#350 - Apocalipsis 3:14-22: "La Igesia en Laodicea: Tibieza espiritual"

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#350 - Apocalipsis 3:14-22

"La Igesia en Laodicea: Tibieza espiritual"

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Como señala El Comentario Bíblico del Creyente: “Cualquiera sea la interpretación del libro de Apocalipsis, es innegable que la iglesia de Laodicea presenta una imagen vívida de la época actual en que vivimos. La vida de lujo abunda en todas partes mientras que la vida espiritual muere por falta de tomar en cuenta el Evangelio… Nos emocionamos más con los deportes, la política o la televisión que con estudiar la Palabra de Dios… Esta es nuestra condición en víspera del regreso de Cristo”.

Ahora bien, Laodicea fue fundada por el rey griego Antíoco II alrededor del año 260 a.C. Estaba situada en el fértil valle del río Lico, en el cruce de dos importantes rutas comerciales. Era famosa por cuatro cosas: (1) un próspero centro bancario; (2) sus prendas de lana negra; (3) la escuela de medicina con su polvo frigio: un colirio; y (4) su agua tibia de mal sabor canalizada desde un acueducto. Laodicea estaba a solo 10 km. de Colosas, y, de hecho, es citada cuatro veces en Colosenses (Colosenses 2:1; Colosenses 4:13, 15, 16).

Cristo comienza: “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto” (Apocalipsis 3:14).

Curiosamente, tal como “Filadelfia” significa “amor fraternal” debido a la fidelidad del hermano de un rey, en cambio, Laodicea significa “juicio del pueblo o los que juzgan”, y toma el nombre de Laodice, la reina intrigante y malvada de Antíoco II. Resultó ser sospechosa de envenenar a su esposo, el rey, y de asesinar a la segunda esposa del rey, Berenice, y a su hijo, para que sus hijos fueran los únicos herederos. Esto provocó una guerra contra los Tolomeos de Egipto, conocida como “la guerra de Laodice”, ya que Berenice, la segunda esposa de Antíoco II, era la hermana del rey egipcio, y ellos derrotaron las fuerzas de Laodice y luego ella fue ejecutada.

Cristo reprende a esta iglesia por la actitud mundana, indiferente y farisaica, tal como el fariseo en Lucas 18 que pensaba que le estaba haciendo un favor a Dios. Cristo quiere que sepan que él es “el Amén”, un término hebreo que significa ser confiable, verdadero y fiel. También es “el principio de la creación de Dios.”

Ahora bien, el término "principio" o arche en el griego tiene un amplio sentido. El prefijo de "arquitecto" proviene de esa palabra, que significa el diseñador principal de un edificio. Pablo usa el término en Colosenses 1:18 para describir a Cristo como la “fuente” o “encargado” de la creación bajo Dios Padre. Pablo dice: “él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio (Gr. arche), el primogénito [primer nacido] de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia”. Como dijo Juan, “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3).

Robert Mounce aclara: “La proximidad geográfica de las dos ciudades [Laodicea y Colosas] y las instrucciones de Pablo a Colosas de que intercambien las epístolas, hace probable que el escritor de Apocalipsis conocía la epístola a los Colosenses… [el término arche] como aplicado a Cristo lleva la idea del ‘principio’ no creado de la creación, de quien se originó… el pasaje colosense declara que “por él y para él ‘todo fue creado’ (Colosenses 1:16). Esta auto-designación es la alusión más explícita en [Apocalipsis] de la preexistencia de Cristo” (Comentario de Colosenses, págs. 108-109).

Jesús continúa: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:15-16).

De este modo, Cristo los reprocha por sus “obras” tibias, recordándoles de esa agua insípida que bebían en su ciudad. Los laodicenses, en la ciudad más rica de Frigia, se habían convertido en cristianos cómodos y tibios en su compromiso con Dios. Él dice que prefiere que estén o dentro o fuera de la Iglesia, pero no con un pie dentro y el otro afuera en el mundo. En realidad, se estaban engañando a sí mismos acerca de su verdadera condición espiritual: un acomodo mundano y auto-justo. Otras iglesias en Apocalipsis habían transado con la verdad, pero ninguna tenía esa justicia propia como ésta. Trae en mente a las diez vírgenes de Mateo 25, que, debido a la negligencia espiritual, cinco no llegaron a entrar en el reino de Dios, aunque pensaban que estaban espiritualmente bien. Jesús advirtió: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:1-2).

