¿Qué podemos hacer cuando la vida es injusta?
Cuando yo era joven, una de mis quejas más frecuentes era “¡No es justo!” Todo debía ser justo, y si no lo era . . . bueno, ¡simplemente no era justo!
Cuando me quejaba acerca de algo que yo percibía como una injusticia familiar, mi padre me recordaba su frase, aquella que usaba a menudo: “La vida no es justa”. Él solía explicarme que si yo esperaba justicia en el transcurso de mi vida, terminaría tristemente decepcionado porque esto simplemente no ocurriría.
Por supuesto, a mí no me gustaba oír esto, pero a medida que maduraba, comencé a darme cuenta de que en la vida de todas las personas ocurren cosas injustas, problemáticas e inmerecidas.
Aún así, el trato injusto aún me molesta, especialmente cuando veo que es deliberadamente perpetrado en contra de personas inocentes y confiadas. Quizás usted comparta mis sentimientos al respecto cuando se entera de que una persona inescrupulosa se ha aprovechado de alguien, o que un criminal se ha salido con la suya y no ha sido castigado.
Es más, ¿cómo se siente usted cuando lo han estafado, le han mentido, lo han reprendido inapropiadamente, lo han traicionado profundamente, o su reputación ha sido manchada irresponsablemente?
Al darnos cuenta de que tales acciones son inherentemente malas, nuestra reacción humana natural es afligirnos y sentirnos ofendidos. Puede que entonces respondamos enojándonos y amargándonos, o buscando la venganza. Pero también puede que, por el contrario, nos aislemos sumergiéndonos en la tristeza o la depresión, y nos apartemos de aquellos que nos dañaron emocionalmente.
¿Son éstas, maneras eficaces de manejar la injusticia, o hay métodos más constructivos y productivos que podamos usar? Cuando los eventos de esta vida nos provocan problemas significativos, o cuando la gente nos trata injusta e indebidamente, ¿qué deberíamos hacer? ¿Cómo podemos minimizar el enojo y la decepción que probablemente sentiremos?
Un difícil comienzo en la vida
Considere la historia de Anne Mansfield Sullivan. Nacida el 14 de abril de 1866 en Feeding Hills, Massachusetts, la juventud de Anne estuvo llena de penurias y adversidades. No solo fue criada en medio de una gran pobreza, sino que, además, fue maltratada físicamente por su padre alcohólico. A los cinco años de edad contrajo tracoma, una infección bacteriana de los ojos. No recibió tratamiento para esta virulenta enfermedad, lo que casi le causó la ceguera.
Cuando Anne cumplió ocho años, su madre, Alice Sullivan, murió de tuberculosis. Dos años más tarde, su padre la abandonó a ella y a su hermano James, dejándolos en el hospital público de Tewksbury, Massachusetts, porque encontró muy difícil criar a los niños él solo.
La condición de esa institución era deplorable, debido a su crónica falta de recursos y financiamiento. Además, se hallaba en muy mal estado y seriamente sobrepoblada. Como si esto no hubiera sido suficientemente malo, después de solo tres meses, James murió de tuberculosis.
Durante sus cuatro años de estadía en Tewksbury, Anne fue sometida a dos operaciones que fracasaron en corregirle significativamente su visión. Sin embargo, en octubre de 1880, cuando Anne cumplió 14 años, fue aceptada en la Escuela Perkins para Ciegos, la que se encuentra en Boston (fundada en 1832, y que ha continuado operando hasta hoy).
Superando los obstáculos
En la Escuela Perkins, su situación comenzó a mejorar. Anne recibió tratamiento adicional para sus ojos, lo que mejoró su vista lo suficiente para poder leer por cortos períodos de tiempo. Como resultado, ella se concentró diligentemente en su formación académica. Anne también aprendió el lenguaje de señas que le permitía comunicarse con un amigo que era tanto sordo como ciego. Anne estudió tan meticulosamente, que se graduó como la primera de su clase, el primero de junio de 1886.
En su discurso de graduación, ella desafió a sus compañeros de clase y a sí misma con estas palabras: “Compañeros graduados, el deber nos llama a encaminarnos en la vida activa. Vayamos alegremente, con esperanza y de todo corazón, y propongámonos encontrar nuestro rol especial. Cuando lo hayamos encontrado, desempeñémoslo con gusto y fielmente; ya que por cada obstáculo que supera y por cada éxito que alcanza, el hombre tiende a acercarse más a Dios y a hacer que la vida se parezca más a la que él llevaría”.
