¿Cómo puedo orar eficazmente?
Luego de nuestro viaje por la India y Sri Lanka con mi esposa Ruth, nos hemos dado cuenta de que sigue aumentando el número de personas espiritualmente hambrientas a causa de las falsas religiones y filosofías de este mundo gobernado por un ser lleno de odio, Satanás el diablo (2 Corintios 4:4). Estas personas ansían profundamente “buscar a Dios mientras puede ser hallado” (Isaías 55:6-7).
En nuestra reciente visita a Sri Lanka, una señora que enfrenta muchas dificultades, pero que busca a Dios sinceramente, me confesó: “Me cuesta trabajo orar. Quiero buscar a Dios, pero ¿qué puedo hacer para orar con más facilidad?” ¿Ha sentido usted lo mismo alguna vez? Creo que la inquietud de esta dama tiene que ver con algo que afecta a muchas personas: la aversión natural a orar o la tendencia a posponerlo.
¿Cómo podemos responder a dicha pregunta? ¿Existe algún secreto para acabar con esta renuencia a orar, lo cual es común en muchos de nosotros?
La oración no debe ser una obligación, sino un gozoso privilegio
Si comparamos los beneficios que proporciona, la práctica de orar se parece un poco al ejercicio físico: una vez que uno empieza, se siente bien, y al concluir, se siente aún mejor. No obstante, a veces lo que más cuesta es comenzar.
¿Qué era lo que motivaba a siervos fieles como Josué, Ester, David, Ana o Daniel, para orarle a Dios?
¿Consideraban ellos que la oración era únicamente un deber, una imposición, o un compromiso fastidioso? ¿O, por el contrario, era para ellos un privilegio, una conversación afectuosa con su Dios amoroso y compasivo, una oportunidad de comunicarse con su cariñoso Padre?
Tal vez en ocasiones nos cueste creer que Dios de verdad nos cuida personalmente y quiere escucharnos. Quizás intelectualmente sepamos que Dios nos cuida, pero ¿creemos realmente que sí lo hace?
Los hombres y mujeres fieles de la antigüedad entendieron que así era, ¡y nosotros también podemos hacerlo! Sin embargo, ellos tenían una comprensión todavía más profunda, una clave secreta que los motivaba a orar. ¿Cuál fue?
Cómo relacionarse con Dios correctamente
Como cualquier padre, Dios quiere ver en sus hijos pensamientos, palabras y actitudes de amor sincero, y también escuchar de su parte solicitudes y expresiones de gratitud. Quienes son padres anhelan tener una comunicación cálida y amorosa con sus hijos. ¿No deseará Dios, nuestro Padre celestial, el mismo tipo de relación con nosotros?
Resulta muy reconfortante saber que Dios siempre está dispuesto a escuchar nuestras peticiones.
No obstante, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿acaso habrá una manera de pedir, buscar y llamar, que Dios no atiende? Y, por otro lado, ¿habrá una manera de pedir, buscar y llamar que Dios sí escucha? ¿Será que existe un secreto para pedir, buscar y llamar, y para acercarse a Dios en oración? (Mateo 7:7).
Dios se complace en aquellos que le sirven fielmente y oran por los demás. En Santiago 5:16 él nos exhorta: “Orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho” (La Biblia de las Américas).
Esta escritura nos enseña la importancia de la oración y que, aunque somos humanos, Dios honra la oración de un hombre justo y fiel que vive de acuerdo con sus leyes y principios de vida (ver además 1 Juan 3:22).
Cabe preguntarse entonces, ¿hay algún secreto para que este principio expresado por el apóstol Santiago realmente surta efecto en nuestras oraciones? ¡Por supuesto que sí!, y este secreto consiste en algo que, lamentablemente, no muchas personas expresan al momento de orar. Leamos algunos pasajes de las Escrituras y veamos si podemos comprender esta clave secreta para orar más eficazmente.
¿Qué motivó a los siervos de Dios a orar?
¿Cuál fue la razón principal por la cual oraba Josué?
Veamos Josué 22:5 “Solamente guardad cuidadosamente el mandamiento y la ley que Moisés, siervo del Señor, os mandó, de amar al Señor vuestro Dios, andar en todos sus caminos, guardar sus mandamientos y de allegarse a él y servirle con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma [o ser]” (énfasis nuestro en todo este artículo).