Luego Cristo les explica la razón: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17).

Ahora bien, el solo hecho de tener riquezas no significa que está exento de ser espiritualmente rico. Hay muchos ejemplos bíblicos de personas ricas que fueron buenos ejemplos espirituales: Abraham, David, Zaqueo y José de Arimatea. Pero los laodicenses sí dejaron que su prosperidad material perjudicara su condición espiritual. ¡Qué contraste con la iglesia empobrecida en Esmirna! Cristo le dijo: “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico) [en sentido espiritual])” (Apocalipsis 2:9).

Como G. E. Ladd dice: “La iglesia se jactó de que era próspera y espiritualmente saludable. El griego de este versículo dice literalmente: ‘Soy rico y he adquirido riquezas’. No solo la iglesia se jactaba de su supuesto bienestar espiritual; se jactaba de haber adquirido sus riquezas por sus propios esfuerzos. La complacencia espiritual fue acompañada por el orgullo espiritual. Sin duda, parte de su problema era la incapacidad de distinguir entre la prosperidad material y la espiritual. La iglesia que prospera materialmente puede caer fácilmente en el autoengaño al pensar que su prosperidad material es indicativa de su prosperidad espiritual” (Comentario sobre Apocalipsis, p. 66).

Después de entregar su juicio, Cristo ahora entrega la solución: “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apocalipsis 3:18).

Les dice que lo que requieren espiritualmente no lo pueden conseguir solos. Tienen que ir a Dios Padre y a él para obtener su verdadera fuerza espiritual. Refiriéndose al fruto espiritual, Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). 

Santiago agrega: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Santiago 4:8).

Lo que Cristo puede producir en uno es ese ‘oro refinado en fuego’, es decir, ese carácter espiritual que se forja al vencer la naturaleza carnal, los falsos valores del mundo y las artimañas del diablo. Como Santiago menciona: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman" (Santiago 1:12).

El apóstol Pedro usa la misma analogía del oro refinado: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual, aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7),

Además, necesitan comprar de Cristo “vestiduras blancas” que son un símbolo de la verdadera justicia. Probablemente hay algo de ironía aquí ya que ellos valoraban tanto esas prendas de lana negra. Lo que realmente necesitaban eran las vestiduras blancas y justas del fruto espiritual al guardar tanto la letra como el espíritu de las leyes de Dios. Como dice Apocalipsis 19:8: “Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos”. Debemos recordar la definición bíblica de la justicia: “Porque todos tus mandamientos son justicia” (Salmos 119:172).

Luego, les aconseja ungirse con colirio “espiritual” para poder ver su verdadera condición espiritual. Laodicea era famosa por el polvo frigio que supuestamente podía sanar enfermedades de los ojos, pero estaban ciegos a su estado espiritual. Como Jesús comenta acerca de tener visión espiritual, “Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados” (Juan 9:39). Es decir, esa visión espiritual proviene solo de Dios.

Cristo continúa: “A todos los que amo, reprendo y castigo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete” (Apocalipsis 3:19). Jesús va a disciplinar a esa iglesia (y en el futuro, significaría pasar por la Gran Tribulación), pero también los alienta, usando el término griego fileo, que significa un amor tierno y cariñoso.

Como menciona El Comentario del Expositor: “Aunque el estado de una iglesia como la de Laodicea está al borde del desastre, no todo está perdido si hay miembros que reciban la reprensión amorosa de Cristo y vuelvan a ser fieles a él”. El verbo que se usa aquí “al que amo” en el griego es fileo (‘tener cariño por’). Este verbo no necesariamente indica un nivel de amor inferior al de ágape pues a veces tiene la misma fuerza (ver, por ejemplo, Juan 5:20; Juan 16:27; Juan 20:22). Cuando Jesús dice que ‘reprende y castiga’ en realidad está mostrando su amor y preocupación (vea Proverbios 3:12; 1 Corintios 11:32; Hebreos 12:6). Él expulsa a los que no ama y ‘reprende y disciplina’ a los que escuchan su voz. La diferencia entre los rechazados y los disciplinados radica en su respuesta: ‘Sé, pues, celoso [Gr. zeleuo, ‘celoso,' ‘entusiasta’] y arrepiéntete.’ El arrepentimiento de los laodicenses llevaría a renovar su lealtad a Cristo”.

