Noveno Mes
Contra la amistad del mundo
En el capítulo 4, el apóstol nos exhorta a vivir alejados del mundo, es decir, apartados de la norma que caracteriza al sistema mundial pecaminoso. Con relación al adulterio, es posible que Santiago nos esté recordando la infidelidad espiritual de Israel hacia Dios en el mismo sentido en que se presenta en el libro del profeta Oseas, o como lo expresó Jesús en Mateo 12:39: “La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás”. Ser infiel puede significar ser culpable de adulterio espiritual. Los judíos que eran bien conocedores del Antiguo Testamento sabían que Dios se había separado de ellos (Deuteronomio 7:6-14). Las enseñanzas del Nuevo Testamento también incluyen este tema (1 Pedro 2:1-10; Efesios 5:17). Por supuesto que el mundo de pecado, patrocinado por Satanás, se opone a todo lo que glorifica a Dios. Sentir atracción hacia el sistema del mundo significa situarse en hostilidad para con Dios. A través de su epístola, Santiago contrasta la fidelidad de Dios (Santiago 1:5, Santiago 1:17; Santiago 2:22-23; Santiago 4:6-8; Santiago 5:6-7, Santiago 5:11, Santiago 5:15), con los peligros de la apostasía (Santiago 1:16, Santiago 1:21-25; Santiago 2:10-11; Santiago 4:1-4). En el capítulo 4, el apóstol llega a la cumbre de su exposición, poniendo al descubierto la situación de desorden espiritual existente entre el pueblo, exhortándolos luego a someterse al Dios de las Escrituras, porque él siempre es fiel a su pacto. Es probable que en el contexto del capítulo 4, Santiago esté exponiendo un sentido irrefutable de ciertos pasajes del Antiguo Testamento, aplicándolos a la situación vivida por aquellos cristianos. Uno de los pasajes que Santiago parece tener en cuenta es el mensaje del profeta Ezequiel 11:19-20: “Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 36:26-27). En estos dos pasajes del profeta Ezequiel, Dios promete dar su Espíritu al remanente judío. Como dice Ezequiel 36:25 “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré”. En medio de esas bendiciones se encuentra el Espíritu Santo de Dios, como un sello de propiedad. El apóstol reconoce que la batalla espiritual es, en verdad, una guerra santa en la que Satanás interviene directamente (Santiago 4:7). Sin embargo, para el cristiano, la victoria radica en un mayor acercamiento a Dios (Santiago 4:8). Reconociendo el precepto bíblico de que Dios bendice y exalta a quién se arrepiente, el apóstol hace un llamado para humillarse delante de Dios (Santiago 4:9-10). Dios, a través de su Santo Espíritu, anhela celosamente para sí al fiel cristiano. Es por su gracia, paciencia y su infinita misericordia que Dios no consume a su pueblo, aun cuando su pueblo desobedezca y peque. Por eso Santiago afirma que “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” (Santiago 4:6). Su gracia se manifiesta a través de “Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Hebreos 2:9). Pero el apóstol, no se queda contento con solo exponer, sino que también se apresura hacia una solución eficaz. Porque una sujeción a Dios y la obediencia a su Palabra son las medicinas que Santiago establece para todos los que se consideran cristianos de verdad.