El planeta Tierra
¿Accidente fortuito u obra maestra?
Es nuestro mundo, con su abundante variedad de formas vivientes, el simple resultado del azar y de una serie de accidentes fortuitos? ¿O es un hábitat perfectamente sincronizado para sostener la vida, como más y más descubrimientos científicos lo revelan? ¿Qué nos muestra la evidencia disponible?
El 24 de diciembre de 1968 marcó un hito para la humanidad y sus intentos por alcanzar el espacio sideral. Aquel día, los tres astronautas que componían la misión del Apolo 3 ingresaron a la órbita lunar y se convirtieron en los primeros seres humanos en dar vuelta a la Luna y darle una mirada a su cara oculta.
En una transmisión televisiva en vivo y en directo que mostraba fotos de la Tierra y de la Luna según las veían los astronautas desde su cápsula espacial, el piloto del módulo lunar, William Anders, tomó una Biblia antes de irse a descansar y leyó lo siguiente: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1).
Esta fue la primera vez en la historia que un hombre dio testimonio acerca de la grandiosa arquitectura de los cielos desde el espacio exterior. Sin embargo, tal testimonio ha estado registrado en las páginas de la Biblia durante miles de años. Además de lo que Dios inspiró a Moisés a escribir en Génesis y que fue citado por el astronauta Anders, el rey David añadió más tarde su propio testimonio en el Salmo 19:1: “Los cielos cuentan la gloria de Dios”.
Desde el comienzo de la existencia del hombre, la creación que vemos a nuestro derredor ha sido un elocuente testigo de la existencia de un gran Dios Creador (Romanos 1:20). Como resultado, los pueblos antiguos, como regla general, no cuestionaban la existencia de una deidad suprema o de varias deidades.
Moisés y David conocieron a Dios personalmente y creían que él había expandido el universo en toda su gloria, y se maravillaban de ello. Los brillantes científicos modernos coinciden en que el universo es espectacular, pero muchos están en desacuerdo con la Biblia respecto a cómo se originó y a quién lo sostiene.
Stephen Hawkins, el mundialmente famoso físico, cosmólogo y escritor, no cree en un Dios personal que creó el universo. Él cree que “el comienzo del universo fue gobernado por las leyes de la ciencia y no necesitó ser puesto en movimiento por algún dios” (Stephen Hawkins y Leonard Mlodinow, El gran diseño, 2010).
Hawkins y Mlodinow proponen “la idea de que el universo en sí mismo no tiene historia, y ni siquiera una existencia independiente”. Estas opiniones, desde luego, contradicen la declaración registrada en Génesis de que los cielos tuvieron un origen y fueron establecidos por Dios.
Pero si analizamos objetivamente este tema, ¿qué revela realmente la evidencia disponible? Tomemos en cuenta algunos aspectos del universo y de la Tierra que indican la existencia de un Creador divino, evidencia que tanto ateos como agnósticos no pueden explicar y que atribuyen solamente a la casualidad o a una serie de accidentes afortunados.
La órbita de la Tierra es perfecta para la vida
Aunque los escritores como Hawkins y Mlodinow no dejan ningún espacio a la existencia de Dios, se ven obligados a reconocer que el planeta Tierra está cuidadosamente calibrado para facilitar la vida humana. Por ejemplo, un estudio de la órbita de la Tierra alrededor del Sol revela que no es perfectamente circular, sino que levemente elíptica.
“El grado en que una elipse es aplastada recibe el nombre de ‘excentricidad’, equivalente a una cifra entre el cero y el uno. Una excentricidad cercana al cero significa que la figura se parece a un círculo, mientras que una excentricidad cercana al uno significa que está muy aplanada . . . La órbita de la Tierra tiene una excentricidad aproximada de tan solo dos por ciento, lo que significa que es casi circular. Hay que decir que este es un golpe de suerte muy ventajoso . . .