El Comentario del Predicador agrega: “Esta carta es la más severa, pero también la más tierna. Jesús les asegura que los quiere. Él no está regañándolos; está espoleándolos a mejorar, arrojándoles agua en la cara, alertándolos porque significan tanto para él que no puede simplemente resignarse a verlos caer en un espiral descendente. Ese amor es fiel a sus propias reglas básicas y, por lo tanto, no obliga a los cristianos de Laodicea a arrepentirse, sino que los insta a arrepentirse. Ellos, y solo ellos, deben abrir la puerta que su propia tibieza ha cerrado.

Luego, Jesús añade: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:20-21).

Aquí hay una referencia a la Segunda Venida y la recompensa del banquete en el reino de Dios. Como señala El Comentario Bíblico del Creyente: “En los versos finales, tenemos lo que el comentarista Scofield llama ‘el lugar y la actitud de Cristo al final de la era de la iglesia’... Al vencedor se le promete compartir la gloria del trono de Cristo y reinará con él sobre la tierra milenaria. Aquellos que lo siguen con humildad, abnegación y sufrimiento también lo seguirán en gloria”.

Beckwith agrega: “La referencia escatológica (referente a los tiempos del fin) de esta oración queda clara en la siguiente cláusula, ‘Cenaré contigo’... El Señor desea encontrar a sus hijos listos para recibirlo cuando venga. Con aquellos que abren la puerta a su llamado, él entrará en la comunión más íntima. Cenar juntos es… un símbolo de estrecha compañía en el reino mesiánico (ver Mateo 26:29; Marcos 14:25; Lucas 22:30). El símbolo es completamente escatológico; no hay referencia aquí a la eucaristía (católica)” (El Apocalipsis de Juan, p. 491).

Aquí, nuevamente viene en mente “la Parábola de las Diez Vírgenes” en Mateo 25. Un grupo en la Iglesia estará listo para la venida de Cristo y la cena de bodas mientras que el otro grupo no lo estará. Algunos laodicenses pueden escapar su destino si se despiertan a tiempo de su estupor espiritual. También puede referirse a aquellos que van a un lugar de refugio y los que no lo hacen, ya que se menciona a aquellos de la Iglesia de Filadelfia que serán protegidos de la hora de prueba (Apocalipsis 3:10). En Apocalipsis 12:14-17 se habla de un grupo de la Iglesia que va a un lugar de refugio mientras que un remanente de ellos enfrentará la ira de Satanás.

Con respecto a la cena, Barclay agrega: “Los griegos tenían tres comidas al día. Primero era la akratisma o el desayuno, que no era más que un pedazo de pan seco bañado en vino. Luego viene el ariston, la comida del mediodía. Un hombre no volvía a su casa para comerlo. Era simplemente un bocadillo que se comía al costado del pavimento, o al lado de una columna, o en la plaza de la ciudad. Finalmente era el deipnon, la cena, la comida principal del día. La gente se tomaba el tiempo comiéndola, porque el trabajo del día ya se había terminado. Así pues, era el deipnon que Cristo compartirá con la persona que responda a su llamado. No una comida apurada, sino una donde se disfrutaba el compañerismo”.

Es importante notar lo que Cristo dijo acerca de que un cristiano debe vencer “como yo he vencido”. Esto muestra claramente que existía la posibilidad de que Cristo no venciera, al igual que un creyente puede no vencer. La recompensa, pues, se otorga porque uno sí lo logró y salió victorioso en su carrera cristiana hacia el reino de Dios. Pero no es un hecho garantizado.

En cuanto a sentarse en el trono de Cristo con él, es un símbolo de reinar con él durante el Milenio. Es una referencia a los tronos del Medio Oriente de aquellos días. Barclay señala: “La promesa del Cristo resucitado es que el vencedor se sentará con él en su propio trono de victoria. Obtendremos la imagen correcta si recordamos que el trono oriental se parecía más a una butaca que un solo asiento. El vencedor en la vida compartirá el trono del Cristo victorioso.”