Las Bendiciones de Dios
Claro, en la biblia podemos ver que cada uno de estas cosas puede ser una bendición de Dios. Hablando de Abraham, su siervo dice “...el Eterno ha bendecido mucho a mi amo, y él se ha engrandecido; y le ha dado ovejas y vacas, plata y oro, siervos y siervas, camellos y asnos”. (Génesis 24:35). A Salomón, Dios le dio un “corazón sabio y entendido”. (1 Reyes 3:12) Y en Proverbios nos dice que “El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de El Eterno.” (Proverbios 18:22) Además en Salmos dice que los hijos son una “herencia de El Eterno”. (Salmos 127:3)
Entonces, cuando nos encontramos pobres, desconocidos, solteros o en una relación difícil, sin niños o con dificultades con los nuestros, podemos empezar a dudar y preguntarle a Dios por qué no nos está bendiciendo.
¿Será cierto?
Repasar la historia de José tal vez nos puede aclarar la situación. José fue el hijo consentido de su papá, quien le dijo que lo amaba más que a sus hermanos. Entonces ellos se encelaron mucho y empeoró la situación cuando José les contó dos sueños en los que dio a entender que los hermanos iban a inclinarse delante de él. Resultó que cuando tenía 17 años, sus hermanos le vendieron a unos madianitas, quienes le llevaron a Egipto. En Egipto le vendieron como esclavo. ¡Es allí que por primera vez en la historia de su vida se dice que “el Eterno estaba con José” ! (Génesis 39:2) ¿A cuántos de nosotros se nos ocurriría que ser vendidos por nuestra familia, llevados a una tierra extraña, y vendidos como esclavo, sería una bendición?
Luego cuando la mujer de su amo le acusa falsamente y le echan a la cárcel, la biblia vuelve a repetir “Pero el Eterno estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel” (Génesis 39:21). Por fin cuando se cumplieron los sueños de José, y sus hermanos se inclinaban delante de él pidiéndole comida por causa de la hambruna, él reconoció lo que Dios había hecho en su vida. ¿Será que tal vez se acordó de sus sueños de tantos años atrás?
A nosotros también, Dios nos ha dado un entendimiento de la inmensa futura bendición que nos espera por su gracia si le seguimos. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna (Mateo 19:29).
Tenemos que ser conscientes que Dios no promete que no vamos a pasar por retos difíciles, o que no vamos a tener que hacer grandes sacrificios. De hecho dice que nos “disciplina” porque nos quiere, como un padre quiere a su hijo (Hebreos 12:6-7). Pero, también como padre, como lo hacía con José, nos promete “…No te desampararé, ni te dejaré.” (Hebreos 13:5)
Nuestro hermano mayor nos dice, “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). Un yugo es para dos. Jesús nos invita a dejar el yugo del mundo y del pecado, y venir bajo su yugo para que junto con él podamos navegar el camino hacia su reino y todas las promesas y bendiciones que nos esperan. Igual que cómo a José, con toda misericordia Dios nos ha revelado de antemano la gloria que nos espera, y por lo mientras, nos acompaña.