“De hecho, si la excentricidad de la Tierra se aproximara al uno, nuestros océanos entrarían en ebullición al acercarnos al punto más cercano al sol, y se congelarían en el punto de más alejamiento de éste . . .
Las excentricidades orbitales desmedidas no son propicias para la vida, así es que tenemos mucha suerte de tener un planeta cuya excentricidad orbital es prácticamente cero” (ídem).
¿Accidentes fortuitos u obra maestra?
Todos los observadores que estudian concienzudamente las interacciones entre la Tierra y el Sol están de acuerdo en que las “leyes de la ciencia” responsables de ellas manifiestan una estructura magnífica. Pero, ¿podemos atribuir estas leyes solo a una serie de accidentes fortuitos? ¿O se deberán a la obra maestra de un Dios creador?
El Salmo 102:25 se refiere a Dios de esta manera: “Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos”. Muchas de las características de nuestro universo y de la Tierra han sido tan cuidadosamente diseñadas, que reflejan más un diseño divino que hechos fortuitos.
¿Qué tan cruciales son estas características? Si las cosas fueran apenas una fracción distinta en cuanto a estos aspectos, la vida humana no podría existir en la Tierra. Esta es otra prueba de la existencia de un Creador. De hecho, ¡mientras más descubrimos, más evidencia de la existencia de Dios encontramos!
Ni Moisés ni David tenían telescopios ni otros instrumentos sofisticados para observar el firmamento y medir lo que nosotros creemos que son las huellas digitales de Dios. Pero la ciencia moderna nos ha legado la habilidad de aventurarnos en el espacio y descubrir estas señales divinas. ¿Qué nos revelan ellas?
El astrofísico Hugh Ross ha catalogado las características que demuestran la intervención de un Creador. “En los últimos años, los nuevos descubrimientos que demuestran un diseño en el universo y el sistema solar han aumentado a una velocidad espectacular . . .
El más reciente de estos descubrimientos describe 36 características del universo y 122 del sistema solar” (Norman Geisler y Paul Hoffman, Why I Am a Christian [Por qué soy cristiano], 2006, p. 148).
En el resto de este artículo examinaremos cuatro “constantes” descubiertas por diligentes científicos, que podemos llamar fórmulas o hechos finamente calibrados, y sin los cuales nuestra existencia en el universo sería imposible. Nos toca a nosotros decidir si queremos atribuirlos (y los muchos otros que los científicos han descubierto) a la suerte ciega o al divino Creador revelado en el testimonio de la Biblia.
Constante #1: Nivel y forma del oxígeno atmosférico
El oxígeno ocupa el tercer lugar entre los elementos más abundantes en nuestro universo. La atmósfera de la Tierra está compuesta en un 21% de oxígeno. “Esa cifra precisa es una constante antrópica [es decir, aquella que permite la existencia del hombre, aparentemente por diseño] que hace posible la vida en la Tierra. Si el oxígeno fuera de 25%, se producirían incendios espontáneos; si fuera de 15%, los seres humanos se asfixiarían” (Norman Geisler y Frank Turek, I Don’t Have Enough Faith to Be an Atheist [No tengo suficiente fe para ser ateo], 2004, p. 98).
Esto genera una pregunta obvia: “¿Cómo alcanzó su nivel actual el oxígeno atmosférico? ‘No es tan fácil que se equilibre hasta un 21% en vez de 10 o 40%’, destaca el geocientífico James Kasting, de la Universidad el Estado de Pensilvania. ‘No entendemos muy bien el sistema moderno de control de oxígeno’” (David Biello, The Origen of Oxigen in Earth’s Atmosphere [El control del oxígeno en la atmósfera terrestre], Scientific American [Científico Americano], ago. 19 de 2009).
Los científicos admiten que no pueden explicar este fenómeno. Al comienzo, cuando Dios creó y preparó el planeta que poblaría con seres humanos, él diseñó una atmósfera capaz de sostener la vida humana. Después sopló en los pulmones del primer hombre la esencia del aliento de vida (Génesis 2:7), que contenía la correcta proporción de oxígeno. El resultado fue que Adán vivió. Todos los seres humanos vivimos gracias a que Dios continúa sustentando nuestra atmósfera.
