La crisis de identidad
¿Es usted indispensable?
Después y durante la pandemia del COVID-19, la humanidad ha sido bombardeada con un sinfín de preguntas; preguntas sobre el virus, sobre el futuro, si debemos o no portar mascarilla y quiénes somos realmente.
En los comienzos de la pandemia surgió un término que se alojó en nuestro frágil y curioso imaginario colectivo, “trabajadores indispensables”.
Esta descripción de dos palabras parece lógica. Nos encontramos en una pandemia. Se nos ha ordenado aislarnos. No podemos ir a trabajar como solíamos hacerlo, pero ¿qué decir de las repercusiones a largo plazo de una frase como esa? ¿Qué impacto tendrá en las personas que han construido su identidad a partir de la carrera que han elegido?
De la noche a la mañana, las personas están al borde de un precipicio al pensar que no son necesarias y que carecen de propósito en la vida. Es una crisis de identidad sin precedentes.
La frase nos orilla a replantearnos quiénes somos cuando se nos despoja de nuestros cimientos físicos.
Al no tener repuestas y ser etiquetados como “no indispensables” por nuestros gobiernos, las personas son orilladas a una posición precaria en lo que se refiere a la salud mental.
Sin nuestros empleos, dinero, ropa de marca, viajes emocionantes y aventuras, ¿qué nos queda? ¿Cuál es nuestro propósito en este planeta que no deja de girar?
Quizás este tiempo de aislamiento y distanciamiento social puede ser una oportunidad de oro para un necesario autoexamen.
Las anteriores son preguntas legítimas, pero sólo sabiendo dónde buscar podemos encontrar un propósito eterno. Ningún ser humano o gobierno tiene la potestad para declararnos no indispensable, porque tenemos un propósito eterno.
Dios, nuestro Creador, ha fundado una constitución inmutable para nuestra vida; en ella no hay enmiendas o modificaciones pues es infalible y perfecta (Isaías 44:2; Salmos 139; 2 Timoteo 3:16; Hebreos 4:12).
A través de la Palabra de Dios descubrimos con qué ojos ve él a la humanidad y cómo nos ve.
Juan 3:16 nos dice que nos ama a tal punto que sacrificó a su hijo unigénito para que podamos tener vida y no “vida” a secas, sino una vida fructífera y abundante (Juan 10:10).
¿En manos de quién está esa vida (Job 12:10)? ¿Está acaso en manos de un gobierno regido por las palabras de los seres humanos y que cambia con los vientos de opiniones y políticas? En absoluto.
Nuestra vida está en manos de nuestro Padre, Dios.
No hay nada que nos pueda separar del amor de Dios; ni la pandemia, “ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Romanos 8:37-39).
No podemos permitir que nuestros trabajos nos definan, o la marca de ropa que usamos, o lo que los demás piensan de nosotros. Lo anterior ciertamente puede moldearnos y crear identidades secundarias, pero nuestra esencia es ser cristianos temerosos de Dios y obreros de la Palabra.
El apóstol Pablo lo dice de una forma muy clara. “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del SEÑOR siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58, énfasis de la autora).
Ocuparse en el trabajo indispensable del cristianismo es un compromiso de esforzarse por alcanzar la justicia en nuestras vidas y asegurarnos de que el mundo también sepa cuál es su propósito.
Sin importar qué trabajo hagamos en este mundo y cuán convencidos estemos de que Dios nos ha llamado a realizarlo, dicho trabajo no nos define. Ningún ser humano nos puede despojar del trabajo principal al que fuimos llamados a realizar en Cristo. En este sentido, todos somos y siempre seremos trabajadores indispensables.
Hasta el día de nuestra muerte somos responsables de estar a la altura de este llamamiento y cumplir con nuestro propósito principal. Para aprender más al respecto, consulte nuestro folleto gratuito “¿Por qué existimos?”.