eso, y mucho más.
En Juan 14, 15 y 16 Jesús se refirió al Espíritu Santo enviado por Dios con un término que Juan registró en griego como parakletos. Esa misma palabra la usa el propio Jesús en 1 Juan 2:1. Significa defensor, alguien que aboga por nuestra causa, que consuela, ayuda y anima. Es el consuelo que le permite a un hombre pasar el punto de quiebre y no desfallecer y que nos conduce a acciones nobles y pensamientos elevados.
La ayuda para comprender nuestro sufrimiento y poder sobrellevarlo, indudablemente se basa en el singular y trascendental suceso del sufrimiento y la muerte de Jesucristo. Dios llegó a nuestro espacio, tiempo y heridas. Necesitábamos más que unas palabras de aliento. El Padre envió a su compañero eterno como su único Hijo engendrado. Este Verbo divino se dio a sí mismo y vino amorosamente a buscar una relación con nosotros.
Dios no pasó por alto nuestros pecados y sufrimiento. Como un cirujano, vino a extirparlo todo. Como un basurero, se lleva nuestra basura, que es el pecado. De hecho, él puede sentir nuestro dolor, sea este por enfermedad, abandono o daño físico.
Jesús animó a sus discípulos en la víspera de su sacrificio: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33, Nueva Versión Internacional). ¡Y lo hizo!
Jesús sabe que debido a lo que la humanidad ha hecho al abrir la puerta al mal en este mundo, tenemos dolor y sufrimiento. Estos se han vuelto una parte inevitable de la vida y, sin embargo, él nos dice que ha vencido al mundo. Y tenga en cuenta que la respuesta de Dios al problema del sufrimiento nos la dio no solo mediante la crucifixión de Cristo, sino que nos la sigue dando en nuestras propias vidas.
Cristo siente empatía por nosotros porque vivió y sufrió, y nosotros también podemos sentir empatía por los demás.
¿Lloramos debido al dolor físico y emocional? Cristo fue un varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento. ¿Nos rechazan? Cristo fue despreciado y rechazado por los hombres. ¿Hemos sido malinterpretados, traicionados, maltratados? Cristo sufrió todo eso.
En el reino de Satanás, Cristo ha estado en Ruanda, Auschwitz, Siria, Stalingrado, clínicas de aborto y otros innumerables lugares de crisis y tragedia a lo largo de toda la historia del hombre en este planeta. ¡Pero él vencerá todo eso! Ese era el plan de Dios desde antes de la creación del hombre.
Al hacerse humano, Dios se reviste plenamente de las características humanas.
¿Desciende él a las profundidades de nuestros infiernos? Sí. Corrie ten Boom, de los Países Bajos, recordó las palabras de su hermana Betsie en el infierno de un campo de exterminio nazi: “No existe abismo tan profundo como para que el amor de Dios no llegue aún más profundo” (The Hiding Place [El refugio secreto], 1974, p. 118).
Se genera un vínculo al saber que Dios “entiende plenamente” nuestro dolor porque él lo ha vivido. No solo lo entiende lógica y perfectamente, sino que él mismo ha tenido la experiencia de vivir como ser un humano y realmente sabe cómo nos sentimos. Verdaderamente lo comprende, y nos muestra cuál camino seguir.
La solución al problema del sufrimiento
En síntesis, Jesús experimentó la condición humana y sufrió con nosotros. A través de toda su experiencia mostró lo grave que son los pecados de la humanidad, que no solo traen muerte sino también miseria. Por tanto, su sufrimiento y muerte pagaron el precio del pecado. Y de paso también mostró el asombroso amor de Dios y cuánto estaba dispuesto a padecer para salvarnos, de modo que nos exhorta a confiar en él y a entregarle todas nuestras cargas.
Además, después de sufrir y morir Jesús resucitó, dándonos así el acceso a la vida eterna y haciendo que la muerte sea un comienzo en vez de un final y convirtiendo el dolor de la muerte en un dolor de parto.
Al hacerse carne como uno de nosotros, Jesús hizo que nuestro sufrimiento formara parte de su obra de redención y salvación. Nuestras pruebas y dolores mortales se convierten en dolores de parto para la eternidad y nos preparan para una nueva naturaleza.
Su extraordinario sacrificio y muerte se resumen en una de las escrituras más conocidas: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Para poder perseverar, debemos mantener siempre ese futuro en nuestras mentes, tal como lo hizo Jesús (Hebreos 12:2).
Quizá el mejor resumen de la respuesta cristiana al problema del mal y el sufrimiento sea la del apóstol Pablo en 2 Corintios 4:8-17:
“Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.
“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea [en comparación con lo que vendrá] produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”.
Como seguidores de Cristo, la Palabra de Dios nos ayuda a comprender el problema de la maldad y el sufrimiento: que Dios puede hacer que todas estas cosas sean para nuestro beneficio.
Si consideramos nuestras propias dificultades y el sufrimiento que nos causaron en el pasado, incluyendo crisis graves con nuestras familias, trabajo y salud, podemos decir que hubo lecciones que nos han dado una perspectiva valiosa sobre nosotros mismos y nuestra relación con los que nos rodean. Nos hemos convertido en personas diferentes de las que hubiéramos sido de no haber vivido esas experiencias. Estas aflicciones leves y pasajeras producen en nosotros el eterno peso de gloria.
La historia que comenzó en el huerto del Edén finalizará cuando descienda la Nueva Jerusalén, según los dos últimos capítulos de la Biblia, Apocalipsis 21 y 22.
Y aquí en Apocalipsis 21:3-4 vemos por fin cómo acaba todo el sufrimiento, con una gran voz del cielo que anuncia: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. BN