#346 - Apocalipsis 2:12-17: "La Iglesia en Pérgamo"

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#346 - Apocalipsis 2:12-17

"La Iglesia en Pérgamo"

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Antes de enfocarnos en la iglesia de Pérgamo, resumamos lo que hemos cubierto hasta ahora de las iglesias en Apocalipsis.

Hemos estado estudiando las obras y las actitudes de las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3, no solo como condiciones locales, sino también como etapas y descripciones proféticas de lo que le sucedería a la Iglesia en general hasta el regreso de Cristo. Después de todo, Apocalipsis es un libro profético y es descrito como “el libro de esta profecía” (Apocalipsis 22:19). Por encima de todo, tiene que ver con lo que le sucedería a la Iglesia desde los días de Juan hasta la llegada de Cristo y aún más allá. Fue escrito con imágenes simbólicas para que su verdadero significado pudiera revelarse sólo a las personas convertidas (Mateo 13:11; 1 Corintios 2:14).

Además, se nota la naturaleza progresiva de las descripciones de las siete iglesias. La iglesia de Éfeso comienza mencionando a los apóstoles a cargo de la Iglesia y la de Laodicea termina advirtiendo que Cristo está “a la puerta” o por llegar (Apocalipsis 3:20).

De hecho, Apocalipsis se puede dividir en tres secciones: (1) la descripción de las siete iglesias (Apocalipsis 1-3); (2) el relato de lo que le sucede a la Iglesia antes de que Cristo regrese (Apocalipsis 4-18); y (3) lo qué le ocurre a la Iglesia después de la llegada de Jesús hasta cuando Dios Padre llega con la Nueva Jerusalén a una tierra nueva y renovada (Apocalipsis 19-22).

De hecho, en Apocalipsis 12 hay un resumen histórico de la Iglesia desde el tiempo de Jesús hasta su regreso. Aquí menciona dos eventos principales. Primero, describe la huida y ocultamiento de la Iglesia durante 1260 días (donde por el contexto un día significa un año, Números 14:34, Ezequiel 4:6, Daniel 9:24-26). Noten que, si se hubiera mencionado “años” en vez de “días” aquí, se revelaría que el regreso de Cristo no vendría por lo menos 1260 años después y eso de seguro desmoralizaría a la Iglesia en ese entonces. Segundo, cuando Satanás es arrojado a la tierra después de su rebelión, hay un período literal de tres años y medio cuando la Iglesia huye a “su lugar” de refugio (Apocalipsis 12:9-14). Luego de esto, Jesús rescatará a su Iglesia.

Ahora comencemos con el relato. Juan dice: “Y escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada aguda de dos filos dice esto: Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás. Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación. Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco. Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Apocalipsis 2:12-17).

Pérgamo (que significa “exaltado”), se encontraba a 75 km. al noreste de Esmirna y una carretera imperial la cruzaba. Fue construido en una colina empinada que se elevaba mil pies sobre el fértil valle de Caicus. Su acrópolis, al estilo griego, rivalizaba al de Atenas y contaba con muchos templos paganos, incluyendo el Gran Altar de Zeus y un templo a Asclepios, el dios serpiente que supuestamente podía sanar.

Fue en la ciudad de Pérgamo que se inventaron los “pergaminos” o escritos sobre el cuero de animales. Su biblioteca era la segunda más importante después de la de Alejandría. Fue la capital del reino de Pérgamo hasta que el rey Atalo III, al morir en 133 a.C. legó la provincia a los romanos. Desde Pérgamo, las órdenes de César se ejecutaban en toda la región.

Robert Mounce señala: “Fue aquí donde Satanás estableció su jefatura. Como Roma se había convertido en el centro de la actividad de Satanás en el Occidente, así Pérgamo se convirtió en el ‘trono’ de Satanás en el Oriente” (El Libro de Apocalipsis, Revisado, 1997, p 79). 

Como veremos, “el trono de Satanás” no solo significa el poder político, sino también el religioso.

El historiador Taylor Bunch señala: “Cuando Ciro capturó la ciudad de Babilonia, la antigua sede del falso sistema religioso de Satanás, el pontífice máximo de los misterios caldeos y su séquito de sacerdotes huyeron de la ciudad y finalmente radicaron en Pérgamo” [Cilicia y sus gobernadores, p. 232]. Aquí restablecieron su culto babilónico e hicieron al rey de Pérgamo el pontífice máximo de su religión. Cuando Atalo III, el último de los reyes sacerdotes, murió en 133 a.C., legó sus cargos reales y sacerdotales a Roma como Pontífice Máximo de la religión del Imperio” (Las Siete Epístolas de Cristo, 1947, p.150). Así pues, ¿cuándo se unieron proféticamente el estado y la iglesia para formar un “trono” donde Satanás pudiera guiar ese nuevo tipo de gobierno?

