Ajuste de cuentas
“Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, para que ninguno deje de alcanzar la gracia de Dios, y para que no brote ninguna raíz de amargura que os perturbe y contamine a muchos” (Hebreos 12:14-15).
La amargura no es buena. En este versículo se la asocia con dejar de alcanzar la gracia de Dios, no poder ver a Dios y que “contamina”, o contagia, a muchas personas. La Nueva Traducción Viviente la llama una “raíz venenosa” de amargura, haciendo hincapié en la naturaleza infecciosa y debilitante de este problema. La amargura hacia los demás puede surgir de varias circunstancias, pero a menudo comienza como algo pequeño: un rencor.
El rencor parece inofensivo. Usualmente proviene de una situación donde uno tiene justificaciones por tener algo en contra de alguien. “Perdonar, mas no olvidar”, como suele decirse. Sin embargo, este enojo se agita y se manifiesta. Usted empieza a ser parcial, tratando a la persona que le guarda rencor diferente a los demás, aquellos con los que no tiene ninguna pugna. Se vuelve irritante ver a esa persona. ¿Es esa la manera de vivir? ¿Así es como Dios quiere que usted viva?
Dios proclamó hace 3,400 años: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo El Eterno” (Levítico 19:18). Dios no quiere que guardemos rencor. Guardar rencor es descuidar la Regla de Oro y olvidar el corazón de la ley de Dios en nuestras vidas (Mateo 7:12). Si queremos amar a otros como a nosotros mismos, debemos poner este resentimiento dañino atrás.
El rencor es una brecha de enojo entre nosotros y otra persona, pero también es una separación entre nosotros y Dios.
Cuando avivamos ese fuego, le damos a Satanás la oportunidad de entrar en ese hueco y separarnos de otros y de Dios (Efesios 4:26-27). Los rencores destruyen las relaciones que nos importan, incluso la que tenemos con el Señor. El resentimiento es tanto una condición espiritual y social.
Además, guardar rencor es una manera muy personal y devastadora de venganza. No podemos esperar a ser como Dios y mantener una actitud acerba y vengadora. Esta ira y resentimiento es incapaz de producir los frutos que Dios quiere ver en nosotros (Santiago 1:20). El veredicto de Dios sobre la venganza es claro como el agua en la Biblia: no es para usted ni para mí. “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Como cristianos, no está en nuestra autoridad. No tenemos poder o privilegio para conferir “justicia” como mejor nos parezca. Al hacer eso nos elevamos a un reino que sólo Dios debe habitar. ¿Entonces qué quiere Dios que hagamos?
La dirección de Dios para nosotros no es que sólo deseemos, anhelemos, o hablemos de paz, ¡sino que la persigamos! ¡Este es un esfuerzo activo! Resuena en las bienaventuranzas de Jesucristo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9).
Vean de nuevo que somos llamados a hacer la paz, no a sentarnos y esperar que esta llegue. “Hacer” es una palabra común con muchos sinónimos que ayudan mucho a hacer una autoevaluación. ¿Está elaborando la paz? ¿Está creando paz? ¿Está preparando la paz? ¿Está confeccionando la paz? ¿Está produciendo la paz?
Dios nos ordena a perdonar a los que tenemos resentimiento y resolver nuestros conflictos con ellos (Romanos 12:17-21). A menudo, esto requiere que pidamos y recibamos perdón de los individuos involucrados. La Biblia nos instruye a que perdonemos a otros cuando tenemos una pugna con ellos, pero también a que nos acerquemos a otros que puedan tener enojo contra nosotros y reconciliarnos con ellos (Marcos 11:25, Mateo 5:23-24).
Jesús dice en Mateo 5:23-24 que primero nos reconciliemos con la otra persona y entonces dar ofrendas a él. Dios quiere vernos reconciliados con otros antes de ir a adorarle. Él desea unidad en su Iglesia, no rencores ni acritudes. Si no seguimos esta orden, no estamos haciendo lo que Dios quiere.
Los cristianos deben ser perdonadores y misericordiosos, aun si nos han transgredido muchas veces (Mateo 18:21-22). Curiosamente, nuestra voluntad para perdonar está relacionada con el perdón que Dios extiende a nosotros (Mateo 18:35). Cristo enseñó a sus discípulos que incluyeran el perdón en sus oraciones: “Perdónanos nuestras deudas, como también perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). ¿Cómo podemos suplicar esta oración si no extendemos perdón y reconciliación a aquellos con los que interactuamos? Cargar con rencor es contrario a esta naturaleza perdonadora y pacificadora.
Para concluir, usted y yo somos llamados a imitar el carácter perfecto y completo de Dios. Dios es misericordioso y lleno de gracia; él es tardo para la ira y lleno de amor (Salmos 103:9). Pero vean también que Dios no lleva resentimiento hacia nosotros ni aviva un enojo ardiente contra nosotros todo el tiempo. “No contenderá para siempre ni para siempre guardará el enojo. No ha hecho con nosotros conforme a nuestras maldades ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Salmos 103:9-10). ¿Qué ha escogido Dios hacer?
“Porque, como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen. Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmos 103:11-12). Dios ha puesto nuestras rebeliones increíblemente muy lejos de él. Nosotros también debemos perdonar a otros, seguir la paz y nunca dar raíz al rencor.
Fuente: UCG.org