Pero no basta el simple hecho de tener suficiente oxígeno. Éste debe tener además una composición específica.
La mayoría de los planetas en nuestro sistema solar contienen oxígeno ambiental, y los científicos suponen que la mayoría de los planetas ubicados fuera de nuestra órbita solar también tienen ciertos niveles de oxígeno. Sin embargo, solo unos cuantos de ellos tienen oxígeno de composición elemental. En otros, el oxígeno se combina con otros elementos para formar, por ejemplo, dióxido de carbono en Venus y óxido de hierro en Marte.
Esta es una de las razones que explican por qué la Tierra es actualmente el único planeta de nuestro sistema solar que puede sostener la vida. La forma en que Dios infundió oxígeno a nuestra atmósfera es un magnífico testimonio de la obra manual del Maestro. El oxígeno que respiramos no se debe a un golpe de suerte, como muchos afirman, porque si su nivel no estuviera calibrado de manera tan precisa, ¡no estaríamos aquí haciéndonos tales preguntas!
Constante # 2: Transparencia atmosférica
Nuestro planeta es bombardeado constantemente por la radiación solar. Esta radiación electromagnética es lo que comúnmente llamamos luz solar. El nivel de transparencia en nuestra atmósfera es absolutamente indispensable para el sustento de la vida humana, porque nos provee de luz cuando el Sol se eleva por sobre el horizonte.
Pero aquí también encontramos un delicado equilibrio. “Si la atmósfera fuera menos transparente, la radiación solar que alcanzaría a llegar a la Tierra no sería suficiente. Si fuera más transparente, aquí abajo nos veríamos bombardeados por un exceso de radiación solar” (Geisler y Nix, p. 100).
¿Cuáles serían los resultados si nuestro nivel de luz solar estuviera desequilibrado? La excesiva luz solar produciría un aumento de problemas de salud. Uno de los más comunes sería el incremento del cáncer a la piel. Por otro lado, la luz solar insuficiente también provocaría problemas de salud, ya que nuestros cuerpos se verían imposibilitados de producir vitamina D, ingrediente esencial para un buen estado físico.
Además de las temperaturas mucho más frías, sin suficiente luz solar sería imposible que se realizara la fotosíntesis. Este proceso, mediante el cual las plantas usan la energía solar para transformar el agua, el dióxido de carbono y los minerales en oxígeno y compuestos orgánicos, es vital para todo tipo de vida en la Tierra. Tanto las plantas como los seres humanos y los animales dependen de este sistema.
Como parte de este proceso, el pigmento verde llamado clorofila tiene la capacidad única de convertir la energía activa de la luz en un tipo de combustible latente, que puede ser almacenado como alimento para ser usado según la necesidad.
La fotosíntesis nos provee la mayoría del oxígeno que necesitamos para respirar. Por nuestra parte, nosotros exhalamos el dióxido de carbono que necesitan las plantas. Las plantas también son indispensables para la vida humana, porque dependemos de ellas como fuente de alimento para nosotros y para los animales que criamos para nuestro consumo.
Cuando Dios dijo “Sea la luz” (Génesis 1:3), él había diseñado las cosas de tal manera que el equilibrio gaseoso de la atmósfera terrestre permitiría que todo tipo de vida, incluyendo a los seres humanos, los animales y las plantas, se reprodujera y prosperara. Dios también diseñó la Tierra para que rotara en un ángulo de 23 grados en relación a nuestro sol. Si este ángulo fuera alterado, la luz sería mucho más intensa en algunas zonas, menos intensa en otras, y las temperaturas de la superficie se volverían demasiado extremas para el sustento global de la vida.
