En un mundo pospandémico, ¡decídase a cambiar!
La economía mundial se hallaba en pleno auge y superando los 80 billones de dólares, cifra considerablemente superior a los 18 billones de dólares a principios de la década de 1980, cuando nacieron los primeros millenials o mileniales [aquellos nacidos entre 1981 y 1996]. Incontables millones de personas se trasladaban diariamente por vía aérea en aproximadamente 102 000 vuelos diarios, lo que se traducía en más de 52 000 millones de millas de vuelo anuales. La generación milenial, o generación Y, actualmente la más numerosa en los Estados Unidos y que el año pasado sobrepasó a la generación de la posguerra, había llegado a representar más de 600 mil millones de dólares de poder adquisitivo solo en los Estados Unidos.
La situación laboral pasaba por un buen momento en los Estados Unidos, con la creación de miles de puestos nuevos cada mes y una baja sin precedentes en el desempleo. El mercado de valores rompía récord tras récord.
Había algunas preocupaciones, pero la vida era agradable.
Pero de pronto, en el primer trimestre de 2020, la robusta economía global se derrumbó y la vida para miles de millones ha sufrido un trastorno enorme.
Un titular del Wall Street Journal resumió la paralización sin precedentes en la economía como “Un llamado de atención de 3.6 billones de dólares”. A principios de abril, la mitad de la población mundial estaba en confinamiento obligatorio.
Miles de millones, billones: estas son cifras descomunales, no muy fáciles de dimensionar para el ciudadano común. A nivel personal, ahora puede significar que miles de empresas se encuentran al borde de la bancarrota. Nuestros restaurantes preferidos podrían cerrar definitivamente, dejando a sus empleados sin trabajo. Aun nosotros mismos, y también nuestros amigos o familiares, podríamos quedar desempleados. Esto, sin contar con los inquietantes problemas de salud. Y en otras partes del mundo algunos podrían estar mucho peor.
¿Cómo llegamos a este punto?
A fines del año pasado, algo desencadenó una coyuntura microscópica. Surgió una forma “inusual” o nueva de coronavirus, y comenzó a propagarse. Se le dio el nombre de SARS-CoV-2, y a la afección respiratoria que causa, enfermedad por coronavirus 2019, abreviada como Covid-19. El pequeño microorganismo de apenas 100 nanómetros de ancho (podrían caber millones en la cabeza de un alfiler) saltó de un animal a alguna persona y puso al mundo de rodillas.
Y si bien el virus ha sido benigno en la mayoría de los casos, en muchos de los cuales se manifiestan pocos o ningún síntoma, ha sido muy grave e incluso letal para un porcentaje menor de afectados que, de todas formas, representa a un gran número de personas. Los intentos de prevenir muertes y la propagación de infecciones para evitar que los servicios médicos se saturen, poniendo en riesgo aún más vidas, han tenido un gran impacto prácticamente en todo el género humano.
Debido a la implacable propagación del virus, quizá usted conozca a personas que hayan enfermado gravemente e incluso a algunas que hayan muerto. Tal vez usted mismo haya experimentado los graves síntomas de la enfermedad, o podría ser uno de los recluidos en una unidad de cuidados intensivos, apenas consciente del silbido y el chasquido del respirador artificial que a su lado bombea el vital aire a sus pulmones deteriorados. Si está leyendo esto, es probable que sea uno de los afortunados.
El virus ha causado enormes estragos en los primeros cuatro meses de 2020. Para la mayoría, nada ha quedado intacto. El coronavirus se insertó a lo largo y ancho del amplio espectro de la existencia humana: físico, económico, emocional, mental y, sí, incluso espiritual.
Justo cuando pensábamos que éramos invencibles, cuando creíamos que la ciencia podía resolver cualquier desafío y que podíamos controlar el poder de la naturaleza transformándolo en lo que el escritor inglés Joseph Conrad llamó “la forma encadenada de un monstruo conquistado”, ahora, en cambio, estamos viviendo en un mundo de peligro insospechado. De hecho, vemos que esta peligrosa amenaza es algo tan diminuto que ni siquiera podíamos advertir dónde estaba o cómo atacaba.
De repente nos hemos dado cuenta de lo frágiles y vulnerables que somos nosotros, nuestras familias y personas más allegadas, y nuestro sustento económico; corremos riesgo en un mundo que súbitamente se ha vuelto hostil, precario y fuera de nuestro control.
