El más pequeño de los comienzos
Desde mediados de diciembre, los árboles que hay junto a mi casa inician su temporada de hibernación. Las ramas ya están casi sin hojas, y las pocas que quedan están a punto de caer. Los arbustos y las plantas ya han sido podados y se encuentran listos para volver a crecer en la próxima temporada. Lo que parece un árido paisaje alrededor de mi casa en realidad oculta un ciclo de vida más profundo, que se está preparando para renacer en unos meses y así volver a deslumbrarme con su belleza y llenarme de alegría. La naturaleza nunca descansa y la vida no se detiene.
Antes de terminar esta serie de lecciones sobre la parábola del sembrador y la semilla, quiero que repasemos otro conjunto de parábolas que Jesús nos dejó y que nos ayudan a entender la fuerza actual, inexorable y dinámica del Reino de Dios. Estas parábolas añaden otra dimensión para entender cómo se desarrolla el propósito de nuestro Creador.
La semilla del Reino de Dios
En los últimos artículos de esta serie nos hemos centrado en las descripciones del Reino de Cristo como una semilla sembrada en los campos de la vida. No obstante, Jesucristo va más allá y con sus enseñanzas nos presenta el Reino de Dios como una fuerza poderosa, que cuando se revele de manera plena cubrirá el mundo entero.
En Mateo 13 Jesús describe el Reino comparándolo con dos elementos muy pequeños. “El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza” –dijo– “que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mateo 13:31-32).
Las semillas de mostaza son tan minúsculas, que si usted intenta tomar un puñado probablemente se le caerán muchas. Centenares de ellas solo pueden cubrir una pequeña área de su palma. De hecho, estas semillas son de las más pequeñas que existen, pero una vez sembradas, crecen y se convierten en un árbol que puede llegar a medir hasta tres metros y medio, dar sombra y cobijar a los pájaros que se posan en sus ramas. ¡Un extraordinario resultado para un comienzo tan diminuto!
Inmediatamente después de esta parábola, Mateo nos relata otra similar referente a un elemento incluso más pequeño: “Otra parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (Mateo 13:33).
La levadura es un agente, por lo general una espora, que impregna la masa haciendo que esta se expanda y ablande. La espora es aún más pequeña que la semilla de mostaza, prácticamente invisible, pero tiene la capacidad de expandirse, multiplicarse y llenar toda la masa y hacer que esta aumente su tamaño.
Veamos qué podemos aprender de estas dos parábolas.
Primero, hay instrucciones acerca del Reino de Dios en todas las parábolas que Jesús dio en esta sección. Todas ellas coinciden en enseñar que el Reino de Dios es multifacético y multidimensional y que, por lo tanto, se requieren varios ejemplos para entender su alcance.
En segundo lugar, estas dos parábolas muestran los ínfimos comienzos del Reino. Una semilla de mostaza es diminuta, más pequeña que la cabeza de un alfiler. Es difícil imaginar que algo tan pequeño llegue a convertirse en un árbol tan grande al ser cultivado, y que la levadura se expanda a tal punto que impregne toda la masa y la transforme por completo. De esta manera, Jesús procura entregarnos una visión profunda de cómo funciona el Reino de Dios.
Comienzos pequeños
¿De qué tamaño era el Reino de Dios al principio? Examinemos las circunstancias del nacimiento de Jesucristo. Los relatos de los evangelios describen un comienzo insignificante y humilde. Jesús fue el primogénito de una joven familia de Nazaret y nació en uno de los pueblos más pequeños (Belén). El parto se dio en condiciones muy pobres: indudablemente, el Rey de reyes no tuvo un gran comienzo.
El ministerio de Jesús comenzó de a poco y no partió en una gran ciudad. Galilea era un pueblo marginal en una sombría región del mundo romano. Cristo no fue más allá de Jerusalén para predicar su mensaje, y las pocas veces que lo hizo, pasó la mayor parte de su tiempo en Galilea.
Desde el punto de vista del Imperio romano, Jerusalén no era considerada un centro cultural. Para el mundo, Roma, Atenas y Alejandría fueron las que se destacaron cultural y políticamente. Para los romanos, Jerusalén era una ciudad de judíos fanáticos y sediciosos controlada por una legión de tropas y reyes vasallos manipulables, como Herodes y su familia.
Jesús enseñó el mensaje del Reino de Dios desde el comienzo mismo de su ministerio. Marcos 1:15 registra la visita de Jesús a Galilea y lo que allí dijo: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Dios envió a Jesús a proclamar el más grande de los mensajes y a enseñárselo a sus seguidores.
Pero él no solamente predicó el evangelio del Reino, sino que lo vivió en carne propia, dando el ejemplo de lo que podría ser la vida cuando se siguen sus enseñanzas y sus mandamientos. Así fue como comenzó todo, en un pequeño rincón del mundo.
El comienzo de una Iglesia pequeña y su obra
Aunque Jesús impactó a miles con su mensaje, al momento de su muerte solo se habían mantenido fieles poco más de un centenar de sus discípulos (ver Hechos 1:15). De hecho, la Iglesia creció, pero era muy pequeña comparada con la población en general. Sin embargo, la semilla del Reino fue sembrada y aunque al principio era pequeña, siguió creciendo en etapas.
El Reino de Dios no fue establecido en aquel tiempo ni en el nuestro para llenar toda la Tierra. La Iglesia que Jesús fundó siempre sería una manada pequeña (Lucas 12:32), no reconocida, y a menudo perseguida por el mundo. Pero la semilla del Reino que Jesucristo sembró sigue creciendo en nuestros días, esperando la gran cosecha.
El Evangelio de Marcos introduce la parábola de la semilla de la mostaza con otra parábola de Jesús: “Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado” (Marcos 4:26-29).
Hoy, la semilla del Reino crece de manera pequeña e imperceptible. Primero fue sembrada por Cristo y luego llevada al mundo por sus apóstoles y por la Iglesia. Lamentablemente, no pasó mucho tiempo antes de que muchos se apartaran del verdadero evangelio para seguir “otro diferente” (Gálatas 1:6).
Dar frutos para la cosecha
En la actualidad, la mayoría de la gente no entiende el mensaje del evangelio de Cristo acerca del Reino de Dios. No obstante, este continúa siendo revelado en la Biblia y dando frutos en la vida de aquellos que han sido llamados y escogidos por el Padre, y siendo proclamado al mundo por la Iglesia de Dios. Usted puede leer acerca de este mensaje en la revista Las Buenas Noticias y escucharlo por medio de nuestro programa de televisión por Internet Beyond Today en español.
La semilla del evangelio puede ser sembrada en su vida para que comience a dar fruto. La decisión es suya. Entienda que cuando disfrute del “don celestial” y “la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero” (Hebreos 6:4-5), su vida cambiará para siempre.
A través de la semilla del Espíritu Santo de Dios, en su interior surge una fuerza similar a una semilla de mostaza o una espora de levadura. Esta crecerá y lentamente permeará cada parte de su vida, transformándola como nada más podría hacerlo. Es la fuerza más poderosa y transformadora del universo.
Cuando Jesucristo regrese en gloria, el Espíritu Santo será el medio por el cual Dios transformará su cuerpo físico a uno espiritual para que comparta su gloria (Romanos 8:11; Filipenses 3:21). ¡Esta es la verdad más espectacular que alguna vez podrá escuchar! Esta es la verdad revelada en la Biblia y la esperanza que tenemos de despertar a otra vida en el futuro mundo que vendrá.
Dios quiere comenzar como algo diminuto en su vida, e ir creciendo hasta transformarse en algo grande. ¿Le permitirá a Dios trabajar en su vida? BN