Varios profesores y empleados de la Escuela Perkins quedaron muy impresionados con la actitud positiva de Anne, sus talentos, inteligencia y perseverancia. Esto incluyó al director de la escuela, Michael Anagnos, quién personalmente recomendó a Anne para que fuese aceptada por la familia Keller en Tuscumbia, Alabama, como tutora y guía de su hija Helen, quien era ciega y sordomuda.
Anne Sullivan se convirtió en la maestra a quien Helen Keller, una de las mujeres más admiradas del siglo 20, reconoció como alguien que causó un impacto extraordinario en su vida. En el cuarto capítulo de la autobiografía de Keller, La historia de mi vida, ella escribió: “El día más importante que recuerdo en toda mi vida fue aquel en que conocí a mi maestra, Anne Mansfield Sullivan”.
Nosotros escogemos cómo reaccionar
¿Qué ilustra la historia de Anne Sullivan? Considerando los grandes problemas que enfrentó en su juventud, Anne podría haberse convertido en una persona frustrada, taciturna y resentida. Podría haberse quejado incesantemente acerca de la injusticia de su crianza y de las penurias que experimentó.
Pero no fue así. Al contrario, Anne escogió elevarse por sobre sus circunstancias y aprovechar cada oportunidad para descubrir, desarrollar y expandir sus talentos y habilidades. Al hacerlo, ella creció en madurez y carácter emocional. Tal como Anne Sullivan conscientemente resolvió manejar sus desventajas de manera constructiva, usted y yo tenemos opciones cuando nos vemos afligidos por la desigualdad y la injusticia. Ya sea que nos enfrentemos a un contratiempo pasajero y difícil, o a una situación de más largo plazo y tan profunda como la que afectó a Anne, en nuestras manos está la decisión de cómo reaccionar y actuar.
La Biblia ofrece ejemplos de tales opciones, tanto desde una perspectiva positiva como de una negativa.
La historia de José y sus hermanos
Para ilustrar, examinemos brevemente el relato de José y sus hermanos en Génesis 37. La historia comienza cuando José trajo un informe negativo a su padre Jacob acerca de cómo sus hermanos estaban atendiendo sus rebaños (vv. 1-2). El relato de José los disgustó e irritó. Aún más, los hermanos podían ver que su padre favorecía inmensamente a José por sobre ellos (v. 3). Esta injusticia percibida los molestó y disgustó en gran manera, y los llevó a albergar sentimientos intensos de envidia y resentimiento, y hasta de odio.
Luego, José experimentó dos sueños vívidos en los cuales parecía que él era muy honrado por su padre y sus hermanos. Al relatarles los sueños a sus hermanos, ellos se imaginaron que él estaba exaltándose a sí mismo pretenciosamente, lo que los enfureció aún más (vv. 5-11).
Más tarde, Jacob nuevamente envió a José a visitar a sus hermanos cuando ellos atendían sus rebaños a fin de que le diera un informe. A estas alturas, el odio de ellos hacia José había aumentado de tal manera, que comenzaron a contemplar su asesinato (vv. 18-20).
Dándose cuenta de la seria naturaleza de su antagonismo, Rubén, el hermano mayor, logró calmar a sus hermanos por algún tiempo (vv. 21-24). Pero luego, sin el conocimiento de Rubén, ellos lanzaron a José en una fosa y lo vendieron a unos mercaderes ismaelitas por 20 piezas de plata.
Para ocultar su traición, los hermanos mataron un cabrito y untaron la túnica de José en la sangre. De ahí, llevaron la ropa manchada con sangre a Jacob y le dijeron que probablemente un animal salvaje había matado a José. Al oír esto, Jacob lloró amargamente y se rehusó a ser consolado por la pérdida de su hijo (v. 33).
La reacción de José frente al trato injusto
La notable historia de José como esclavo y luego como gobernador en Egipto (Génesis 39-50) encierra muchísimo más. Pero es suficiente decir que, considerando las acciones injustas que él aguantó, José podría haberse vuelto un amargado y haber pasado incontables horas sumido en sus problemas y enfocado en sus heridas espirituales. Pero no fue así.