Halley comenta: “Silvestre I, 314-335, era obispo de Roma cuando bajo Constantino, el cristianismo prácticamente fue hecho religión del Estado del Imperio Romano. La Iglesia inmediatamente llegó a ser una institución de gran importancia en la política mundial… El número de mártires bajo las persecuciones papales excede por mucho al de los mártires cristianos bajo la Roma pagana” (Manual Bíblico de Halley, 1965, págs. 679, 702).

En el año 381 d.C., el emperador Graciano renunció a su título de Pontífice Máximo y lo transfirió al obispo de Roma, el papa Dámaso I. Así, Pérgamo se convirtió en el vínculo clave entre la Babilonia antigua y la moderna. De esa manera, la mujer [Babilonia la grande] comenzó a cabalgar sobre la bestia romana.

Luego, Teodosio, el siguiente emperador, declaró a la Iglesia Católica como la religión oficial del Imperio. Ahora, la iglesia romana, que alguna vez fue perseguida, se convierte bajo Constantino y sus sucesores en la perseguidora sistemática de la verdadera Iglesia durante más de mil años. Esta Iglesia tendría que huir al desierto durante 1260 años, comenzando desde 325 d.C. a 1585, cuando los sabatistas pueden emerger en la Inglaterra isabelina y luego establecer iglesias en Rhode Island, EE. UU. donde podrían adorar públicamente a Dios sin acoso.

Jesús entonces le dice a la Iglesia de Pérgamo que tiene una espada de dos filos, es decir, una espada de juicio. Le preocupa el deterioro del estado espiritual de esa Iglesia bajo la fuerte persecución y la presión para transar con la verdad. Un destacado líder de la Iglesia, Antipas, fue martirizado (el término “Antipas” puede ser un nombre personal o simbólico, ya que puede significar uno “contra todos”).

Ahora la verdadera Iglesia estaba sufriendo la ira del emperador romano y de la iglesia falsa “exaltada”, que es identificada con los nicolaítas pero que usa las tácticas de Balaam para hacer que los miembros acomoden sus creencias. Como señala Mounce: “Los nicolaítas son esencialmente el mismo grupo que los balaamitas. Ambos describen a un grupo antinomiano [los que van en contra las leyes de Dios] que se había adaptado a los requisitos religiosos y sociales de la sociedad pagana” (p. 81).

Ivor Fletcher ofrece un buen resumen de la iglesia de Pérgamo y los paralelismos históricos en su libro, La Increíble Historia de la Verdadera Iglesia de Dios. Escribe: “Los eruditos reconocen que los primeros cristianos continuaron observando el sábado ‘judío’. Sin embargo, en el tiempo de Justino Mártir (150 a.C.), el gran número de conversos gentiles que entraban a la iglesia asumían erróneamente que el sábado era parte de la ley ritualista de Moisés. Génesis 2:1-3 muestra que fue instituido mucho antes del tiempo de Moisés.

“Pronto comenzaron a predicar un nuevo ‘evangelio’ que ensalzó a Cristo y sus virtudes, pero negó su mensaje vital que él regresaría y establecería el reino de Dios sobre la tierra. Cuando la forma romana o latina del cristianismo se convirtió en la religión estatal del imperio bajo Constantino, los hombres vieron menos necesidad del regreso de Cristo y buscaron establecer su propio imperio eclesiástico, con Roma, no Jerusalén, como su sede.

“El ‘pequeño rebaño’ que constituía la verdadera Iglesia, ahora estaba clasificado como ‘hereje’ por el imperio ‘cristiano’ de Constantino y, fiel a las profecías (Daniel 12:7; Apocalipsis 12:6), se vieron obligados a huir al desierto o morir como mártires de la fe.

“En cuanto a los que continuaron celebrando la Pascua bíblica, en la forma en que les fue entregada por los apóstoles y sus sucesores, Constantino les escribió: ‘Por tanto, como ya no es posible soportar sus errores perniciosos, damos advertencia por este estatuto presente que ninguno de ustedes de ahora en adelante presuma reunirse. Hemos ordenado, por tanto, que se les prive de todas las casas donde acostumbran a celebrar sus asambleas y se prohíbe la celebración de sus reuniones supersticiosas y sin sentido… Tomen el mejor curso de entrar en la Iglesia Católica...’” (Edicto contra los herejes).

