Cuarto Mes
Contra la acepción de personas
En el segundo capítulo de su epístola, el apóstol Santiago enfatiza la importancia del trato justo y equitativo hacia los demás, porque en la iglesia no debe existir favoritismos haciendo acepción de personas y si de todas maneras se lo hace, entonces tarde o temprano vendrán las consecuencias (Santiago 2:1-13). Los miembros de la iglesia deben practicar una fe activa que vaya acompañada de obras de obediencia, puesto que esta es la fe que salva (Santiago 2:14-26). Santiago muestra una ilustración del favoritismo que, a toda costa, debe ser evitado en las congregaciones de la iglesia. En su propio estilo, Santiago escribe: “Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos? Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman? Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre que fue invocado sobre vosotros? Si en verdad cumplís la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis; pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores” (Santiago 2:1-9). Es decir, juzgar de acuerdo a las apariencias, es pecado (Santiago 4:9), porque venimos a ser jueces con malos pensamientos. Por eso nunca debemos hacer distinción entre pobres y ricos. Santiago nos da cuatro razones fundamentales para qué el cristiano actúe siempre con amor: (1) Debemos actuar con imparcialidad, dando prioridad a las cualidades internas de cada persona; (2) El amor que brindamos a los miembros se encuentra en armonía con el propósito de Dios, (3) Porque el amor se encuentra directamente relacionado con los diez mandamientos y (4) Debemos entender que el amor guarda relación con el juicio venidero. Pablo afirma en Romanos 2:11 “que no hay acepción de personas para con Dios.” En cada caso en que aparecen estas expresiones, lo que sigue es una enfática exhortación respecto al buen comportamiento. Santiago une el afecto fraternal con la firmeza pastoral de manera muy acertada. Su exhortación tiene relación con la enseñanza pura y sin mancha que aparece en el capítulo 1:27, donde también nos exhorta a cuidarnos del mundo. Nosotros debemos estar agradecidos porque estas cosas no ocurren en la iglesia de Dios, porque además la enseñanza proviene del Antiguo Testamento (Levítico 19:15); y también para la segunda generación de israelitas, Moisés lo registró en Deuteronomio 1:17. Además Proverbios 14:21 afirma: “Peca el que menosprecia a su prójimo, más el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado.” No debemos olvidar quienes somos y de qué manera vinimos a ser miembros del cuerpo de Cristo. El apóstol Pablo nos lo recuerda de esta manera: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia“ (1 Corintios 1:26-29). Ninguno de nosotros merecíamos haber sido escogidos porque éramos pecadores, pero Dios en su infinita misericordia nos llamó para que seamos portadores de gloria en su Reino, tal como afirma Apocalipsis 21:24 que dice “que los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella”. También sabemos que fuimos llamados y escogidos fuera del tiempo, es decir, antes de la fundación del mundo, con un propósito santo (Efesios 1:4). Por esa razón el apóstol Pablo escribe: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Por eso, la ley del amor al prójimo se aplica a los pobres y ricos.