Lo que aprendí como niña en adopción temporal
Mayo ha sido declarado como el “Mes Nacional del Programa de Adopción Temporal” en los Estados Unidos. En este país hay aproximadamente 400 000 niños y adolescentes en hogares de acogida. De ellos, cada año alrededor de 20 000 sobrepasan la edad límite del programa, lo que significa que cuando cumplen 18 años deben continuar por sí solos.
El Mes Nacional del Programa de Adopción Temporal me trajo recuerdos, porque yo experimenté lo que es vivir bajo ese sistema. Aún recuerdo aquel día cuando observaba cómo mi madre juntaba mis cosas con prisa y las ponía en una maleta abierta sobre el sofá. Yo solo tenía cuatro años. Con cuidado me abotonó mi abrigo y tomó mi manito. Cogió la maleta con la otra mano y me llevó a un auto desconocido, donde nos esperaba una señora que nunca había visto. Mi madre puso mi maleta en el auto, se agachó lentamente con lágrimas en sus ojos, me subió al auto, y se fue.
Mientras nos alejábamos, miré hacia atrás y vi a mi madre desapareciendo en la distancia. No la volvería a ver de nuevo por diez años. Me senté ahí mirando la maleta a mi lado, pensando en lo cuidadosa que había sido al empacar mi vestido favorito e incluso mi mono de peluche predilecto, Jorge el Curioso. Luego miré a esa señora extraña que me llevaba a lo desconocido.
Rebotando de casa en casa
Los únicos estabilizadores a lo largo de mi niñez y adolescencia fueron mi hermano gemelo, Jim, y Dios. Ellos dos fueron quienes se mantuvieron a mi lado cada vez que debíamos cambiarnos de casa. Nuestra travesía incluiría once familias y dos hogares de acogida antes de convertirnos en adultos.
No puedo describir la sensación que me invadía al llegar a una casa extraña, con padres, hermanos y hermanas completamente nuevos. Rostros que nunca había visto antes eran ahora mi mamá y mi papá de turno. Tendría que ir a una escuela distinta e intentar hacer nuevos amigos.
Cuando las cosas se volvían difíciles o los padres adoptivos temporales se cansaban, empacaban mi maleta y me mandaban de vuelta porque, desde luego, yo no les pertenecía. Los padres de acogida no estaban comprometidos a amarme, cuidarme o preocuparse de mí por el resto de mi vida. Yo siempre lloraba la noche antes de irme a otra casa, sabiendo que me separaría de la familia a la que me había acostumbrado y ahora tendría que ir a otra casa, con otra familia y otra escuela.
La parte más difícil era acostumbrarse a llamarlos mamá y papá, y luego tener que dejarlos.
Así es como Jim y yo vivimos por los siguientes diez años. Todo era temporal: la casa, los padres y los amigos. Me refiero a todo, excepto Dios. Él era quien veía mis lágrimas en las noches y oía mis lamentos. Él entendía mi temor y el profundo dolor de sentir que no pertenecía en ningún lado, sin padres que podía considerar como míos. Él conocía especialmente el vacío que yo sentía por no tener un papá.
Nunca caminé sola
Dios estuvo ahí para recogerme y ayudarme a seguir adelante a través de cada cambio en mi vida. Se convirtió en el papá más importante para mí, y me dijo “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5). Mi grandioso papá cumplió esa promesa.
Dios estaba ahí cuando caminaba sola por los pasillos de una escuela nueva. Estaba ahí cuando me sentaba a cenar por primera vez con una familia desconocida. Estaba ahí cuando me iba con mi maleta empacada y me despedía de la familia a la que me había acostumbrado. Mi bondadoso papá nunca me dejó caminar sola cuando saludaba a mis nuevos padres y hermanos con mi maleta en la mano, y siempre se hacía presente para llenar mi vacío. Yo sabía que estaba ahí, porque de otra manera no podría haber sobrevivido.
Sí, hay muchos niños lastimados emocionalmente, tal como yo lo fui, porque sus padres también lo están. Pero la buena noticia es que no tenemos que permanecer así. No debemos utilizar esto como una muleta que nos impida superar el trauma emocional que hemos sufrido. Creo firmemente que cuando mi madre soltó mi manito después de llevarme al auto, Dios extendió su mano y tomó la mía.
Mire lo que Dios nos dice a usted y a mí en Lucas 11:9: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Y en Salmos 68:5: “Padre de los huérfanos” (Nueva Versión Internacional).
¿Qué busca usted? ¿Qué necesita? Pídaselo a su Padre celestial. Puede que otras cosas sean temporales, pero Dios nos ha invitado a una relación eterna con él. Puede que usted sea (o haya sido) un niño o adolescente en adopción temporal, pero Dios desea que usted y yo seamos sus hijos para siempre. Él sanará cualquier cosa que esté dañada en nosotros.
Un día todo el mundo será sanado, y nunca más habrá necesidad de un sistema de casas de acogida, ¡porque ya no volverán a existir familias deshechas en el reino venidero de Dios! BN