Cualquiera haya sido su experiencia en los últimos meses, la crisis del coronavirus de 2020 no es algo que usted ni miles de millones de otras personas que han vivido el confinamiento para esquivar un ataque viral alguna vez olvidarán.
Y aunque el desenlace de esta historia todavía no se conoce, ya que partes del mundo continúan lidiando con la enfermedad y no se descarta un duro recrudecimiento que se sumaría a las consecuencias económicas actuales, muchos ahora procuran recuperarse en un mundo poscoronavirus.
Este período, sea cual sea la forma en que se presente y cuáles sean sus características, ya se conoce como “la nueva normalidad” y vendrá justo después de un desequilibrio global generalizado, con normas completamente reescritas. Como resultado de esto, habrá una mayor atención a la aparición de amenazas futuras y a la implementación de medidas preventivas y restrictivas para tratar de evitar escenarios desoladores.
No es agradable pensar en esto; sin embargo, existe una manera confiable de apuntalar firmemente su vida, una que es muy buscada durante tiempos difíciles como los que hemos estado viviendo. Es una fórmula que brinda esperanza y confianza reales, incluso en medio de una pandemia y la preocupación respecto a otras calamidades futuras.
De vuelta a la realidad
Antes de echar un vistazo a estas gratas y buenas noticias, entendamos cabalmente quiénes y qué somos como seres humanos. Como varios historiadores, científicos y epidemiólogos han señalado en los últimos meses, la gente ha olvidado, quizás incluso intelectualmente disimulado, lo frágiles que somos.
No pensamos en el hecho de que hasta el siglo XVIII, muchos niños morían al nacer y también sus madres. Muchos nunca alcanzaron a cumplir tres años. Para quienes lo lograron, llegar a los 40 años era todo un éxito. Muchos nunca llegaron tan lejos.
Los avances en salud pública, producción de alimentos, medicina y normas higiénicas modificaron todo eso. Pero aun ahora, con los milagros del mundo moderno en cuanto a la atención médica e higienización, la gran fragilidad de la vida humana siempre está pendiendo de un hilo. A la gente no le gusta pensar en los microbios invisibles potencialmente dañinos que nos rodean y están entre nosotros.
Probablemente haya leído o escuchado que numerosos científicos y asesores gubernamentales advirtieron durante años sobre los riesgos de que nuestra sociedad global colapsara por una serie de enfermedades contagiosas. ¡Y con mucha razón! Un brote de la fiebre hemorrágica ébola se extendió por África occidental durante dos años, y finalmente se detuvo en 2016 después de matar a más de 11 000 personas.
Un esfuerzo mundial coordinado de recursos médicos, y el hecho de que el virus mató a sus víctimas antes de que tuviera tiempo de propagarse demasiado, escasamente evitó lo que según los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos pudo haber sido una catástrofe global.
Cuando uno mira en retrospectiva, en el intervalo posterior al brote de ébola la Organización Mundial de la Salud (OMS) asombrosamente predijo que varias infecciones específicas, incluida una variante del coronavirus, podrían provocar una pandemia como la actual.
¿Cuál es la conclusión? Que la vida humana es incierta.
Los increíbles adelantos médicos, tratamientos y avances para salvar vidas han elevado la expectativa de vida humana mucho más allá de lo que ocurría antes de estos tiempos modernos. Ha transcurrido un siglo desde la pandemia de gripe española de 1918, cuando un virus de la gripe particularmente nocivo infectó a 500 millones de personas en todo el mundo y cobró la vida de 50 millones de ellas, más del doble del número de muertes en la Primera Guerra Mundial.
Creímos que eso era cosa del pasado y confiamos en que nunca volvería a suceder. Pero con los eventos recientes nos estamos dando cuenta de que sí, sí podía volver a suceder.
Un momento para detenerse y reflexionar
La devastación económica, emocional e intelectual derivada del ataque global del Covid-19 ha llevado a muchos a recordar nuevamente cuán frágil es la vida humana. Considere el título de un artículo reciente en el Daily Telegraph de Londres: “En momentos como este, nos damos cuenta realmente de lo impotente que es la humanidad” (Philip Johnston, 17 de marzo de 2020).
