Cómo hacerle frente a la ansiedad
¿Dónde encontramos seguridad y gozo en los tiempos de incertidumbre que corren?
El Nuevo Testamento contiene pasajes para congregaciones que atravesaban situaciones en las que era natural experimentar temor y ansiedad.
Uno de ellos se encuentra en la epístola a los filipenses. El apóstol Pablo la escribió cuando la iglesia en Filipos enfrentaba persecución a manos del imperio romano. El futuro era incierto y la seguridad de los miembros estaba comprometida.
Filipenses 4:4-7:
“Regocíjense en el Señor siempre. Y otra vez les digo, ¡regocíjense! Que la gentileza de ustedes sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.
En esas líneas se condensa el mensaje de Pablo a una iglesia que atravesaba tiempos de inseguridad, amenazas y dificultades, y en los que era fácil dejarse invadir por el temor y la ansiedad.
Los cristianos somos llamados a regocijarnos porque Dios se ha acercado en Jesucristo, porque está cerca de nosotros y porque regresará pronto.
Al leerlas, más de dos mil años más tarde, podríamos preguntarnos si a Pablo le faltaba empatía hacia la congregación de Filipos. Debemos recordar, sin embargo, de dónde vino esta misiva. Al momento de escribirla, Pablo no estaba en una playa, a la sombra de las palmeras y disfrutando de una bebida. Las palabras que les dedicó no son las recomendaciones bien intencionadas, pero insensibles, de alguien cuya vida marcha sobre ruedas. Pablo estaba en una prisión. Lo que los filipenses temían, él lo vivía en carne propia.
En vez de asfixiarse en el temor, Pablo invita al gozo, a la gentileza, a la confianza y a la paz.
¿Cómo puede ser? ¿Será que el apóstol a los gentiles había perdido contacto con la realidad y se refugiaba en una forma malsana de optimismo? Para nada. Como veremos en este artículo, Pablo está siendo realista; sin embargo, nos invita a contemplar una realidad que va más allá de las circunstancias inmediatas.
Lo anterior se evidencia en una afirmación de tres palabras que se encuentra en el corazón de este pasaje.
Pablo dice “el Señor está cerca”.
He ahí la realidad que nos invita a contemplar y que determina el resto del texto. Es gracias a ella que podemos conocer el gozo, la gentileza, la confianza y la paz —incluso en medio de las tormentas de la vida.
El Señor está cerca
¿Qué significa “el Señor está cerca”? Propongamos dos explicaciones.
La primera es que el Señor se ha acercado. En el capítulo dos de esta misma epístola, Pablo explica que Dios vino en la persona de Jesucristo. El Verbo se hizo carne y caminó entre nosotros, conoció el sufrimiento, fue crucificado y resucitó para que los que crean en él, entren en una relación con Dios y se reconcilien gracias a su sacrificio.
Gracias a él, el Señor está cerca de los cristianos. No abandonó a Pablo en su prisión, ni a los filipenses en su persecución, y tampoco nos abandonará.
Es posible que Pablo esté citando el Salmo 145:18, que dice:
“Tú, Señor, estás cerca de quienes te invocan, de quienes te invocan con sinceridad”
Dios está cerca de todos los que claman a él, de los que lo buscan en oración. El pasaje que se citó arriba habla de dar a conocer a Dios nuestras peticiones en oración y ruegos.
A pesar de las situaciones que enfrentemos en la vida, podemos tener la certeza de que no las enfrentamos solos. El Señor está cerca.
La segunda explicación es que Dios está cerca en el tiempo. En otras palabras, que vendrá pronto a restablecer todas las cosas.
Jesucristo murió y resucitó para que podamos entrar en una relación con Dios. Prometió regresar para establecer su reino. Restablecerá la Tierra y ofrecerá la vida eterna a quienes pongan su confianza en él y sigan su Camino.
En su reino, no existirá el mal, ni el sufrimiento o las enfermedades. Esa es la realidad que Pablo les recuerda a los filipenses y que nos invita a contemplar hoy.
Las circunstancias y nuestro destino
Las circunstancias presentes no constituyen nuestro destino. Dios nos promete un futuro con él en un mundo renovado. Eso es precisamente a lo que el apóstol hizo referencia apenas unos versículos antes.
Filipenses 3:20-21:
“Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; él transformará el cuerpo de nuestra humillación, para que sea semejante al cuerpo de su gloria, por el poder con el que puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”
He ahí la realidad definitiva. El pasaje habla de un futuro que Dios nos promete si mantenemos la fe.
Así pues, se nos invita a vivir en coherencia con esta realidad de la proximidad de Dios; ya no solamente su presencia en nosotros por su espíritu, sino la certeza de que él vendrá y traerá su reino. Como ciudadanos del reino de los cielos, los cristianos no debemos confiar en ningún sistema político de este mundo. Ahí no está nuestra esperanza.
Cuando Pablo le escribió a los filipenses, “regocíjense en el Señor siempre”, no los invita a negar las dificultades de la vida, sino a recordar que éstas no constituyen la realidad final. Notemos que no dice “regocíjense de todo cuanto les ocurra”. Dice “regocíjense en el Señor siempre”. Habla de un gozo que no depende de las circunstancias, de un gozo que brota de nuestra relación con Dios y de nuestra esperanza.
Los cristianos somos llamados a regocijarnos porque Dios se ha acercado en Jesucristo, porque está cerca de nosotros y porque regresará pronto.
Es ahí donde encontramos un gozo inagotable que las circunstancias de la vida no destruyen, pues está anclado en algo que las sobrepasa.
Nada puede cambiar lo que Jesucristo ha hecho o impedir su retorno.
Naturalmente, esto no significa que los cristianos no experimentemos tristeza. La Biblia no nos conmina a tener un gozo superficial e ingenuo que niegue la realidad de ciertos acontecimientos, pero la tristeza no debe caracterizarnos. La fuente de gozo que Dios nos ofrece es más profunda que las circunstancias porque está anclada en algo que es mucho más grande.
El doctor Viktor Frankl escribió “El hombre en búsqueda de sentido”. En su libro relata sus experiencias y reflexiones en un campo de concentración Nazi y boceta su método de psicoterapia. A Frankl le encantaba citar al filósofo alemán Nietzsche que dijo “quien tiene un por qué, puede soportar casi cualquier cosa”. Frankl cuenta cómo tener un sentido de vida era capital para que los prisioneros como él siguieran con vida. Los que lo perdían, se marchitaban y morían —ya sea por suicidio o abandonándose. Basado en eso, Frankl desarrolló un método para ayudar a las personas a encontrar un “por qué” a sus vidas —es decir, hallarles un sentido— y así sanar de sus afecciones emocionales.
Los cristianos tenemos un “por qué” que nos sostiene en los momentos difíciles. Ese “por qué” es que Dios está desarrollando su carácter en nosotros para que seamos parte de su familia por toda la eternidad”.
Regocijémonos en el Señor siempre, anclados a ese pensamiento.