En vez, él decidió concentrase en sus talentos y energías para convertirse en la mejor persona que él podía llegar a ser, confiando en la ayuda de Dios para cada situación. De hecho, cuando sus hermanos posteriormente fueron a Egipto, donde José era ahora un oficial de alto rango, él decidió tratarlos con amabilidad, generosidad y perdón, incluso al explicarles cómo Dios había utilizado la malvada acción de ellos para salvar en el futuro sus vidas y las de otros (Génesis 50:15-21).
¡Su ejemplo demuestra que lo que pasa dentrode una persona es significativamente más importante que lo que le pasa a ella!
Como ilustra este ejemplo, Dios es completamente capaz de reparar eventualmente las circunstancias injustas. Además, como el apóstol Pedro explicó, Dios protege esmeradamente a aquellos que, mientras sufren injustamente, permanecen fieles y obedientes a él. “Pues Dios bendice a los que están dispuestos a sufrir y soportar dolor injustamente con tal de cumplir la voluntad de Dios” (1 Pedro 2:19, versión Palabra de Dios para Todos).
Dios permite algunas circunstancias y eventos injustos
Ciertamente, Dios puede enderezar las cosas en esta vida física –pero él no siempre elige hacerlo.En su sabiduría, él a veces permite que sus fieles seguidores sean objeto de trato injusto e incluso vergonzoso (Salmo 119:75).
El “capítulo de la fe” de la Biblia, Hebreos 11, describe cómo esto le ocurrió a varios de los servidores de Dios: “Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (vv. 36-40).
Considere también el ejemplo de Jesucristo. Habiendo vivido una vida completamente libre de pecado, no merecía el trato despiadado que recibió (Mateo 16-21). ¿Cuál fue su respuesta frente a esa injusticia tan terrible? Él, voluntaria y fielmente, dejó su circunstancia en las manos justas y poderosas de su Padre. “Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). De hecho, él oró, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Pongamos la mira más allá de este mundo
¿Cuál es el mensaje de Dios para su pueblo en la actualidad? Que cuando suframos injustamente, reaccionemos tal como Cristo lo hizo en su momento. Nos dice que debemos seguir “la paz con todos” (Hebreos 12:14), y Jesucristo amonestó a sus seguidores a enfrentar la injusticia y la iniquidad con amor y perdón (Mateo 5:44-45).
Por supuesto, puede que haya ciertas circunstancias en las que podemos defendernos respetuosamente en contra de acciones injustas. Por ejemplo, el apóstol Pablo usó sus derechos como ciudadano romano para protegerse del trato abusivo de algunas autoridades militares (Hechos 22:25).
Además, cuando lidiamos con una ofensa o desacuerdo con alguien, la Biblia nos aconseja que debemos ir directamente a ese individuo para discutir pacíficamente el problema y así determinar si puede ser resuelto de manera justa (Mateo 18:15-16).
No obstante, Pablo también reconoció que la justicia absoluta no siempre ocurrirá en esta presente era, que es gobernada por el diablo (Gálatas 1:4; Lucas 4:6). Proyectándose al futuro, nos dice: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
La mejor respuesta ante la injusticia
La realidad es que todos pasan por injusticias en la vida. Este fue sin duda el caso de Anne Sullivan, del joven José y especialmente de Jesucristo, quien soportó una injusticia trascendental (Hebreos 12:2). El principio clave a recordar es la manera en que reaccionamosfrente al trato injusto es más importante que lo que nos ha ocurrido.
El responder a situaciones o acciones injustas con enojo, amargura y venganza no es la solución (Efesios 4:31-32). En vez, el confiar en Dios con fe y obediencia nos trae verdadera paz mental y, a su tiempo, la entrada a la vida eterna (Filipenses 4:6-7; Mateo 19:17).
El tiempo viene cuando Satanás y sus demonios serán removidos y Jesucristo reinará en la Tierra (Apocalipsis 11:15; 20:1-5; 5:10). Cuando ese día amanezca, todas las desigualdades, incluyendo aquellas que hemos experimentado personalmente, serán completamente corregidas (Romanos 8:35-39).
De esta manera, la próxima vez que se sienta tratado injustamente, puede que tenga toda la razón. Pero, ¿qué debe hacer en ese caso? Trate de recordar que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). ¡Reflexionemos en esto y actuemos en consecuencia cuando la vida sea injusta!