Constante # 3: Las cuatro fuerzas de la naturaleza
La “física de partículas” es la rama de la física que estudia las propiedades y comportamiento de las partículas elementales. Cuatro fuerzas gobiernan las interacciones entre estas partículas: gravitación, electromagnetismo, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil. ¿Cómo funcionan
estas fuerzas?
La gravedad es el fenómeno por el cual los cuerpos físicos se atraen con una fuerza proporcional a su masa. El ejemplo más conocido de esta fuerza para nosotros es lo que ocurre cuando los objetos caen al suelo. La gravedad también es responsable de mantener a la Tierra y a los otros planetas en sus órbitas alrededor del Sol y a la Luna en su órbita alrededor de la Tierra. Sin esta fuerza, la Tierra jamás hubiese llegado a girar en torno al Sol y hubiese sido solo un cuerpo estéril y errante, vagando sin rumbo a través del espacio.
Una de las manifestaciones del electromagnetismo es lo que sucede cuando usamos un imán para atraer un objeto metálico. Este principio también funciona a nivel subatómico y es la fuerza que mantiene unidos a los electrones y protones dentro de los átomos. La fuerza nuclear fuerte trabaja para aglomerar a los protones y neutrones, que de esta manera llegan a formar el núcleo de un átomo. La fuerza nuclear débil es responsable de la descomposición radioactiva de las partículas subatómicas. Es la que da inicio a la fusión del hidrógeno en las estrellas, lo que da como resultado la liberación de energía. Mediante este proceso de fusión, el Sol irradia luz y calor para sostener la vida en nuestro planeta.
La calibración exacta de estas cuatro fuerzas en su proceso de interacción es de crítica importancia para que el universo se mantenga como lo es actualmente y para que la Tierra pueda sostener la vida. ¿Cuán importantes y cuán exactas son estas fuerzas?
“La existencia de la vida como la conocemos depende delicadamente de muchos aspectos aparentemente fortuitos de las leyes de la física y de la estructura del universo . . . Si se alterara la fuerza de cualquiera de ellos, aunque fuera en lo más mínimo, nuestro universo se volvería estéril” (Paul Davies, Cosmic Jackpot: Why Our Universe Is Just right for Life [Lotería cósmica: Por qué nuestro universo es perfecto para la vida], 2007, p. 150).
Veamos un ejemplo: “Si la fuerza gravitacional fuese alterada en un 0.00000000000000000000000000000000000001 por ciento, nuestro sol no existiría, y por lo tanto, tampoco existiríamos nosotros” (Geisler y Nix, p. 102).
Además de la importancia de la gravedad para la expansión del universo, también existe un vital equilibrio de interacción gravitacional al nivel más cercano, entre la Tierra y la Luna.
“Si la interacción fuera mayor de lo que actualmente es, los efectos de las mareas en los océanos, la atmósfera y los períodos rotacionales serían demasiado severos. Si fuera menor, los cambios orbitales causarían inestabilidad climática. En cualquiera de estos casos, la vida en la Tierra sería imposible” (p. 100).
Cuando Dios estableció la luna terrestre como “la lumbrera menor” (Génesis 1:16), claramente él debe haber decidido su tamaño y posición en relación a la Tierra después de efectuar cálculos muy cuidadosos. De otra manera, no podríamos vivir en este planeta. El ambiente de la Tierra sería hostil a la existencia de vida avanzada.
Constante # 4: La Tierra gira sobre su eje
“La Tierra gira sobre su eje a la velocidad perfecta, haciendo una revolución completa cada veinticuatro horas en su desplazamiento alrededor del sol. Como resultado, la corteza terráquea se calienta de manera pareja, como un pollo en un asador giratorio” (Fred John Meldau, Why We Believe in Creation, not in Evolution [Por qué creemos en la creación y no en la evolución], 1968, p. 28).
Ninguno de los otros planetas de nuestro sistema solar tiene la misma velocidad rotatoria. ¿Por qué dura 24 horas la rotación de la Tierra? Porque fue diseñada específicamente así, a fin de llevar a cabo el propósito de Dios: que la Tierra sostuviera la vida humana y otras formas de vida.
