#362 - Apocalipsis 21
"Descripción de la Nueva Jerusalén"
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#362 - Apocalipsis 21: "Descripción de la Nueva Jerusalén"
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Comenzamos, pues, con el penúltimo capítulo de la Biblia, Apocalipsis 21. En el capítulo anterior, ya vimos que los malvados incorregibles mueren por segunda vez (la segunda muerte) al ser incinerados en el lago de fuego. Juan escribe: “Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Ésta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:14-15). Cristo dice que habrá “lloro y crujir de dientes” (Mateo 13:50) cuando sean lanzados en el fuego de Gehena.
Luego de esta escena del lago de fuego, ya no existirá más la muerte ni tumbas con muertos, pues todos los seres humanos se habrán transformado, o en seres espirituales eternos o en “cenizas bajo vuestros pies” en el lago de fuego, como nos dice en Malaquías 4:3.
En 2 Pedro 3:7-10 vemos que la tierra y su atmósfera serán transformados por ese fuego purificador. Pedro profetiza que “los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos [noten cuándo será]… el día del Señor vendrá… en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”.
Así parece, como resultado de la quema de la superficie de la tierra, (donde que se derramó tanta sangre y hubo tanto pecados) y por la evaporación total de los océanos (donde perecieron o se ahogaron tantos) que ahora sólo quedan en la superficie de esta tierra purificada los minerales derretidos. Ya no queda nada que recuerde a Dios ni a los santos resucitados del dolor y la miseria que ha existido por todos los pecados cometidos bajo ese antiguo orden. Por eso, ahora comienza ¡un glorioso nuevo orden!
Luego Juan describe ese nuevo estado de la tierra y atmósfera: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:1-4).
Así, Dios Padre desciende con esa deslumbrante Nueva Jerusalén que se asienta sobre una tierra renovada y purificada, “donde mora la justicia” (2 Pedro 3:13). Dios Padre podrá habitar finalmente con una humanidad redimida y perfecta. Como señala El Comentario Expositor: “La palabra griega para ‘nuevo’ (kaine) significa “nuevo en calidad” o fresco en vez de “algo reciente o nuevo” en el tiempo (neos)... así, no se trata de un segundo cielo y tierra.”
El erudito George E. Ladd admite: “A través de toda la Biblia, el destino final del pueblo de Dios es morar en la tierra. En el típico pensamiento dualista griego [de Platón, Plutarco y Filón] el universo se dividía en dos reinos: el terrenal o transitorio, y el mundo espiritual eterno. La salvación consistía en que el alma escapara de la esfera de lo transitorio y efímero al reino de la realidad eterna. En cambio, el pensamiento bíblico siempre sitúa al hombre en una tierra redimida, no en un reino celestial alejado de la existencia terrenal” (p. 275). Esta es una clave para entender el origen greco-cristiano pagano de la inmortalidad del alma y de un cielo e infierno falso.
Pablo añade más sobre ese momento: “Después vendrá el fin, cuando Cristo acabará con todos los gobernantes, las autoridades y los poderes y entregará el reino a Dios Padre. Pues Cristo debe reinar hasta que todos los enemigos estén bajo su poder. El último enemigo en ser destruido será la muerte, porque la Escritura dice: ‘Dios puso todo bajo su poder’. Cuando dice que todo está bajo el poder de Cristo, es claro que esto no incluye a Dios [Padre], porque Dios fue quien puso todo bajo su poder. Cuando todo esté dominado por él, entonces el Hijo mismo se pondrá bajo el poder de Dios, quien puso todo bajo el poder de Cristo, para que Dios tenga el control absoluto de todo” (1 Corintios 15:24-28, PDT).
Así, la Iglesia, como la Novia, celebrará las Bodas del Cordero al comienzo del Milenio, lo que indica que es una relación duradera, personal e íntima con él. También esa Novia se está preparando para celebrar una relación igual con Dios Padre. Luego, el Padre amorosamente enjugará todas las lágrimas de dolor y experiencias trágicas. Será el momento para explicar las razones de todo lo que ha pasado.
Como señala Ladd: “Durante la era actual de la Iglesia, Dios mora dentro de los creyentes, que es su templo (Efesios 2:22). Pero se trata de una morada ‘en el Espíritu’ que sólo se capta por la fe y no por la vista (2 Corintios 5:17). Sin embargo, en la consumación [de esta era], todo cambiará: la fe se volverá algo visible, pues ‘verán su rostro’ (Apocalipsis 22:4) ...Todas las promesas del pacto de Dios con los hombres, hechas primero con Abraham, y renovadas por medio de Moisés, que luego son encarnadas en Cristo, por fin se realizan plenamente… Las lágrimas representan todo el dolor, las tragedias y las consecuencias del pecado… así todas las penas y males de la existencia del viejo orden quedarán muy atrás” (p. 277).
Juan añade: “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:5-8).
Dios Padre anuncia que el viejo orden se acabó y que todo se ha llevado a cabo de acuerdo con su Plan Maestro de Salvación. Luego describe la nueva paz y armonía que habrá entonces. La Nueva Jerusalén se convertirá en la Sede del universo, con Dios Padre gobernando sobre todos y Jesucristo bajo él, como heredero de todas las cosas, y luego nosotros como sus coherederos, seguidos por sus santos ángeles.
Como dijo Pablo: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:18-19). El término “creación” aquí significa “la suma de todo lo que ha sido creado [o el universo]” (Diccionario del Estudio de Palabras).
