Enséñanos a orar
Jesús estaba orando en cierto lugar, y sus discípulos lo escucharon. Ellos no quisieron perturbar su oración, así que esperaron a que terminara. No sabemos cuanto tiempo habría durado la oración, pero lo que sí sabemos es que ellos le piden que así como Juan el Bautista había enseñado a sus discípulos a orar, que Él también les enseñara a ellos como debían orar: “Señor, enséñanos a orar... (Lucas 11:1).
No quiere decir que ellos nunca hubieran orado. Para los judíos era común el orar, y el enseñar a sus hijos como hacerlo. Entonces, ¿por qué piden que les enseñe a orar? Era costumbre de los rabinos enseñar a sus discípulos una oración sencilla para uso frecuente. Juan el Bautista lo había hecho con sus discípulos, y ahora los discípulos de Jesús, le piden que también les enseñe una oración.
Jesús les responde enseñándoles la oración modelo del Padre Nuestro. Pero no se conforma con eso, sino que los anima a orar continuamente. “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”.
La oración es la comunicación entre el ser humano y Dios.
Oramos porque dependemos de Dios. Dios no depende de que nosotros oremos; es al revés. Nosotros dependemos de Dios para todas las cosas. La oración revela nuestra dependencia del Dios Todopoderoso. Oramos porque necesitamos tener comunión con Dios.
La oración es un asunto personal entre una persona y Dios. La oración es un privilegio, más que una necesidad o una obligación. El hombre está hecho para orar porque está hecho para Dios. Entonces, la oración es la llave maestra para entrar en el Reino de Dios.
Uno de los mejores y más grandes talentos que Dios nos ha dado es el talento de la oración. El interiorizarse en la oración es un asunto delicado, pero no difícil. Decir oraciones de una manera ordenada, regular, sistemática, no es una tarea difícil. Pero orar hasta que los obstáculos sean removidos, hasta que las nubes sean despejadas y el sol brille, esta sí que es una tarea difícil, pero es el trabajo que nos ha encomendado Dios y la mejor labor que podemos hacer.
¿Acerca de qué ora usted?
Pablo en Colosenses 1:9 escribe: “… no cesamos de orar por vosotros…”
¡Cuán maravilloso es que un amigo ore por usted! ¡Y qué maravilloso es tener un cónyuge que ore por usted! ¡Qué maravilloso es tener un hijo o una hija que ore por su papá o su mamá! Definitivamente, ¡Es maravilloso saber que alguien está orando por usted!
Sabemos que Dios escuchará nuestras oraciones y que nos responderá, ya sea que oremos fuerte o silenciosamente como lo hizo Ana (1ª Samuel 1.13); ya sea que oremos en la azotea como lo hizo Pedro en Hechos 10; o con nuestras ventanas abiertas como lo hizo Daniel; ya sea que oremos cuando estemos enfermos de muerte con nuestro rostro vuelto hacia la pared como lo hizo Ezequías; o desde el vientre de un pez como lo hizo Jonás. No necesitamos dinero alguno para orar.
Usted no necesita un título universitario para orar. No necesita saber leer para orar. Todo lo que tiene que hacer para orar, es simplemente orar.
La oración es poderosa. La oración produce una diferencia. La oración cambia las cosas.
Dios actúa antes de que ni siquiera oremos, porque Él sabe de qué cosas tenemos necesidad antes que nosotros le pidamos.
Cuando las personas oran, algo sucede. Dos o tres personas que oran fervientemente producen una diferencia, porque Dios escucha. Dios responde. Dios actúa.
Pero a la naturaleza humana le cuesta orar. Hay en nosotros una resistencia pasiva, una obsesión por lo inmediato, una desconfianza de ser oídos o atendidos. Así el privilegio de la oración se transforma fácilmente en la obligación de decir oraciones.
Por eso, cuando le pedimos a Jesucristo “enséñanos a orar” estamos diciendo muchas cosas a la vez.
Enséñanos a acercarnos a Dios como a un Padre que nos quiere de verdad. Enséñanos a levantar la mirada más allá de la conveniencia puramente material. Enséñanos a pedir lo que más nos conviene, confiados a la vez en nuestro Padre. Enséñanos a perseverar en la oración, cuando nos parece que perdemos el tiempo intentando orar.