Los eventos catastróficos llaman nuestra atención; no podemos evitarlo. En el futuro, la gente no podrá recordar el año 2020 sin pensar en la crisis del Covid-19.
Irónicamente, la autobiografía del célebre y controvertido cineasta Woody Allen apareció durante el dramático auge del coronavirus. En su publicación, titulada Apropos of Nothing (A propósito de nada), Allen habla de su trabajo en el contexto del “caos perverso de un universo sin propósito”.
El universo sin duda puede ser peligroso, particularmente cuando no lo respetamos, pero, ¿sin propósito?
Puede ser sobrecogedor, incluso abrumador, considerar las diversas amenazas que enfrenta la raza humana. Pero la buena noticia es que el universo y todos nosotros tenemos un propósito, ¡y uno que brinda esperanza!
Este es el punto crucial: ¿Estamos experimentando un momento en el que esencialmente se nos da la oportunidad de detenernos y pensar? ¿De considerar que quizás la forma en que vivimos la vida ya no es la adecuada?
¿Qué significa esto para nosotros?
En tiempos de dificultad generalizada ineludible, la importancia relativa de varios aspectos de nuestras vidas puede cambiar rápidamente, y nos damos cuenta de la necesidad de volver a priorizar. En un mundo posterior al coronavirus, tenemos más incentivos para tomar medidas.
Mayor conciencia
En resumen, nos hemos vuelto más conscientes.
Vemos con mayor claridad que las cosas materiales, las motivaciones demasiado ambiciosas y la posición en la vida pueden tener un precio demasiado alto que pagar. Nos damos cuenta de la necesidad de cambiar, de considerar diferentes opciones y soluciones.
Quizás creímos que la ciencia tenía todas las respuestas. Pero ahora, cuando un virus invisible ha amenazado todo lo que alguna vez valoramos, podemos reconocer que si bien la ciencia sin ninguna duda es esencial, no puede darnos todas las respuestas que buscamos.
Esta es una reflexión importante: en la medida que la humanidad se ha vuelto tecnológicamente más competente y económicamente más próspera, la idea de un Dios sobrenatural que dirige y mantiene su creación se ha desvanecido.
Irónicamente, al estar conscientes de un Dios todopoderoso que nos ofrece una alternativa adquirimos un estado mental especial que nos permite superar el miedo al “caos perverso de un universo sin propósito”.
Cómo ejercer nuestro libre albedrío
Como seres humanos, particularmente aquellos que viven en sociedades con una fuerte tradición democrática, tenemos la posibilidad de ejercer el libre albedrío. A medida que nos damos cuenta de la necesidad de un cambio, ejercemos nuestro libre albedrío para asumir la responsabilidad de nuestras acciones.
Tenemos dos opciones: podemos elegir una vida que ofrezca esperanza real, una vida que pueda resistir la tormenta más dura, una vida plena que ofrezca verdadera felicidad y satisfacción. O podemos ejercer nuestro libre albedrío para seguir nuestro propio camino, tropezando por ensayo y error, sujetos a fuerzas como el coronavirus que nos quitan cosas que alguna vez creímos que tenían significado.
Piense en esto: un Dios amoroso una vez planteó estas dos formas de vida a un pueblo antiguo que llegaría a ser muy influyente. Hablando a través de su siervo Moisés, Dios les manifestó lo siguiente: “Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición . . .” (Deuteronomio 30:19, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro en todo este artículo).
¿Cuál fue la alternativa crucial? Continuando en el mismo versículo: “Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes” (NVI).
Gracias a la facultad del libre albedrío, Dios le garantiza a usted la misma alternativa. Ahora, dada la influencia de nuestra sociedad descarriada, es posible que muchos de nosotros no hayamos estado plenamente conscientes de Dios y de lo que él representa. De hecho, gran parte de la sociedad se ha alejado del conocimiento fundamental y salvador preservado para nosotros en la Biblia, la Palabra misma de Dios. Aun así, la elección es nuestra.
¿Cuál va a ser su decisión?
Una palabra excepcional y poderosa
A medida que nos damos cuenta de la posibilidad de tener una relación profunda con un Dios que se preocupa, un Dios que envió a su propio Hijo para salvar la brecha entre Dios y el hombre, es lógico que preguntemos, ¿qué debemos hacer?