Noten quiénes entrarán en esa Nueva Jerusalén. Son los que han vencido y han permanecido fieles a Cristo al guardar los mandamientos de Dios hasta el fin. De hecho, en el siguiente capítulo, Dios recalca: “Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, y los disolutos, y los homicidas, y los idólatras, y cualquiera que ama y hace mentira” (Apocalipsis 22:14-15, RVA).
De esa manera, como advertencia a todos los que leen estos versículos, Dios explica quiénes no entrarán en la Nueva Jerusalén, es decir, los malvados incorregibles que nunca se arrepintieron ni dejaron de pecar, sino que gozaron de ello y por eso, sufrirán la segunda muerte en el lago de fuego.
El hecho de que se menciona que los pecadores no entrarán en la ciudad no significa que ellos estén presentes en ese entonces. Ya fueron destruidos en el lago de fuego y sufrieron la segunda muerte. Es solo una advertencia para los de hoy día. Como dice El Comentario Expositor: “No se debe tomar esta referencia como si en la Nueva Jerusalén todavía habrá pecadores vagando fuera de la ciudad...En vez, esta exhortación advierte a los lectores actuales que la única manera de participar en esa futura ciudad es volver sus lealtades totalmente al Cordero”.
Juan ve más detalles de la Nueva Jerusalén: “Vino entonces a mí uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal. Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Apocalipsis 21:9-14).
La Nueva Jerusalén brilla “como un diamante” (Apocalipsis 21:11, DHH). Tiene doce puertas y cada una tiene el nombre de una de las tribus de Israel. Por tanto, Dios no ha olvidado sus promesas a Abraham y a sus descendientes espirituales de Israel que reciben la bendición de entrar en esa santa ciudad.
Como explica Pablo: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:26-29). Más tarde él llamó a todos los miembros de la iglesia “el Israel de Dios” (Gálatas 6:16). He aquí otro argumento a favor de que los 144,000 descritos en Apocalipsis 7:3-8 como “israelitas” son los miembros de la Iglesia en ese futuro tiempo.
Ahora bien, al igual que esas puertas tienen nombres, también los doce cimientos tienen nombres, cada uno lleva el nombre de uno de los doce apóstoles. Es más, Juan debe haberse sorprendido mucho al ver su nombre allí, pero es tan modesto y humilde que no dice nada al respecto. Como el Comentario Tyndale nota: “La combinación de las doce tribus en el versículo 12 y de los doce apóstoles es una forma de decir que el Israel de la antigüedad y la Iglesia cristiana están unidos [y no opuestos] en el esquema final del plan de Dios” (p. 250).
Juan continúa: “El que hablaba conmigo tenía una caña de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña, doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales. Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos, de medida de hombre, la cual es de ángel. El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio. Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:15-27).
Así, la Nueva Jerusalén es medida con una caña de oro (normalmente unos tres metros de largo). Un estadio es unos 180 metros. ¡Por lo tanto, la longitud, el ancho y la altura de la ciudad es de alrededor de 2.160 km.! Es un cubo perfecto, tal como era el Lugar Santísimo, pero inmensamente más grande. Equivale a más de la mitad de los EE. UU. (continental) pero, además ¡es de 2.160 km. de altura!
El Comentario de Tyndale señala: “Una ciudad de este tamaño es demasiado grande para que la imaginación lo asimile. Juan ciertamente está manifestando la idea de un gran esplendor. Y, lo que es más importante, es que existe espacio para todos” (p. 251). Así pues, Cristo no exageraba cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2).
Luego Juan describe el muro de la ciudad -el término griego puede significar su espesor o la altura- de unos 300 metros. También está hecho de ese jaspe que brilla como un diamante. La ciudad misma está hecha de un oro translúcido. Además, hay doce joyas que adornan los cimientos de la ciudad; cada una de esas gemas parece ser la misma que las del pectoral del sumo sacerdote (Éxodo 28:17-20).
Las doce puertas estaban hechas de grandes perlas y la calle también estaba compuesta de un oro translúcido. Juan se sorprendió que no hubiera un templo en la ciudad y luego ve que “el Señor Todopoderoso y el Cordero son su templo”. Así como el Lugar Santísimo estaba iluminado por la gloria de Dios, la Nueva Jerusalén está bañada con el resplandor de Dios Padre y del Cordero. Ya no se necesita ni el sol ni la luna para iluminar la tierra.
A continuación, sus habitantes son descritos: todos los santos resucitados. Tienen diferentes puestos que cumplir en el reino de Dios, como dice Apocalipsis 5:10: “Y [nos] has hecho reyes y sacerdotes para nuestro Dios y reinaremos sobre la tierra”. También Apocalipsis 22:5 añade sobre la vida en la Nueva Jerusalén: “y reinarán para siempre.”
Consecuentemente, todos en ese entonces ya han tenido una oportunidad de salvación y de estar en el Libro de la Vida del Cordero. No obstante, Dios no puede obligar a una persona a obedecerle ni a aceptar el sacrificio de Jesucristo por sus pecados. Solo uno lo puede decidir. Por eso, el juicio de Dios habrá sido amoroso, misericordioso y justo. Solo los malvados incorregibles se descalifican de poder un día entrar por las puertas de esa gloriosa ciudad de Dios. ¡Dios quiera que nosotros seamos fieles hasta el fin y así poder entrar por las puertas de esa gloriosa ciudad!