Veamos además Josué 23:11: “Tened sumo cuidado, por vuestra vida, de amar al Señor vuestro Dios”.
Consideremos a otro siervo fiel de Dios, el rey David. ¿Qué lo inspiró y motivó a orar?
Leamos el Salmo 18:1: “Te amaré,oh Eterno, fortaleza mía”.
Y el Salmo 31:23: “Ustedes, los que aman a Dios,¡demuéstrenle su amor! Nuestro Dios protege a los que merecen su confianza, pero a los orgullosos [arrogantes] les da su merecido” (Traducción en Lenguaje Actual).
Y también el Salmo 145:20: “Siempre estás pendiente de todos los que te aman,pero destruyes a los malvados”.
¿Cuál fue el secreto que ayudó al profeta Daniel a orar con más facilidad? Veamos Daniel 9:4: “Y oré al Eterno mi Dios e hice confesión diciendo: ¡Oh Señor, Dios grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman, y con los que guardan sus mandamientos!” (TLA).
¿Qué inspiró y motivó a Jesucristo para tener tan estrecha relación con su Padre?
Veamos lo que afirmó en Mateo 22:37: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Y en cuanto a sí mismo, explicó: “Mas para que el mundo sepa que yo amo al Padre,y como el Padre me mandó, así hago” (Juan 14:31).
Confesemos nuestro amor por Dios
En los ejemplos anteriores, la clave para una vida de oración fuerte y vigorosa radicaba en expresar amor a Dios de manera verbal. Amar a Dios desintoxica nuestra mente de la influencia de Satanás, del mundo y de la naturaleza humana. Amar a Dios nos fortalece y motiva a orar y a seguir voluntariamente sus leyes y su camino de vida.
Por tanto, es muy conveniente que cada mañana, y si es posible tan pronto comencemos nuestra oración, le digamos a Dios que lo amamos como nuestro Padre y que amamos a Jesucristo como nuestro gran Salvador, Abogado y Hermano Mayor.
De hecho, es muy beneficioso pensar y repetir estas palabras mientras oramos, con toda nuestra mente y todo nuestro corazón: “Padre mío, te amo; y a tu Hijo Jesús, mi Señor y Salvador”.
Es maravilloso despertar por la mañana, pensar en Dios y decirle lo mucho que lo amamos. Además de agradable, es la mejor manera de empezar cada día, y ello nos estimula a orar más fácilmente.
Cuando expresamos nuestro amor a Dios, la oración conduce con naturalidad al arrepentimiento y a pedir perdón por nuestros pecados, así como también a buscar su ayuda, sabiduría y fortaleza a través del Espíritu Santo, y a guardar sus mandamientos y mostrar nuestro profundo amor por él y los demás.
Por experiencia personal, sé que una de las oraciones que Dios siempre atiende y responde con misericordia es aquella hecha con sincero arrepentimiento de nuestros pecados (1 Juan 1:9, 1 Juan 3:4).
Por supuesto, nuestros actos revelarán qué tan sinceros somos. En 1 Juan 5:2-3 Dios nos dice cómo debemos amarlo a él y a nuestro prójimo: “En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos”.
Comencemos bien cada día
Si oramos a Dios con amor y leemos uno o dos capítulos de la Biblia cada mañana, podemos tener la certeza de que nos va a ir bien durante el día, pues estaremos cerca de nuestro Padre buscando su amorosa guía y sabiduría en la toma de decisiones y en todo lo que hagamos en nuestra vida.
Luego, a lo largo del día y por la noche, antes de acostarnos, conviene recordar el amor a Dios y cómo él desea que vivamos, cumpliendo sus leyes y siguiendo su camino de vida, que nos traen bendiciones.
El acto de manifestarle a Dios mediante nuestros pensamientos y palabras cuánto lo amamos y agradecemos su amor, es un valioso hábito que estimula nuestra relación con él. Así avivamos su Espíritu en nosotros, motivándonos a orar más intensamente y a hacer su voluntad.
Esta es, pues, la gran clave secreta para enriquecer nuestra vida de oración: ¡decirle a Dios cada día lo mucho que lo amamos!