El sendero circular de la Tierra, cuidadosamente calibrado e inclinado en perfecto ángulo sobre su eje, también está influido por la Luna. “La Luna afecta a la Tierra mediante su atracción gravitacional . . . los océanos [de la Tierra] son atraídos por la Luna . . . Estas mareas también desaceleran la rotación de la Tierra” (Neil Comins, What if the Moon Didn’t Exist? [¿Qué pasaría si la luna no existiera?], 1993, p. 4).
Otro factor esencial para que la Tierra pueda sostener la vida humana es la constancia del ángulo en que el planeta gira sobre su eje. Este ángulo giratorio se llama oblicuidad. “La oblicuidad . . . de tres de los cuatro planetas “terrestres” de nuestro sistema solar —Mercurio, Venus y Marte—ha variado caóticamente. La Tierra es la excepción, pero solo porque tiene una luna grande . . . La estabilidad climática de la Tierra depende en gran parte por la existencia de la Luna (Ward and Brownlee, Rare Earth [La Tierra insólita] p. 266).
Las intrincadas relaciones entre el Sol, la Tierra y la Luna, son poderosos testigos de la mano divina del Dios Creador. Tal como la ley espiritual de Dios es perfecta (Salmo 19:7), las numerosas leyes físicas que gobiernan nuestra morada en el universo son también perfectas.
Creación de los cielos: ¿Una casualidad?
El astrónomo británico Edward Harrison estudió la evidencia directamente. “Aquí está la prueba cosmológica de la existencia de Dios . . . El fino calibrado del universo entrega a primera vista evidencias de un diseño divino. Escoja: la suerte ciega, que requiere una multitud de universos [una cifra aparentemente interminable para que aparezca uno con todos los factores necesarios] o un diseño que no necesita más que un solo universo . . . Muchos científicos, cuando admiten sus opiniones, se inclinan hacia el argumento teológico o del diseño” (Edward Harrison, Masks of the Universe [Máscaras del universo], 1985, p. 252, 263).
Hugh Ross escribió: “La comunidad de creyentes no tiene ninguna razón para temer y todas las razones para esperar con ansias el avance de la investigación científica en cuanto al origen y las características del cosmos. Mientras más aprendemos, más evidencia acumulamos para comprobar la existencia de Dios y su identidad como el Dios revelado en la Biblia (Geisler y Hoffman, p. 157).
Así, vemos que no todos los científicos creen que el estado de nuestro universo y el de la Tierra se deben a simples accidentes. Más aún, no todos creen que la existencia del hombre en este orbe carece de propósito. El físico, cosmólogo y astrobiólogo Paul Davies escribió: “No puedo creer que nuestra existencia en este universo sea un mero chispazo de suerte, un accidente de la historia, una interrupción incidental en el gran drama cósmico” (The Mind of God [La mente de Dios], 1992, p. 232).
Efectivamente, no somos “un mero chispazo de suerte”. Estamos destinados por Dios a un futuro de gloria inimaginable.
La Biblia formula una interrogante que ha intrigado al hombre durante siglos, y que responde de manera asombrosa: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies” (Hebreos 2:6-8, citando el Salmo 8:4-6).
Esta es una promesa que será cumplida en el futuro. En Apocalipsis 21:7, Dios entrega esencialmente la misma promesa, pero con diferentes palabras: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”.
La Biblia nos dice que algún día recibiremos como herencia la vastedad del universo sin fin. Entonces podremos explorar su inmensidad y comprender sus misterios. Podremos conocer personalmente, cara a cara, al Padre y al Hijo que crearon todo y compartiremos su gloria para siempre (Para aprender más sobre este tema, solicite o descargue de Internet nuestro folleto gratuito ¿Por qué existimos?).
En 1 Corintios 13:12, el apóstol Pablo describe el presente estado espiritual de los cristianos y también aquello a lo que pueden aspirar: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido”.