“No solo la Pascua, sino también el día de reposo, debía ser abolido por el estado, en el Concilio de Laodicea en el año 364 d.C. Aquellos que deseaban continuar guardando los mandamientos de Dios ahora se veían obligados a huir a lugares remotos para salvar sus vidas. La nueva religión estatal, una mezcla extraña de cristianismo y paganismo, comenzó a dominar Europa durante más de mil años, dejando a la verdadera Iglesia en ‘un lugar preparado por Dios’ (Apocalipsis 12:6): las remotas montañas y valles de Europa central… Durante la larga y oscura noche de la Edad Media… la iglesia de Dios fue empujada por el poder perseguidor del ‘Sacro Imperio Romano’ hacia las remotas montañas y valles de Europa, para preservar la pureza de la verdadera fe. Se aplicaron diferentes nombres al pueblo de Dios durante este período: ‘Paulicianos’, ‘Publicani, ‘Puritanos’ y varios otros. Esos nombres, sin embargo, fueron generalmente usados por aquellos ajenos a la Iglesia. En sus propios escritos, los miembros de la iglesia se llamaban, ‘Iglesia de Dios’. Algunos historiadores eclesiásticos han podido demostrar que, independientemente de esos distintos nombres, ‘Estos vástagos surgieron de una acción común y fueron animados por los mismos principios religiosos y morales” (Jones, Historia de la Iglesia, p.187).

“Como la era anterior, ‘Esmirna’, había sido clasificada por el mundo como ‘Ebionitas’ [o Nazarenos], así los miembros de la era de ‘Pérgamo’ llegaron a ser conocidos [principalmente] como ‘Paulicianos’ (seguidores del apóstol Pablo). Este grupo de cristianos se hizo muy numeroso durante el siglo VII y se distinguieron por su celo, conocimiento y simplicidad de sus vidas.

“Alrededor del año 650, un hombre bien educado llamado Constantino de Mananali comenzó a estudiar porciones de la Biblia que había recibido como regalo. Sorprendido por las verdades que encontró, comenzó a predicar en las regiones de Capadocia y Armenia. Varios evangelistas fueron entrenados para ayudarlo en el ministerio y pronto decenas de miles se convirtieron a la verdad. Constantino claramente enseñó que el Papa no era el representante de Dios y tal vez por esta y otras razones, fue ejecutado en el año 684… (se cree que fue él quien proféticamente es descrito como ‘Antipas’ en Apocalipsis 2:13)”.

Las doctrinas de los Paulicianos, junto a la de otros grupos, son descritas en el libro, La Llave de la Verdad… Predicaron el evangelio del Reino de Dios, bautizaron a los creyentes por inmersión, practicaron la imposición de manos para recibir el Espíritu Santo, observaron el sábado, la Pascua en el día catorce de Nisán y la fiesta de los Panes sin levadura.

“Esta era de la Iglesia no estuvo exenta de problemas. La tendencia hacia el declive espiritual y moral se estableció desde temprano. Muchos de los que se habían asociado con la Iglesia en realidad no se habían convertido, sino que simplemente se unían a los verdaderos cristianos con halagos (Daniel 11:34). Otros aceptaron la ‘doctrina de Balaam’ (Apocalipsis 2:14), en la que uno podía cometer ‘fornicación’ espiritual y coexistir con el pecado y la falsa doctrina católica. Cuando se les permitió tomar la comunión con la iglesia local, la corrupción solo se extendió a más miembros. En un intento de corregir a su pueblo, Cristo permitió que la persecución los afligiera y multitudes perecieron, pero pocos se arrepintieron...”.

“La fe pauliciana finalmente llegó a dominar grandes áreas de Armenia y Albania, pero para muchos, esto no era más que una ‘forma’ externa de religión. Los miembros realmente convertidos nunca fueron numerosos. Muchos llegaron a acomodarse a la religión del estado católico dominante. Se conformaron externamente, pero siguieron las enseñanzas paulicianas en secreto. Con el tiempo, las alternativas se redujeron a la apostasía o el martirio. En el siglo IX, la mayoría se había apartado tanto de las verdaderas doctrinas que se sentían atraídos a buscar soluciones políticas o militares a sus problemas de persecución. Anatolia, uno de los países paulicianos más antiguos, quedó devastado por décadas de guerra. Así la era de ‘Pérgamo’ de la verdadera Iglesia llegó a una conclusión sin gloria” (1984, págs. 131-132; 151-154).

Sí, Cristo les advirtió a los miembros que transaron con la verdad que se arrepintieran o habría un castigo mayor. Sin embargo, para los que permanecieron fieles, él ofreció una gran recompensa: “Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Apocalipsis 2:17).

El maná escondido se refiere al frasco de maná que fue guardado en el Arca de la Alianza (Éxodo 16:33; Hebreos 9:4). Más tarde, Cristo usó el maná como el símbolo de recibir la vida eterna (Juan 6:48-51).

En cuanto a la piedra blanca con un nuevo nombre, en aquellos días, se usaba una piedra blanca para indicar cuando uno quedaba absuelto de cargos legales, o como un símbolo de victoria en los juegos atléticos griegos o romanos. Significa que, en la resurrección, habremos sido absueltos de todo pecado y que se nos dará un nuevo nombre, con un cuerpo y carácter espiritual nuevo y perfecto. ¡Qué gran bendición!