¿Puede una nación cometer suicidio?
Todos tuvieron una cosa en común: nunca se imaginaron que caerían, hasta que fue demasiado tarde. En ocasiones la destrucción les llegó lentamente, y en otras, prácticamente de la noche a la mañana. Pero el desplome fue inevitable, y su mundo colapsó alrededor de ellos en un torbellino de muerte, destrucción y desastre.
Al pararse frente a los muros de estas ciudades antiguas, uno no puede menos que preguntarse qué pensarían sus aterrorizados habitantes al ver la proximidad de las hordas enemigas. ¿Qué plegarias musitaron para ser librados antes de que sus dioses demostraran ser inútiles frente a enemigos más poderosos que ellos? ¿En qué momento se dieron cuenta de que su mundo estaba por acabarse y que no había vuelta atrás?
Estos pensamientos, sin duda, nos hacen reflexionar.
También es aleccionador darse cuenta de que el desastre no siempre viene de afuera, sino que fácilmente puede producirse desde adentro. Uno de los presidentes estadounidenses más queridos, Abraham Lincoln, reconoció esto mucho antes de la sangrienta guerra civil que lo hizo famoso y manifestó su preocupación por el futuro de su país cuando era solo un joven:
“¿En qué punto debemos esperar la cercanía del peligro? ¿Con qué medios nos vamos a proteger de él? ¿Debemos esperar que algún gigante transatlántico cruce el océano y nos masacre de un golpe? ¡Jamás! Todos los ejércitos de Europa, Asia y África combinados. . . nunca podrían siquiera, por la fuerza, beber un trago del [río] Ohio, ni abrir un sendero en el [cordón montañoso] Blue Ridge, ni aunque lo intentaran mil años.
“¿En qué punto, entonces, debemos esperar la cercanía del peligro? Respondo: Si alguna vez nos alcanza, tendrá que surgir de entre nosotros mismos. . . Si la destrucción es nuestra suerte, nosotros mismos seremos su autor y consumador. Como nación de hombres libres, debemos vivir para siempre o morir por suicidio” (énfasis nuestro en todo este artículo).
¿Pude una nación realmente morir por suicidio? Abraham Lincoln ciertamente lo creía, y este discurso de advertencia fue el inicio de una carrera política que finalmente lo llevó a la Casa Blanca.
Su advertencia también fue escalofriantemente profética, ya que una generación más tarde la nación se despedazaría internamente en una guerra que enfrentó a estado contra estado y hermano contra hermano. El país estuvo muy cerca de morir peligrosamente “por suicidio” y pagó un precio terrible, ya que más de 600 000 jóvenes murieron en batalla o por enfermedades. Las cicatrices de este conflicto aún son palpables en la sociedad estadounidense.
Otro famoso presidente estadounidense fue Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de la patria y el principal autor de la Declaración de Independencia. Él también comprendió las lecciones de la historia y emitió su propia advertencia profética acerca de la nación:
“¿Pueden las libertades de una nación considerarse seguras cuando hemos eliminado su única base firme, la convicción en la mente de las personas de que estas libertades son una dádiva de Dios? . . . De hecho, tiemblo por mi país cuando pienso que Dios es justo, y que su justicia no puede dormir para siempre”.
Actualmente Estados Unidos se halla en una encrucijada, amargamente dividido no solo en cuanto a su futuro sino también en cuanto a su pasado. Se encuentra en marcha una guerra cultural, cuyos campos de batalla ya han sido claramente delineados.
¿Tiene algún futuro una nación donde millones procuran desesperadamente reescribir el pasado para borrar a Dios del panorama? ¿Qué le depara el futuro a una nación que alguna vez fuera considerada una ciudad radiante en una colina, pero que se asemeja cada vez más a Sodoma y Gomorra, pudriéndose en la inmoralidad y asesinando a millones de sus niños antes de que nazcan en bien de la conveniencia? Cuando gran parte de una nación sigue senderos destructivos como los que analizamos en esta edición, ¿qué puede esperarse?
En su Palabra, Dios formula una pregunta muy importante a una nación que lo conocía y había sido grandemente bendecida por él, pero después le dio la espalda: “Vivo yo, dice el Eterno el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ezequiel 33:11).
Dios también sabe que una nación puede cometer suicidio, ¡porque lo ha visto! Cuando algunas naciones que alguna vez lo conocieron decidieron alejarse de él en vez de acercársele, ¡voluntariamente optaron por morir en lugar de vivir!
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hemos visto cómo ha disminuido la fuerza y el alcance territorial de lo que en su momento fuera el grandioso Imperio británico, y aun la nación madre de este se encuentra arruinada por una desintegración cultural como consecuencia de haber escogido este camino autodestructivo. Y los Estados Unidos la siguen de cerca.
La advertencia de Abraham Lincoln fue y es crucial. Yo también pienso, con profunda preocupación, que el pueblo estadounidense podría ser “el autor y consumador” de su propia destrucción nacional. Y, tal como Thomas Jefferson, “tiemblo por mi país cuando pienso que Dios es justo, y que su justicia no puede dormir para siempre”.
Estos pensamientos son muy profundos y dignos de contemplarse. ¡Ojalá usted se dé cuenta de este creciente peligro antes de que sea demasiado tarde, y decida volverse a Dios y vivir!