La respuesta se encuentra en el significado de una palabra griega del Nuevo Testamento. Su forma verbal básica es metanoó. La forma nominal es metanoia. El sentido de la palabra de acuerdo a sus elementos es “cambiar la mente” o “pensar de manera diferente”.
A medida que reflexionamos en nuestras vidas, particularmente a raíz del problema generalizado por la infección global del Covid-19, descubrimos que debemos comenzar, de una manera muy profunda, a pensar de manera diferente.
La palabra que generalmente se usa en español para traducir este vocablo griego es una con la que probablemente esté familiarizado, pero quizás sin percatarse de este sentido más amplio. Esa palabra en español es arrepentirse.
“Ah, no”, podría uno objetar. “Puede que tenga que hacer muchas cosas, ¡pero ciertamente no necesito ‘arrepentirme’!” Una reacción como esta se deriva en parte de la naturaleza humana rebelde, pero también probablemente de la definición histórica tradicional, aunque inexacta, de arrepentimiento asociada con la toxicidad de la vergüenza y la culpa.
La Biblia habla de una “tristeza según Dios” que es muy alentadora y conduce a la vida (2 Corintios 7:10-11). Implica una profunda conciencia de que uno ha estado caminando por la senda errada y haciendo mal uso del libre albedrío. Incluye el deseo espiritual de revertir ese uso incorrecto, de cambiar de parecer y emprender un nuevo camino de transformación espiritual.
Humanamente hablando, una persona puede lamentarse por haber escogido una forma de vida incorrecta que ha sido perjudicial. Pero la tristeza según Dios va más allá de eso: implica reconocer y repudiar el pasado rebelde y un deseo genuino por arreglar las cosas, lo que conduce a pensar efectivamente de manera distinta.
Cuando Jesucristo comenzó su ministerio, anunció: “Se ha cumplido el tiempo . . . El reino de Dios está cerca: ¡Arrepiéntanse [metanoó, ¡piensen diferente!] y crean las buenas nuevas!” (Marcos 1:15, NVI).
Cómo experimentar el perdón, la paz y la alegría
En respuesta a una mayor conciencia de quiénes son Dios el Padre y su Hijo Jesucristo y de su deseo de una relación cercana con nosotros, damos inicio al proceso de pensar de manera diferente, de arrepentirnos. Esto generalmente lleva a comprender que necesitamos perdón por los errores del pasado y liberación de la culpa, la vergüenza y las consecuencias del pecado: la miseria y la muerte. Comenzamos a ver la necesidad de un Salvador personal.
Ser perdonados al haber dejado nuestro pasado y aceptar a Jesucristo como Salvador personal conduce a un nuevo nivel de paz. Al convertirnos en seguidores de su camino y tomar la decisión personal de “elegir la vida”, comenzamos incluso, frente a la agitación mundial a raíz de un virus microscópico, a tener una nueva paz y confianza que sobrepasa el entendimiento humano (Filipenses 4:7).
A pesar de los momentos de incertidumbre que pasamos por el peligro de una infección letal y la grave recesión económica, el resultado de actuar de acuerdo con la conciencia y usar el libre albedrío para tomar la decisión correcta y comenzar a pensar de manera diferente conduce no solo a la paz, ¡sino a un nuevo sentimiento de verdadera alegría!
Esta nueva alegría surge de una nueva confianza proveniente de la esperanza espiritual que desafía la simple lógica humana. El apóstol Pablo escribió a los seguidores de Cristo en Roma: “Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13, NVI).
A medida que tenemos más conocimiento, descubrimos que “pensar de manera diferente” también incluye una habilidad nueva y esencial de creer. Descubrimos que “cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan” (Hebreos 11:6, NVI). Para tener éxito en esta nueva forma de pensar de manera diferente, debemos creer que Dios existe, como resultado de conocerlo, y que él recompensa a quienes lo buscan.
Nuevamente le preguntamos, ¿qué hay de usted? El mundo está negando la realidad y en gran medida desconoce el verdadero poder y propósito que son revelados cuando se conoce a Dios.
¿Permanecerá en esa actitud de negación, resistiéndose a recibir el extraordinario poder que trae esperanza, perdón, paz, e incluso alegría?
¿O adoptará una nueva y diferente forma de pensar, con un arrepentimiento genuino que lo lleve a la vida?
La decisión está en sus manos. Escoja el cambio. ¡Escoja la vida! BN